Sí, han leído bien, es bastante fácil determinar los indicadores, motivos y formas por los que se corrompe un sistema; no hacen falta grandes estudios, ni una larga lista de seminarios, títulos y “pergaminos de pared”. Para olfatear la corrupción allí donde empieza a “morder” a un sistema hasta convertirlo en “irrecuperable”, sólo hay que sentarse, tener paciencia y anotar en cuadernos los pequeños acontecimientos que “huelen”.
Pero, si es fácil detectarlos si tenemos las gafas limpias, igualmente fácil es decir cómo erradicarlos. El problema viene cuando queremos hacer las cosas sin saber cómo funciona, de verdad, tanto el ego humano, como los adjetivos con los que calificamos algo como corrupto. Basta con seguir las definiciones de cada término y adjudicarles un sustantivo, un nombre. Todos en el fondo sabemos qué es un acto corrupto y quién, cuándo, dónde y por qué lo es.
Algo es corrupto cuando, según el DRAE, encontramos esta situación: “Que se deja o ha dejado sobornar, pervertir o viciar”; por tanto, es fácil en un sistema reglado saber cuándo algo o alguien es corrupto y corrompe las cosas con su actuación. Es suficiente comparar las acciones u omisiones de estas en un proceso concreto.
El truco está en saber que hay unas normas que intentan poner orden en las relaciones humanas y que llamamos heterónomas; estas nos dicen cuándo se está acorde con una norma y cuándo no. Siendo como son pactos entre humanos, estas pueden cambiar, sí, pero no a la ligera. Evidentemente hay muchas cosas que se escapan a esta definición, pero, si miramos atentamente, veremos que no son tantas; y las que lo son, podemos clasificarlas en comportamientos que en la antigüedad llamaban “urbanidad”, algo que se daba por supuesto en todo momento y que para cambiarlo necesitabas buenas razones o en su defecto justificar que esa “prudencia y buen hacer” debía ser modificado. Este es el primer principio para “olfatear” al corrupto y sus actos: no tienen ni urbanidad, ni respetan aquellas normas que no les beneficien.
Como ahora vivimos en un mundo en el que todo debe tener una deriva o connotación emocional y psicológica, le llamaremos aprendizaje vicario, que resumido diría así: “Según veas lo que ocurre a los demás cuando hacen algo, así tú debes obrar, si eso te beneficia o ves que es bueno el resultado”. Aquí está el segundo de los principios para “olfatear”: confundir ese beneficio como algo sólo individual y no colectivo, cuando “el ejemplo de los otros” no se convierte en norma para tener “urbanidad y cumplir las normas pactadas”.
¿Pero qué es lo que pasa cuando ese “ser” tiene en virtud de suerte, familia, entorno, “connivencias” o de sus capacidades, éxito? Pues pasa algo muy común. Si juntamos este tercer principio “oloroso”, veremos que el individuo que ni tiene o sigue principios heterónomos, ni tiene urbanidad, ni siquiera será un ejemplo moralmente bueno, porque precisamente el ejemplo que vive es que el medro, el egoísmo, la prepotencia y el conciliábulo son cosas que dan “éxito social” y por tanto no han de temer la “ira de la sociedad” porque “los educados en el buen ejemplo vicario, legal y con urbanidad” nunca tendrán la fuerza para señalarlos.
Ese éxito utilitarista, no se usa para la mejora social, sino para la consecución de un fin concreto, apoyado en gente que obra igual y que por ende se “olfatean entre sí” para auparse. No es cierto que los políticos sean corruptos por definición, ni es cierto que no se puedan delatar sus acciones, sencillamente nos hemos dado un sistema pensando que todos teníamos urbanidad, veíamos vicariamente que el buen ejemplo tenía éxito, y creíamos que lo útil era para todos lo mismo. Ahora ya sabemos que no es así.
Por ejemplo, el político corrupto se apoyará y se rodeará de “quien puede alterar las normas a su capricho”, es decir ciertos tecnócratas y funcionarios. Esten seguros de que por cada político corrupto, hay varios funcionarios que miran a otro lado, cuando no coadyuvan a ese comportamiento. Lo más grave es que no hemos encontrado una forma de ascenso social o económico que no esté derivado de “prebendas, herencias u otras acciones nada edificantes”. El que no se delaten con mayor frecuencia viene motivado, entre otras cosas, por la “envidia y atracción” que tiene el éxito logrado de esa forma, por el “peso específico” que tiene la red del medro que ampara esta, y todas, las sociedades.
Si para llegar a cierto lugar hay que cumplir ciertas reglas del juego, y los que hicieron las reglas del juego, son los que te “aceptan” en el grupo… ¿cómo superar esa barrera? Sencillamente no se puede; o al menos no con las reglas actuales. Pero cuidado, aviso a navegantes, no caigan en la utopía de pensar que existe una revolución limpia, que desde cero logra cambiar las cosas y que a su vez no “use de los mismos sistemas” para medrar de forma si cabe más descarada. Creo que sobre esto no hace falta glosa en esta piel de toro que ha vivido de salvapatrias, golpes de pecho y retóricas incendiarias desde hace demasiado tiempo. Toda revolución necesita de un “cuerpo técnico” que haga real y factible una “idea”; da igual si vienen de sistema corrupto que se quiere eliminar o si salen de cárceles por crímenes contra la humanidad. Todo se perdona en aras de “saber cómo funciona el juego”. El huevo de la serpiente ya sólo necesita calor para repetir por enésima vez los mecanismos del poder.
No es que no se pueda cambiar, es que hay un factor, el último, que evita que podamos hacerlo de forma sencilla, que no rápida, y que se llama intereses creados, y si hablamos de actos de naciones en inteligencia se llama elicitación o provocar algo, y que si además buscamos cómo articularlo para convencer se llama narrativa o ideologia… y ya contra eso, sólo nos queda la utopía.
Bueno, la utopía y la emboscadura, que como ya compartí en otra ocasión es intentar unirse en el mismo camino, con gente con los mismos intereses, “plantando árboles de cuya sombra no disfrutaremos”, como dice un proverbio griego.
En cualquier caso, como la promesa es deuda, les voy a compartir la que es una posible solución de compromiso, dado que dar a problemas complejos soluciones simples es lo que hacen los populistas, de los que tenemos ya en esta tierra larga lista de “grandes figuras” aupadas con el sudor de muchos y las rentas de todos. Imaginen, por un momento, alguien que tiene peso social, al que se considere un ejemplo vicario a seguir por los jóvenes, que logre el éxito de forma limpia, sea un fiel cumplidor de las normas legales, económicas y sociales, promotor de urbanidad, que busque la utilidad del bien común… digamos, para entendernos, un famoso. Si él, o ella, o ello, fuera así y existiera así, y los hubiera en número suficiente, entonces se podría sembrar algo que (si no se agosta por mala fe) en una década permitiría algún cambio.
Ahora, sin embargo, me doy cuenta que los que pueden no quieren y los que quieren no se les deja, no vaya a ser que “contaminen” nuestro amado sistema. Siendo, lamentablemente, que la solución cae ya en terrenos que escapan a este Emboscado. Aquellos que crearon conscientemente un sistema buscando la perfección, no se dieron cuenta de que la humanidad dista de ser perfecta y sus componentes se mueven por instintos, filias y fobias y que torticeramente usarán cuales demonios inteligentes, que decía Kant, todo para asegurar su lugar.
No se puede decir que sea un buen exégeta, pero abran su buscador, elevado ya a ser con rango ontológico por tener para muchos casi los mismos atributos del Dios medieval y pongan sencillamente: Mateo 10:14-15.
Después de ver el resultado en internet, les conmino a seguir emboscados y sobre todo a apuntar los rasgos y actos de aquellos que ni son cívicos, ni son morales, ni siguen las reglas, ni dan ejemplo, ni piensan en el bien común, y son sobre todo salvapatrias populistas, que ni dan ejemplo ni lo pretenden. Son fáciles de reconocer, pero tengan cuidado no se den cuenta de que les han “pillado” o serán su nuevo objetivo.