THE OBJECTIVE
El purgatorio

Juan Carlos Ortega: «Hay cómicos que tienen como límite no molestar a La Moncloa»

El prestigioso cómico radiofónico visita ‘El purgatorio’: «De la Ser no me echan, me han subido el sueldo»

Tiene en común con Hannibal Lecter su pasión por Bach y las variaciones Goldberg, pero poco más. No es cuestión de comparar a un caníbal con un cómico, aunque estemos en la era de las hipérboles. Juan Carlos Ortega (Barcelona, 1968) es humorista y duerme cada día 11 horas. Vive en este mundo —concretamente en Barcelona— aunque él camine por la vida de un modo particular, solitario en ocasiones, nocturno si se queda viendo pelis, siempre originalísimo y libre, muy libre. Presenta Las noches de Ortega en la Cadena Ser y su estilo paródico de llevar la realidad a la comedia le ha valido elogios, premios y una multitud de seguidores. No tiene el graduado escolar, pero lo compensa con una curiosidad voraz por los personajillos que vienen y van en esta España nuestra. A veces, tan llevada al extremo que los personajes hablan como si lo hubiera escrito Ortega.

PREGUNTA.- El sonido de la radio en su juventud era el de la onda media. ¿Sigue escuchando así la radio?

RESPUESTA.- No, ya siempre por el móvil y siempre la oigo en diferido. Básicamente porque me levanto muy tarde y luego escucho los programas matinales, pero a la una de la tarde. 

P.- ¿En qué momento le picó lo de la radio? ¿En qué momento llega la locura?

R.- La locura, de pequeño, porque a esa edad ya mi madre oía la radio, entonces me quedé flipado, lo cual no es extraño. La radio era la cosa más brutal que había. No había Internet, no había YouTube, no había esas cosas brutales. Y la cosa tecnológica más divertida que había era la tele o la radio, y a mí la tele no me entusiasmaba. La radio era brutal. Yo tengo un hijo de 16 años que le encanta YouTube y quiere ser youtuber, lo entiendo perfectamente porque es el paralelismo entre su época y la mía. El YouTube de ahora es la radio de antes, lo que más mola. La radio ya ha dejado de molarme tanto como me molaba antes. 

P.- ¿Ha habido desenamoramiento?

R.- Ha habido ese desenamoramiento. Normal, la radio me gustaba porque era lo único que había chulo. Entonces han salido muchas cosas maravillosas. Han salido los podcast que en el fondo son radio, pero el podcast es la gran venganza de los oyentes. Cuando éramos pequeñajos y no nos gustaban el fútbol y todas esas cosas, decíamos: «Ojalá pudiera oír hoy domingo el programa que yo quisiera». Y era imposible, porque estaba todo plagado de fútbol o política. Hoy los oyentes nos hemos vengado con el podcast y podemos oír lo que nos dé la gana. 

P.- ¿Te provoca un poco de desazón el que ahora la radio esté muy volcada en la información política? ¿Son muy pesados?

R.- Mucho. Recuerdo cuando era pequeño, en Protagonistas o en Hoy por hoy, la actualidad política ocupaba una parcela, era una sección. Al principio, hablábamos de política, pero es que hoy se ha convertido en un tramo inmenso de un porcentaje increíble. Y creo que eso ha hecho mucho daño. Antes la actualidad era una de las muchas cosas que se abordaban, ahora es prácticamente la última, la única. Y eso me da rabia.

P.- A veces, incluso hay política en la sección de entretenimiento.

R.- Sí, porque la gente en el humor también hace humor político. 

P.- Hacen activismo político, pero disfrazado de humor.  

R.- El activismo, sí. Todos son buenos, al ser buenas personas hacen activismo para defender la bondad. Entonces ellos hacen bondad, son bondadosos. Todos, cómicos, tertulianos, todos exhiben la bondad mediante el compromiso. Son gente muy comprometida. Por cierto, quiero hacer un comentario, pero joder, desde que he llegado aquí ha sido horrible. He entrado por la puerta y un bulo detrás de otro, ha sido horrible, ha sido horroroso. Entrar aquí y a cada puto paso que daba, un bulo por aquí otro por allí, joder, tío. Es horrible.

P.- ¿Pero ha notado…? Lo estamos intentando tapar. ¿Ha notado el olor a fango?

R.- Ojalá fuera a fango, tío. Es a puta mierda. Ahora estoy aquí dentro de un puto pozo que huele fatal. Pensaba que eras tú al principio, pero no, es el diario.

P.- Mira que lo intentamos, pero no se puede. Pseudomedio, fangosfera.

R.- Y luego hay una cosa, ya en serio, que tampoco entiendo mucho. Se utiliza mucho la expresión digital como algo negativo. Es como muy antiguo que lo digital tiene un punto como negativo, «no, es que es digital». Bueno, digital también es Spotify. Johann Sebastian Bach está en digital todo y creo que no huele mal.

P.- No estudió nada digital, sino micro relojería.

R.- Micromecánica que es relojería. Yo quería estudiar imagen y sonido, pero no acabé. Yo no tengo el graduado escolar, pero no lo aprobé. Tengo el certificado que dice ese chaval ha venido, fui allí, mis piernas me llevaron hasta allí, no aprobé, entonces no podía hacer BUP. Tenía que hacer FP y lo primero que puse como primera opción fue Imagen y sonido, porque a mí ya me gustaba la radio, pero no tenía notas para Imagen y sonido. Ni siquiera para eso. Entonces, como segunda opción puse, por poner, relojería, y la única escuela de relojería que había en España era la que estaba en Barcelona. Y sí, sí hice relojería.

«Desde que he entrado en THE OBJECTIVE huele fatal, a cada puto paso me encuentro un bulo. Es horrible»

P.- ¿Y cuándo se descubre a sí mismo como cómico?

R.- Buena pregunta. En el fondo, fue casual, porque yo jamás dije yo: «Me encanta la comedia, quiero ser cómico». A mí me encantaba la comedia como consumidor. Me gustaban las cintas de Miguel Gila, me gustaban las pelis de Woody Allen, me gustaba lo que me hacía gracia, cosas objetivamente graciosas quiero decir. Tampoco era muy complejo mi gusto como consumidor. Pero yo quería ser un locutor serio, quería ser un Gabilondo, Luis del Olmo y tal.

Me compré una mesa de mezclas y empecé solo en mi casa, a grabar cosicas imitando a los locutores. Pero en cuanto empecé a grabar no me salía la seriedad, me salía la parte mía que debería tener dentro de parodia. Empecé a parodiar la radio que toda mi vida me había gustado. Parodiaba a Luis del Olmo. No imitaba, sino parodiaba el ambientillo de la radio. Y desde entonces, hago lo mismo, parodiar. 

P.- Y de hecho, es lo que mejor se le da, esto que se puede llamar la teoría del espejo. Cuando pones a la gente frente a lo que a lo que es, porque no nos vemos los dejes, las manías, y este tipo de cosas que repetimos constantemente. El humor de Ortega es una parodia de la realidad periodística, pero también realidad social, de la vida humana.

R.- Sí, porque existe ese tópico que dice que los humoristas han de hacer humor de abajo arriba, eso tiene buena prensa. Eso de que el cómico se ha de reír de los de arriba, del poder y todo eso porque decían que el humor malo es el que se ríe de arriba abajo. En el humor no me interesa ni el de arriba abajo ni el de abajo arriba, me interesa el humor de lado. De lado porque no conozco a poderosos, yo conozco la gente que tengo a mi lado y la gente que tengo a mi lado tiene comparte unas características que yo conozco muy bien, porque es la gente que yo. Son mis amigos, es la gente que veo a diario, la gente que controlo y ellos son el objeto de mi parodia, porque no conozco a nadie más. Claro, parodio a los que conozco. 

Ortega con la radio en sus manos. | Víctor Ubiña

P.- ¿Se le da mejor parodiar a la gente de izquierdas que a la de derechas?

R.- Solamente conozco a gente de izquierdas, todos mis amigos. Es que rasco un poco y veo contradicciones. Veo cosas y me encanta parodiar. Es que me encanta. Me encanta porque estoy saturado de ellos. No de todos, pero algunos, aunque los quiera, me saturan.

P.- Una de las frases que a veces se repite cuando analizamos la realidad es decir: «Se lo leí a Daniel Gascón cuando los días de reflexión de Sánchez«. «Estamos viviendo en un capítulo continuo de las noches de Ortega». Esto es algo que va adquiriendo casi tintes de adjetivo. 

R.- No es un mérito mío, simplemente veo eso y el retratar es maravilloso. O sea, el humor que a mí me gusta tiene que ver con el retrato casi hiperrealista que con la deformación caricaturesca. Sabes que hay un humor que coge un comportamiento y lo caricaturiza y eso provoca una risa por la deformación y tal. A mí me gusta a veces retratar como Antonio López lo más realista posible. Y ese cuadro de Antonio López lo pones en un contexto que haga gracia, claro. Y a mí el es el humor que me gusta, el humor realista. La gente dice: «Haces un humor surrealista». Soy el Antonio López del humor.

P.- Juan Carlos Ortega, gracias por estar en este espacio. Y por combatir el fango día y noche.

R.- ¿Sabes por qué hay que combatir? Porque poco a poco, sin que nos demos cuenta, nos van quitando todos los derechos que hemos ido conquistando. Si nos descuidamos, nos vais a quitar todos los derechos que hemos ido ganando poco a poco. Nuestros padres y nuestros abuelos murieron por ello. Murieron todos los padres y los abuelos de toda nuestra gente. Todos murieron por los derechos. Ninguno murió por otra causa [Ríe]. La gente se enfadará por decir esto, sabes. Por cierto, voy a apuntar esta parodia pequeña que hemos hecho de los que murieron antes por defender derechos. Voy a dedicar un programa de radio a esto.

P.- Esto es como cuando uno no va a votar, decide no ejercer ese derecho, y sale siempre gente: «Pues tus abuelos no pudieron votar», «murieron por defender el voto».

R.- Es que además votar es un derecho, no una obligación. Yo no he votado nunca en mi vida. La gente me dice: «No te quejes si no votas, luego no te quejes». Y digo: «No, es al revés, precisamente porque no he votado soy el que más autorizado está para quejarse de lo que habéis votado vosotros». Los responsables habéis sido vosotros, que habéis hecho este voto. Yo, desde fuera, os veo y os critico. Quien no puede quejarse es el que ha votado, ese que no se queje. Has participado, lo has hecho tú.

P.- Juan Carlos empezó a dedicarse a la comunicación hace ya unos cuantos años, en los 90, y me han chivado que fue por ganar una especie de taller de radio donde acabaste en La bisagra, que era un programa que hacía un señor llamado Xavier Sardá.

R.- La cosa fue que yo tenía 18 años, hice un curso de radio y lo gané con el primer premio, lo cual no era especialmente meritorio porque eran todo chavalillos que hacíamos lo que hacíamos. La competencia no era muy grande. Y entonces el director de la escuela me dice: «Bien, como has ganado el premio, te doy a elegir entre ir a trabajar con estos dos: Luis del Olmo o Javier Sardá». Y joder, para mí Del Olmo era la puta hostia.

Era el locutor que yo de niño escuchaba, pero había descubierto hacía poco a Javier Sardá, que hacía la radio más moderna del mundo en aquel momento en Radio Nacional de España, que era la modernidad pura. Y dije: «Hostia, me gusta mucho Del Olmo, pero elijo Sardá». Entonces el director dice: «Menos mal tío, porque era la única opción que tengo, lo otra era todo inventado para que pareciera que pudieras elegir». Y sí, empiezo a trabajar ahí con él. 

P.- ¿Y ahí le empiezan a descubrir? 

R.- Tampoco me descubro mucho porque yo era muy tonto, sobre todo hacia preguntas para los invitados. Producción en la radio para que la gente lo sepa, no es como en el cine, que es el que pone el dinero. La producción es el que llama al invitado y le pago el taxi. Éramos unos cuantos chavales ahí y hacíamos producción. Tardé mucho en empezar a hacer guiones y luego mucho en empezar a hacer cosas en antena, fue una cosa muy gradual.

P.- Y después llega la tele también de la mano de Sardá.

R.- Cosas que hice porque a él le gustaban. Él sabía que lo que yo hacía no era especialmente atractivo, mayoritario, pero como a él le gusta… Sardá es un tío que es muy generoso. Y entonces, si a él le gustaba y tal, pues ya me dejaba hacer unas pequeñas piezas. Ahora cuando alguna vez veo las que están colgadas en YouTube, lo haría de otra forma, lo haría mejor ahora. Pero bueno, era lo primero que hacía.

P.- Sí le he escuchado decir que desde que empezó en la profesión le dejaron libertad, que Ortega siempre ha hecho un poco lo que le ha dado la gana. ¿Eso cómo se consigue?

R.- No lo sé. A veces la gente me ha preguntado: «Pero nunca te has cortado, nunca te cortas a la hora de hacer radio». Jamás tío, de verdad. A lo mejor es porque no se me ocurren cosas especialmente transgresoras, pero es que si no, no podría hacerlo. Los de la Cadena Ser saben que yo hago esa media hora las noches de los viernes y saben que he de hacer lo que yo quiera y les gusta, a ellos les parece bien, lo cual eso es milagroso tío. Es brutal.

Y la sensación que tengo cuando yo estoy en casa grabando y digo: «Hoy voy a hablar de cosas insólitas y raras, voy a hablar del segundo principio de la termodinámica y luego me lo voy a mezclar con Pedro Sánchez». Cosas que en cualquier reunión te dirían: «¿Tú crees que esto funcionará?», pues me dejan hacer lo que yo quiera, tío. Y nunca me he cortado, y nunca nadie me ha llamado la atención jamás por nada.

P.- Esto es una cosa que a veces se da en estos temidos comentarios de la gente que dicen: «Oye, muy bien Ortega, pero se está jugando el puesto en la Ser. Ojo que se está jugando la silla, a ver si lo van a echar de la Ser».

R.- Es una cosa repetitiva, pero no. Hace poco, en el programa ese del que dicen todo el mundo que me pueden echar, Las noches de Ortega, me han subido el sueldo. O sea que no me echan. No me echan porque la Ser es guay.

«Hay demasiado amor en las redes, gente enamorada de Sánchez o Feijóo»

P.- Las noches de Ortega es un programa que lleva ya 11 años emitiéndose y que es verdad que desde hace ya un cierto tiempo, un par de años, empezó a hacer parodia de un tipo de gente que podría asemejarse más al perfil de oyente que escucha la Cadena Ser. Así que digamos que es un perfil de gente de izquierdas, cercano al PSOE y en ese caso, cercano a la figura de Pedro Sánchez.

R.- Siempre he parodiado un poco la misma tipología de gente. Pero hace dos años empecé a dar el paso de aplicarlo a la cuestión política. Antes era pensamiento filosófico general de una determinada tipología humana, pero desde hace un par de años y también porque estoy más al tanto de la actualidad, un poquito. Entonces hago parodia de aquello de lo que yo estoy al tanto. Empecé a hacer parodias de un determinado partido político, de los partidos y sí hace un par de años empecé haciendo cosas, esto de los premios Velázquez, que era una parodia de los Goya, pero no había ninguna intención en mí. Yo vi los Goya en directo y dije: «No puede ser, he de hacer algo».

Juan Carlos Ortega posando en la sede de THE OBJECTIVE. | Víctor Ubiña

P.- Hay veces que te lo ponen fácil.

R.- Sí, porque a veces la gente se está quieta y tal para que se le pinte bien, pero también para valorarme a mí mismo diré que también hay que saber elegir qué parte retratas y dónde pones ese retrato exactamente.

P.- Por poner un ejemplo claro, Pedro Almodóvar. Me ha pasado y creo que no soy el único, lo escucho a veces en declaraciones políticas y me parece un personaje de Las noches de Ortega porque lo lleva todo a un extremo. Cuando empieza a decir lo que dijo en San Sebastián, calificar de Míster Guapo a Sánchez, es una cosa, a mi juicio, un poco rancia. Podría ser un personaje de su programa.

R.- Sí, de hecho, mucho antes de esas declaraciones en el programa que yo hice de la parodia de los Premios Goya, había directores de cine que hablaban de la belleza de Sánchez. Sí, pero porque forman parte de eso, del retrato realista con la mínima exageración para que no parezca cómico. Una cosa que intento mucho es eliminar siempre lo cómico, es decir, no hay nada menos gracioso que una cosa graciosa. Siempre intento quitar toda la broma posible, cuando se me ocurre una broma, la quito. Una cosa es el humor y otra es la broma. Entonces mí humor es aquello que está pulido de todas las bromas. 

P.- Ha notado que cuando hace parodia de la gente de la cultura, usted que tiene trato con ellos…

R.-No mucho tampoco. 

P.- ¿No nota que ha habido alguna gente que se ha podido sentir herida con la parodia? 

R.- A lo mejor, pero es que tampoco tengo contacto con casi nadie. Hace como un par de años o más tengo esta cosa de no molestar en el móvil y sólo tengo unos pocos contactos. Ya no hablo con nadie, no sé si alguien se ha podido enfadar, me relaciono con poca gente, tío. Con lo cual está muy mal, debería relacionarme más, no sé si alguien se ha enfadado, me da igual.

P.- ¿Se vive más feliz así? 

R.- Sin duda, sin mirar comentarios, pero ni a favor ni en contra. Porque los de a favor también pueden ser malos.

«No he votado nunca. Soy el que más autorizado está para quejarse de lo que habéis votado vosotros»

P.- Tengo frases que se han dicho en Las noches de Ortega: «El coro de góspel ETA ya no existe»; «Teatro Almudena Grandes»; «El problema que tiene España con el fango hace que sea normal que llores»; «La madre que se ahorcó tras leer la segunda carta a la ciudadanía de Pedro Sánchez»; «El fango y la fachosfera mataron a mi madre». O mi preferida: «Basta ya de insultos. Que los hijos de puta dejen de insultar».

R.- Esto que hice como una manifestación más «que los hijos de puta dejan de insultar», en el fondo es lo que ocurre. Veo en el Congreso insultos de A a B y B a A en la misma proporción y con la misma intensidad. Nadie insulta menos, ningún bando insulta menos al otro. Pero hay una especie de consenso de que hay unos que insultan más que otros y es mentira, insultan igual. Lo que pasa es que unos insultan con agresividad y otros son pasivos agresivos. Algunos son pasivos agresivos que parecen bondadosos.

P.- Esos son los peores, los que van de buenos.

R.- Si me insultas, insúltame directamente, no pasa nada. Pero no te hagas el bueno conmigo y me insultes sottovoce. Es horrible, pero bueno. El mundo está dividido entre los pasivos agresivos y los agresivos a secas.

«Los que hablan de humor inteligente, dan por supuesto que la mayoría del humor no es inteligente»

P.- Hay una polarización en España, la polarización es inevitable. ¿Pero a ti te preocupa más el odio entre al diferente?

R.- Sí, porque antes decía que tenía amigos de derechas, no es verdad. Conozco a gente de todos los espectros y de verdad que son iguales. O sea, si le quitas y rascas la capa exterior de purpurina de la ideología son iguales, todos son iguales, son personas iguales. Entonces cabrearse por gilipolleces me parece muy de secta, muy de una puta secta. No hace mucho escribí un artículo hablando del odio en las redes y escribiendo llegué a la conclusión de que el problema no es que hubiera mucho odio en las redes, sino que había demasiado amor en las redes.

Amor a tus propias ideas, amor a tu propio colectivo, amor a tu propio partido, a tu. El problema es que hay demasiado amor, que hay gente que está enamorada de Sánchez o gente que está enamorada de Feijóo. Ese es el problema, que el amor ciega y eso parece que se convierta en odio. Pero es un exceso de amor que hay que quitar ya.

P.- ¿Por qué la crítica al poder desde la izquierda, o al menos la burla al poder desde la izquierda, a veces parece que les da cosa?

R.- Es que la burla al poder desde la izquierda es la burla a la derecha. Cuando es la izquierda quien está en el poder, ya no hay burla al poder. Se sigue haciendo burla a la derecha, fingiendo que es la derecha la que sigue en el poder. Hay una serie de estrategias diciendo «ya, pero los bancos, las empresas siguen mandando, en el fondo sigue mandando la derecha». Son auto mentiras que se inventan para hacernos creer que siguen criticando al poder. No críticas al poder, el poder es la izquierda. Ya está.

P.- ¿Hay humoristas cuyo límite en el humor es no molestar a La Moncloa?

R.- Sí, seguro que sí. Hay humoristas con límite.

P.- Sí seguro que si es que usted los ve, y lo sabe.

R.- Sí, claro, totalmente. Por suerte hay muchos que no, soy muy amigo y muy admirador de muchos cómicos a los que todo esto le importa un pimiento. O sea, soy muy amigo y admirador de Javier Cansado, de Faemino, Javier Coronas, de los especialistas secundarios. Pero claro, hay gente cuyo el límite es La Moncloa, esté quien esté, también hay que decirlo.

P.- Me gustó mucho leerle en Abc durante este verano, y de entre sus columnas me gustó una especialmente, se llamaba «La cacería de Nacho Cano». Y escribió, entre otros fragmentos: «Cuando todos a la vez se burlan de Nacho Cano, algo en mí se enciende. ¿Qué os ha pasado? ¿Os ha dado la corriente a todos? ¿En qué enchufe habéis metido los dedos, queridos amigos? ¿De verdad os apetece hacerlo? ¿Realmente lo haríais, amados humoristas, colegas míos, compañeros de pupitre, si el señor Cano fuera de otra manera, si dedicara horas a hablar del patriarcado o a concienciar, con fingida seriedad, «del estigma de la salud mental»?»

R.- Claro, decía que a lo mejor lo que estábamos haciendo con Nacho Cano era bullying. Y además se enfadó mucha gente, sobre todo porque esta columna la retuiteó Isabel Díaz Ayuso. Entonces un amigo me mandó una captura de pantalla diciendo eso, que Díaz Ayuso lo había compartido y entonces me llamaron de una tele y todo por si quería dar explicaciones, y yo, «pero explicaciones de qué».

P.- ¿Existe un humor inteligente?

R.- Es una trampa. Cuando se inventó la expresión humor inteligente o la gente que utiliza la expresión humor inteligente, en el fondo sin darse cuenta, dan por supuesto que la mayoría del humor no es inteligente y por lo tanto hay que catalogar un tipo de humor que este sí que es inteligente. Nadie habla de literatura inteligente o de poesía inteligente, nadie dice: «Este poeta hace poesía inteligente». Se da por supuesto que la poesía es inteligente y que la literatura es inteligente. Cuando tienes la necesidad de adjetivar como inteligente a una práctica es porque en el fondo crees que no es inteligente. Entonces siempre me ha parecido como un feo al humor decir humor inteligente.

P.- Una curiosidad, ya que Ortega reside en Barcelona. ¿Le hizo gracia lo de Puigdemont este verano?

R.- Sería buenísimo hacer como una peli de eso. Lo que daría yo por verlo con una cámara oculta, ver lo que pasó cuando se fue por el escenario atrás. Sí, hay una parte cómica y también hay una parte de pena por la gente súper bienintencionada, muchos amigos míos que se lo creen todo esto y que ahora ya no tanto, pero que con ilusión y tal se creían unas cosas. Y poco a poco se han ido dando cuenta de que a lo mejor les han tomado un poco el pelo. Eso me da rabia porque muchos son amigos. Sí, una mezcla entre comicidad y pena. 

P.- ¿Nunca le ha llamado lo del independentismo? 

R.- Ay, me da pereza. Pero me parece bien que haga cada uno lo que quiera. O sea, el mundo se va a acabar igual. Vamos a morir todos igual. Si a mí me dijeran que todo el mundo va a ser más feliz objetivamente si Cataluña se independiza, que lo hagan. Pero como no lo tengo claro, nos quedamos como estamos. 

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