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La «Gran Hungría» añorada por Orban

El ultranacionalista Orban quiere emular a Putin y expandirse a costa de sus vecinos. Su objetivo es la histórica «Gran Hungría»

La «Gran Hungría» añorada por Orban

Viktor Orban. | Bernadett Szabo (Reuters)

El Gran Trianón o Trianón de Mármol, como dicen los franceses, es un soberbio palacio que levantó Luis XIV en un extremo de los enormes jardines de Versalles, para tener un lugar más íntimo y retirado que el Palacio de Versalles, adonde se retiraba cuando estaba harto de su Corte. Fue allí donde apartaron a la delegación húngara que había acudido Conferencia de Paz de Versalles, tras la Primera Guerra Mundial. Allí tuvieron que firmar el Tratado de Trianón, uno de los que forman parte de la Paz de Versalles, en el que Hungría perdió más de la mitad de su territorio.

El extremista que actualmente preside el gobierno húngaro, Viktor Orban, tiene clavada esa espina –igual le pasaba a Hitler con el Tratado de Versalles- y anda luciendo una bufanda que es una declaración de intenciones. Aparece en ella el mapa de Hungría anterior al Tratado de Trianón, la «Gran Hungría», lo que supone un conflicto territorial con todos sus vecinos: Rumanía, Serbia, Croacia, Eslovenia, Austria y Eslovaquia. La Historia que llevó a las Guerras Mundiales parece querer repetirse tercamente.

Cuando terminó lo que sus contemporáneos llamaron Gran Guerra, que se convertiría en Primera Guerra Mundial cuando estalló la Segunda, gobiernos y opinión pública proclamaron que debía ser «la última guerra». El poder de destrucción de las nuevas armas era tal que aquello había sido una carnicería sin precedentes. En la primera jornada de la batalla del Somme hubo 55.000 bajas solamente del bando inglés, sin contar alemanes ni franceses. Los periódicos británicos publicaban todos los días las listas de muertos en primera plana, pero se encontraron con un problema técnico: ni aun dedicando a ello todas sus páginas les cabía la lista de las bajas del 1 de julio de 1916. Y la matanza siguió durante más de cuatro meses, al final de la batalla del Somme pudieron recontar 620.000 caídos británicos, otros tantos alemanes, 200.000 franceses. No fue la única.

Para impedir nuevas guerras se inventaría la Sociedad de Naciones, que era como la ONU –e igual de inoperante-, aunque antes de eso se convocó una Conferencia de Paz en Versalles. Como su nombre indica, los enemigos debían hacer allí las paces, porque la Gran Guerra había terminado con un simple Armisticio, que no supone paz, sino solamente suspensión de hostilidades. Pero no hicieron las paces, salieron todos descontentos, algunos profundamente dolidos y humillados, y se sentaron las bases para el próximo asalto, la Segunda Guerra Mundial.

Catorce puntos de Wilson

La estrella de la Conferencia de Versalles fue Woodrow Wilson, el primer presidente norteamericano que vino a Europa. Detrás del idealismo, casi podríamos decir de la inocencia política de Wilson, estaba en realidad el designio geoestratégico de los Estados Unidos. Los norteamericanos, cuya intervención al final de la contienda fue decisiva para la derrota de Alemania, habían hecho en la Gran Guerra un cursillo acelerado de cómo ser una gran potencia mundial. Para alcanzar la hegemonía en ese escenario, nuevo para EEUU, era preciso desarbolar a los imperios europeos. No podía Washington ir directamente contra Inglaterra y Francia, sus fraternales aliados, aunque disimuladamente empezaría a socavar sus imperios ultramarinos, predicando por todas partes la perversidad del colonialismo. 

Pero para los imperios enemigos, Alemania, Austria-Hungría y Turquía, no habría ninguna consideración. Wilson había formulado en enero de 1918 sus Catorce Puntos, un programa de cómo alcanzar la paz y construir el mundo de la posguerra, en el que se declaraba a favor de la «autodeterminación de los pueblos», es decir, la independencia de todas las nacionalidades de los imperios europeos. En el caso de Austria, esto supondría quedar reducida a la séptima parte del territorio que tenía antes de la Gran Guerra.

Los nacionalistas catalanes verían una oportunidad de oro en los Catorce Puntos de Wilson y reclamaron que ellos también eran un pueblo con derecho a la autodeterminación, lo que movió al gobierno español a movilizarse diplomáticamente. Se cursó una invitación para que Wilson hiciera escala en España, sugiriéndole que su barco entrase en el puerto de Palos de Moguer, de donde habían partido las tres carabelas para descubrir América. Habría sido un gesto lleno de simbolismo, una cordial manifestación de amistad hispano-yanqui, pero la Casa Blanca lo ignoró, y enseguida esa mala uva de los españoles, que parecen alegrarse de que su gobierno fracase para así poder criticarlo, inventó una copla:

A New York directamente

se irá Wilson prontamente

desde los confines galos.

Por lo visto el presidente

no viene a España ni a Palos.

Pero si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma irá a la montaña. El presidente del consejo de ministros, Romanones, veterano político liberal que presidía el gobierno por tercera vez en su carrera, se marchó a París para entrevistarse con Wilson. Fue despedido en la Estación del Norte de Madrid como si fuera la selección nacional de fútbol, y al pasar su tren por San Sebastián se repitieron las manifestaciones de apoyo. Llegó a París el día 20 de diciembre de 1919, y a las 8 de la tarde fue recibido por Woodrow Wilson.

La entrevista resultó un éxito. El presidente americano le tranquilizó: lo de la autodeterminación de los pueblos era solamente aplicable al bando perdedor de la guerra, Alemania, Austria-Hungría y Turquía. Y también a Rusia, que como había caído en manos de los comunistas se consideraba una potencia enemiga –de ahí viene la aspiración a la independencia de Ucrania-. Estos imperios serían hechos añicos, pero no los de las potencias vencedoras o los países neutrales como España. Romanones pudo volver a celebrar la Nochebuena en Madrid con un buen regalo de Navidad.

Hungría, como parte del Imperio Austro-húngaro, casi en pie de igualdad con Austria, tendría en cambio que pagar muy cara la factura de la guerra. Pero esa segunda parte de esta Historia de la Historia la contaremos la semana que viene.

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