La muerte perinatal de los sueños de un país
Cuando una tarea colectiva fracasa da igual que sea personal o compartida. Tras cuatro décadas es la hora de mirar al futuro, abandonar los bandos, abandonar la inquina, y enterrar a Caín.
El emboscado
Ayer fue el día de la muerte perinatal una de las tragedias más grandes que una persona puede sufrir. Y digo persona porque es una tragedia que afecta sin distinción de género. Al igual que no entendí jamás por que a un sexo se le llamaba débil y se le condenaba a “ser custodiado paternalmente” como eterno menor discapacitado; jamás entendí por que se daba por seguro que una parte sufría más que otra en tal tragedia. Como si el sufrir, mostrarlo o no mostrarlo, denotara algo ontológico que nos hace mejores o merecedores de alabanza o en
su caso detrimento.
El dolor, como la tragedia, como ser consciente de la misma, no es atributo de nadie en
particular. Creo que es un dolor sordo, compartido por muchos, en silencio, y en el que no
sabes qué decir por que no hay palabras, ni categorías que ni lo definan, ni lo expliquen con
solvencia. Todo lo que sea más de una mirada o un gesto, sobra. Esa tragedia, que se lleva en silencio, y de la que no estoy seguro de que hablar en todos los casos sea salvífico, es algo que también se da en los sueños de una persona o de una sociedad.
Esa saudade, esa melancolía cuando se toma conciencia del fracaso de un proyecto vital siempre es demoledora, y siempre conduce a cierto abandono nihilista ante la imposibilidad de que tus esfuerzos sean suficientes para cambia algo. En ese punto es en el que cuando ves, aunque sea en parte, el fracaso de una tarea colectiva, la ilusión de un pueblo truncada por necios, estúpidos, o sencillamente “traidores” a sus raíces, es cuando sientes la perdida. No es baladí comparar el sufrimiento humano con la consecuencia en lo social, por que ambos son primos hermanos, ambos son efectos a veces incomprensibles.
¿Cómo si no explicar que tantas veces digan políticos y padres de la patria los errores que nos
llevan al desastre, y sin embargo las mismas veces ellos cometan tropelías mayores? Sólo por
necedad o traición (véase por favor los artículos 581-585 del código penal, o en su defecto si se
es militar el articulo 49 del código penal militar), se entiende que durante tantos años y
durante tantos envites democráticos, se siga en lugar sensiblemente mejor que hace cuatro
décadas, pero muy por detrás de lo que se atisbaba por el esfuerzo compartido y la ilusión
puesta. El valor y el esfuerzo, como en otras áreas se da por supuesto.
Aquellos que traicionan una idea inconscientemente son necios , aquellos que lo hacen conscientemente, traidores a su gente y a los ancestros que se “deslomaron” para darnos la oportunidad. Es la memoria de aquellos que perdonaron a sus enemigos en aras de un futuro sin rencor para sus hijos, a los que ahora pisoteamos para que no se vea la inoperancia de nuestros “proceres”. La ideología es lo de menos, lo importante es el concepto de sociedad y de futuro, el concepto de Patria, Estado o lo que cada uno desee tener en su alma.
Cuando me preguntan por qué me embosqué, ya hace para diez años, la respuesta es sencilla y
perinatal: Yo confié en la palabra de mis criadores, cumplí la regla sagrada de “dar a la
sociedad el doble de lo que me entregó”, me esforcé guiado por mis maestros y observé la ley
aplicada hasta donde mi entender pudo. No baje los brazos durante tres décadas, ni cejé en el
esfuerzo a pesar de la sonrisa sardónica de muchos. Y fracasé.
Ahora cada vez que salgo de la espesura, cada semana, no es para la crítica, si no para cumplir
la promesa hecha a mis mayores. Ahora más que nunca se necesita que aún desde la
melancolía, sigamos haciendo cosas y construyendo proyectos de futuro colectivo. Ahora
como diría mi querido y mal leído Nietzsche: “la vida se afirma o se niega, no se cuestiona”. Esa
voluntad es la que nuestros hijos deben recibir. No el descrédito del otro, no el populismo
rancio que saca los deseos y anhelos más burdos, ni siquiera aquellos que enarbolan enseñas
de gloria y pasado glorioso están muchas veces carentes de otro interés que no sea el propio, o
el de “clan”.
La peri-natalidad afecta también a las sociedades. Con la diferencia que estas, en oposición a
la biológica, puede cambiar tan solo con la voluntad mantenida de un grupo suficientemente
amplio que tome conciencia, no de que hay algo que hacer (hasta un púber lo sabe), si no de
qué hacer, cómo y cuándo… Y hacerlo. Y mantenerse en hacer cosas aún cuando debamos
rectificar por errar de forma grave. La queja no forjó una identidad, como la molicie en la que estamos forjará un futuro para nuestros hijos.
Han destruido un sueño, que justo ahora debía dar sus frutos. Todos hemos sido o cómplices o
ciegos. Elijan bando. Pero al igual que casi el cien por cien de quien sufre la perdida perinatal,
insiste en perpetuar la especie y hace todo lo posible para que la semilla prospere, nosotros
debemos insistir sin bandos y sin adjetivos, en hacer algo Ya, y hacerlo en conjunto. Al igual
que viví de cerca muchas perdidas perinatales y vi continuar el camino; creo que no es hora de
bajar los brazos y perder todo lo heredado.
Si no deseamos hacerlo, podemos pasarnos con “armas y bagajes” al enemigo para vivir a su
sombra; al igual que los otros pueden elegir el dolor, el recuerdo y la esterilidad. No se me
educó para ninguna de las dos cosas. Pero ni mucho menos creo que nadie es imprescindible,
como creo que sólo la tarea colectiva, el estado de derecho y la voluntad, nos sacará del
“impase” en el que nos hemos dejado meter.
A los unos les pido valor para con el recuerdo de la pérdida sirvan de ejemplo. A los otros que
aporten, se aparten y dejen que otros contribuyan. Nadie sobra, todo falta. Desde esta
humilde columna que a bien me han cedido intento poder mirar sin sonrojo a la cara de quien
me educó, de mis maestros, y de aquellos que de ejemplo me sirvieron.