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Por qué hay que frenar a Mark Zuckerberg ya

Ahora Meta busca el metaverso, pero mientras llega, su negocio sigue basado en una política comercial muy agresiva que traspasa con frecuencia las líneas rojas

Por qué hay que frenar a Mark Zuckerberg ya

Mark Zuckerberg fue persona del año para Time en 2010. | Europa Press

Hace unos días, Meta, el nuevo distópico nombre que agrupa el imperio del también distópico Mark Zuckerberg, amenazaba de forma velada con que sus redes sociales podrían cerrar en Europa porque la legislación comunitaria le prohíbe trasladar datos de ciudadanos europeos a sus servidores de Estados Unidos, y eso, informaba por carta enviada a la Comisión de Bolsa y Valores de EEUU (SEC), pone en riesgo la actividad en dos de sus principales negocios: Facebook e Instagram.

Ojalá cierre, pensó media Europa. Desgraciadamente era solo un globo sonda que ellos mismos pinchaban en menos de 24 horas al asegurar en su blog que no tenían ninguna intención de cerrar las dos redes en Europa. Además insistía en que nunca ha intentado desafiar las leyes europeas de protección de datos. Un farol y un frenazo que se producían a los pocos días del mayor batacazo en bolsa de la nueva Meta. Sus acciones bajaron en una jornada casi un 25%. Se diluyeron unos 200.000 millones de dólares. De ellos, 29.000 millones eran del propio Zuckerberg.

El motivo del hundimiento

El motivo del hundimiento fue que por primera vez en su historia Facebook había bajado de usuarios activos diarios. Apenas un millón en el computo mundial, pero muchos más en el mercado norteamericano. Y esto era la confirmación definitiva del cansancio que sufre esta red y que ha frenado el crecimiento del número de usuarios y por tanto de anuncios. Dicho esto, los beneficios siguen siendo espectacularmente mareantes. En el último año ha ganado más de 40.000 millones de dólares por sus ingresos publicitarios. Y Europa es el segundo mejor mercado de ingresos para Meta. Por eso todo el mundo sabía que no se va a ir. Y es una pena. Facebook es hoy por hoy, la mayor amenaza interna para todos los países democráticos por su poder de manipulación e influencia en todos los procesos electorales. Un peligro que no es fácil de combatir. Quizás la mejor arma contra Facebook es que los jóvenes han huido en masa. Les aburre. Cierto que en Instagram permanecen, pero sufren la creciente competencia de nuevas redes más rompedoras como Tik Tok o Twitch.

Ahora Meta busca el metaverso, pero mientras llega, su negocio sigue basado en una política comercial muy agresiva que traspasa con frecuencia las líneas rojas de la ya de por sí lasa legislación de protección de datos en Estados Unidos. Y eso Europa no le permite. Hace ya mucho tiempo que ningún gobierno ni regulador europeo cree que Zuckerberg vaya a hacer algo correcto si eso le impide ganar dinero. Ya fue multado por mentir a la Unión Europea al asegurar que no uniría los datos de los usuarios de Facebook con los de WhatsApp.  Tardó unas pocas semanas. Le cayó una multa de 225 millones de euros. Aunque para multas los 5.000 millones de dólares que le impuso en Estados Unidos, la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos por haber vendido los datos de 87 millones de sus usuarios en el caso Cambridge Analytica.

A Zuckerberg, le da igual. Le sale rentable pagar esas multas. Su ceremonia es siempre la misma. Primero niega los hechos, luego se disculpa, asume la multa por alta que sea, dice que es la última vez y hasta la siguiente.  Es capaz de mostrarse arrepentido y arrogante a la vez ante el Senado de los EEUU o ante el Parlamento Europeo. Prometió luchar intensamente contra las fake news para evitar manipulaciones como las elecciones presidenciales que ganó Donald Trump o el referéndum del Brexit. Hizo alarde de contratar empresas en decenas de países para controlar el proceso de publicación y verificación, pero todo ha seguido igual. Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Nueva York y de la Université Grenoble Alpes en Francia descubrieron que, desde agosto de 2020 hasta enero de 2021, los editores de noticias conocidos por publicar información errónea obtuvieron seis veces más interacciones en Facebook que las fuentes de noticias confiables. Se recompensa a los editores que publican cuentas engañosas porque generan más tráfico.

Hace unos meses, en octubre, una alta exdirectiva de Facebook, Frances Haugen filtraba documentos internos que demostraban que la empresa sabía que Instagram era tóxico para la salud mental de millones de adolescentes en todo el mundo que se sienten peor con su propio cuerpo y encima acababan enganchados a esta red social. Haugen declaró también ante el Senado de los Estados Unidos que los algoritmos de Facebook promueven las noticias que favorecen el odio para lograr más interacciones y conseguir que pasemos más tiempo en la plataforma. Y fue más allá.  Reconoció que internamente en Facebook sabían que en países en vías de desarrollo la red se usaba para el tráfico de personas y el de drogas. Y que no han hecho nada para evitarlo. Zuckerberg lo volvió a negar todo.

Meta, como Google o Amazon, no son solo empresas globales con la mayor y mejor tecnología, con un indudable genio creador y una adaptabilidad y usabilidad excepcional en sus servicios. Son empresas que se han introducido en nuestras vidas y se han convertido para muchos en imprescindibles. Su negocio se basa en los datos. En nuestros datos. Trafican y ganan mucho dinero con los datos. Da igual que sean una red social, un buscador o una tienda electrónica. En realidad, para muchos estamos hablando de tres monopolios que actúan como monopolios y que desprecian las legislaciones nacionales. Con su tamaño y voracidad, ante la más mínima competencia, engullen a toda empresa que consigue un mediano éxito en su terreno. Eso hizo, por ejemplo, Facebook comprando Instagram en 2.012 y luego WhatsApp en 2.014.  Son muchas ya las voces que piden que se les aplique la ley antimonopolio, y algunos están ya manos a la obra. Empezando por el propio gobierno de los Estados Unidos que a través de la Comisión Federal del Comercio (FTC) y junto a una coalición formada por 46 estados tanto demócratas como republicanos, acusaron formalmente a Facebook de violar las leyes antimonopolio. De momento el primer asalto lo ganó Zuckerberg por una cuestión de procedimiento. Pero sigue abierta la batalla.

Una huida hacia adelante

En esta huida hacia adelante, Zuckerberg ha cambiado el nombre y dice reorientar sus objetivos. Ahora el futuro está en el metaverso, ese entorno físico y digital que conectan la realidad aumentada y la realidad virtual. Y quiere controlarlo. Suena a ciencia ficción, pero no es el primer intento. Los más viejos recordarán la experiencia y boom que supuso The Second Life en 2003, un gran mundo virtual donde cada usuario vivía con su propio avatar diseñado por él mismo y podía relacionarse con el resto de los usuarios. Tuvo un gran impacto incluso entre empresas, y aunque sigue viva, millones de usuarios la abandonaron a los pocos meses. 

Ahora la tecnología y los contenidos han avanzado muchísimo y no solo Meta busca el negocio en este nuevo mundo. Hay muchas grandes empresas tecnológicas, de videojuegos o del entretenimiento trabajando también en ello. Pero Meta es el que da más miedo. Si en plataformas más o menos abiertas ha sido casi imposible frenar su capacidad de manipular a la ciudadanía, de concentrar el negocio de millares de pequeños empresarios y de traficar con billones de datos, nadie sabe cómo se podría controlarle en estos nuevos entornos. Recuerden esta palabra: distopía. Su definición es: «Sociedad imaginaria bajo un poder totalitario o una ideología determinada, según la concepción de un autor determinado, que sería lo opuesto a la utopía». Y Zuckeberg quiere ser ese autor determinado. Esperemos que lo frenen antes.

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