Íñigo Errejón: sobre monstruos, escapistas e hipócritas
«La hipocresía inunda por doquier tanto a izquierda como a derecha. Errejón, el primero»
Íñigo Errejón (Madrid, 1983) es la persona más buscada y más odiada desde que hace nueve días anunciara que dejaba la actividad política porque había llegado «al límite de la contradicción entre el personaje y la persona». En la carta que decidió escribir unilateralmente sin consultar con la dirección de Sumar, de la que era hasta ese momento portavoz -en determinados pasajes recordaba a las confesiones de disidentes en la etapa del comunismo soviético-, no decía abiertamente que la principal razón era su adicción al sexo y al consumo de sustancias tóxicas. Rozaba el ridículo el texto, lo cual ponía en entredicho su inteligencia y su proverbial claridad verbal, cuando el autor insinuaba que la culpa más que en su instinto residía en los males del neoliberalismo. Justificaciones de un declarado ateo semejantes a las de uno de creencia católica y de ideología contraria.
Todo lo demás es ya conocido. Desde entonces hasta hoy el que fuera cofundador de Podemos en 2014 con su ex amigo y hoy enemigo Pablo Iglesias está en boca de todos. La prensa monta guardia a las puertas de su domicilio madrileño buscando carnaza o persigue a sus padres, dos ex funcionarios públicos, experto él en temas medioambientales y ella bióloga -«cualquiera que lo conozca sabe que él es la antítesis de esto», sostiene el padre-, que viven en un edificio próximo al suyo. La ciudadanía lo ha condenado desde el primer instante, se ha convertido en inquisidora y dispuesta a ejercer un acto de fe contra él y si fuera necesario al linchamiento físico. Sus antiguos compañeros, recogiendo epítetos de sus presuntas víctimas, así como los opositores no dudan en calificarlo de monstruo narcisista, acosador y agresor sexual, depredador, psicópata, macho dominante que humilla y desprecia a las mujeres y misógino cínico donde los haya, que merece ser repudiado y rechazado por la sociedad por sus acciones presuntamente delictivas.
Siendo muy reprobables sus episodios de acoso sexual -otra cosa será que el juez dirima si son delictivos o moralmente incorrectos pero no punibles-, la hipocresía inunda por doquier tanto a izquierda como a derecha en España. Errejón, el primero, pues siempre se ha reconocido como defensor del feminismo. La llamada izquierda a la izquierda del PSOE concluye que el incidente es devastador y reconoce que le pasará factura: Sumar, Más Madrid, Más País, Unidas Podemos, Izquierda Unida y los grupos regionalistas izquierdistas, componen esa sopa de letras nacida al calor de aquel 15-M, el movimiento de indignados de 2011 en el que emergió Iglesias. Todas ellas son formaciones en declive y en peligro ahora de desaparecer, que piden perdón público aunque la autocrítica que hacen no resulta del todo creíble. Y cuando la prensa les apunta con el dedo y les requiere aclaraciones precisas miran al compañero de al lado para pasar la patata caliente a él o a ella.
Un día es el ministro de Cultura quien asegura que hasta la fecha nada sabían de la conducta irregular de Errejón, pero días después la ministra de Sanidad y líder de Más Madrid admite que algo ya se conocía, sobre todo a raíz de una denuncia en un tuit de una joven que acusó al político de tocarle las nalgas en una fiesta feminista en Castellón un mes antes de las elecciones generales de 2023. Se abrió expediente y se cerró una vez que la chica retiró el tuit. La sospecha es que fue persuadida por la entonces jefa de gabinete de Errejón para tapar el incidente. Ella, ahora diputada regional en el Parlamento madrileño, lo niega. Sus compañeros la han convertido en chivo expiatorio y le exigen que entregue el acta parlamentaria. La derecha, entretanto, aprovecha para culpar al Gobierno y al presidente Pedro Sánchez de encubrimiento, pero teme que en cualquier momento le estalle como un bumerán un episodio parecido de acoso lo cual demostraría que en asunto de vejaciones y agresiones contra mujeres no hay ni derechas ni izquierdas.
Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, ahora en el centro del huracán, es un ejemplo a estudiar más por lo que calla que por lo que afirma; y lo suele afirmar con errores de dicción y sintaxis, acompañado de un tono insufriblemente paternalista. La rueda de prensa que tuvo dos días después de su viaje oficial a Colombia estuvo impregnada de sospechas como si quisiera estar protegiendo a alguna de las compañeras de su movimiento. Tal vez a Mónica García, la ministra de Sanidad y líder de Más Madrid, quien tuvo conocimiento del suceso de la muchacha de Castellón.
Díaz suele tratar de aleccionar con datos cada una de sus exposiciones ligadas a su cartera de Trabajo, sobre todo cuando se reúne con la prensa. Por desgracia para ella, cuanto más entra en el detalle más lo confunde o simplemente lo evade si es incómoda la pregunta. Es una maestra del escapismo y una danzarina políticamente fluctuante, que un día declara algo y al día siguiente lo contrario. O se inclina por el silencio como, por ejemplo, cuando nada respondía cada vez que un reportero le preguntaba si Irene Montero, la dirigente de Podemos y ex ministra de Igualdad, iría en la lista de Sumar en las generales de hace más de un año.
En el caso de Errejón -«es evidente que no tenía que haber sido diputado ni portavoz, pero esa información la tenemos ahora», ha dicho-, la vicepresidenta del Gobierno ha confesado que sus colegas de Más Madrid le hablaron del suceso de la chica castellonense, pero como el expediente fue cerrado concluyó que no había caso. La contradicción de la tesis de Díaz estriba en que ella fue informada por el propio ex dirigente que estaba acudiendo a terapia y que “se sentía mejor”. La líder de Sumar -no se sabe exactamente qué cargo orgánico ocupa pues hace meses anunció que dejaba de ser coordinadora del movimiento- no ha aclarado qué clase de terapia estaba recibiendo Errejón. Tal vez la política gallega y abogada laboralista está acercándose al final de su carrera política pese a que sus 53 años es joven. Ha recibido el respaldo de Sánchez.
Ahora parece que la conducta del exportavoz de Sumar estaba en boca de todos, incluidos no pocos periodistas de su órbita que no se atrevían a publicarlo. Una de ellas, militante de Podemos, se le ocurrió hace unos meses abrir en su cuenta en Instagram una página donde cualquier presunta víctima de agresión sexual tenía acceso para contarlo. En pocas semanas aparecieron múltiples denuncias anónimas, así como la de una actriz y presentadora, con nombre y apellido, la primera que ha acudido a los tribunales e interpuesto una demanda que la justicia ha admitido. La periodista ha aprovechado el tirón para reunir la lista de incidentes en un libro que publicará a principios de este mes y ya adelanta, a modo de reclamo publicitario, que en esa lista hay denunciantes de destacados dirigentes de partidos y periodistas. De allí a la caza de brujas hay un paso.
Todo ello no está exento de peligro pues parece como si la justicia se practicara en la calle antes que en los tribunales. Todo el mundo habla del “lío de faldas del sátiro”. Lo conocen hasta en el mínimo detalle como si fuera un relato de Gran Hermano. Sin embargo, pese a que en España los derechos y libertades femeninas han avanzado notablemente en lo que va de siglo, la realidad es que todavía son muchas las mujeres que no se atreven a denunciar agresiones y menos aún si el presunto agresor es una figura pública. Algunas de las denunciantes de Errejón así lo han insinuado. El propio político observa en su libro autobiográfico (Con todo) el infierno que le suponía el halago y la atracción de ser una figura pública combinado a la vez con la necesidad de luchar por una sociedad más femenina y más igualitaria.
Seguramente Errejón aspiraba a liderar un partido antes que quedarse en simple portavoz de un movimiento, cuya cabeza máxima no tiene ni la talla ni la oratoria de él ni la de la persona que la eligió a dedo (Pablo Iglesias) cuando se aburrió de ser vicepresidente de un gobierno de coalición progresista presidido por Sánchez. Iglesias públicamente ha confesado que se equivocó. Tanto él como su ahora enemigo Errejón fueron uña y carne en tiempos universitarios y cofundadores de Podemos. Íñigo se enfrentó a Pablo en una lucha previsible de egos y abandonó el movimiento en 2019 para iniciar una travesía en el Parlamento regional madrileño fundando un pequeño partido, luego diputado nacional y hasta hace una semana portavoz de Sumar.
Todo ha ido demasiado deprisa en la carrera política y personal de este individuo de aspecto aniñado y verbo atropellado. Nacido en una familia de clase media acomodada -padre y madre, implicados en la política, eran maoístas en su juventud y hoy son ecologistas-, Errejón, licenciado en Ciencias Políticas, ha sido un idealista de las revoluciones populistas latinoamericanas. En ese terreno se ha desenvuelto siempre muy bien al igual que Iglesias. Ha sido un fiel seguidor de las ideas del filósofo argentino Ernesto Laclau. Su tesis doctoral la centró en el MAS (Movimiento al Socialismo) boliviano. Su entonces novia, Rita Maestre, hoy una de las líderesas de Más Madrid, se la sabía de memoria, según ha confesado el autor del trabajo. Maestre ahora confiesa con amargura que Íñigo «era un buen novio». También era un convencido como su ex amigo Iglesias de los supuestos logros de la revolución chavista en Venezuela.
El drama de Errejón como el de tantas otros fue no ser capaz de controlar el desdoblamiento de personalidad: la del político implicado, con acierto o error, en su lucha por una sociedad más justa, y su parte más frívola de adicción al sexo sin pensar las consecuencias que eso le suponía y el daño que podía causar. ¿Serio por las mañanas, demonio por las noches? El dirigente de Sumar propuso hace un par de años un programa nacional de salud mental de ayuda a personas con problemas psicológicos e incremento de profesionales de la psicología. En realidad, la mayoría de la ciudadanía. Desde la bancada del PP se escuchó el grito de un diputado conservador: “Vete al médico”. Tal vez era el anuncio velado de lo que le pasaba por la cabeza.
Con el brusco final de Errejón cobra fuerza la idea del feminismo más radical, que se opone distinguir lo público de lo privado como ocurría en España hasta no hace mucho a diferencia de lo que sucede en las sociedades anglosajonas. Con excepciones, claro, como es el caso de Donald Trump, procesado y condenado por pagar a una prostituta con fondos de su primera campaña electoral, y que tiene grandes posibilidades de volver a ser el presidente de la primera potencia mundial el próximo martes. Por menos, en Japón dirigentes de empresa o políticos culpables de un acto indebido y golpeados por la humillación, solían recurrir al seppuku, el haraquiri nipón, para así limpiar su conducta impropia. Todavía hoy se dan algunos casos. Es de esperar que Errejón no llegue hasta tal extremo.