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Un fraude monumental

THE OBJECTIVE
9 capítulos

Un fraude monumental

A monumental fake

Un fraude monumental

Primeros pasos

  Creo que no hay, en el siglo XXI, industria más fuerte que el turismo. Tiene muchas variantes, todas nacidas del asombroso tiempo libre del que gozamos los actuales trabajadores, por eso lo hay de playa, lo hay de montaña, lo hay de cercanías o de exotismo, lo hay de estómago, lo hay de peligro de muerte y lo hay de monumento. 

  El gusto por el monumento ha ido variando. En el siglo XVIII, cuando empezó esta industria, los ingleses buscaban sobre todo la monumentalidad italiana en su Grand Tour (de donde tourisme) o Gran Vuelta (de donde “ir a dar una vuelta”), así que los herederos de las grandes fortunas dedicaban un año a pasear por la península italiana mirando maravillas y pillando enfermedades venéreas, aunque no mucho más tarde lo cambió por Grecia, que salía más barato. Vinieron luego Egipto y un impreciso Oriente que incluía en aquellos tiempos a España. Así fue creciendo el mapa de lo turístico, hasta que en el siglo XXI la búsqueda del monumento no deja un palmo de tierra libre: lo monumental está por todas partes y si no lo hay, se inventa.

  Europa es un océano de monumentos turísticos, hay monasterios, basílicas, ermitas y abadías románicas, hay catedrales góticas, grandes palacios de las monarquías absolutas, museos de rango principal, e incluso grandes edificios de acero y cristal que ya forman parte del catáogo. Uno de estos monumentos, las catedrales góticas, gozan de particular predilección porque están situadas en ciudades muy principales y tienen el atractivo de reunir la arquitectura, la escultura, la pintura, la música (a veces) y la centralidad urbana. A casi todas ellas se llega en tren y puede uno evitarse las humillaciones del transporte aéreo.

  El fenómeno de las catedrales góticas es muy singular. Sus comienzos están bien documentados y nos permiten entender cómo fue posible la proliferación de esas construcciones por todo Europa en un periodo de tiempo brevísimo. Si el origen y consolidación se sitúa hacia 1140, su expansión ocupa apenas dos siglos. Entonces, a partir del siglo XV, comenzará otra oleada artística que sustituirá al gótico como estilo monumental europeo, un estilo al que solemos llamar “Renacimiento” y que se inspira en el clasicismo.

  Así pues, el gótico real y verdadero es el que ocupa apenas tres siglos catedralicios. Sin embargo, en el Ochocientos, el romanticismo lo revivió y el estilo neogótico renació como monumento de un modo invasivo. Este nuevo gótico (o falso gótico) influirá a su vez hacia atrás sobre el gótico verdadero, de manera que las viejas catedrales hicieron un esfuerzo por ponerse al día mediante añadidos y ornamentos de falso gótico que les devolviera el esplendor, ahora como grandiosos objetos artísticos románticos y turísticos.

  Esta paradójica historia del falso gótico como monumentalidad romántica supone, además, el predominio del estilo en la construcción moderna de palacios o centros de recreo populares ya descaradamente espectaculares y comerciales, como el palacio de Blanca Nieves, en Disneyland (Ill. 10 Castillo de la BD), que es una falsificación imaginativa del castillo de Luis de Baviera el cual era, a su vez, una copia fantasiosa del neogótico inglés, que era él mismo un fraude del gótico flamígero… Todo lo cual requiere una explicación.

Castillo de la Bella Durmiente

 

[Cada día se publicará en THE OBJECTIVE un nuevo capítulo de este ensayo de Félix de Azúa. Si quiere leer las entregas anteriores, pinche donde pone «Capítulos», justo encima del título del libro al comienzo de esta página]

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