España no es país para la ultraderecha
Iniciada la campaña electoral, la segunda en menos de seis meses, poco queda por decir que no se haya dicho sobre los partidos políticos que se presentan en estas elecciones. Si el 20-D fueron las elecciones del cambio, con la llegada de Ciudadanos y Podemos rompiendo el bipartidismo reinante, estas elecciones es más de lo mismo, pero con la incógnita de si se producirá el ultramencionado ‘sorpasso’. En The Objective ponemos el foco sobre lo que no vamos a ver en estas elecciones y que sí se ha dado en otros países europeos: el crecimiento inquietante de la ultraderecha. ¿Por qué en España no hay un partido fuerte de ultraderecha?, ¿qué nos hace diferentes?
Comienza una nueva campaña electoral. La segunda en menos de seis meses, todo un hito en la joven democracia española. Este deja vu incesante que va camino de desnortar a más de uno, incluso políticos, no es más que la muestra de que España vive una nueva etapa. Los cacareados titulares de ‘La España del diálogo’, ‘La España de los pactos’, ‘La España de las coaliciones’ ‘El fin de la era del bipartidismo’ son realidades irremediables, que por muy nuevas que nos suenen, ha sido una tendencia asentada en Europa. De hecho, 24 de los 28 Estados miembros de la Unión Europea están gobernados actualmente por dos o más partidos.
A la vista de los resultados de las elecciones del 20-D la norma europea parece que ha acabado contagiándose en el imaginario electoral español. Con la irrupción y el extraordinario ascenso de dos nuevos partidos, Ciudadanos y Podemos, la coalición es la única fórmula posible para formar Gobierno. Nos ha costado. Concretamente, han tenido que pasar 40 años. Pero es que si hay algo que representa la verdadera Marca España es el eslogan Spain is different.
Mirando y analizando el mapa político de Europa y el resultado de las últimas elecciones hay otro denominador común que no se ha trasladado a nuestro país. Se trata del ascenso de la ultraderecha. Casos como el de Austria, Alemania, Francia, Grecia, Hungría o Polonia suponen una inquietante advertencia de que las formaciones de ideología xenófoba y ultranacionalista son un peligro constatable. Sin embargo, España parece que de momento está vacunada contra la ultraderecha.
Nos parece interesante analizar qué factores explican esta particularidad y para ello hemos contado con el análisis de dos expertos politólogos como son Pablo Simón, doctor de Ciencias Políticas por la Universidad Pompeu Fabra y miembro de Politikon, y con Ignacio Molina, Investigador Principal de Europa del Real Instituto Elcano.
El ascenso de la ultraderecha en Europa
Actualmente en la mayoría de países europeos la extrema derecha se ha convertido en la única fuerza política fuera del espectro tradicional de partidos, conocidos como la ‘vieja política’. Analizamos brevemente los casos más evidentes en Europa para entender mejor el caso característico de España.
Es el caso más reciente de la dinámica ultraderechista que contagia a Europa. En las últimas elecciones austriacas el candidato del partido ultraderechista FPÖ, Norbert Hofer, obtuvo un apoyo del 49,7% del electorado frente al ecologista de Los Verdes Alexander Van der Bellen, que venció con el 50,3%. Apenas 30.863 votos separaban a ambos candidatos. Un ajustado resultado que ahora se pone en duda.
Aunque el FPÖ no es un partido nuevo -se fundó hace más de 60 años y en 1999 llegó a acceder al gobierno mediante una coalición- tras varios bandazos con mayor o menor éxito fruto también de diversas peleas internas-, fue a partir de 2004 cuando comenzó su remontada. En las últimas elecciones europeas -expositor siempre favorable para opciones políticas de este tipo- de 2014, obtuvo un apoyo del 19,70%.
La alarma del ascenso de la ultraderecha en Europa volvió a sonar tras el éxito de Alternativa para Alemania (AfD) en las elecciones de Baden-Württemberg, donde logró un 15,1% de los votos; Renania-Palatinado (12,6%) y Sajonia-Anhalt (24,2%).
Estos datos evidenciaron la creciente polarización y radicalización política que está sufriendo Europa. Cuando AFD nació en 2012 su artillería iba a dirigida contra la moneda única y las consecuencias de la crisis griega que por entonces se estaba gestando. En aquellas elecciones legislativas recibió un apoyo del 4,7%, a muy poco de alcanzar el mínimo del 5% para entrar en el Bundestag. Cuatro años después, ha conseguido ser tercera fuerza política en las elecciones regionales alemanas. Un ascenso que se explica teniendo en cuenta su nuevo enemigo: los refugiados. Sucesos como los de Colonia, que a día de hoy siguen sin ser aclarados, han servido como pretexto para avivar un discurso xenófobo, aupado también por la plataforma islamófoba Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente).
El caso del Frente Nacional no es nuevo ni nació fruto de un contexto determinado. Fue fundado en 1972 y su mayor éxito lo consiguió en 2002 cuando su fundador, Jean-Marie Le Pen, logró disputar la presidencia en segunda vuelta a Jaques Chirac. Ya por entonces los socialistas tuvieron que pedir el voto por el republicano para evitar la toma de poder de la ultraderecha francesa. Catorce años después, la unión de fuerzas ha evitado lo mismo en el ámbito regional. En las últimas elecciones regionales de diciembre el partido ahora liderado por la hija de Jean-Marie, Marine Le Pen, fue el más votado en primera vuelta, llegando a superar el 40% en algunas regiones metropolitanas. Ya en segunda vuelta, los socialistas, grandes castigados en esta cita electoral, pidieron a sus acólitos el apoyo para los candidatos republicanos. Finalmente, en la segunda vuelta, el Frente Nacional alcanzó sólo el 27% y no consiguió hacerse con el poder en ningún gobierno regional.
El miedo a la ultraderecha ha provocado que los discursos de socialistas y conservadores lleguen a transmutarse en una versión light de las ideas de los Le Pen. El argumentario cada vez tiende más a escorarse a la derecha.
En una Europa en la que sus fronteras están cada vez más fortificadas a base de concertinas, Hungría se ha convertido en uno de los países del Este más radicales en la cuestión de la crisis de los refugiados. Detrás de esta deriva autoritaria se encuentra el líder del partido ultraconservador Fidesz-Unión Cívica y primer ministro de Hungría desde 2010, Viktor Orbán. En las elecciones de 2014, Fidesz volvió a ganar las elecciones legislativas con un 45,04% de los votos. Unos comicios en los que la formación ultranacionalista con raíces nazis Jobbik (Movimiento por una Hungría Mejor) se situó como tercera fuerza política con el 20,3%.
En 2015 Polonia certificaba su deriva antieuropeísta con la llegada al poder del partido Ley y Justicia (PiS), que consiguió la presidencia en los comicios de mayo y volvió a hacer lo propio en las legislativas de octubre, al obtener la mayoría absoluta en las dos cámaras del país con un apoyo del 37,7%.
Durante la campaña electoral, la primera ministra Beata Szydlo, ataviada con un argumento que advertía del peligro inminente de un atentado si se aceptaban las cuotas de refugiados propuestas por la UE, espoleó el voto del miedo y xenófobo. En cuestiones internas del país, su radicalismo asusta y preocupa a la Comisión Europea, que ya le ha llamado la atención por su pretensión de querer controlar el Tribunal Constitucional del país y los medios de comunicación públicos.
El caso de Grecia es tal vez el más extremo de los hasta ahora analizados. La crisis económica del país y los refugiados han empujado a los filonazis de Amanecer Dorado. Aunque esta opción ultraderechista no haya cristalizado en una gran cuota de poder ejecutivo como sí ha sucedido en otros países, sí ha logrado monopolizar parte del voto descontento de los helenos con las “humillaciones” de la Troika durante los tres rescates a los que han sido sometidos y con la llegada masiva de refugiados que desean alcanzar Europa. La irrupción definitiva de Amanecer Dorado se concentra en los últimos cuatro años, pasando de ser extraparlamentarios a convertirse en la tercera fuerza del país, con el 6,98% de los votos y 18 escaños (de 300) en las últimas elecciones generales de 2015.
Los catalizadores
“El primer gran factor es la idea de que tras los procesos de globalización y de integración económicos habría habido una progresiva pérdida de recursos y poder adquisitivo de las grandes familias trabajadoras tradicionales. Lo que la literatura ha clasificado como “los perdedores de la globalización”, gente que se ha ido quedando atrás. Este tipo de sectores sociales que normalmente viven en las periferias de las ciudades, están más expuestos a la llegada de inmigración, son los que tienen menos recursos y suelen ser un caldo de cultivo propicio para incentivar la idea de que tienen que competir con unos recursos escasos y con los inmigrantes que “les quitan el puesto de trabajo”. Esta idea se liga mucho a procesos de desindustrialización muy fuertes que han tenido lugar, sobre todo en Europa, a partir de los años 80”, apunta el politólogo Pablo Simón.
En ese mismo sentido también se expresa Ignacio Molina. “Un factor común es la aparición de una fractura en toda la sociedad, una nueva división social entre aquellos que están a favor o en contra de la globalización y todo lo que supone. Si ese discurso antiélite, antistablishment, que comparte también la izquierda, se une el tema de la inmigración, el discurso es más a la derecha”.
Otro factor que explica el calado de opciones ultraderechistas en Europa es el tipo de inmigración. “Las dinámicas de globalización o de integración transnacional generan un sentimiento de pérdida de identidad, la idea de la islamofobia -viene muy espoleado tras el 11S-, la idea de que la llegada de los inmigrantes desdibuja la cultura y las tradiciones, tienen un impacto en la sociedad. En general, la inmigración de carácter musulmana es una inmigración que ha llegado de manera importante a otros países europeos. En España es un poco diferente”, señala Simón.
Cada país es un mundo, por mucho que formemos parte de una Unión y resulte una expresión muy manida, pero es así. Sin embargo, hay un contexto común que ha hecho coincidir el ascenso de opciones extremistas en diferentes partes de Europa, pese a su diversidad. ¿Por qué en unos países más que otros? “porque se combina con otras variables, como puede ser la cultura política y el sistema electoral. Básicamente lo que aviva ese crecimiento de la derecha es el miedo, la inseguridad que supone la globalización, la integración europea, los cambios. Por eso es normal que el electorado que vota a estos partidos es o bien población rural, por lo tanto tradicionalista, que le asusta especialmente la llegada de inmigrantes porque lo ven como una amenaza a la cultura tradicional, o bien clase del medio urbano, los menos preparados, los menos educados para la globalización, los que ven a los inmigrantes como unos competidores”, responde el investigador Ignacio Molina.
Ante esta preocupante ultraderechización de Europa cabe preguntarse si es fruto de un contexto de diferentes crisis, que en caso de mejorar minaría este brote repentino, o por el contrario se trata de una opción consolidada en el espectro político de Europa. “Si nos fijamos en el caso de Francia, Austria o algún país escandinavo, estas opciones han ido subiendo y bajando en la última década, pero ahora tienen un suelo en algunos casos del 10%-15%. Es decir, lo que antes era el techo, ahora poco a poco ha ido captando un nicho fiel de votantes. Esto significa que hay una división nueva, antes había una división entre izquierda-derecha, entre centro y periferia, entre el concepto religioso. Y ahora hay un conflicto nuevo, entre globalización sí y globalización no, que atrae tanto a antiguos votantes de izquierda como a antiguos votantes de derecha”, señala Molina.
Por lo tanto, ¿estamos en un punto de no retorno? “no lo creo, sobre todo si estos partidos llegan al poder, como ha ocurrido en Europa occidental como parte de una coalición. Estos partidos han perdido esa magia de ser un partido nuevo y empiezan a mancharse las manos, y caen. Pero para que eso pase tenemos que dejar que estos partidos lleguen al gobierno, algo que en muchos casos es inquietante. Sobre todo en países como Francia, que tiene un sistema presidencial, por lo que si llegasen al gobierno llegarían con muchísimo poder”, advierte.
Siguiendo con el caso de Francia, ejemplifica muy bien el concepto de ‘derechización del discurso’. “Cuando estos partidos entran en el sistema político pueden pasar tres cosas, si son muy pequeños lo que se hace es ignorarlos. Pero cuando deja de ser pequeño sólo tienes dos opciones, o bien te pones frente a él y le contraatacas, o bien intentas copiarle temas para intentar competir por sus votantes. Eso tiene implicaciones, porque el conjunto del sistema político se infecta y se mueve hacia posiciones más hacia la extrema derecha, que es lo que ha pasado en Francia”, explica el politólogo Pablo Simón.
Siguiendo en el contexto político, además de España, países de nuestro entorno como Portugal e Irlanda, son también un rara avis en esto de no aupar opciones ultraderechistas. La explicación de este contrapunto responde a un factor histórico. “España y Portugal son países con el recuerdo de la dictadura de extrema derecha. Y se sienten culpables por haberla tenido. Austria, Italia o Grecia también han tenido su extrema derecha, pero por motivos que tienen que ver con su cultura política no se sienten culpables del fascismo de Hitler o los italianos de Mussolini. En Portugal y España se ha creado la idea de que no se puede votar a la extrema derecha por eso en estos países ha aumentado el populismo de izquierda. En el caso de España sería Podemos, en el caso de Irlanda sería el Sinn Fèin y en Portugal el Bloco de Esquerda”, matiza Molina.
“España ha tenido una dictadura de corte de derecha, vacunada contra la extrema derecha porque había mucho rechazo contra posiciones de este tipo, porque nuestro electorado y nuestra sociedad civil están más escorados a la izquierda tras un proceso largo de autoritarismo franquista”, sostiene en la misma línea Pablo Simón, aunque matiza que ese no es el único factor diferenciador que explica una España vacunada contra la ultraderecha.
¿Por qué España es diferente?
Nuestro país no ha sido inundado por esa oleada ultraderechista que ha afectado a los países analizados. Con la llegada de la democracia el discurso oficialista del régimen fue absorbido por el centro-derecha que representaba UCD -aglutinaba diferentes familias políticas-, y por la derecha menos tibia que representaba Alianza Popular. 40 años después de las primeras elecciones democráticas no ha habido ninguna opción ultraderechista que haya conseguido un nicho importante de votantes que le permita aspirar al poder.
No hay un único factor determinante y sí diversas variables. Pablo Simón lo resume así: «El proceso de desindustrialización que empezó en Europa en los 80 no ha sido tanto en España. El hecho de que tenemos una tasa de inmigración menor y diferente al resto de Europa, el hecho de que tenemos una identidad nacional disputada -nacionalismos autonómicos- y el hecho de que el discurso antisblishment y antiélite ha sido canalizado por otros partidos -Podemos y Ciudadanos-, explica que no haya podido surgir este tipo de partidos».
En el factor de la inmigración y la irrupción de nuevos partidos también incide el investigador Ignacio Molina. «En España hemos tenido la suerte de que ha llegado una primera generación de inmigrantes y que además muchos de ellos se integran fácilmente. Los latinoamericanos, por cuestiones culturales y de lengua. Y los rumanos, culturalmente y religiosamente son muy parecidos a los españoles. Otra inmigración como la marroquí, que culturalmente está más alejada de la española, es menor, y esos pocos son de primera generación que es menos conflictiva, al tener ese complejo de ‘acabo de llegar y no tengo ningún derecho'».
Intentos pretéritos como Plataforma Per Catalunya (PxC) o España 2000, o más recientes, como Vox, no han llegado a pasar de opciones residuales cuyo éxito se ha limitado a un nivel local y minoritario. A eso se añade que su discurso no se desvincula de un pasado autoritario y oscuro de nuestra historia que ya ha sido superado por la sociedad. «Una cosa que hemos tenido “buena” en España, es que al tener un partido de derecha único como el PP al final la competición la tenías que hacer hacia el centro, aunque tuvieras a la extrema derecha votándote. El problema es que si surgiera un partido a su derecha ya tendría que mirar hacia las dos direcciones. Eso podría romper o hacer saltar por los aires consensos básicos en España. En nuestro país tenemos un consenso tácito y es que la xenofobia no es tolerada de ninguna manera. A nivel de calle ocurre, pero a nivel de medios de comunicación y el establishment es totalmente afeada de forma transversal a todo el marco político», según Simón.
En la actualidad es evidente que no se dan los elementos suficientes como para fomentar el éxito electoral de un partido de ultraderecha. Pero, ¿y en el futuro? «Cuando lleguemos a una segunda generación de inmigrantes, que serán más exigentes que sus progenitores, dentro de 15 o 20 años, sí que creo que puede haber un terreno abonado para el crecimiento de una extrema derecha. Aún así seguirá existiendo ese recuerdo del franquismo, que les hace estar condenados a ser minoritarios», apunta Molina. Y añade: «el espacio en el que podría colarse la extrema derecha ya está ocupado por el PP y el sentimiento antiélite lo ha canalizado en gran medida Podemos, con lo cual el espacio se achica».
La transformación del nuevo tablero político que ha roto con el bipartidismo no ha tendido hacia el extremismo de derecha. Aunque los investigadores coinciden en señalar que si no han surgido opciones actualmente, no significa que no vayan a surgir en el futuro. Pero en la actualidad España está vacunada contra la ultraderecha. Al menos en esto, es un motivo de orgullo no ser como Europa.