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País Vasco

Rosa Díez rescata el drama silenciado de los maquetos en sus memorias familiares

La ex socialista y fundadora de UPyD recuerda la xenofobia del PNV en los tiempos más duros del nacionalismo en el libro Maquetos y lamenta que se pase página sin hacer justicia

Rosa Díez rescata el drama silenciado de los maquetos en sus memorias familiares

Rosa Díez | Foto cedida por la editorial

Veinte kilos de explosivos se llevaron por delante a Fernando Buesa y a su escolta mientras paseaban por la Universidad del País Vasco el 22 de febrero del año 2000. Para los hijos de Rosa Díez, Buesa era, más que su correligionario, «el amigo de ama». Su relación excedía la política, de modo que aquel coche bomba en Vitoria le explotó dentro

Sin embargo, aún hubo algo tanto o más devastador para Rosa que el propio asesinato de Fernando: unas palabras toscas y reveladoras a pesar de bienintencionadas. «No sabes cómo lo sentimos, Rosa. Es como si hubieran matado a uno de los nuestros…», le dijo a modo de pésame Josu Jon Imaz, consejero de Industria por parte del PNV. Las refiere Díez en el último tramo de su nuevo libro, Maquetos. Una historia escrita para que nadie olvide (La esfera de los libros), y, más de 20 años después de los hechos, se trasluce la rabia y la impotencia: «Como si fuera ‘uno de los nuestros…’. Esas palabras pronunciadas con el cadáver de Fernando aún caliente no eran una forma de hablar, un desliz, una anécdota… Son palabras que explican por qué el terrorismo nacionalista estuvo activo en Euskadi durante tanto tiempo. ETA no mataba a los genuinamente ‘suyos’, a los miembros del pueblo elegido, ETA perseguía y asesinaba a los que consideraba enemigos de ‘los vascos’. Y aunque el nacionalismo institucional reprobara públicamente ‘los métodos’ de la banda terrorista, compartía los objetivos. ‘El árbol y las nueces…’, ‘Tú no eres de aquí…’, ‘españoles’… ‘txakurras’… ‘maquetos’…».

'Maquetos'. Imagen vía Editorial Esfera de los libros.
Portada de ‘Maquetos’ | Imagen vía Editorial Esfera de los libros.

«Los españoles que no renunciamos a serlo y que somos vascos porque somos españoles pasamos de tener que observar fidelidad al Movimiento con el franquismo a tener que convertirnos al nacionalismo obligatorio con el PNV»

Para Díez, se ha pasado por encima de la humillación y la laminación de quienes no quisieron plegarse al nacionalismo, fuesen vascos con sus ocho apellidos o de primera y segunda generación. «Ha caído un gran silencio sobre ese desprecio a quienes venían de fuera y se rebelaban contra el nacionalismo», explica a THE OBJECTIVE. Eran ‘maquetos’ o, sencillamente, ‘de fuera’; se los miraba por encima del hombro y se les daba a entender que su voto no valía lo mismo. En su mayoría eran obreros, venidos de Asturias, de Andalucía, de Castilla… Muchos, con vergüenza propia, quisieron disfrazar sus orígenes, investirse del aura nacionalista, se asimilaron al discurso imperante, asumiendo irónicamente que sí eran inferiores. «Se trata de que te acepten en el rebaño, aunque te consideren de segunda categoría, que te dejen ir con ellos -señala Díez-. Los españoles que no renunciamos a serlo y que somos vascos porque somos españoles pasamos de tener que observar fidelidad al Movimiento con el franquismo a tener que convertirnos al nacionalismo obligatorio con el PNV. Eso lo pasamos tan en silencio para el resto de España que todavía en estos días hay gente que no habían oído nunca la palabra ‘maqueto’, aunque sí hayan escuchado hablar de los ‘charnegos’ en Cataluña». 

Imagen del libro 'Maquetos'.
Imagen del libro ‘Maquetos’.

Este libro de memorias familiares y políticas se asienta sobre la paradoja de una generación de españoles venidos de otras regiones al País Vasco, nacidos ya allí, que «hubo de convivir con los últimos herederos activos de la dictadura franquista, los terroristas de ETA, que convirtieron a sus padres en malos vascos, los señalaron como enemigos y los amenazaron y persiguieron hasta la muerte. Malos españoles para la dictadura, malos vascos para el nacionalismo obligatorio y buenos españoles, candidatos a víctimas, para el terrorismo nacionalista».

«Aprendí en casa que el silencio nunca es la respuesta y hay que defender las cosas en las que uno cree»

El padre de Rosa Díez se instaló con su familia en un pequeño pueblo de Vizcaya después de pasar 3 años en una cárcel bilbaína por su militancia republicana durante la guerra. La futura fundadora de UPyD nació en una pequeña «habitación con derecho a cocina» y de sus padres mamó una conciencia política sin rencores: «Aprendí en casa que el silencio nunca es la respuesta y hay que defender las cosas en las que uno cree; aprendí a ser activa, optimista, positiva más bien, a no dar las batallas por perdida, a defender la ley. No sólo no renegó de la palabra ‘patria’ sino que, habiendo sido condenado a muerte cuando perdieron la batalla de Santander y tras sus años en la cárcel, cuando hablaba de la guerra nunca nos inculcó odio. Sólo quería que comprendiéramos». 

Imagen del libro ‘Maquetos’.

Desde los albores de la Transición, padre e hija asistieron a la reconversión de los nacionalistas que habían, no ya tolerado, sino colaborado con Franco, en presuntos antifranquistas y garantes de la esencia vasca. En Maquetos, Díez se detiene sobre algunos episodios poco divulgados del PNV: la admiración de sus líderes por Hitler y la colaboración con Mussolini en el Pacto de Santoña. Que Franco no aceptara dicho Pacto y los aliados ganaran la posterior Guerra Mundial es lo que evitó una deriva más racista en tierras vascas. Muerto Franco, explica Díez, «en Euskadi estalló el nacionalismo ‘de los ganadores’. Antes no existía: Franco iba de vacaciones a San Sebastián, aquí se sentía cómodo y aplaudido. Pero de repente, a su muerte, todos eran nacionalistas. Esa pulsión del PNV de considerarse mejores vascos tiene su origen en su etnicismo. Pero apenas se ha escrito de eso, se les ha mimado, sin sacar ese lado oscuro como su admiración por los nazis. Ha sido un tiempo de desmemoria histórica». 

«Esa pulsión del PNV de considerarse mejores vascos tiene su origen en su etnicismo. Pero apenas se ha escrito de eso, se les ha mimado, sin sacar ese lado oscuro como su admiración por los nazis. Ha sido un tiempo de desmemoria histórica»

Esa pulsión xenófoba es la que se expresa en las cínicas palabras de Arzalluz tras el asesinato de Buesa: «Bueno… era socialista… pero formaba parte del paisaje». Para el peneuvista, ideólogo de la funesta teoría del ‘árbol y las nueces’, los chicos de ETA estaban equivocados, pero eran ‘nuestros chicos’. Esa cosmovisión planteada desde los estamentos oficiales trasparentaba a pie de calle: «No, usted no es vasca… Yo conozco su historia, sé de dónde vinieron sus padres, sé dónde viven, aquí les dimos de comer… y así nos lo pagan», le recriminó una señora «de cara amable» a Díez en sus años de política vasca. Siempre un sambenito: ‘socialistas’ con Franco, ‘maquetos’ en democracia. El tiro en la nuca estaba siempre al caer. «Mi batalla es por la justicia, sin libertad no hay justicia ni democracia, libertad para hablar y decir la verdad. No son muertos, son asesinados por ETA. A las personas que impedían que triunfara su modelo totalitario, las mataba. No se trata de reivindicar la memoria sino la verdad. Esto sigue vivo: ETA no mata, pero sus herederos están en las instituciones y hay cientos de crímenes sin juzgar y a punto de prescribir», señala Díez. 

Rosa Díez. Imagen del libro 'Maquetos'.
Rosa Díez. Imagen del libro ‘Maquetos’.

Para que no se olvide y la generación de sus nietos se zafe de toda amenaza a la convivencia y no tenga que «ahormarse a la tribu», es necesario que se sepa que hubo ‘maquetos’, españoles de segunda a los que se le afeó vivir y pensar en la tierra que araban porque, como dijo Arzalluz, «bien está que lleguen a tu casa… Bien está que les des trabajo… Bien está que les sientes a tu mesa… Bien está que, incluso, se casen con tu hija… Pero el caserío es nuestro».    

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