Derechos humanos y el ojo de la crisis política venezolana
En los hospitales públicos de Venezuela es más fácil morirse por falta de tratamiento que por una enfermedad
La crisis política que se agravó tras las cuestionadas elecciones del 28 de julio en Venezuela tiene otra vertiente engorrosa: la situación de los Derechos Humanos, una serie por entregas donde se acumulan años de denuncias de violaciones, abusos, maltratos y desigualdad ante la ley.
En el más reciente episodio, el gobierno de Nicolás Maduro arremete contra la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, que dirige el abogado austríaco Volker Türk desde 2022, cuando sustituyó a la ex presidenta de Chile Michelle Bachelet, en su momento también crítica de la situación en Venezuela.
Ya sabemos que en el mundo de hoy pocos le dan atención verdadera al concierto de Naciones Unidas. Y es que más allá de sus comunicados donde expresa «profunda preocupación» por carnicerías en ciertos sitios del mundo, por traspasos de fronteras, por aniquilaciones masivas, por golpes de Estado, por los efectos del hambre y las migraciones, del cambio climático y la contaminación de los mares por plásticos; más allá de enviar algunos escuadrones de Cascos Azules a algunas esquinas calientes del mundo, la ONU nunca puede hacer gran cosa en ninguna parte.
Los que tienen el poder o lo ejercen a la fuerza, escuchan las admoniciones de la ONU y sus instituciones como quien escucha la lluvia caer. Es la forma del mundo.
Ya desde sus primeros informes en la era Bachelet, la oficina de la ONU denunciaba por ejemplo más de 2.0000 ejecuciones extrajudiciales en Venezuela solamente entre enero y agosto del año 2020.
También denunciaba cómo el problema de la corrupción se extendía y derechos fundamentales como el acceso a la salud no eran atendidos, hasta el punto de que solamente entre noviembre de 2018 y febrero de 2019, en total «1.557 personas murieron por falta de insumos en los hospitales».
«Un país es juzgado por cómo trata a sus más vulnerables, incluidos sus detenidos», decía Bachelet en un discurso sobre el caso Venezuela el 11 de marzo de 2021, durante la 46 Asamblea del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
Un problema tan venezolano como la arepa
Pero en los últimos cinco años las cosas se han complicado por aquí…aunque hay que destacar que hay menos denuncias de ejecuciones extrajudiciales. Los más sarcásticos dicen que es que ya aniquilaron a la mayoría de los malandros (delincuentes comunes), o estos se ha ido a exportar el mal por varios países americanos, infiltrados en la diáspora honrada venezolana.
Igual siguen las realidades de otras violaciones de Derechos Humanos fundamentales, como el derecho a la salud, a la alimentación, a la educación pública gratuita y de calidad; a los servicios básicos, al acceso a la justicia, al respeto a la disidencia política, al derecho a la participación, a la libertad de expresión y de información, a un medio ambiente sano y a uno quedarse a vivir en su propio país.
Un moroso inventario, verificable por quien quiera asomarse a ver, da cuenta cómo en los hospitales públicos venezolanos es más fácil morirse por falta de tratamiento que por una enfermedad.
Entre los que siguen en Venezuela, la encuesta Encovi publicada en marzo pasado por la Universidad Católica Andrés Bello con datos de 2023, revelaba que el 45,8% de los consultados afirmó que en algún momento se quedaron sin alimentos; un tercio dejó de hacer alguna comida y 12,2% llego a pasar todo un día sin probar bocado.
En Educación, otro derecho fundamental, la misma Encovi todavía nos grita que el 40% de los alumnos entre tres y 17 años de edad no asiste a clases con regularidad, lo que supone 2,6 millones de niños que andan por ahí a la buena de Dios o ayudando a sus padres a mantener el hogar en trabajos que no les corresponden.
Venezuela es uno de los países más desiguales de América en términos de ingreso y distribución de la riqueza, con diferencias de hasta 60 veces entre los que más ganan y los últimos de la fila. Esto se nota en estratos sociales, regiones y en actividades económicas. No es lo mismo ser pobre en Caracas que en los apartados estados de la Amazonia (sur) o en los costeros pueblos del oriente del país donde lo único bonitos son las playas y sus habitantes.
Por ejemplo, en 2023 el ingreso más bajo en especie era de 10 dólares por mes por persona, y lo recibía lo el 10% de la población, mientras el más alto también en promedio era de $347.
Y si hablamos de libertad de información y expresión, en Venezuela no existen medios impresos, lo que queda de la radio y TV privadas está bajo censura y autocensura después de cierres masivos de emisoras, y los medios digitales críticos están bloqueados en Internet.
La culpa de los otros
El chavismo tiene siempre un comodín bajo la manga para exculparse de todos los males, aunque ya lleva 25 años en el poder absoluto en Venezuela: el villano de siempre es Estados Unidos, y la política de sanciones que desde 2017 aplica sobre jerarcas del régimen fundado por Hugo Chávez.
El gobierno las llama «bloqueo» y «medidas unilaterales coercitivas», cuenta más de 900 y dice que son responsables de que en los hospitales no haya insumos o que los empleados públicos y jubilados perciban solamente unos $130 por mes de los cuales solo $30 cuentan como salario y tiene incidencia en prestaciones y seguridad social.
Pero eso es algo difícil de explicar para quien venga de afuera. Ni siquiera en los peores años de la escasez y las grandes filas en busca de alimentos básicos han faltado en Venezuela los anaqueles repletos de whisky escocés, vinos españoles, franceses, argentinos e italianos de solera. Camionetas todo terreno de 50.000 dólares la más barata circulan por ciudades y pueblos; hay una envidiable flota de jets ejecutivos y de yates de lujo; proliferan las tiendas de lujo con exquisiteces venidas de todo el mundo, incluyendo Estados Unidos y España; hay una amplia oferta de pinos navideños naturales o no; de perfumes y chicherías; hay pleno abastecimientos de electrónicos, con las últimas innovaciones de Samsung o Apple; los conciertos y fiestas privadas suelen llenar sus temporadas con artistas cotizados.
Hay clínicas privadas que ofrecen servicios de salud equiparables a los que se pueden conseguir en sus similares en Florida o en Madrid, y con médicos igual de competentes; así como en los hospitales públicos te puedes morir por falta de respirador.
El asunto es que Venezuela y su larga crisis va más allá de los reduccionismos, de las simplificaciones, de las pretendidas confrontaciones entre imperialismo y socialismo; entre el mal y el bien, lo espiritual y lo terrenal, los que se van y los que se quedan; entre la postración y la militancia política activa, entre el hambre y la saciedad; entre la libertad y la opresión.
Para la Ley y la moral cada vida importa
Y va más allá de las excusas de los términos de comparación. Claro que si se piensa en Ucrania o en Gaza o en Siria la crisis venezolana palidece y se hace insignificante para algunos.
Pero, ¿eso justifica el olvido y la normalización? ¿Un solo preso torturado y echado al olvido durante 10 meses como la hispana venezolana Rocío San Miguel, o los enfermos ya muertos en prisión valen menos que otros 10 presos políticos cubanos?.
Volviendo a la ONU, el propio Nicolás Maduro, parece hablar de los términos de referencia y este viernes denunciaba «el teatro absurdo en el que se ha convertido la Organización de Naciones Unidas, que ante el genocidio, ante el asesinato de los niños, de las niñas, de las mujeres en Gaza, guardan silencio cobarde y cómplice» mientras se meten con Venezuela.
Es que el chavismo culpa a Türk de ser «un vocero servil a las potencias extranjeras enemigas de la patria y el pueblo venezolano».
Según esta lógica oficialista, en Venezuela no hay violaciones a ningún derecho y en todo caso lo que ocurre es una brizna de paja, frente a la viga que perfora los ojos del mundo. Razonamiento equivocado, porque así como se deben condenar miles de asesinatos, también se castiga uno solo, o un puñado…porque para la Ley y la moral cada vida importa.