La segunda virtud
La segunda virtud gótica, según los expertos, fue la variedad de las construcciones y los ornamentos, signo de que el artesano del gótico, el maître d’ouvre, se había emancipado del maestro de obra, es decir del maître d’ouvrage, al que hoy llamaríamos “arquitecto”. La diferencia entre quien concibe la obra y quien la ejecuta era una herencia platónica acerca de la superioridad del trabajo intelectual sobre el trabajo manual. De hecho, esta jerarquía se diluye a partir del siglo XIII, con el llamado “gótico flamígero”, cuando aparece el nombre y la figura del arquitecto, que es quien dirige el proyecto, como autor principal del monumento. Así pues, será el maître d’ouvrage, el arquitecto, quien conciba y financie el edificio, pero serán los artesanos, los maîtres d’oeuvre quienes obtengan la libertad de realización en su terreno, la decoración escultórica, pictórica o en las vidrieras.
La impronta personal de los arquitectos y los artesanos será la que haga del momento gótico una “renovación permanente” con “miles de variaciones” en la distribución de los espacios, los arcos ojivales, las tracerías, los ventanales, los rosetones o los gabletes, las esculturas, las vidrieras y demás elementos, siempre constantes, pero siempre distintos (Duby, p.40).
El abundante conjunto de inventos técnicos, las bóvedas de nervadura, el arco de ojiva, los contrafuertes, los arbotantes y tantas otras, ya habían sido utilizados separadamente cada uno: en la catedral de Durham, por ejemplo, o en el norte de Francia, en Borgoña, en Italia, o incluso en la construcción romana, pero, como escribió el director de los Cloisters de Nueva York Florens Deuchler, fue el ingenio de Suger quien los juntó en una unidad estilística que cristalizó como una macla perfecta, indestructible y para siempre.
A partir de entonces la catedral, sede del episcopado, será el monumento que identifique a cada una de las ciudades y se convertirá, además, en una propiedad de los ciudadanos pues ellos son, además de la corona, quienes la financien. De hecho, la catedral contribuirá a que cada sector urbano se identifique ante la restante población con sus vestimentas e insignias propias. Así, por ejemplo, en Chartres cada gremio y cada corporación tenía su propia vidriera en una primera santificación del trabajo (Il. 23 Vidrieras artesanos) (Duby, 137). También serán las catedrales las sedes de la educación superior. Las más ricas, como la Escuela de Chartres, atraerán a cientos de alumnos que estudiarán a Cicerón, Ovidio o Virgilio. Fue en verdad un primer renacimiento, una ruptura sísmica con respecto a las oscuras e imponentes naves románicas en las que sólo se estudiaba teología.
Técnicamente, el aligeramiento de los muros perforados por las vidrieras llevaba consigo la necesidad de un refuerzo externo, mediante un sistema de descargas cuya figura principal serían los contrafuertes (botareles), cuyos arcos, cuando existen, se apoyan en el muro mediante los arbotantes, los cuales dan su aspecto inconfundible a los templos góticos, como es el caso famoso de Notre-Dame, donde se levantaron en la cabecera hacia 1180 (Duby, 143) (Il. 24 arbotantes de ND).
Sin embargo, en la actualidad hay dudas, entre los expertos, de que esos famosísimos arbotantes sean originales, ya que no cumplen ninguna función estructural. Es muy posible que se añadieran en el siglo XIII, hacia 1230, por pura pulsión estética, para unificar un “canon gótico” que aún no existía. Lo mismo sucede con los de Saint Denis (Erlande p.78-9).
Otra invención de Suger fue la liberación de las esculturas, las cuales abandonaron el muro y se cobijaron bajo su propio espacio, a veces en forma de hornacina. Al poco tiempo, en Chartres, Reims y luego en Estrasburgo, aparecerán maravillosas obras maestras de la escultura, como las de la fachada occidental de Chartres o las de Estrasburgo (Ill. 25 Sinagoga de Estrasburgo y pórtico de 26 Reims). Las prodigiosas estatuas-columnas de Chartres datan de 1145 y aún dependen del espacio arquitectónico, las de Estrasburgo y las de Reims, con su propio espacio, anuncian ya el rejuvenecimiento renacentista de la figura de la virgen María.
Es por estas fechas de los siglos XII y XIII, cuando la madre de Jesús cambia su figura, de la típicamente románica como robusta matrona sentada en el trono con su hijo sobre las rodillas (Ill. 27 Virgen románica), por la de una doncella en pie, apenas salida de la adolescencia, y que parece danzar con el niño sostenido en los brazos, como la de Notre-Dame de 1260 en la que el niño fue destruido por las hordas revolucionarias.
Comienza ahora el culto mariano que acabará imponiéndose en toda la cristiandad, al tiempo que la figura de Cristo se humaniza y abandona el gesto severo, vengativo, justiciero, de la imagen románica (Il, 28 tímpano de Moissac s.XII y el de 29 Beaulieu S.XIII). También los ángeles cambian de aspecto (Ill. 30 Ángel de Reims, 1260). El proceso indica claramente un acelerado deseo de humanización y familiaridad de las figuras sagradas para acercarlas a la población civil y urbana.
Los maestros que esculpieron estas figuras sin duda habían conocido la obra de los clásicos antiguos, seguramente en Roma o en Bizancio, pero no sólo tomaron de ellos las proporciones, sino también el drapeado, los bellos pliegues de ropaje hasta extremos de puro virtuosismo (Ill. 31 Drapeado Amiens). Estas soberbias figuras confirman la libertad de creación de aquellos artesanos a los que nos referimos más arriba.
El último invento de Suger que comentaremos es la bóveda de ojiva o de crucería, cuyas características técnicas son muy interesantes por sus múltiples soluciones que llegarán a las espectaculares bóvedas octopartitas en muchas cabeceras de iglesias. Las bóvedas ojivales sustituyen a las bóvedas románicas de medio punto, de arista, anular, o de cañón, porque no podían aguantar naves de ocho o nueve metros de anchura, y también para producir esa impresión de altura y elevación infinita de las nervaduras hacia la clave de bóveda tan característica del gótico (Il. 32 Bóvedas de N D).
Hay una paradoja en la sorprendente similitud de todas las catedrales desde el punto de vista ornamental, a pesar de la libertad de los artesanos. También el fondo constructivo tiene notables diferencias. La paradoja de la variedad y su unicidad se debe a que actúa una verdadera voluntad de estilo, de unificación imaginativa, favorecida por algunos artistas itinerantes, como el gran Villard de Honcourt (1200-1266), técnicos especializados en el dibujo, los cuales difundieron los mejores modelos artísticos por todo el continente, como si fueran juglares de la arquitectura (Il. 33 34 35 Villard).
El gótico iniciado por Suger en Saint Denis hacia 1135 será luego imitado, mejorado y engrandecido en sucesivas oleadas catedralicias por todo el mundo cristiano. Según Henri Focillon se suceden tres grandes olas de reformas góticas que permiten hablar de tres periodos: el momento clásico sería el del siglo XII, iniciado por Suger en Saint Denis, pero en el XIII aparecería lo que los franceses llaman l’art rayonant (para nosotros “gótico radiante”) que dura de 1240 a 1350, como la catedral de Colonia, la de Chartres o la de Reims (Il.37 cat de Troyes). Y ya en el siglo XIV aparece el final apoteósico de l’art flamboyant (que nosotros llamamos “gótico flamígero o florido”) entre 1350 y 1450, como la catedral de Gloucester (Il.38 Gloucester) (Focillon, 139). Después, a partir de mediados del Siglo XV, ya hemos dicho que se impondrá la revolución renacentista que comenzará en Italia, pero se adaptará en toda la Europa culta y rica empujando al olvido la grandeza gótica.
No obstante, lo más relevante en el orden material del estilo gótico es que trae al mundo una arquitectura de una muy alta tecnicidad que, como veremos, influirá poderosamente en el momento moderno. Un ingeniero actual, Norman Foster, cuyos conocimientos técnicos y constructivos son de la mayor calidad, aseguraba en unas declaraciones del mes de febrero de 2024, lo siguiente:
Una catedral medieval es un logro arquitectónico supremo; dudo (de) que hoy fuéramos capaces de emularlo. (ABC cultural, 3 febrero 2024)
La confluencia de espacios urbanos, órdenes unificados en todas las iglesias, tecnicidad extrema de la construcción y exclusión de los feudales agrarios en el ámbito político, da idea de la tendencia hacia una racionalización de la sociedad que entraba en conflicto con las creencias ancestrales del cristianismo y con la parcelación feudal del poder. Así, por ejemplo, hay una notable analogía entre el progreso de la filosofía escolástica (la de la Summa de Santo Tomás de Aquino) y la lucha por resolver las contradicciones bíblicas, analogía que se refleja a la perfección en el orden gótico. Es esta una teoría desarrollada con gran brillantez por Erwin Panofski (Gothic architecture and scholasticism, Latrobe, 1951) que en los últimos tiempos ha recibido algunas correcciones, las cuales desde luego no la anulan. En esos siglos considerados “oscuros” por los clasicistas se da, muy al contrario, un primer atisbo de la racionalidad propia de la modernidad tecnificada.
No obstante, la aparición de la perspectiva como técnica de la representación “realista”, en el renacimiento italiano, así como la irrupción de humanistas y erasmistas, críticos de los aspectos más tradicionalistas de la iglesia de Roma, no será sino una resolución consecuente con el desarrollo gótico y escolástico, su continuación lógica, en cierto modo su consecuencia. La poderosa voluntad de acabar con la oscuridad románica mediante aquella apelación a la luz, no había sido sino un anuncio del cambio radical que se avecinaba y cuyo capítulo final sería la rebelión de Lutero y la quiebra de la iglesia cristiana. Para Hegel, las guerras de religión producidas por la Reforma serán el momento histórico en que la religión dejó de ser un elemento fundamental para la sociedad urbana y a partir de entonces será sustituida por la filosofía.
[Cada día se publicará en THE OBJECTIVE un nuevo capítulo de este ensayo de Félix de Azúa. Si quiere leer las entregas anteriores, pinche donde pone «Capítulos», justo encima del título del libro al comienzo de esta página]