El 26 de enero de 2023, un incendio arrasó la fábrica de Cascajares en Dueñas (Palencia). En cuestión de horas, tres décadas de trabajo quedaron reducidas a escombros y cenizas. Maquinaria, naves, almacenes… Nada sobrevivió. Nada, salvo el espíritu de una empresa que se niega a rendirse.
El proyecto ‘La Fuerza Invisible’, promovido por el Instituto de la Empresa Familiar, tiene como objetivo contar en vídeo historias empresariales peculiares que permitan transmitir a la sociedad los valores de constancia y superación, así como la capacidad de innovación. En esta entrega, el tenor José Manuel Zapata viaja hasta las ruinas de la antigua fábrica para conocer cómo fue ese incendio y cómo Cascajares ha conseguido renacer de las cenizas.
«Vi una llamada a las seis y ya le llamo, digo: Paco, ¿qué ha pasado? Y las palabras suyas fueron: ‘Simón, se ha quemado todo’. No me lo podía creer. Dije: esto es un simulacro, ¿no? Y me respondió: ‘Ni simulacro ni nada, Simón, se ha quemado todo’», recuerda Simón, trabajador de la empresa.
Sin embargo, la reacción de Alfonso Jiménez, cofundador de Cascajares, marcó el rumbo del renacer y la recontrucción: «Aquí no ha pasado nada personal. Estos son solo ladrillos y hierro. Volveremos a fabricar en otra fábrica».
El capital humano de Cascajares
Ese mismo día, la ‘fuerza invisible’ que une a trabajadores, familias, clientes y amigos se hizo presente. «Acabamos el día todos diciendo: esto es una oportunidad para renacer como el ave Fénix», relata Simón.
El incendio golpeó con fuerza, pero también reveló el tejido humano que sostiene a Cascajares. «Ha sido un vaivén de emociones impresionante. Cada vez que vienes te toca el corazón y sientes cómo tanta gente a tu alrededor quiere ayudarte. Ahí es cuando te emocionas de verdad, cuando ves un montón de manos que te sujetan en un momento muy duro», explica Eva, trabajadora de la compañía.
La solidaridad fue inmediata: «Desde el primer día nos dijeron: ‘Os vamos a ayudar en lo que haga falta, el tiempo que haga falta’. Eso es lo que más te emociona», añade.
De los capones a la innovación
La historia de Cascajares comenzó en los años noventa, cuando dos jóvenes, Paco Iglesias y Alfonso Jiménez, criaron un centenar de capones en una finca familiar. Para poder venderlos, decidieron envasarlos como confit en lata. «Fue un éxito. Lo que no habríamos vendido en un año entero lo vendimos en un mes», recuerda Jiménez.
Desde entonces, la empresa no ha dejado de innovar. Fue la primera en Europa en celebrar el Día de Acción de Gracias, de la mano del chef José Andrés, y ha expandido su negocio a Canadá, donde reproducen recetas tradicionales españolas como el cochinillo segoviano.
Entre sueños y compromiso social
Más allá de los negocios, Cascajares siempre ha mantenido una fuerte vocación social. «Nuestro primer trabajador ya fue un chico con discapacidad. Nos dimos cuenta de que, cuando aprenden a hacer algo, lo hacen con tanta pasión e ilusión que contagian a todos», explica Jiménez.
Cada Navidad, la empresa organiza una subasta solidaria de capones que ha recaudado casi dos millones de euros en 24 años. «Gracias a esa subasta, todos los años 10 o 15 chicos pueden tener una beca. Si hay buena gente, aunque no haya empresa, se construirá empresa», sostiene el cofundador.
Lo que el fuego no pudo destruir
Del incendio solo quedaron en pie el cartel de la fachada y la caja de las subastas solidarias. «Es lo único que no se quemó. Cuando entré con la policía judicial estaba todo arrasado por el fuego, menos la caja», cuenta Jiménez.
Para Cascajares, esa caja representa mucho más que un objeto: guarda el alma de la empresa, la de sus trabajadores y familias. El incendio pudo llevarse ladrillos y máquinas, pero no consiguió destruir la «fuerza invisible» que los mantiene unidos.
«Nos hemos dado cuenta de que nos hemos levantado tan rápido gracias a la gente. Si no fuera por las personas, este proyecto no volvería a levantarse. Y va a levantar más fuerte si cabe, porque tenemos una gente maravillosa», concluye Jiménez.