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La 'cuñadofobia' navideña

«A poco que uno ponga atención percibirá que cuñado no es cualquier listillo desinformado; los cuñados solo existen a la derecha del PSOE»

Opinión

Una cena de Navidad. | Unsplash

  • David Mejía es doctor por la Universidad de Columbia y profesor de Filosofía y Humanidades en IE University.

Cuando me instalé en Madrid a principios de 2019, tras una larga temporada viviendo fuera de España, mucho había cambiado. No hablo solo en mi vida, también en la que había sido mi ciudad en la década anterior. Además de los Uber, Cabify, Glovo y Deliveroo, de los cierres de bares a los que ya no iría, del cambio de sentido de las calles y la peatonalización, Madrid -España, supongo- me sorprendió con palabros nuevos e insólitas acepciones de viejas palabras. Algunas envejecieron rápido, otras -como el uso de «cuñado» para referirse a quien usted ya sabe- están más cerca de colarse en el diccionario de la RAE que de desaparecer. 

Puedo entender que el hallazgo del cuñadismo tuviera gracia durante unos minutos; todos conocemos a listillos que abusan de lugares comunes. Pero a poco que uno ponga atención percibirá que cuñado no es cualquier listillo desinformado; los cuñados solo existen a la derecha del PSOE. Por eso, como cualquier neologismo que nace con la vocación de colectivizar individuos para despreciarlos bajo una misma etiqueta, la filosofía del cuñado me produjo rechazo casi inmediato. Con los años el rechazo persiste, pero diría que ha sido superado por la vergüenza ajena que me despiertan sus valedores.

«Cada Navidad, partidos y medios, dizque progresistas, publican sus argumentarios anti-cuñados»

El señalamiento de cuñados vive en Navidad su temporada alta. A las costumbres adquiridas -el turrón, el mazapán o los consejos para ahorrarse dinero en el menú- se añaden las guías preventivas contra cuñados. Cada Navidad, partidos y medios, dizque progresistas, publican sus argumentarios anti-cuñados. Su tono pretende ser humorístico, y su esperanza es que todos podamos defendernos de la metralla de tópicos derechosos que el cuñado trae a la cena de Nochebuena

Claro que podemos reírnos de (preferiblemente, con) quien dice «como en España no se come en ningún lado». Pero si lo costumbrista transmuta en político y la guasa en señalamiento, tenemos un problema. Porque a lo que contribuyen nuestros compatriotas, dizque progresistas, es a ridiculizar a quienes no opinan como ellos. Y la ridiculización es el primer atajo a la deshumanización. 

Permítanme una adenda: no puedo evitar pensar que quienes abusan del término «cuñado» son cuñados de acuerdo a su propia definición: listillos, con respuesta para todo. Con un pensamiento tan poco original que recurren a argumentarios prefabricados. Con ideas tan huérfanas de raíz intelectual que necesitan responder con etiquetas por su incapacidad de refutar un argumento. Y no uno cualquiera, ¡incapaces de refutar un argumento cuñao!

7 comentarios
  1. garciadeleon48

    Excelente puntualizar sobre la ridiculización en esta época de memes, chistes, etc. que solo logran que unos se rían de los otros sin el mínimo respeto. Y después queremos que funcione la democracia.

  2. Grossman

    La verdad es que no le di nunca la mayor importancia, lo tengo en la larga lista de noticias chorras que no me interesa… el vestido sin tela de la Pedroche, la información sobre inundaciones, las carreteras colapsadas por coches, las olas de calor, las cenas de navidad y un largo etc de supuestas noticias que durante horas nos dan la murga, con preguntas a viandantes que solo dicen naderías.

  3. ToniPino

    Pues anda que no conozco yo cuñaos de izquierdas, tantos como de derechas. Yo estuve tres años no fuera de España, sino del mundo, y cuando volví me encontré no solo con palabras nuevas, sino con un cambio total de la política.

    Había surgido Podemos, con un líder con coleta y con camisa de cuadros, un Errejón que cuando le vi pregunté que quién era ese niño, un nuevo líder del PSOE, que me pareció un chulito guapete, aquel partidillo de Ciudadanos instalado en toda España, con el chico aquel del anuncio en pelotas del que no recordaba su nombre; de lo que dejé, solo quedaba Mariano el hombre. No tenía ni puñetera idea de qué había ocurrido, no entendía nada, y poco a poco me puse al día.

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