¿Cuántos árboles hay?
Los árboles que a mi parecer urge contar son esos que empiezan dolorosamente a faltarnos: encinas que sufren la seca, robles que son talados a matarrasa (¡todavía hoy!), alcornoques que sucumben a los incendios.

Los árboles que a mi parecer urge contar son esos que empiezan dolorosamente a faltarnos: encinas que sufren la seca, robles que son talados a matarrasa (¡todavía hoy!), alcornoques que sucumben a los incendios.
Si bien le debemos la vida a las especies antepasadas, más aún a las que son nuestras contemporáneas porque compartimos con ellas el mismo tiempo que nos ha tocado en el mundo y, probablemente, también el mismo destino.
Cuando el sol está escondido tras el horizonte la arena del desierto se vuelve rosa, como en esta impresionante imagen de uno de los globos más grandes del mundo.
No hay mejor idea que cambiar impresiones a la luz de la hierba en otoño, esa luz que cae desde más bajo, porque el sol alcanza menos altura sobre el horizonte, y saca entre las briznas unos destellos que es la luz, como un pájaro, posándose sobre los hilos de las arañas.
En la cárcel dejaron con toda probabilidad a los que más protestan, por si acaso, mientras sueltan, inocentes, a estas mujeres silenciosas como una flor que hace señales de auxilio con su belleza.
Se diría que han puesto los indios el dedo pulgar, o el índice, para pintar en la frente oscura del Universo un punto rojo. Es como si nos hubiera faltado hasta ahora la mirada de la India.
Si se observa con detenimiento esta preciosa imagen de la isla, se ve, muy al fondo, lo que quizás fuera un faro, donde tal vez algún torrero, mirando el horizonte, en su inmensa soledad, escribió con el pensamiento frases profundas como el océano.
Son como un sueño estos días en los que el sol alcanza menos altura sobre el horizonte y viene tan humilde y tan bajo que se diría que te toca la espalda para que te vuelvas a mirarlo, y cierres los ojos; o para acompañarte como un amigo que te pasa mientras caminas el brazo por los hombros.
Esa mirada del tejón, resulta aún más triste por la oscuridad del antifaz de rebeco que lleva puesto mientras de noche sale a cortar la hierba con una delicadeza que nosotros, remediadores de problemas a lo bruto, desconocemos.