Un lobby en mi corazón
Los lobbies, o grupos de presión interesados, son legítimos. La duda aparece cuando la legitimidad se basa sólo en finanzas y no en criterios éticos. Entonces aparecen Salvapatrias que salvan nuestras almas e identidades, para luego venderlas a quienes les “promocionaron”
En muchas ocasiones hemos oído, nos hemos referido y yo mismo he nombrado ese anglicismo tan común que encierra toda una forma de actuar y una vida, en un concepto: el lobby.
Siempre, parafraseando a los poetas e intelectuales, “la vida depende del color del cristal con que se mira”, y siempre es necesario “andar una milla en los zapatos de otro para comprenderle” … y podemos estar encadenando frases profundas y significativamente elocuentes toda la vida; las tenemos para todo gusto y color, como tenemos para cualquier oportunidad o justificar una acción, un refrán, que no sería tal si no tuviera una docena que dijeran lo contrario. ¡Qué bien se siente uno cuando encuentra en el acervo colectivo algo que avala tanto pensamientos, obras y omisiones, depositando en otros la responsabilidad de nuestros actos!
Si ya lo ponemos en boca de un antiguo prócer de la patria, o en la actualidad en porte y ademán de un “poligonero” famoso de impecable presencia, pero verbo arrastrado y soez, entonces hemos triunfado en el mundo de las excusas. Ya podemos justificar todo lo que hacemos, vilipendiar lo ajeno, y a ser posible medrar y tener rédito acorde a la moda o fuerza de nuestro “lobby”. Conozco muchos, en todas y cada una de las épocas y culturas, que pasaron con pena, pero con gloria póstuma, cuando delataron, nombraron u osaron señalar a quienes permitían por acción u omisión campar a sus anchas a jornaleros de la falacia, teloneros del teatro del mundo, y relatores del “estar conmigo o contra mí”. Cuento con los dedos de las manos aquellos que parecieron desenmascarar los resortes del poder, los grupos de interés bastardos o los paniaguados de impecable sonrisa con ropajes financiados por marcas. Pero es cierto que cuando, cual polilla circundando la luz que puede matarla, me intereso por aquel o este o ese tocado por la fortuna de sobrevivir entre lobos medrantes… aunque me percato al poco que consciente o no era un “siervo de un grupo de interés”.
Esa pena por un “ángel caído”, que primero nunca fue ángel, y fue caído o arrojado en “cálidos conciliábulos” , rápidamente se evapora por el nacimiento de un nuevo “Francotirador” que suelta verdades como puños, es envidiado por muchos, adorado por su Kairós y que nos devuelve a la ensoñación, de que otra forma es posible, otro actuar es imperioso y nos insta a dar prédica de la “nueva Fe”… hasta que por casualidad, investigación o revelación de un contrario interpuesto, vemos que tenía a su lobby como sustento y nutriente de todas sus acciones, revelaciones, escenificaciones y por supuesto providencia del sustento material.
Me he dado cuenta. O mejor debo decir “que me ha sido mostrado” tantas veces la falta de libertad en las proclamas Cainitas o delatoras, que me empiezo a rumiar que las utopías negativas o distopías no son más que acciones descriptivas de lo que el ser humano hace en todo momento. Esos relatos que representan formas diferentes de habitar y de pensar parece que sólo son relatos totalmente verosímiles de las formas en las que los intereses se representan en política, en economía, en arte o en el propio ocio. Pero estamos equivocados, porque son las mejores formas y metáforas de la realidad que nos rodea. Y como a la cerillera del cuento de Hans Cristian Andersen, a cada fulgor de una cerilla para calentar su cuerpo se le muestra un poco de la verdad que le rodea, sin saber que lo que consume en cada “encendido” es su propia vida, lo que le queda de inocencia y lo que le acerca a un sueño para ella, pero una tragedia objetiva en verdad. A cada cerilla que enciendo para ver en mi emboscadura, cada vez más encuentro lobbies encerrados y menos intenciones puras.
Ahora que se acercan las festividades del calor, la fraternidad, la generosidad o abundancia en los dones; ya sea por el advenimiento de una Natividad que para muchos es ejemplo de oportunidad, ya sea por el sopor del consumo desenfrenado arropado entre ensordecedores músicas y luces hipnóticas, nos encontramos que la cruz de cada moneda viene marcada por un interés creado, por una lucha sutil y eterna de presiones para sumar soldadesca a sus filas. Unos ofrecen sabiduría, otros poder, algunos un refugio ante las inclemencias, y los más muestran la cara real del mundo que nos rodea y que construimos con acción, dejación u omisión. Según el papel que se nos asigne.
Quizá yo mismo debiera hacer un acto de contrición laico y ver cuál es mi grupo de presión, cuál es mi “amo” en la sombra, o para qué interés siembro y cosecho sin quizá saberlo.
En cualquiera de los casos anteriores o de los que se me puedan plantear, desearía al menos que me lo nombraran para calmar a un tiempo la zozobra, y por qué no tener la ilusión de que alguien vela por mí. Aunque sea en la lejanía y con poca o ninguna atención.
Quizá todos somos un poco egoístas y construimos nuestro individual, privado e inconfesable grupo de presión, con las pasiones y sentimientos que cuanto más auténticos son, más obstinadamente ocultamos. Ese quizá sea un buen proyecto para el parto que hemos programado para 34 semanas.
Quizá la epifanía que esperamos y que nazca tras el bullicio de un fin y comienzo de año resida en poder decir sin rubor o desagrado cuál es mi grupo, qué identidad tiene y su finalidad. Sería agradable mirarse al espejo y que cada uno pudiera decir: “Ese es el lobby de mi corazón, y con él voluntariamente me reconozco”. Aunque sólo sea para después renegar, como siempre hacemos cuando nos pillan ineluctablemente en algo que por definición o es vergonzoso o es amoral o existe por las desgracias que sobre otros caen.