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Cuidar el cerebro a través de las relaciones: el arte de «bienvejecer»

Cuidar el cerebro a través de las relaciones: el arte de «bienvejecer»

Vivir más años nunca había sido tan posible como hoy. Los avances médicos y los nuevos hábitos de vida nos han regalado décadas extra, pero cada vez más expertos coinciden en que la verdadera meta no es sumar tiempo, sino sumar calidad a los años. Envejecer bien implica cuidar no solo el cuerpo, sino también la mente y las emociones. Y en ese camino, las relaciones humanas —los vínculos auténticos, la conexión real con otros— se revelan como uno de los mayores protectores del cerebro y de la salud mental a largo plazo.

En el marco de la campaña «Bienvejecer», impulsada por ASISA, el director del Servicio de Psicología en la clínica HLA Montpellier, Santiago Pérez Hernández, y la neuropsicóloga del mismo centro, Mónica Pérez, reflexionan sobre cómo el bienestar emocional y las relaciones significativas pueden convertirse en un escudo frente al deterioro cognitivo.

«El deterioro cognitivo es una pérdida progresiva de capacidades como la memoria, la atención o la planificación, que puede interferir en el día a día», explica Mónica Pérez. «No siempre implica una demencia, pero sí es una señal de alerta de que algo está cambiando y conviene prestarle atención». Según la especialista, las causas pueden ir desde factores genéticos o neurológicos hasta hábitos poco saludables, estrés crónico o incluso el aislamiento social. «La buena noticia es que muchos de ellos son modificables», añade.

La importancia de mantener relaciones sólidas

La prevención, subrayan, debe comenzar incluso antes de los 40. «A los 30 ya empezamos a construir lo que llamamos reserva cognitiva», comenta la neuropsicóloga. «Cuidar el cerebro no empieza cuando aparecen los olvidos, debemos hacerlo mucho antes». Para el director del Servicio, se trata también de una tarea emocional: «La prevención no es solo cuestión de hábitos, sino de modificar los patrones de defensa que limitan la conexión profunda. Vincularnos de forma auténtica es una inversión en la calidad de nuestra vida relacional».

Las investigaciones actuales confirman que mantener redes sociales sólidas tiene un efecto directo sobre la salud cerebral. «Cada interacción estimula zonas del cerebro relacionadas con la memoria, el lenguaje y la empatía. Cuando hablamos o compartimos emociones, estamos literalmente entrenando nuestro cerebro», explica Mónica Pérez.

Imagen de la campaña «bienvejecer» impulsada por ASISA.

Ese efecto protector del vínculo es, según ambos, real y poderoso. «Las relaciones significativas actúan como un escudo, nos ayudan a regular el estrés, mejorar el ánimo y mantener la mente activa», afirma la neuropsicóloga. «No se trata de tener muchos amigos, sino de tener relaciones auténticas y satisfactorias». Pérez añade que «solo la conexión genuina puede desmantelar las defensas que nos aíslan; la autenticidad es el verdadero protector frente al desgaste emocional».

El poder de una buena conversación

Durante una conversación, el cerebro realiza un ejercicio complejo y beneficioso. «Memoria, atención, lenguaje, empatía, control emocional… todo se activa a la vez», describe Mónica Pérez. «Por eso la interacción social es una de las actividades más completas para mantener el cerebro joven». Santiago Pérez coincide y añade un matiz emocional: «Interactuar nos obliga a salir de nuestra propia perspectiva y tolerar la ambigüedad. Esa flexibilidad emocional es un entrenamiento de altísimo nivel».

El aislamiento, en cambio, tiene un efecto devastador. «Aumenta el riesgo de depresión, ansiedad e incluso de mortalidad», advierte la neuropsicóloga. «Cuando una parte de nuestra salud —mental, física o social— se debilita, las otras también lo hacen». Desde la visión clínica, Santiago Pérez es contundente: «El sistema nervioso interpreta el aislamiento crónico como una amenaza a la supervivencia. La soledad percibida daña activamente el cerebro».

Para prevenirlo, Mónica Pérez recomienda «mantener la iniciativa y la curiosidad por los demás». «Recuperar amistades, participar en actividades comunitarias o simplemente conversar con los vecinos puede tener un gran impacto», dice. Santiago Pérez concluye: «Fortalecer redes implica superar resistencias internas. No basta con reunirse; hay que compartir experiencias y emociones reales. Solo así la implicación social se convierte en una fuerza protectora».

El bienestar emocional no es un lujo, sino una necesidad biológica. Cultivar vínculos auténticos, cuidar el cerebro y mantener viva la conexión humana son pilares del «bienvejecer». Envejecer bien no es solo cuestión de tiempo, sino de cómo aprendemos a sentir, compartir y vincularnos con los demás.