Llámame fascista, pero bésame
«El alcalde de Nueva York, Zohran Mamdani, socialista, 34 años, viene haciendo algo que una parte de la progresía patria lleva tiempo sin hacer: sonreír»

El presidente de EEUU, Donald Trump, y el alcalde de Nueva York, Zohran Mamdani. | Reuters
En los días en que al Gobierno de España le condenaron a su ministro 23, Álvaro García Ortiz; en los que el informe de la UCO vino a ilustrar con más tino el mapa de las actividades de Santos Cerdán (y de la Paqui, gloriosa secundaria, y más cuando va a la compra); o en los que la Fiscalía pedía 24 años de prisión al —aún— diputado José Luis Ábalos, otrora mano derecha (como Cerdán) del presidente del Gobierno, no tuve más remedio que mirar a EEUU. Siempre es socorrido echar mano de Trump, cuando no del Gobierno de Hungría, de las actividades de Giorgia Meloni, de lo mal que anda la cosa en Francia o de la polarización en Bielorrusia.
Cada nación tiene sus males; cada periodismo, sus obsesiones. Y da la casualidad de que cuando canta el gallo en Madrid, hay medios que se fijan en la escarcha de Budapest. La clásica comparativa en la que: «Oiga, no estamos tan mal». Intenté hacer ese ejercicio, pero me topé con una escena estadounidense que me pareció imposible de darse en esta bendita península que ocupamos: Zohran Mamdani, el alcalde electo de Nueva York, y Donald Trump, juntos, dándose la mano, sonriendo, en una misma sala: el Despacho Oval. Cualquiera que haya seguido, aunque sea de lejos, la campaña del líder socialista para la alcaldía neoyorquina sabe que no ha conseguido la simpatía del trumpismo.
Tampoco era el objetivo del joven Mamdani, que se presentó como el nuevo rostro de una política que —tanto en modos como en objetivos— dista bastante de lo que hace y deshace Trump. Y la batalla fue brutal: verbos gruesos, mensajes con colmillo. El «fascista» apareció como una flecha contra Trump, y «comunista» fue el señalamiento para Mamdani. Como dijo Rodrigo Rato, «esto es el mercado, amigo». Aquí la polarización es un negocio: hay quien vive muy bien con todo esto y luego finge que quiere acabar con ella; al igual que hay políticos —la gran mayoría— que avivan una llama para rascar el voto con el que frenar a ese supuesto malvado. No hará falta explicar demasiado, estando donde estamos: la polarización tampoco es un drama si se sabe cómo controlar, es imposible que deje de existir. Uno y otro, blanco o negro: la política tiene ese binarismo.
Lo sorprendente fue el encuentro entre ambos: el del magnate inmobiliario y el del candidato que propone la congelación de los alquileres. Frente a frente, el hombre que escribió en sus redes: «Estoy firmemente convencido de que la ciudad de Nueva York será un desastre económico y social total si Mamdani gana», contra el que, una vez confirmada su victoria, dijo: «Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes, construida por inmigrantes e impulsada por inmigrantes. Y, a partir de esta noche, liderada por un inmigrante». Y algo más: antes se había burlado de la edad del presidente. «Donald Trump, sé que me está viendo. Solo tengo tres palabras para usted: ¡suba el volumen [del televisor]!»
«La novedad estadounidense es la añoranza de algo que no se da de ese modo en España: llegar a acuerdos entre muy diferentes»
La expectación era máxima, como siempre que se prevén chispas entre dos personalidades potentes. Y la montaña, más que un ratón, parió un conejito de chocolate. Con qué dulzura se trataron ambos. Véalo usted: esas sonrisas, esas palmadas. «Estoy convencido de que hará un buen trabajo en Nueva York», sentenció Trump. «Cuanto mejor le vaya a él, más feliz seré yo», declaró el suavizado presidente. Y el momento cumbre, cuando una periodista le preguntó si seguía creyendo que Trump era un fascista: Mamdani empezó a balbucear, pero salió el presidente al quite: «No pasa nada, puedes decirlo. Es más fácil que explicarlo, ¡no me importa!».
Zohran Mamdani, socialista, 34 años, viene haciendo algo que una parte de la progresía patria lleva tiempo sin hacer: sonreír. Hacer una campaña en positivo, proponiendo y no avisando de lo malo que vendrá si no le votas. Y ahora ha hecho algo más: proponer una entrevista con Trump e ir a ella no con ánimo revanchista, sino con la capacidad de llegar a acuerdos. Al revés se podría decir del conservadurismo nacional: no basta con el temor al sanchismo; hay que hacer creer a la gente en tu proyecto. La novedad estadounidense es la añoranza de algo que no se da de ese modo en España: llegar a acuerdos entre muy diferentes. Que se llamen «fascistas» o «comunistas» en la contienda electoral, pero que, una vez se terminó el encuentro y hay un resultado, se den la mano y empiecen a dialogar.