THE OBJECTIVE

'Ley trans': una norma irracional y reaccionaria

La teoría de la identidad de género alienta la interiorización de estereotipos y aporta como solución la dependencia de fármacos de por vida y la mutilación

‘Ley trans’: una norma irracional y reaccionaria

Ilustración de Erich Gordon.

«Nos hizo quemaduras, aquella libertad» cantaba Amaral hace unos años. Hoy, filósofos, psicólogos y juristas temen que la libre elección de sexo consagrada en la nueva ley trans LGTBI pueda dañar la vida de muchas personas. Sin negar el riesgo que para las mujeres puede suponer que un hombre pueda convertirse legalmente en mujer presentando un simple impreso, creo que el peligro de la ley es mayor para las personas que quieran cambiar de sexo. 

La razón es que la voluntad solo es verdadera cuando es libre e informada. Es decir que no esté influida por terceros, que se base en una información completa, y que sea capaz de comprender sus consecuencias y de asumirlas de forma madura. Y no es fácil que estas condiciones se cumplan cuando la disforia de género afecta hoy sobre todo a personas muy jóvenes. Todos sabemos que los menores son más fácilmente influenciables: en la infancia por sus padres, en la adolescencia por sus amigos y ahora también por las redes sociales. A ello se añade que es más difícil que los adolescentes se puedan representar las consecuencias a largo plazo: como dice el nuevo protocolo de la sanidad Finlandesa, los jóvenes no pueden  comprender «la realidad de un compromiso de por vida con la terapia médica, la permanencia de los efectos y los posibles efectos adversos físicos y mentales de los tratamientos».

Además, la mayoría de las personas que manifiestan tener disforia de género sufren afecciones neurológicas como el autismo (el 30%) o psicológicas como la depresión, lo que dificulta una decisión consciente y madura. En estos casos, la decisión de cambio de sexo se puede presentar como una falsa solución a estas patologías, que se agravarán si no se tratan. Al permitir la nueva ley el cambio de sexo a partir de 14 años con consentimiento paterno y sin él desde los 16 y prohibirse el examen psicológico previo, se priva a estas personas especialmente vulnerables de la protección que necesitan. Nadie duda de que se debe prohibir el matrimonio infantil, por mucho que una niña quiera casarse, y que eso no es una limitación a su libertad sino una protección. ¿Por qué desprotegerlos en este asunto tan grave? 

Desactivada la protección legal, se hace más necesario explicar que el cambio de sexo no es la única opción para las personas con disforia de género. Para ello hay que comprender la teoría de la identidad de género que ha inspirado esta ley. Esta teoría parte del concepto de «género», que es la construcción cultural asignada a cada sexo, es decir lo que en cada sociedad se espera de cada persona en función de su sexo. Por ejemplo, por ser varón se espera de mí que no me pinte las uñas, y de mi hermana que no juegue al rugby. La «expresión de género» sería la forma en que una persona se expresa en relación con esa construcción social, que puede ser más o menos acorde a la que se espera de su sexo. Finalmente, la «identidad de género», según la Comisión de Derechos Humanos de la ONU es «un sentimiento sentido de forma interna y profunda de ser varón o mujer, o algo intermedio u otra cosa». Como vemos, el género pasa de ser una imposición social a un sentimiento y además deja de ser binario. Pero lo más importante es que ese sentimiento se convierte en identidad y al hacerlo se invierte la función del género. En la concepción tradicional una niña que juega al fútbol debe ser orientada hacia el ballet; en la nueva teoría, si juega al fútbol es que su «ser profundo» es el de «niño» y se debe apoyar esa identidad y facilitar el cambio de sexo, legal y físico. Si en la teoría feminista clásica el género es artificial e impuesto por la sociedad, en la nueva teoría es el sexo biológico lo que se pone en cuestión, ya que queda sometido al género sentido. 

«Si el género es una construcción social, que varía según épocas y culturas, es imposible que sea un sentimiento ‘inherente y profundo’»

Esta es la teoría que acepta nuestra ley, que se refiere a la «asignación de sexo al nacer», asumiendo que el sexo no es biológico sino emocional y por tanto no puede observarse, sino que se «asigna» provisionalmente hasta que cada uno «descubre» el sexo auténtico, que es el sentido por él. La consecuencia de esta teoría es que todos (padres, maestros, médicos, psicólogos) deben siempre confirmar lo que afirma la persona con disforia de género y facilitar su «transición» al otro sexo. Esto es así ya en muchos países occidentales. Un reciente artículo de The Economist describe lo que sucede en la práctica en EE UU cuando una menor solicita terapia por disforia de género: antes de la primera visita la llamaron para obtener el consentimiento informado para administrar hormonas y tras dos visitas le recomendaron cirujano para una doble mastectomía. Según un estudio realizado en Cataluña, la actuación aquí es semejante. 

El primer problema de esta teoría es que es acientífica. El sexo es binario en el ser humano -y en multitud de otros animales- y es observable científicamente -en la diferencia cromosómica-. Es también incoherente: si el género es una construcción social, que varía según las épocas y las culturas, es imposible que sea un sentimiento «inherente y profundo». No es posible que un niño nazca identificándose con el otro género, puesto que el género ha de aprenderse, y la reacción al mismo estará condicionada (como todo en nuestra vida) por elementos externos. Por supuesto una persona puede rechazar los estereotipos de género que se asocian a su sexo, pero eso no significa que tenga una identidad sexual distinta

La teoría es, además, sexista y reaccionaria. Si determinadas expectativas sociales sobre el sexo resultan opresivas, lo que corresponde es rechazarlas o exigir respeto para los que no las aceptan, que es justamente lo que ha hecho el feminismo. En cambio, la teoría de la identidad de género alienta la interiorización de estereotipos de género y aporta como solución la dependencia de fármacos de por vida y la mutilación.

Pero el error más grave desde el punto de vista médico y psicológico, como ya han reconocido en Finlandia, Suecia y Reino Unido, que por ello han cambiado recientemente el tratamiento de la disforia de género juvenil. La primera razón es que la disforia de género no revela siempre un género (o sexo) «inherente y profundo», sino que existen situaciones personales distintas, con evoluciones también diversas. En el 90% de los casos las personas con disforia en la infancia o la adolescencia se reconcilian con su sexo biológico antes de llegar a la edad adulta. El reciente informe británico señala que la disforia de género puede estar provocada, entre otros, por un proceso de maduración, traumas, autismo, dudas sobre la orientación sexual, etc… y que la solución puede ser el cambio de sexo, la confirmación de una orientación sexual, la desaparición de la disforia u otras. Esto implica que la afirmación del sexo sentido no es la única opción y que es necesaria la intervención de psicólogos y médicos cuando existen patologías concurrentes. Además, no está comprobado que las terapias de afirmación del sexo sentido tengan efectos positivos. Hay estudios (Littman) que advierten de un empeoramiento de la situación psicológica de las adolescentes tras comenzar con la transición social. El nuevo protocolo finlandés señala que el enfoque afirmativo puede interferir con el proceso natural de desarrollo de la identidad en los jóvenes, y que al no estar comprobados sus efectos positivos, debe considerarse experimental. Esto es aplicable no solo a la transición médica sino a la social, como se advierte en este artículo reciente.

«Finlandia, Suecia y Reino Unido rechazan la administración de bloqueadores de la pubertad u hormonas a menores»

Finalmente hay que advertir que el cambio de sexo físico no es posible: como mucho se consigue una apariencia del otro sexo, pero nunca su funcionalidad reproductiva ni sexual. Estos tratamientos consisten en la administración de por vida de hormonas que tienen gravísimos efectos secundarios, y en la realización de cirugías que implican la infertilidad y la anorgasmia. Es totalmente incoherente que la ley pretenda «despatologizar» la disforia y que mismo tiempo su tratamiento consista en agresivos tratamientos médicos -eso sí, sin diagnóstico alguno-. 

Por todas estas razones, en Finlandia, Suecia y Reino Unido, los nuevos protocolos para la disforia de género juvenil prescriben la atención psicológica individualizada, la espera atenta y el tratamiento de patologías concurrentes, y rechazan la administración de bloqueadores de la pubertad u hormonas a menores.

Por desgracia esto va a ser difícil en España con la nueva ley, pues impone graves sanciones a  «la promoción o la práctica de métodos, programas y terapias de aversión, conversión o  contracondicionamiento, en cualquier forma, destinados a modificar la orientación o identidad sexual o la expresión de género de las personas, incluso si cuentan con el consentimiento de la persona interesada». La indefinición de la norma hace que la simple explicación de las graves consecuencias para la salud de los tratamientos hormonales pueda considerarse un método de aversión o «contracondicionamiento» (sea lo que sea esto, ya que la palabra no está siquiera en el diccionario). La terapia de espera atenta podría considerarse una terapia de aversión -y este artículo una promoción de la misma-. Todo ello puede llevar a que médicos y psicólogos no se atrevan a prestar la atención que consideran más adecuada, y que no se pueda informar bien a las personas.

La norma, al ser tan vaga, podría tener un efecto inesperado, en sentido contrario. Si un educador indica a unos padres las tendencias supuestamente «femeninas» en un niño, podría ser acusado de «conversión» de una expresión de género en identidad de género. Los médicos que receten bloqueadores de la pubertad u hormonas podrán ser sancionados por convertir una identidad de género en identidad sexual

Todo esto parece una locura, porque lo es. Lo que hace falta no es una ley basada en una teoría acientífica, sino respeto a todas las personas y a la ciencia. Ojalá padres y maestros se informen adecuadamente y ojalá psicólogos y médicos investiguen esta cuestión sin prejuicios y traten a las personas en dificultades atendiendo a sus verdaderas necesidades. Ojalá cambie esta Ley. 

Segismundo Alvarez Royo-Villanova es jurista.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D