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Soluciones No problemas (III): “Y vuelve la Burra al Trigo”

Soluciones No problemas (III): “Y vuelve la Burra al Trigo”

El Emboscado

En el acervo popular muchas veces encontramos más y mejores respuestas que en sesudas intervenciones o magníficos manuales de cualquier cosa. Cuando estamos cansados de argumentaciones que permanente nos martillean la mente, y que aunque no sepamos el por qué exacto, intuimos que “algo falla” o vemos que el “orador” no se baja de sus argumentos aunque sepa que no convencen a nadie, decimos “Y vuelve la Burra al Trigo”.

Ante todo, decir que es frase injusta para los Burros puesto que son inteligentes, nobles, fuertes y fieles. Pero el devenir de los tiempos, a saber porqué, nos hizo creer que los Burros eran estúpidos, tercos o sin “sentido común”. Nada más lejos de la realidad, y nada más cerca de nuestra “mirilla”.

Un Burro las más de las veces tiene convicción o inercia en un acto motivado por “instintos o percepciones” basadas en experiencias previas. Se ha demostrado que estos animales tienen algo parecido a un conocimiento heurístico que les hace ser precavidos y sobre todo “tozudos” cuando creen que algo es perjudicial para sí mismos, e incluso, ojo al dato, para sus dueños. Decenas de historias hay de burros que salvaron a sus cabalgaduras de rutas peligrosas en senderos, guiándoles “tercamente” aún sufriendo fustazos por otras rutas que demostraron ser más seguras después; o renuncios, como se dice en caballería, ante aguas que se veían limpias y eran salobres y perjudiciales.

Pero en este caso la frase refranera es ajustada al uso, cuando sabemos que alguien nos engaña y pretende triunfar venciendo nuestra resistencia a llevarle la contraria de manera racional y está obcecado en su “verdad”, la cual necesita quizás para crear su identidad psicológica o cubrir el expediente para sentirse mejor. Algo así como la huida a la cocina a lavar los platos cuando se escucha en sobremesas frases del tipo: “¿y qué te cuentas cuñado? … ¿sabias qué?”; signo inequívoco de una aplastante retórica sin sentido que une frases de la tele, con cosas leídas a medias en prensa, con razonamientos de programa mañanero o tertulia radiofónica… No entraré en el análisis de las motivaciones de este tipo de personas y actos porque me llevaría mucho tiempo argumentar sus rasgos psicológicos y necesidades de autoafirmación freudiana. No es es nuestro objeto para abatir en esta ocasión. Zanjamos la cuestión: son necios.

Lo que me preocupa en esta ocasión es cómo este tipo de “Burros que vuelven al trigo”, siempre se encuentran con la indolencia de gente o bien pusilánime, que vive en el permanente día de la marmota, e incluso piensa ser de buena educación soportar estoicamente a estos seres y a sus diatribas. Si leemos atentamente las posturas estoicas sabremos que esta interpretación es del todo falsa, como lo es que la educación sea soportar esta vacuidad de gentes y palabrería. Pero algo hay, que seguimos cayendo en sus redes y seguimos sufriendo sus “vueltas al trigo”.

Esto es de lo que en las siguientes mil palabras vamos a hablar. “Los burros adoradores de este trigo” tienen unas sencillas y fáciles reglas que les dan a veces el triunfo por cansinos, a veces la suerte les sonríe ante incrédulos y novatos, pero siempre, cual maleficio bíblico ascienden en la escala social e incluso llegan a mandar grupos, empresas y países. Ejemplos hay en la historia.

No es lugar de citas interminables sobre este particular; baste decir que recurriendo a un solo libro de historia universal del antiguo bachillerato que cursé, antes de llegar a la caída del imperio romano occidental (4 de septiembre del 476 d.C), contaba ya, exactamente cincuenta ejemplos. Algo que nos da motivo a creer que el ser humano es de mente poco plástica, memoria floja, fácil convicción y que sistemáticamente “vuelve al trigo” por más que se le demuestre que está equivocado. Mientras voy limpiando el arma, alineando la mirilla y cargando mi disparo semanal, desde la espesura del bosque que me permite la osadía de ser un Emboscado, me voy a permitir nombrar las cinco reglas del “burro, su trigo y nuestra debilidad”, al tiempo que terminaré con las reglas para delatarlos y salvar lo que podamos de esta cordura puesta a prueba por Pandemias e informaciones sesgadas (tema de otra pieza futurible).

El “burro” ama su trigo y vuelve a él, lo primero porque le da beneficio hacerlo, consigue un objetivo al ejecutar sus jaculatorias (son variados motivos, son diversos beneficios, como lo es la motivación victimista del que llora en lugar de salir a buscar ayuda sincera y arreglo a sus cuitas). Ese es el primer punto: tiene tribuna, tiene quien le escucha, se ampara en el derecho a la expresión y a que la gente se ve obligada por un mal entendido respeto a escuchar a “todo el mundo”. El segundo escalón es que siempre apela al sentimiento y nos hace creer que es como nosotros, y si él tiene posición privilegiada, nosotros seríamos como el si le escucháramos. Falso hasta la medula, pues sabemos que apelar al sentimiento no es más que una técnica de “excitación de la amígdala” y de los instintos más primitivos, para mover corazones y voluntades con palabras talismán como patria, igualdad, libertad… y sonidos que provengan de nuestro inconsciente colectivo: himnos, letras y romances antiguos con los que nos criaron.

El tercero y cuarto son cara y cruz de lo mismo: repetir el mensaje hasta la saciedad, que los argumentos sean simples e invariables, pero sobre todo que tengamos a la gente enganchada el mayor tiempo a nuestro discurso. El tan sabido lema de marketing televisivo que dice: “… ahora a continuación veremos las estremecedoras imágenes del hombre que muerde a los perros”. Suceso que muchas veces el tiempo saca de escaleta, y otras es una sarta de equívocos e imprecisiones… pero han logrado que veas el programa completo, que es de lo que se trataba. Audiencia en el tiempo, no información veraz, es la regla de oro.

Y el quinto es el más complejo. Debes ser “atractivo” a los oyentes o asistentes incautos, el aplomo del Truhan y Pícaro, la sonrisa beatifica y la mirada ilusionante casi a punto de llorar de emoción (falsa por supuesto), son la pincelada perfecta para rematar el cuadro del “caminante burro que nos lleva a su trigo”, una y otra vez.

Como lo prometido es deuda y debo acabar antes de las mil cuatrocientas palabras. Las reglas para desmontarlo son sencillas: no comamos de su trigo sin saber si es cebada o verdadero trigo, no sea que por no quedar mal, comamos sobras por no decir que no es lo prometido en el menú; no confundamos la educación de ausentarse sin escandalo de una situación, con ser tan flojos de moral que tengamos que tragarnos el discurso entero (como si por el hecho de pagar una entrada de cine nos obligara a ver un bodrio por no malgastar el dinero…); no aceptemos argumentos atropellados y basados en frases talismán o en “diagramas estadísticos incomprensibles”, que si dijéramos no entender o pedir explicaciones interrumpiendo su “trigo”, podríamos caer fulminados, no por la ira del “ponente”, si no por la mirada placida que nos dice: “pobre, si es que no das para más… ven, ven a mi regazo que yo te acojo con amor, déjate guiar en el camino de la verdad”.

En definitiva, seguiremos “siendo burros que aceptan que se vuelva al trigo” cuando: perdamos la distancia de un juicio argumentado, el tiempo necesario para contrastar la información, no exijamos que como sapiens que somos se nos hable a la cabeza y no sólo al corazón, y sobre todo perdemos cuando no se expliciten los intereses del interlocutor (que no digo que no sean legítimos).

En una frase: tiempo, lectura, argumentación y oportunidad para contrastar la información. Todo lo contrario a lo que nuestra era nos otorga. Y así llegado el limite de mi tiempo, no he podido “disparar” a ningún “burro”, es porque no sé cual elegir. Vienen en manada y mientras escribía no me di cuenta de que me rodeaban para “volver a llevarme al trigo”. Otro día estaré más atento, espero.

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