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Las palomas se meriendan el patrimonio

Las consecuencias son el deterioro de las superficies, la alteración de los colores o la disgregación de las partes que puede causar roturas en los monumentos

Las palomas se meriendan el patrimonio

Foto: Louis Pellissier | Unsplash

Si pensamos en Venecia, nos podemos imaginar en la plaza de San Marcos rodeados de arquitecturas que nos emocionan y nos trasportan a otras épocas. Pero en la plaza no estamos solos. Entre los turistas y los venecianos también están las palomas.

Ellas no se fijan en los monumentos y, de hecho, ni los respetan. Viven en los huecos de las piedras de los edificios y se posan sobren las esculturas excretando sus deposiciones sin miramientos.

Un problema de la conservación del patrimonio cultural es la presencia de aves y las consecuencias de ello son elevados presupuestos en campañas de restauración.

Pero ¿cómo podemos explicar a las palomas que deben respetar los monumentos?

Ataques al patrimonio

No podemos razonar con las palomas y sus ataques al patrimonio se pueden cuantificar en cifras muy elevadas. En 2008, Venecia llegó a calcular un coste de 275 euros anuales por habitante o un promedio de 16 a 23 euros por cada paloma veneciana. Entre los principales problemas de conservación derivados de su presencia podemos citar la acumulación de excrementos, pero también el desgaste de las piedras y la corrosión de las superficies metálicas.

El busto de Dante en el Arsenal de Venecia parece incómodo con tanto guano y palomina.
LFT

Las obras de arte que encontramos en la intemperie de nuestras ciudades y pueblos pueden verse cubiertas por palomina y guano, los excrementos de las palomas. El componente ácido de estas deposiciones produce corrosión en materiales como el bronce. Algunos estudios recientes, por ejemplo el del 2022 centrado en Nepal, han analizado casos concretos para buscar soluciones a un problema de nivel internacional. Los excrementos también se convierten en caldo de cultivo para bacterias y hongos, lugar de crecimiento de líquenes y musgos.

Las consecuencias son el deterioro de las superficies, la alteración de los colores o la disgregación de las partes que puede causar roturas, grietas, desprendimientos u otras lesiones. Estas deposiciones son también una posible vía de contagio de enfermedades zoonóticas, las de origen animal que pueden afectar al ser humano.

Además, las palomas desgastan las piedras monumentales para agarrarse mejor a las superficies. Narices y hombros de las esculturas pueden verse dañadas para asegurarse una estabilidad cuando se posan cansadas de volar. Con estas acciones de erosión también se liman el pico.

Lo más sorprendente es que hasta ingieren las piedras. Plantearse que las palomas pueden comerse nuestros bienes culturales parece de ciencia ficción, pero así es. Como otras aves, la ingesta de piedras les ayuda en sus procesos de digestión. Muchos monumentos fueron construidos con piedras areniscas que son muy fácilmente erosionables por las inclemencias meteorológicas, por la contaminación atmosférica o por la presencia de nuestras aves.

¿Qué soluciones podemos aplicar en las ciudades por parte de los organismos de protección patrimonial?

Dos palomas se apoyan en el saliente de una fachada en Córdoba.
Palomas en Córdoba. ¿Acicalándose o dándose un festín?
Jose Gonzalvo Vivas / Flickr, CC BY-NC-ND

Respeto animal ante todo

Los pinchos, los repelentes sónicos o los geles tóxicos han sido algunas de las propuestas que se han ido probando. Estos remedios han sido más o menos eficaces para poner freno a este problema, pero no definitivos. Pueden ser en ocasiones dañinos para los animales y, al fin y al cabo, lo más importante es evitar herirlos.

Por ello han ido cayendo en desuso los pinchos que empezaron a poblar las cornisas hace unos años. Con el tiempo se ha visto que este sistema producía heridas a las aves sin evitar los problemas de acumulación de defecaciones, a las que encima debemos añadir las hojas u otros materiales que se quedan atrapados entre los pinchos y provocan atascos en bajantes o canalones.

Una paloma se asoma tras una pared.
Las palomas se encuentran por todas partes en las ciudades.
Sneha Cecil / Unsplash

Las nuevas experiencias han optado por las mallas de plástico, habitualmente de polietileno de alta densidad, que pueden fabricarse con la tonalidad del monumento que protegen, aislándolo de las aves que no pueden anidar en los salientes ni acceder a los huecos existentes. En Córdoba ya hace unos años que se han instalado en las fachadas de algunas de sus iglesias.

También se han puesto en marcha algunas medidas anticonceptivas para el control poblacional, como la experiencia barcelonesa que ha reducido su presencia en un 60 %. Estas pueden incluir la vigilancia de los palomares para reducir el número de crías, la extracción de los huevos o el ofrecer alimentos con productos que reducen la capacidad de reproducción, así como la captura y traslado de los especímenes a otras zonas fuera de los núcleos patrimoniales.

Estas acciones se desaconsejan por el efecto traumático que pueden tener en las aves y la necesidad de compatibilizar su existencia junto a nuestro patrimonio. Es mejor recurrir a programas basados en sistemas ecológicos y sostenibles a nivel económico, pero también duraderos y éticos, que requieren estudios previos adaptados a las necesidades de cada caso específico.

Un ejemplo es el uso de cetrería en la Alhambra. Este arte Patrimonio de la Humanidad con aves rapaces intimida a las palomas, que se desplazan hacía otros asentamientos.

Y si convertimos el tradicional espantapájaros en una figura que reproduzca a una de estas aves que las asustan, ellas mismas buscarán otros lugares en los que anidar. Ya que no podemos explicarles por qué deben respetar los monumentos, debemos buscar maneras diferentes de lidiar con nuestras vecinas, las palomas.The Conversation

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Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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