De todas las actividades de ocio del ser humano, una de las más cuestionadas hoy en día es el juego. Se criminaliza a las empresas, se patologiza a los usuarios que lo practican y se les atribuyen todo tipo de vicios. En los textos legales y en parte de la opinión pública se asume el lugar común de que representa un problema nuevo que afecta a las sociedades modernas. Sin embargo, la relación del ser humano con el juego es tan antigua como su propia existencia. La oposición moral a su ejercicio tampoco es novedad y en todas las épocas, una parte de la sociedad ha visto el juego como algo contrario al desarrollo de las personas y ha interpuesto diversos obstáculos morales ante su práctica. Sin embargo, la capacidad lúdica es una de las dimensiones de la evolución humana que nos ha acompañado desde el comienzo de nuestra historia y constituye una de las formas más primitivas de interacción entre personas.
La antropología nos dice que la parte lúdica de la naturaleza humana que contiene los juegos con contrapartida representa una dimensión que tiene importancia en el desarrollo de las personas y las comunidades. Existe un consenso alrededor de la visión del juego como una parte del proceso de aprendizaje de la persona. De alguna manera, lo lúdico en general estructura el sistema cognitivo, afectivo y emocional y nos permite crear espacios de libertad que nos capacitan para romper el orden simbólico que rige en nuestro modelo de pensamiento.
Las características comunes a todos los tipos de juego incluyen la incertidumbre frente al resultado, un lenguaje propio representado a través de unas reglas marcadas con anterioridad, elementos de ficción que parten de la imaginación, elementos de posibilidad, objetivos, un anhelo de diversión y, en muchos casos, una contrapartida.
Las evidencias arqueológicas nos hablan de culturas antiguas que disfrutaban del juego, integrándolo como parte de eventos culturales propios de la comunidad. El historiador y filósofo holandés, Johan Huizinga, autor del ensayo de referencia en este campo ‘Homo ludens’ (1938), afirmó que «sin cierto desarrollo de una actitud lúdica -apunta ninguna cultura es posible».
Huizinga habla del juego como «un intermezzo en la vida cotidiana, ocupación en tiempo de recreo y para recreo». También admite en sus investigaciones que «se convierte en acompañamiento, complemento, parte de la vida misma en general. Adorna la vida, la completa y es, en este sentido, imprescindible para la persona, como función biológica, y para la comunidad, por el sentido que encierra, por su significación, por su valor expresivo y por las conexiones espirituales y sociales que crea; en una palabra, como función cultural», concluye.
Miles de años de historia
Las evidencias del juego se pierden en los orígenes mismos del hombre. Uno de los hallazgos más antiguos consiste en las 49 piezas del juego de Basur Höyük, un yacimiento arqueológico al sur de Turquía. Algunas de las fichas encontradas representan animales, pirámides, o simplemente formas redondas aunque también encontraron dados y tres fichas de conchas blancas. La historia hace referencia a otros antiguos juegos como el juego real de Ur en Mesopotamia, el Senet y Perros y chacales en el antiguo Egipto, o el Juego de la Estrella en el Imperio Medio sobre los que existe documentación extensa y consistente. El bingo, que tanto se practica en nuestros días, encuentra sus raíces hace siglos. Algunos autores creen que tiene su origen en el cobro de impuestos de las provincias del Imperio Romano y otros sostienen que está relacionado con juegos de lotería de la época de la unificación de los reinos de Italia en el siglo XVI.
Muchos de los juegos han encontrado su interés en que el ganador recibía una contrapartida de bienes materiales, ya fueran dinero o de otro tipo. En China, los arqueólogos encontraron registros de apuestas con más de 3.000 años de antigüedad. Fue allí donde aparecieron los naipes, ya que aquella cultura inventó el papel, aunque las primeras reglas de apuestas escritas se encontraron en India.
Uno de los juegos antiguos más populares de los que tenemos constancia es una versión primitiva del famoso juego de los dados, conocido como El juego de la taba, una práctica que ha existido en las civilizaciones griega y romana, y que hoy en día continúa viva en algunas zonas del mundo. En el juego de la taba se usan huesos de animales, comúnmente de las patas del cordero, realizando con frecuencia apuestas. En Roma, la afición por el juego de apuestas con tabas (‘tali’) era común en todos los estratos sociales. Algunos historiadores como Suetonio documentaron que lo disfrutaban incluso los emperadores como Augusto o Nerón. Durante el siglo XX, las tabas gozaron de tal popularidad, que fue necesario cambiar el material del que estaban hechas, utilizando alternativas en plástico o metal.
Desde aquel primitivo juego formado con huesos, hasta los vanguardistas juegos online, la industria del juego ha ido evolucionando al ritmo que marcan los cambios culturales y las transformaciones tecnológicas, que se han acelerado en los últimos años aunque la base de la relación del juego con el hombre permanece inalterable.