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Roma no paga a traidores

Roma no paga a traidores

Vivimos en tiempos de incertidumbre y falsos valores, en los que no es cierto que no existan o se perdieran los mismos, si no que de tantas que son las opciones, no se puede elegir una sin dejar al menos a la mitad del mundo fuera de la Misma.

No deja de sonar en mi cabeza en los últimos tiempos frases que de adolescente me tocaba traducir e interpretar. La que me viene al recuerdo en estos días de aciago comportamiento por “aforados de la patria”, por insulsos, buenistas y faltos de memoria o prospectiva real del mundo, no es otra que la que titula la pieza de este tiro certero en el que no me debe temblar el pulso, por más amenazas o temores que ronden como advertencia o admoniciones de todos los que me rodean. “Roma no paga traidores”, y como respuesta sólo puede quedar la denuncia ante el latrocinio y la falta de integridad moral, sea por medrar en la “escalilla” de cualquier cuerpo o por ponerse de perfil ante ignominia manifiesta. Avisos he recibido de no entrar en lid con este tipo de acciones, pues me juego hacienda o recuerdo vengativo de los que con ojos vidriosos abandonan sin razón, y sólo por miedo, a quien fue compañero de fatigas, armas o simplemente le envidian por no ser capaces de emular actividades o logros. En un país Cainita es fácil que quienes critican y mienten, medren porque son la “grasa” de la que se alimenta lo peor de la sociedad, haciéndoles útiles, pero reemplazables, y por supuesto señalados con la marca de “gente mediocre y dúctil al soborno o la influencia”.

En esta semana de presencias y ausencias informativas, se cuela en mi mesa la ignominia residente en quien hace acusaciones sin fundamento ni prueba alguna, y que pueden costar algo más importante que la hacienda, a quienes sufren este tipo de actos, normalmente realizados por envidias o “lacayos” a sueldo emocional de quienes infunden trapacerías o simples mentiras sobre la honra y la dignidad de alguien. Desde el “algo tendrá de verdad” hasta “se extralimita en sus funciones” van los argumentos de aquellos que envidian y desean aquello que logro el difamado. Hubo un tiempo que el insulto devenía sobre la sexualidad o la carencia de buenas maneras; hoy es llamarte “Pro… o Anti…” lo que esté en la picota o sea la moda de momento.

Ya sabemos que es muy fácil difamar y hablar escupiendo sospechas cual twitteros envueltos en anonimato de siglas o nombres supuestos. Las redes acogen a los haters que envenenan sin otro motivo que la envidia o el cainismo ante los éxitos, la vida de otros que desearíamos, o sencillamente por patología, no psiquiátrica necesariamente, pero que ronda la enfermedad moral que es la peor de todas las patologías.

Cuando estos actos son realizados por corporativismo u falsa obediencia debida ante jefe o superior jerárquico, normalmente más cobarde y servil que el propio “maledicente”, entramos en otra categoría moral y sobre todo vemos lo que la gente hace por agradar o servir falsamente a Banderas o postulados éticos muy dudosos. La denuncia cuando uno tiene atril o puesto reconocido es algo muy peligroso, pues usa su influencia o reconocimiento para dilapidar honra sin defensa del ofendido; pero cuando se hace bajo la cubierta de “uniformes o estandartes” en foros profesionales, lo que presenciamos no son paniaguados, son sencillos peleles sin otro valor más que el amparo de “la voz de su amo”. Doloroso cuando es de uniforme civil del que te inviste la ciudadanía, repugnante cuando el uniforme que te ampara es el militar o el de funcionario que debiera servir a la ciudadanía y no acusar a nadie sin pruebas. La envidia está muy extendida entre mediocres que a duras penas saben expresarse en su idioma, que promocionan por genuflexiones ante quien les otorga el puesto y le asegura un futuro económico o profesional al margen del servicio público o la milicia.

Escucho con estupor acusaciones de deslealtad a quienes como delito tuvieron formular nuevos proyectos o impulsar mejoras en entornos profesionales, escucho con desagrado aquellos que creen que saben por repetir consignas leídas en sólo el Diablo sabe que lugar infame de “cotilleos y conspiraciones de salón”; pero cuando las mentiras son de tan obvias imposibles de ser ciertas o cuando se vierten contra personas que no se pueden defender (bien por cumplir un código de honor, bien por estar en desventaja ante “sabandijas con mando en plaza”), entonces hablamos de algo mucho más grave, hablamos de medro para conseguir mantener el puesto, hablamos de servilismo feudal cuando aceptamos que el “mando” resentido y ciclotímico te envíe a acusar sin pruebas de “comer en plato servido por otros países”. Nada hay mas duro para miembro de una milicia que se dude de su juramento de lealtad a una Patria, y esta acusación se realice por quienes juraron la misma bandera y es patente que si no sirven a otros símbolos, lo hacen a la envidia y al “regusto” de un estómago agradecido. Cuando uno entra en ese horizonte y acepta ser pieza de mentideros y falsedades, ni tiene dignidad, ni tiene honor, y deberían servir de “ejemplo público” con sus galones, sus falsos méritos y si es menester con sus cabezas profesionales y entrañas repletas de intereses de medro, colocados en plaza pública.

Los medievales sembraban con sal los campos de los traidores para privarles del pan a su estirpe. Hoy en la era de la información y el conocimiento no hay Sal que cubra la falsa denuncia, la mentira o la difamación. Es igual de indigno acusar sin presencia de la otra parte para defenderse en directo, que hacerlo en tribuna pública envestido de un reconocimiento que te da un cargo o puesto aparentemente imbuido de “información privilegiada”.

Igual de rastrero y mafioso es como “trotaconventos” ir de forma individual a los miembros de un colectivo para hacer “leña de reputaciones de otros”, dado que no hay valor para hacerlo de forma colectiva, con luz y taquígrafos, y por tanto con rendimientos de cuentas y aportación documental. Son gente zafia que desea mantener su “corralito provinciano” repleto de favores cruzados, chanchullos y lavatorios mutuos de manos. Por no decir limpieza de vergüenzas reciprocas.

En mi caso, ni tengo peso, ni tengo fuerza, ni tengo capacidades, más allá de las que la Naturaleza me otorgó, la familia infundió en mi educación, y el ejemplo de mis mayores. En mi suerte o desgracia contribuye aquel que me anima o me vilipendia, pero lo que no evitarán es que en público y de forma directa denuncie sus mentiras y acusaciones sin pruebas, hasta que tenga la oportunidad de hacerlo en persona. Difamar es fácil, pero no lo es hacerlo “de frente”.

Tienen lugar señalado en mis cuadernitos de “francotirador”, y no perderé oportunidad de denunciar sus artimañas, pues gane o pierda, la dignidad no está en triunfar ante fuerzas que son desiguales, lo correcto es hacerlo por que de otra forma no se puede mirar a los ojos de tus hijos. Algunos iluminados lo llaman Karma o Destino; mientras que yo prefiero pensar en justicia poética y en que al igual que ellos despreciaron y mintieron destruyendo reputaciones, otros, conocedores de su calaña informarán a sus hijos de la sangre envenenada que por herencia les han otorgado.

Un personaje de una novela realista ambientada en la España del Caciquismo y la injusticia decía algo que marca una existencia: “… lo único que me queda es la dignidad de que al menos en mi hambre y pobreza mando yo”.

Espero que cuando la sartén de una vuelta al destino de algunos, podamos mostrar las vergüenzas y servilismos de los difamadores. Reservada tengo munición para cuando eso ocurra, pues la fuerza se les va a muchos por la boca y la cobardía florece ante oportunidades de “que se les vaya a ajustar cuentas y cinturas”.

Si Roma no paga traidores, es obligación moral delatar allí donde se tenga oportunidad a quienes ejercen libérrimamente de acusadores según el Sol que más calienta.

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