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Las toallitas del váter: el gesto millonario que atasca la red de saneamiento de Madrid

Las toallitas del váter: el gesto millonario que atasca la red de saneamiento de Madrid

Un trabajador retirando los residuos solidos. | @Canal de Isabel II

En Madrid, cada vez que alguien tira una toallita por el váter, comienza una cadena de problemas que acaba costando millones. Puede parecer un gesto inofensivo, rápido y práctico. Pero detrás de ese acto cotidiano se esconden toneladas de residuos, atascos en las tuberías, averías en las depuradoras y daños al medio ambiente. Solo el año pasado, Canal de Isabel II retiró más de 33.000 toneladas de residuos sólidos de sus instalaciones. La mayoría, toallitas húmedas.

Cada madrileño vierte, de media, más de cuatro kilos de residuos al año por el váter. Por este motivo, Canal de Isabel II ha lanzado una campaña: Encesta las toallitas en la papelera, con el objetivo de concienciar y tratar de reducir el atasco que provocan en las redes e infraestructuras de saneamiento. Las toallitas son un producto cómodo, sí. Pero, a diferencia del papel higiénico, no se deshacen en el agua. Están hechas con fibras sintéticas y resistentes que tardan mucho en degradarse. Cuando se tiran al inodoro, emprenden un viaje por las tuberías domésticas que puede terminar en desastre.

Primero, se enredan en las cañerías de la vivienda. Si logran salir, pasan a la red de alcantarillado. Allí se mezclan con grasas, detergentes y otros restos que actúan como pegamento. Resultado: tapones, malos olores, bombeos averiados y, en última instancia, fallos en las estaciones depuradoras.

Una factura millonaria para los madrileños

A diario, se extraen de los pozos y colectores montones de trapos, compresas, bastoncillos y preservativos. Canal de Isabel II, responsable de la gestión del agua y el saneamiento en la Comunidad de Madrid, dedica cada año más de 5 millones de euros solo a paliar los efectos de estas malas prácticas. El coste incluye la retirada de residuos, el transporte a vertedero, la limpieza de bombas, la reparación de equipos e incluso el aumento del consumo eléctrico que suponen los atascos.

Y eso es solo a escala regional. En toda España, según la Asociación Española del Agua Urbana (DAQUAS), el sobrecoste ronda los 230 millones de euros anuales. Se calcula que los residuos no biodegradables incrementan entre un 10% y un 15% el presupuesto destinado al mantenimiento del saneamiento.

Los ríos también pagan el precio

El problema no se queda bajo tierra. Cuando llueve con fuerza, el agua de las calles y la de los desagües domésticos circulan juntas por la red de alcantarillado. Si el sistema se satura, el exceso de caudal se libera —sin tratar— a los ríos a través de los llamados aliviaderos.

En la Comunidad de Madrid hay más de 1.000 de estos puntos de vertido. Canal de Isabel II ha instalado rejillas, mallas y sistemas de contención en unos 300 de ellos para atrapar los residuos antes de que lleguen al cauce. Solo con ellos, el año pasado se recogieron unas 2.000 toneladas de basura sólida de estos puntos de desbordamiento. Es decir, toneladas de toallitas, bastoncillos y plásticos que deberían haber acabado en una papelera, no flotando en el Manzanares o el Jarama.

Residuos atrapados en un aliviadero. @Canal de Isabel II

Una red bajo presión

La red de saneamiento madrileña tiene 16.000 kilómetros de longitud, una especie de autopista subterránea que conecta viviendas, colectores, estaciones de bombeo y depuradoras. Todo lo que tiramos por el fregadero o el váter acaba recorriendo ese laberinto antes de ser tratado.

Las depuradoras son las últimas en la cadena. Allí, los residuos sólidos se retiran mediante grandes rejas o cucharas mecánicas. Pero las toallitas son tan resistentes que, muchas veces, atraviesan los filtros y terminan enredándose en las bombas hidráulicas. Cuando eso ocurre, los operarios deben intervenir manualmente para desatascar el sistema, con el consiguiente riesgo y coste añadido.

Frente a un problema tan caro y molesto, la solución es sorprendentemente sencilla: solo el papel higiénico puede ir al váter. Todo lo demás —toallitas, compresas, bastoncillos, algodones, preservativos o chicles— debe acabar en el cubo de basura.

Y el problema no viene solo de los hogares. Parte de estos residuos también llega desde las calles: colillas, envoltorios, chicles o incluso pelusas y pelos que terminan colándose por los imbornales cuando llueve. La ciudadanía tiene en su mano resolver buena parte del problema para lograr un mejor desempeño de los recursos públicos por el bien de todos.