Hace treinta años quedé subyugado por el siguiente refrán agrícola, mantenido constantemente en mi mesa de trabajo, allí donde fuere. Dice así: “No creas que, envenenando el jardín de tu vecino, el tuyo quede a salvo del veneno”. Hay quien prefiere decir que “criar serpientes en el jardín del vecino no evitan que te muerdan a ti”. Da igual cualquier formulación, es el sentimiento y ánimo que tengamos en cada momento, el que elige uno u otra expresión.
Y con un ánimo, sentimiento y temor a caer en la inquina es ahora lo que me impele a compartir algunas cosas. Durante los últimos tiempos, y sobre todo desde hace poco más de veinte días, he visto el culmen, y seguro que ustedes también, de cómo hasta límites propios del absurdo, está enrarecido el ambiente social en todo el mundo.
Como no podemos hablar de todo el mundo, las generalidades siempre son injustas, y personalizar (como señalar con el dedo) es de mala educación, me encuentro en una encrucijada moral: decir sin marcar y señalar sin nombrar. Reconozco en mí las críticas vertidas sobre otros. Mal comienzo.
Quizás por pura comodidad, desidia o vértigo, e incluso cierto temor, en esta ocasión me voy a centrar en España, podía “venirme arriba” y hablar de las controvertidas elecciones de Estados Unidos, por conflictivas y causantes de no pocos influjos que en breve veremos; o de las injerencias de ciertos países en temas nacionales de otros y “formular teorías conspirativas de alto alcance”. Incluso podríamos hablar del doble rasero por el que las emociones rigen nuestros comportamientos alejando el raciocinio y la prudencia de nuestro pensamiento.
Pero no. Voy a quitar la mirilla de mis armas y bagajes, dejar mi oquedad saliendo a campo abierto y vamos a ver que pasa en esta nuestra Nación. Sea lo que sea que signifique eso hoy en día, puesto que, si estaba antes mal visto decir “España” y se sustituía por “País” para ser políticamente correcto y no herir sensibilidades, ahora hablar de Nación nos lleva cuando menos a preguntas incómodas, respuestas con retranca y rápidamente nos clasifican, haciéndonos mover en nuestro sillón como si en “examen de oposición” estuviéramos. Nos sudan las manos, la camisa no nos llega al cuerpo, y sobre todo el corazón habla cuando debería ser la Razón la que pulsara nuestra lengua, oral o escrita. Gritamos para tener razón y la perdemos por cada poro. Dicen que el papel lo aguanta todo, y el nuevo “papel”, los tuits, ahora ya son eternos y siempre descontextualizados nos sacan periódicamente los colores porque ni nos acordamos “de qué iba la vaina” cuando expresamos cualquier pensamiento, abrupto o no.
Veo en este mi País, llamado España, y que debería integrar saltando lo que nos diferencia y apoyando lo que nos debe unir, más rencor y rechinar de dientes, que el que mi memoria alcanza ya a pensar o leer en los viejos “cuadernitos” que desde hace más de tres décadas voy atesorando. No me crea eccemas ni siento invocaciones satánicas escuchar otros acentos, sentimientos o lenguas (que aseguro no hablo en la intimidad) distantes a los míos. Llevo toda mi vida entre ellos y veo las personas, no los colectivos, que los profieren. Si hay educación, respeto y sobre todo “buen contexto”, me integro, los integro y los vivo hasta donde mi capacidad me permite. Disfruto la diferencia e intento aprender el sentimiento que la promueve. Hasta hace poco, veía en la mirada de los “otros”, cercanía, un poco de orgullo identitario y hasta unas risas a mi costa.
Pero ahora no. Este el primer bofetón que encadenadamente nos empezamos a dar y ya ni recordamos por qué ni cuándo se empezó. Se usan la lengua, la música, y hasta la comida por colectivos como “banderas y bandos”. Entonces las cosas se tuercen y aparece la inquina.
No mento ni a memorias históricas ni uso calificativos políticos o religiosos propios de lenguajes de los años treinta del fatídico siglo XX, no usaré retóricas engoladas para referirme a “ellos” como distintos a mí, o que son o fueron malos per se, nacidos de la ignominia y con el pecado capital marcado a fuego desde que dieron su primera bocanada de aire recién paridos. Como si la tierra o el agua, y no la cultura recibida o la educación, conformaran un sello indeleble que nadie puede ocultar. Me recuerda cuando se usa mal la Frenología siendo capaz de identificar sólo por rasgos fisiológicos a colectivos o a actores de futuros delitos. Un fatum contra el que no podían luchar y debían “solicitar ellos mismos” ser exiliados y castigados por el mero nacimiento. Corderos las más de las veces a las que vestíamos de lobos para tener la excusa “en el otro”.
Me niego a llamar “filo” nada a nadie, ni “anti” nada a nadie. No parece que hayamos encontrado paz en este tiempo de oportunidades; más bien hemos hecho las cosas tan malamente que hasta en una competición de necios quedaríamos, de tan necios, los últimos.
Cansado ya de retóricas de salvapatrias o de “lucha clases”, basadas en falsas identidades muertas para todos menos para los que las usan para promover los instintos más bajos o primitivos; harto de ver el uso en lenguas, formas de hablar, colores que ya no sabemos lo que significan, identidades deportivas que escinden grupos más aún que las propias banderas… me veo luchando por apaciguar a los que niegan por principio la educación recibida, piensan gritando, y que el nivel de “adrenalina” da la verdad. Lobos con piel de corderos o falsos profetas, serpientes que muerden hasta cuando besan.
Por ver al otro ciego me he quedado tuerto, a fin “que ganen los míos” denosto sin tasa ni tregua a los “otros” (por favor que alguien me identifique míos y otros, y que cuando lo haga se escuche a sí mismo). Para ganar elecciones, competiciones, o simplemente para llamar la atención de nuestros corazones y sentimientos durante los últimos años, gracias a la incompetencia política, los hay dedicados como profesión al insulto, al “tú más”, al terruño por encima de la cosecha, a la competición por encima a la cooperación. Piensan que “todo se rompe y está amenazado por un mal insidioso”. Para unos la “Patria”, para otros la “fe”, para aquellos su “identidad”, para estos “su economía”; siempre todo está en riesgo apocalíptico, todo está por perderse y cual grito de “Desperta Ferro” alarman al público sin tregua o tasa.
No digo que no existan tales amenazas, digo que esta permanente “vigilia ante el peligro” es agotadora. ¡Vaya! Acabo de caer de nuevo, en lo mismo que critico. Han vencido ya si no hay otro discurso posible y una nueva narrativa no se puede crear.
“Razón cobíjate en los irracionales, ya que los seres humanos han perdido la Razón”, decía Marco Antonio a la muchedumbre tras el asesinato de Julio César. Recomiendo la obra de W. Shakespeare, como recomiendo la película nominada a cinco y ganadora de un Oscar en 1953. Si alguien quiere ver y saber cómo nos manipulan para pasar de la Razón a la locura de forma rápida, suave, amorosa y sencilla, como el que me habla a gritos para salvar mi alma, se la recomiendo fervorosamente; y, como sé que su tiempo es valioso, no les pediré que vean la película entera o lean la obra entera. Basta con que vean los poco más de dieciséis minutos del “discurso fúnebre de Marco Antonio”. Puede que después les cueste a algunos un poco más engatusarles.
Sembrar discordia no hace más que darnos resultados a corto plazo, y como en los conflictos, se sabe las tácticas que dan comienzo, pero no como acaban sus frutos. Nadie controla “los resultados de la siembra de inquina”, una vez florecida, nace y renace como mala yerba, obstinada a no dejarnos respirar. Los nacidos en la inquina comen contra otros, piensan contra otros y siempre los culpables son otros.
El beneplácito que surge del relajamiento moral, social, educativo, que décadas tarda en forjarse, muere en pocos años de “insultos, palabras arrojadas como piedras y sin sentidos en las argumentaciones”. No es momento de simplezas, pero tampoco el Apocalipsis llegará mañana, si “arrojo los tibios de mi boca”, tendré que aceptar que el radical me encontrará tierno, nadará a sus anchas, le abriré mi corazón y conocerá mis mecanismos afectivos más secretos. La manipulación está servida y difícilmente podemos ver con claridad. ¡Vaya, de nuevo me encuentro hablando como los que señalo!
No hay forma. La implicación que todos tenemos, la posición de cada uno es fruto de la “aldea o barrio en el que nacemos”, de los rencores y miedos de nuestros padres, de la educación sentimental que nos cala desde cuna a sepultura, y eso lo saben los que nos “enardecen”.
Por eso cuando un político o un supuesto líder habla y solivianta las almas y enciende la mecha de la inquina, no se si sabe lo que hace, pero está dando alas a la ignominia, a la violencia, da cuerpo al enemigo imaginario y por tanto prende la yesca de una zarza que no se consume.
Da igual que sea filo-comunista, cristiano-renacido, patriota de mesa camilla, o peor aún veleta de las modas que nos llegan de otras culturas y tradiciones. No he hablado de elecciones de Presidencia en Estados Unidos, seguro veremos en breve globalistas y milicianos en conflicto bastante crudo y que nos trasladarán; tampoco he hablado de la “bandería” que se ha convertido el Circo sin pan del mundo político patrio.
El lector es inteligente y a mí no me quedan más fuerzas para resistir fuera de mi “emboscadura” a tantos inputs emocionales. Baste con que lo intentemos. No me rindo, sólo espero a seguir luchando las cuarenta y ocho semanas que tenemos para que el barco tenga timonel y rumbo; sea para ir al infierno, al purgatorio o a la victoria. Pero al menos salir del día de la marmota, del griterío y la adrenalina de quienes “vienen a salvarnos”.