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LO INDEFENDIBLE

Por qué la derecha no tiene derecho a salir a la calle

«Si la derecha sale a la calle, la abandonan todos los ropajes de justicia que visten a la izquierda y la pintan como si viniera de pegar a la mujer»

Por qué la derecha no tiene derecho a salir a la calle

Manifestación contra el Gobierno de Sánchez. | EP

Ha salido el antisanchismo a la calle a protestar contra Sánchez y a favor de la Constitución, y ya están temblando los pilares de la democracia porque en este país, la derecha no tiene derecho a protestar. Si uno de izquierdas sale a la calle a defender lo que sea -la subida de las pensiones, la ley de bienestar animal, el nutriscore de Garzón, el fin de las corridas de toros o la Ley Trans-, enseguida se aparece defendiendo la democracia. Si uno de izquierdas se planta en Cibeles con el tupper, el bocata, la hermana, los niños con el lema de la manifa pintado en la frente con pinturas de colores y una bandera de lo que sea, del Partido Comunista Chino si quieres, si levanta el puño, el perro, la batucada y el cóctel molotov y una guillotina a tamaño natural para descabezar borbones, automáticamente aparece enmarcado en un estado de gracia democrática.

Hablo de una emoción visual como cuando dicen que Marujita Díaz obligaba a cubrir la cámara con una media y aparecía rodeada de un brillo embellecedor que ahora se llama ‘glowing’. La izquierda en la calle tiene ese ‘glowing’ porque conecta directamente con la Marianne de Delacroix, la Revolución Francesa, Martin Luther King y todo el monario que la legitima para esto y para más. Y si en algún momento a alguien se le cruza el cable y quema un autobús, rompe una papelera o le parte la cara a uno de la UIP con un adoquín, pues ya se sabe que lo hará poseído por una suerte de exceso de democracia y nunca de falta de ella. No solo es que su violencia no alcanzará a manchar a los otros manifestantes, es que incluso los violentos perderán esa condición y se disolverán en la eufemística categoría nominal de ‘Los de siempre’, una rutina desdeñable, como si fueran un añadido, como si no formaran parte, como si no contaminaran la pureza democrática de los otros. «Ya sabes, los de siempre», dirán. Porque la izquierda siempre representa al pueblo que en la narrativa aceptada reclama derechos que siempre son legítimos y, por tanto, hace muy bien. 

«El estrato social del pijo, por arruinado que esté el pijo, no puede reivindicar nada y su mera existencia ofendía los principios del Estado Democrático»

La no izquierda, no. Porque no es el pueblo, naturalmente, y queda excluida de ese conjunto demográfico y simbólico por mucho que viva en el cinturón rojo de sí misma y pague impuestos como cualquiera. Recuerdo cuando durante la pandemia, salieron unos a protestar en el Barrio de Salamanca y los bautizaron como ‘los cayetanos’. El nombre tenía su cosa, pues significaba literalmente que el estrato social del pijo, por arruinado que esté el pijo, no puede reivindicar nada y su mera existencia ofendía los principios del Estado Democrático. La imagen que quedó para los restos fue la de uno de ellos dándole con un palo de golf a una señal para hacer ruido como si fuera un gong y hasta ahí llegaron las reivindicaciones, pues hubo consenso en que un tipo que juega a golf no puede quejarse de nada. Incluso identificaron aquel aporreo de señales como prueba de una peligrosa violencia que se explicaba por la propensión del facha a llenar las cunetas de cuerpos, naturalmente. Otras violencias en cambio, encontraban las más acrobáticas justificaciones a condición de que apoyaran los objetivos de la no-derecha donde hay carta blanca a los desmanes. Así es cómo se establece un esquema político por el que lo de Cataluña fue un jolgorio desordenado y una verbena que se fue de madre y las intervenciones de Feijóo en el Senado, puro golpismo.  Me acuerdo de cuando Arzalluz hablaba de «los chicos de la gasolina».

 Si la derecha sale a la calle, la abandonan todos los ropajes de justicia que visten a la izquierda y la pintan como si viniera de pegar a la mujer, de explotar a la criada, de salir la víspera a dar palizas a homosexuales y de colgar al galgo de un árbol por pereza de no pasearlo. Llega como de fusilar en la tapia del cementerio y casi de hacer la patrulla en el gueto de Varsovia, por no hablar de que se la señala como heredera de Tejero, amante de Bolsonaro, militante de sectas ultrasecretas del neofascismo y trumpista con cuernos de bisonte en el Capitolio. La derecha no puede pisar la calle porque la calle no es suya, y esto tendría cierta gracia si no significara que la derecha no es que no tenga derecho a manifestarse, es que no tiene derecho a gobernar. 

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