La literatura y el falso gótico
Cuando el gothic revival (GR a partir de ahora) se extingue, le sucede como al gótico antiguo y cae en el olvido durante cincuenta años. Ningún ensayo o estudio serio se publica entre 1880 y 1928. En ese año aparece el libro de Kenneth Clark titulado, adecuadamente, The Gothic Revival, con un subtítulo que dice An essay on the History of Taste y es, en efecto, la primera noticia sobre ese “cambio del gusto” que haría rebrotar formas medievales en un contexto sorprendente. Hubo una segunda edición en 1949 a la que Clark le añadió unas divertidas notas en las que el autor de 1949 criticaba al autor de 1928. Luego se reimprimió en varias ocasiones a lo largo de las siguientes décadas: yo cito por la edición Penguin de 1964, siguiendo el orden y la exposición de Clark porque no ha habido, después de él, nada que lo supere.
La razón es que, todavía hoy, este sigue siendo, para mí, el ensayo más inteligente e irónico acerca de la cuestión, en especial porque Clark era crítico con el GR, ya que estaba entonces influido por el estilo racionalista internacional, la vanguardia de la arquitectura en aquellos años, un movimiento mil veces más próximo al clasicismo griego que al gótico medieval. La colosal extensión del GR por toda GB y su traslado al continente es lo que llevó a Clark a subtitular su ensayo como una investigación sobre un fenómeno del gusto, o de la moda, porque es sorprendente que de golpe floreciera una producción gótica de semejante envergadura en todo el mundo civilizado, incluidas bastantes ciudades americanas, sin que las sociedades tuvieran ya la más mínima conexión con el cristianismo medieval.
La historia de las iglesias cristianas, en gran Bretaña, había sido muy particular. El gótico primero, del XIII y XIV, se llamó allí decorated gothic (“ornamental o decorado”, en español) (Il. 40 Lincoln) y el posterior, de mediados del XIV al XVI, se llamó vertical gothic (que es nuestro flamígero) (Il. 41 Wells). Después de estos soberbios templos ya se impondrían las diversas formas del eclecticismo arquitectónico. En su desarrollo, ambos estilos, decorated y vertical, fueron imitados por el revival, aunque sólo los británicos son capaces de distinguirlos. De todos modos, su impulso inicial, lo que los hizo surgir, no fue una pasión arquitectónica, sino literaria. El GR se produjo como una imitación de la literatura, la materialización de un sueño.
Cuando, en 1764, Horace Walpole (1717-1797) publica su novela The Castle of Otranto, inaugura lo que se iba a convertir en una moda internacional, la novela gótica. Se trataba de historias rocambolescas, con escenas nocturnas y tenebrosas, así como mucho claro de luna, enterramientos e incluso fantasmas. En 1789, por poner un ejemplo español, Cadalso escribió sus “Noches lúgubres” con cementerios a la luz de la luna y enterramientos macabros. Tanto en aquella novela de Walpole como en sus innumerables semejantes aparecen constantemente ruinas góticas o templos góticos abandonados que casi siempre aparecen en bellas claridades nocturnas. Walpole fue uno de los primeros en declarar que había que acabar con el término “gótico” en sentido despectivo, como bárbaro o salvaje, y le dio un contenido poético, es decir, romántico: “Para ser sensible a la belleza griega, dijo, basta con tener buen gusto, pero para amar el gótico es imprescindible la pasión”. Se comenzaba a producir un trastorno sentimental que iba a sepultar el racionalismo renacentista de los matemáticos italianos en la pasión romántica de los burgueses británicos.
La mansión que mandó construir Walpole en su propiedad de Strawberry Hill, una fantasía “gótica”, es la primera en usar elementos que se suponían medievales como ornamento de las clases acomodadas y elegantes. A esta moda se apuntarían de inmediato decenas de grandes propietarios que estaban cansados de la oscuridad y sordidez de sus interiores. Una vez más, la necesidad de iluminar el espacio interviene decisivamente en el gusto (Ill, 42, 43 y 44 Strawberry).
Esta resurrección constructiva coincide con otras invenciones del romanticismo inglés como el estilo llamado picturesque (pintoresco), que incluye la renovación de los parques y jardines comenzada en 1750 por el gran Capability Brown y en la que se usan con profusión las falsas ruinas, los templetes griegos y los puentes romanos con el fin de introducir escenas novelescas y visiones fantásticas en el paseo de los propietarios y sus invitados (Il. 45 C. Brown). Se trata de un proceso acelerado de visualización que busca la dramaturgia y la fruición subjetiva, lo cual no era sino el principio del fin de la palabra y la razón como herramientas esenciales de la sociedad ilustrada. Comenzaba el dominio del espectáculo visual.
En cuanto al imaginario escrito, sube con fuerza el gusto por lo medieval mediante el rescate de las baladas antiguas (Percy, Reliques of Ancient English, 1765) o su falsificación (Chatterton, The Rowly Poems, 1770), aunque el golpe definitivo lo daría Walter Scott con sus novelas históricas traducidas a todas las lenguas europeas (Ivanhoe es de 1819). El fenómeno de la fascinación literaria por el medievo tuvo sus formas españolas, alemanas, italianas o francesas, facilitadas gracias a la ignorancia absoluta de la historia en su sentido serio.
Téngase presente que el primer estudio con cierta validez historicista es el Précis de l’Histoire de France, de Jules Michelet que se publica entre 1833 y 1840 y que, de todos modos, tiene mucho de proeza literaria. Aunque en el terreno de las letras había tenido ya una enorme influencia el Génie du Christianisme del vizconde de Chateaubriand, publicado en 1802. Era una reconstrucción fabulosa de las aportaciones artísticas y religiosas del cristianismo que coincidió con el hartazgo de la ideología revolucionaria y sus carnicerías.
En arquitectura se ignoraba todo. Por ejemplo, nadie sabía de dónde provenía el arco apuntado y la bóveda ojival tan típicos del gótico. Uno de los máximos arquitectos ingleses, Christopher Wren, constructor de la catedral de San Pablo en 1710, obra maestra del clasicismo, creía que lo importaron los cruzados a su regreso de Oriente una idea que parece de Walter Scott, pero que compartiría Ruskin. En cualquier caso, se suponía que el de las islas era un estilo puramente inglés, no continental, sobre todo no francés, y los primeros en insinuar que a lo mejor era un invento de los vecinos (Cotman y Turner, en 1822) fueron hundidos en el descrédito a pesar de que se referían tan sólo a Normandía. Para los británicos, el gótico era entonces un invento del genio isleño compartido con los países del norte, especialmente los germánicos.
El gusto por lo medieval llevó a que se “mejoraran” los abundantes restos del gótico verdadero que habían sobrevivido, añadiéndoles pináculos, agujas, capillas y hornacinas para la escultura. Comenzaba así la falsificación de lo antiguo para adaptarlo a la falsificación moderna, un circuito en forma de cinta de Moebius que siguió copiando las copias hasta el aburrimiento, es decir, hasta hoy, como veremos cuando hablemos de la restauración e Notre-Dame tras su incendio.
El primer gran edificio neogótico construido de arriba abajo, no fue sino otra fantasía literaria, la Abadía de Fonthill (Il.46 y 47 Fonthill), un capricho edificado por el excéntrico millonario William Beckford, como residencia campestre y para fiestas. Comenzó a elevarse en 1807, pero en 1825 se derrumbó la altísima torre y en la actualidad apenas quedan cuatro piedras. Era un mero escenario romántico, muy apropiado para las ensoñaciones del autor de la novela Vathek, un disparate que aún se reedita y lee. Perdonen el chisme, pero uno de los descendientes de Beckford ha sido el Rey Rainiero III de Mónaco, marido de Grace Kelly, monarca neogótico donde los haya y fascinado, como su antepasado, por los sueños en Technicolor.
Hubo acontecimientos políticos y religiosos en las islas, ciertamente definitivos. Hacia 1818 el gobierno británico constató que en los nuevos y pobladísimos barrios obreros que la revolución industrial había ido acumulando en las grandes ciudades, no había una sola iglesia. Dado el uso que se le daba a la religión en aquella sociedad, que no era sino un modo de controlar a la población para evitar la epidemia de alcoholismo, se dictó la Church Building Act con el fin de construir iglesias en aquellos lugares dejados de la mano de Dios en sentido estricto. Entre esa fecha y 1833 se gastaron seis millones de libras en la construcción de 214 iglesias, de las cuales 170 se hicieron según el modelo del revival. En parte porque el ladrillo era más barato que la piedra, pero no sólo eso, la modernidad industrial no podía faltar y los pilares constructivos ya eran de hierro forjado. Un buen ejemplo de la mejor construcción de la época es la iglesia de St Luke’s, en Chelsea, datable hacia 1824, que aún en la actualidad es muy concurrida, en parte por el estupendo parque infantil que la rodea y al que acuden diariamente cientos de criaturas, hijos de las familias acomodadas de la zona, con sus cuidadoras orientales y latinas (Il. 48 St Luke’s).
Sin embargo, el gran edificio que consagró para siempre el neogótico como estilo nacional de la Gran Bretaña fue la reconstrucción de las Houses of Parliament, el Parlamento británico, cuya vieja sede había sido destruida por un incendio en 1834. Como era de esperar, para la reconstrucción se juntó una comisión que tenía que decidir si iba a adoptarse el estilo neoclásico o el gótico. En aquel ecléctico momento histórico, casi todas las instituciones culturales (museos, bibliotecas, universidades, grandes almacenes) se edificaban en neoclásico (Ill. 49 National Gallery), pero los lugares afectados por la sacralidad de la jerarquía, como el palacio de justicia, eran neogóticos (Ill. 50 Royal courts). Los cementerios, por su parte, eran neo egipcios.
Resulta comprensible que en el caso del Parlamento apenas hubiera discusión: las grandes mansiones de la aristocracia, los manors y castles de la alta burguesía industrial, eran todos neogóticos (Il. 51 Harlaxton Manor) y el país se había llenado de iglesias neogóticas, ya veremos por qué, de modo que en 1836 se decidió que el Parlamento de Westminster sería gothik según el proyecto ganador de Charles Barry. Pero aquí es donde entra en escena otro personaje esencial, aunque poco conocido fuera de su país, Augustus Welby Pugin.
[Cada día se publicará en THE OBJECTIVE un nuevo capítulo de este ensayo de Félix de Azúa. Si quiere leer las entregas anteriores, pinche donde pone «Capítulos», justo encima del título del libro al comienzo de esta página]