Durante años, el futuro de las finanzas se presentaba como una dicotomía entre el sistema bancario tradicional y el ecosistema cripto. Sin embargo, es evidente que esta visión cada vez está más obsoleta. Hoy estamos asistiendo a la construcción de una nueva infraestructura financiera que integra ambos mundos y redefine cómo se mueve el dinero y cómo se accede a la inversión.
En el centro de esta transformación se encuentran dos palancas clave, las stablecoins y la tokenización de activos. Aunque puedan parecer complejas desde fuera, ambos responden a una lógica muy sencilla: hacer que las transacciones y los vehículos de inversión sean más rápidos, más baratos y accesibles.
Pagos más simples y eficientes para todos
Las stablecoins, a menudo descritas como la “killer app” de las criptomonedas en este ciclo, han superado los 300 mil millones de dólares en capitalización de mercado este año, impulsadas en gran parte por regulaciones más claras como la Ley GENIUS en EE. UU. Su valor va mucho más allá del ámbito cripto: cada vez más se utilizan como una capa de infraestructura financiera, no como un activo especulativo.
Su principal aportación es resolver un problema ampliamente conocido: la complejidad de mover dinero entre países. Una transferencia internacional tradicional puede costar más de doce dólares y tardar varios días en completarse, mientras que una operación equivalente mediante una stablecoin cuesta apenas una fracción de céntimo y se ejecuta en cuestión de segundos. Basta con observar estas cifras para comprender por qué cada vez más personas, empresas e instituciones recurren a las stablecoins para efectuar pagos y transferencias internacionales de forma más rápida, barata y transparente.
Esto no significa que vengan a sustituir la infraestructura existente, sino que vienen a complementarla allí donde aportan eficiencia: permiten transferencias transfronterizas más rápidas y transparente, una liquidación más ágil entre instituciones y una gestión de liquidez más eficiente para las empresas. Como ocurrió con las videollamadas, que no eliminaron las reuniones presenciales, el usuario no piensa en la tecnología que hay detrás, sino en si funciona, si cuesta menos y si le facilita la vida. En este caso, la respuesta es indudable.
De los activos físicos a los digitales
La tokenización avanza en una dirección similar, aunque su impacto se concentra en el ámbito de la inversión y de los mercados financieros. Consiste en crear una representación digital segura de un activo del mundo real, como un inmueble, un bono o un fondo, que permite operar con él de forma mucho más ágil que con los sistemas actuales, todavía anclados en ciclos de liquidación mucho más largos.
Mientras, la tokenización hace posible que este proceso de liquidación ocurra prácticamente al instante. Esto reduce riesgos, libera capital y, sobre todo, reduce las barreras de entrada, permitiendo que perfiles de inversor muy distintos accedan a oportunidades que históricamente estaban reservadas a unos pocos.
Diversos organismos internacionales subrayan la magnitud de este cambio. Deloitte estima que solo la tokenización inmobiliaria podría alcanzar un volumen de cuatro billones de dólares en la próxima década. El Foro Económico Mundial señala, además, que esta tecnología será clave para democratizar el acceso a los mercados. No hablamos de ciencia ficción, sino de aplicar a los activos financieros la misma lógica que transformó sectores como la música, los libros o los viajes cuando pasaron al entorno digital: mayor velocidad, menor coste y un acceso mucho más amplio.
Una industria que empieza a reorganizarse
La reacción del sector financiero confirma que esta transición ya está en marcha. Instituciones tradicionales y compañías tecnológicas están colaborando para desarrollar productos tokenizados regulados que puedan operar con plenas garantías. Fondos e instituciones empiezan a utilizar estos activos en sus operaciones y a integrarlos en sus modelos de riesgo.
No es un movimiento aislado, sino una reorganización progresiva hacia un modelo híbrido donde la tecnología aporta eficiencia sin romper con lo que ya funciona. Esta evolución no supone elegir entre banca o cripto, sino entender que ambos mundos pueden complementarse. Los bancos seguirán siendo esenciales, la regulación seguirá proporcionando estabilidad y confianza, pero la infraestructura, la forma en que circula el dinero y se accede a la inversión, será distinta a la que conocíamos hasta ahora.
Un futuro financiero más accesible
El resultado de todo este proceso apunta a un sistema financiero más rápido, más global y, sobre todo, más accesible. Las stablecoins facilitan pagos inmediatos y económicos; la tokenización permite que activos tradicionales funcionen con la fluidez de cualquier herramienta digital; y la regulación establece el marco necesario para que todo ello se desarrolle de manera segura y con garantías.
Como ocurrió con otros grandes cambios tecnológicos, la mayoría de los usuarios no serán conscientes del momento exacto en que esta transformación se consolide. Simplemente notarán que enviar dinero o invertir es más sencillo, más rápido y más accesible que antes. Ese será el verdadero indicador de que esta nueva infraestructura financiera ha llegado para quedarse.
Su impacto será gradual, como lo fue en su día el paso del efectivo a la tarjeta o de la sucursal al móvil. Pero es un cambio que ya ha comenzado y que, dentro de unos años, se verá como un paso natural en la evolución de cómo nos relacionamos con el dinero. No sólo transformará los mercados, sino también la forma en que cada uno de nosotros entiende la economía en su día a día.
