Karina Sainz Borgo: «Lees la parte cultural de los programas electorales y quieres suicidarte»
La periodista y escritora visita ‘El Purgatorio’ para hablar de cultura y actualidad
Nazaret está entregado y esperando fecha de publicación. Hablamos del nuevo libro de Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982), del que aún apenas sabemos que está protagonizado por mujeres y hay inspiración de Lorca. Mientras llegan las horas de promoción, pausamos la vida, para charlar largo y tendido con esta venezolana que lleva más de la mitad de su vida en España. Periodista, escritora, amante de las letras, solitaria pero social, madrileña pero de ninguna parte del mundo. Carga con la responsabilidad de explicar Venezuela a los que nunca la hemos pisado, y tiene la esperanza de que algún día todo mejore. La esperanza como obligación.
PREGUNTA. – ¿Puede una llegar a cansarse de ser la experta en Venezuela? Cuando pasa algo y siempre dicen: «Y tú, ¿cómo lo ves, Karina?».
RESPUESTA. – No deja de ser una responsabilidad enorme, porque evidentemente yo pertenezco a un país que está en constante crisis, en una convulsión constante, en una tragedia sin desenlace. Entonces, si te preguntan y yo puedo aportar algo para explicar el drama y la tragedia tan fuerte que se vive en Venezuela, eso sería fantástico. Lo que pasa es que también es cierto que muchas cosas no tienen explicación o ya no la tienen, entonces hay una sensación constante de estar siendo un intérprete del caos. No hay un intérprete de lo que no tiene un traductor, digamos, algo que no tiene desenlace. Pero bueno, es mi país, es el país en el que yo nací, pese a que llevo muchos años fuera. La novela con la que me di a conocer estaba hablando de lo que para mí era importante: la tragedia del desgarro de irme de ese país.
Y bueno, lo asumo como una parte de mi vida. Por supuesto que es duro, pero me parece una responsabilidad. Es lo que intento tener siempre en mi cabeza: no frivolizar y procuro hacerlo. Procuro no frivolizar en ningún momento. Lo que pasa es que la cosa también yo pienso que tengo una mirada completamente desapasionada, poco patriótica, más bien realista, y eso me hace pensar siempre. Hay un escritor que me gusta mucho, Andriy Kurkov, que es ucraniano, habla en ruso y escribe en ruso, pero en Rusia no lo soportan porque, por supuesto, lo miran con desconfianza, y los ucranianos dicen que no es lo suficientemente patriota. Entonces yo me siento muy identificada con él, que tiene un libro muy hermoso, además, sobre la naturaleza del Dombás, que fue criticadísimo.
P.- ¿Cómo es no sentirse de ninguna parte?
R.- Antes pensaba que eso era una pose, de verdad que lo pensaba y decía: «¡Qué impostura!». Pero yo comienzo a no sentirme de ninguna parte y me hace sentir tranquila.
P.- ¿No es triste?
R.- Es triste cuando te sientes de un sitio y no te aceptan; es triste cuando tú quieres que te quieran y no te quieren; es triste cuando tú amas tu país y ves que se viene abajo. Por supuesto que yo siento afecto y me gustan determinados sitios. Me gustan los españoles, los quiero. Quiero mucho a los venezolanos, quiero mucho a América Latina, pero ya no me siento de ninguna parte y no me preocupa. Eso me hace sentir ligera de equipaje, para sentir que puedo formar parte de algo muy grande, sentir que siempre estoy de paso. Por supuesto que habrá cosas de las que siempre formaré parte: las ideas sensatas, las ideas demócratas. Estaré a favor de la libertad de expresión, del respeto a la vida. Puedo formar parte más de una idea que de un territorio o de una identidad.
P.- Si le pregunto: «¿De dónde eres?», ¿qué me dice?
R.- Antes podía decir más abiertamente de América, de América Latina, pero ya ni siquiera sé qué es América Latina. Ni siquiera sé si me conduciría lúcidamente por la América Latina de hoy. Por supuesto que reconozco una tradición, reconozco un idioma, el español, me reconozco iberoamericana, pero ya no me siento así. Otra cosa que me ponga ridícula y diga que yo soy francesa o que soy andaluza, me encantaría.
P.- Si tuviera delante a Nicolás Maduro, ¿tiene algo pensado en preguntarle o no le interesa?
R.- Mira, realmente lo pienso. ¿Te acuerdas de esa famosa entrevista en la que supuestamente Fallaci le preguntó a un líder: «¿Qué se siente ser un asesino?». Realmente hay tantas preguntas que tiene que contestar Nicolás Maduro y que ayudarían tanto que nos las contestara. Por lo menos, tienen más de mil presos que nos encantaría saber si están bien o no, qué va a hacer con ellos, si los va a soltar. Ni siquiera te digo que hay un reproche: por favor, ¿podría darnos alguna respuesta? Temas que permanecen impunes y creo que nos vendría muy bien a los venezolanos.
¿Cuándo podríamos empezar a entendernos? ¿Cuándo podemos empezar a negociar una transición democrática? Porque se necesita de alguna manera entenderse, porque evidentemente hay una usurpación clarísima del poder. Entonces, si vamos a ser civilizados, tenemos que empezar a ponernos de acuerdo. ¿Cuándo podremos juzgarlo? Así que vamos a empezar a poner las cosas claras.
P.- ¿Tiene esperanza?
R.- Debo tenerla casi como una obligación. Estoy obligada a tenerla porque hay una generación que ha crecido con el régimen bolivariano o con el proceso bolivariano, una generación que no sabe lo que es la separación de poderes. Muchos de ellos han crecido fuera de su país, hay una diáspora tremenda. Y luego hay otra parte del país que está dentro. Creo que toda esa generación y todo ese país, igual que las generaciones viejas, hay muchísima gente que ya ha muerto fuera de su país o que ya ha renunciado a todo lo que había construido.
Y pienso que se merecen una redención, se merecen volver a comenzar. Lo que pasa es que siempre lo comento, Carlos, el punto de partida es, si Venezuela se constituye como una república, vamos a decir, entre pitos y flautas, hacia 1830. Hemos retrocedido mucho antes de nuestra implantación como República. Hemos retrocedido más de 200 años.

P.- Y si tuviera a María Corina Machado delante, ¿qué le diría? Aparte de expresar: «Qué mujer, qué heroicidad».
R.- Me encantaría preguntarle por cómo aguanta. Es decir, tú y yo estamos aquí, nos dedicamos a hacer periodismo, hablamos, pero vamos a nuestra casa, cerramos la puerta y nadie nos reprocha nada. Pero a ella le pueden reprochar: «¿Por qué no te inmolaste? ¿Por qué no te convertiste?». Hay un muchacho cubano muy inteligente, dramaturgo, Yunior García, que vive aquí. Y él decía que en un momento, cuando él lidera esas protestas en Cuba hace como tres o cuatro años, ya no querían de él un héroe, querían que fuera un mártir.
A María Corina le pasa lo mismo. Es… pero ¿cómo lo consigues? ¿Cómo no te vienes abajo? Y creo que cuando vimos esos vídeos, bueno, no los que ya le obligan a grabar cuando la secuestran, sino la siguiente. Cuando ella habla, evidentemente está maquillada, o sea que le han pegado. Le rompieron, hasta donde sé, dos costillas en ese tejemaneje. Pero eso es una parte de ese gran compromiso que ella ha asumido. Y tú dices: «Madre mía, es como meterse a redentor, que cargas con esa cruz».
P.- Si noto que, después de personajes como Henrique Capriles o Leopoldo López, ¿María Corina Machado es realmente una líder mundial?
R.- Sí, hay una en la columna que yo publiqué sobre ella en Abc, y entiendo que ser un líder de la oposición en contra de un régimen autoritario tiene muchísimos elementos en contra. Una de ellas es ser perseguido, estigmatizado, que es lo que ha ocurrido con la mayoría de los liderazgos. Leopoldo López fue encarcelado, fue estigmatizado. Además, una de las cosas que hacen los regímenes totalitarios es que al oponente lo terminan ridiculizando, o sea que ni siquiera los suyos crean en él. Y María Corina Machado ha conseguido sobrevivir a un rasgo muy particular de la cultura venezolana, que eso sí creo que lo puedo decir sin ningún problema, que es la misoginia.
Venezuela no es un país machista, es misógino, y las mujeres dentro del proceso y el liderazgo político venezolano, dentro del liderazgo de la calle, las madres, las hermanas, son las que más resisten, las que más resisten, incluso físicamente, la represión física en la calle y María Corina es la expresión más destilada de un liderazgo de ese tipo. Históricamente en los últimos 50 años yo no he visto un liderazgo de ese tipo, incluso un poco más, porque todos los liderazgos políticos femeninos en Venezuela se quedaron quizás en la década de los 60. No recuerdo un liderazgo tan claro como el de ella, lo cual es asombroso en un país autoritario y en un país, insisto, con unas pulsiones misóginas importantes.
P.- En El purgatorio siempre preguntamos por la relación con la fe de los invitados. ¿Cuál es la suya?
R.- Me considero una persona con fe, tengo una fe manifiesta. Una fe católica muy manifiesta, quizás más iconográfica que otra cosa. Pero justamente en la última novela que he escrito trabajé muchísimo con la Virgen de las Angustias, que ya estaba en mi novela anterior, y la iconografía cristiana evidentemente tiene un elemento interesante. El dogma tranquiliza mucho y provee contenido y discurso. Yo me siento muy cómoda en la fe católica y la verdad es que pues sí, a veces me pasa que me acuerdo de Santa Bárbara cuando truena.
P.- ¿Karina Sainz Borgo es una persona solitaria?
R.- Sí, la verdad es que sí, y a medida que ha ido pasando el tiempo, me doy más cuenta de eso. Soy una persona aparentemente sociable, de hecho a veces hablo demasiado, a veces soy demasiado espontánea en algunas cosas, lo cual no siempre me viene bien.
Pero sí me he dado cuenta que existe una tendencia a grande en mí a estar sola, a sobrevivir con lo mío, estar tranquila, estar sola y escribir. Necesita mucho eso, es mi manera de trabajar.
De todas formas, a mí me cuesta muchísimo no estar en la calle, me cuesta mucho no salir en la calle, me cuesta muchísimo no ir a tomarme una cerveza. Suelo escribir mucho, estoy mucho tiempo sola, pero en la calle, en el espacio público. Puedo estar rodeada en soledad. Yo no digo que trabaje mal en equipo, pero soy una radical libre, siempre ando un poco por mi cuenta.
«Otras personas tienen hijos, familia, pareja estable, yo no. Mi profesión es mi vida»
P.- ¿A qué ha renunciado por su carrera?
R.- La verdad es que a nada porque mi vida entera es mi profesión. O sea, a diferencia de otras personas que tienen una familia, que tienen unos hijos, que tienen una pareja estable, yo no. Entonces puedo invertir y dedicar y volcarme en mi tiempo, dedicar mi interés en eso.
P.- Usted es una mujer muy vinculada al mundo de la cultura, pero no solamente porque escriba, sino aparte porque su actividad profesional periodística está vinculada a ese mundo de la cultura, de la literatura, de los escritores, de las obras de arte… Le he leído a favor del Ministerio de Cultura.
R.- Como institución, por supuesto.
P.- Entiendo que no a favor del ministro de Cultura que tenemos.
R.- Ni del que tenemos, ni de los anteriores ni de ninguno. Si hiciera un repaso, no ha habido, exceptuando a José Guirao, que falleció desafortunadamente, que era el único que ocupó ese cargo que tenía relación con el sector, el resto todos habían sido unos paracaidistas. Hubo gente muy educada y estupenda, como Íñigo Méndez de Vigo, que además tenía muchísima cintura, él era de esos que aguantaba muchísima tralla. Pero te diría que ninguno. Por ejemplo, José Ignacio Wert fue un error para el sector, porque es verdad que era ministro de Educación y al mismo tiempo era ministro de Cultura.
Pero en esos años además fue especialmente duro porque realmente el ministro de Cultura siempre es el de Hacienda, y los recortes fueron tremendos, fueron horrorosos. Entonces estaba entre la indolencia absoluta y luego está entre la ignorancia y el populismo absoluto. Hay una forma de entender la cultura como si fuera un adorno. Nadie tiene un pensamiento concreto del sector, nadie pertenece al sector. Los pocos que pertenecen al sector no los dejan trabajar.
P.- «El ministro de Cultura en realidad es el de Hacienda», esto me ha gustado.
R.- Es el de Hacienda, literalmente. Por eso cuando a Iceta lo nombran ministro de Cultura en el sector, dijimos: «Bueno, quizás es un ministro más político, con más cintura. A lo mejor consigue en la mesa del consejo de ministro…». No, lo que hizo fue federalizar la cultura y convertir toda esa discusión de identidades dentro de la cultura. Y otra vez el sector vuelve a estar en unos momentos de especial desorden de las prioridades.
P.- El eterno debate sobre cultura e identidad. El otro día Yolanda Díaz en la entrega de los Premios Feroz, que fueron en Pontevedra, dijo que «Galicia, Euskadi y Cataluña tienen idioma y cultura propios». No mencionó más comunidades porque se ve que el resto no tienen cultura, parece que hay culturas superiores unas de otras.
R.- Lo que pasa es que partiendo de la base, Carlos, que la discusión de las comunidades autónomas condiciona casi todas las discusiones de planes. Y los planes culturales también dependen de qué autonomía los lleva adelante. Los nacionalismos, por lo menos, son impecables para hacer trabajo de lobby cultural y para hacer trabajo de posicionamiento cultural, lo cual marca una diferencia muchas veces en la visibilidad de unas comunidades frente a otras, pero todas tienen exactamente la misma validez y la misma importancia.
«Las palabras son lo más efectivo para llegar donde no lo hace una pistola»
Partiendo del hecho de que hay una cultura en español, que digamos que ese es el papel que tiene el Instituto Cervantes de alguna forma como la voz de Iberoamérica, que en ese aspecto el gobierno de Mariano Rajoy no pudo haber sido más torpe cuando planteó esto como la marca España. Entonces siempre hay quienes actúan por exceso y por defecto, si la cultura fuera un valor transversal que lo entendiéramos realmente como lo que es, como algo que no es ni un adorno ni una cosa que usas con los Goya, sino que es algo que requiere, como la educación, un plan a largo plazo, estas discusiones las tendríamos mucho menos y estaríamos estarían mucho más ensambladas muchas cosas.
Debería haber una visión de conjunto sobre lo que es el plan cultural como tal para España. España, de verdad, tiene unas infraestructuras culturales espectaculares porque las comunidades autónomas tienen financiación y competencia, tienen una visibilidad cultural exterior impresionante, tienen mecanismos para trabajar en equipo, solamente nos hace falta un gestor que trabaje de una manera más ordenada y por supuesto mucho menos electoralista. Cuando uno lee los programas electorales con la cultura te dan ganas de suicidarte. Uno de los que era quizás el más interesante de todo, era el de Ciudadanos, que tenía un planteamiento más realista y más a largo plazo.
P.- ¿Por qué cree que dicen que la cultura es de izquierdas?
R.- A ver, es evidente que los gobiernos conservadores del Partido Popular no han tenido una actitud orgánica normal con la cultura. Parece que la desconocen, no les interesa, esa relación tan remota que tienen con la cultura. Entonces eso es un elemento importante en los últimos años. Y también es cierto que en buena medida toda la construcción de una cultura de la transición, fue hecha en buena medida por los socialistas, entonces ahí hay un elemento que condiciona eso.
Lo que pasa es que también creo que como buen momento de polarización está existiendo una idea, como lo dice Trapiello, que hay una cierta idea de que la izquierda reparte carnés de demócratas y cómo reparte carnés de cultura, yo no lo creo. Hay una idea deliberadamente manejada así, pero no estoy de acuerdo. Puede que la discusión polarizada nos lleve ahí, pero eso no es verdad.

P.- Y sobre la cultura de la cancelación, que uno nunca sabe no sé dónde, en qué momento empieza todo a cambiarse, y sigue con nosotros. Hace poco la Cinemateca Francesa canceló la proyección de El último tango en París por las protestas feministas y por la escena de la violación. ¿Es un fenómeno que le preocupa?
R.- A mí me llama la atención que toda censura tiende a ser moralizante y lo que noto es que ola de la cancelación vía corrección política lo que tiene es un puritanismo tremendo. Creo que deberíamos poder leer y relacionarnos con determinadas obras y determinadas sensibilidades de un tiempo, siendo capaces y maduros de juzgarlas sin incurrir en estos debates de presentismo.
Por supuesto que hay películas y hay cosas que han envejecido mal. Hay libros que han envejecido muy mal, que son muy anacrónicos en la percepción que tenemos del sexo, de la mujer, de la homosexualidad, pero eso no nos permite borrarlos y readaptarlos, porque entonces estamos viviendo en una sensación de que no hay pasado ni referentes. Y lo mismo ha pasado con Estados Unidos, por lo menos hace unos meses.
Hay un muchacho brillante, Abel Bravo, que estudió en la Universidad de Brown, muy buen amigo y Abel me comentaba con mucha preocupación que en la Universidad de Brown él quería hacer una tesis sobre Chaves Nogales y le dijeron en el claustro de profesores de la Universidad de Brown: «Bueno, es hombre, blanco europeo». Entonces, oye, es una modalidad de censura esa tremenda, porque lo que era canon en un momento y lo que era aprobado, ahora vamos a cambiar por otras cosas. En ese aspecto, primero, no lo creo y segundo, va a haber un efecto péndulo importantísimo e indeseado.
P.- ¿Usted es devota de escritores o escritoras que pueden ser en realidad, en la vida privada, unos hijos de puta?
R.- Sí, claro. Vamos a poner varios ejemplos porque se me vienen varios, a mí Pablo Neruda nunca me ha gustado su poesía, pero creo que todos estábamos al tanto de que era un panfletario. Picasso, otro panfletario que vivió cómo vivió en la Francia de Vichy, entonces lo cancelamos por machista y no porque era un panfletario. Entonces claro que hay que lidiar con el hecho de que un autor sea problemático y justamente cuanto más problemático, mejor.
Por ejemplo, el Nobel a Peter Handke a mí me llamó muchísimo la atención porque su relación ideológica dentro de los Balcanes era muy complicada. Tenemos que lidiar con lo complejo. Recuerdo el caso de Saramago, para mí no hay una persona, un autor más lúcido que Saramago, y no puedo estar más en desacuerdo con las ideas políticas de Saramago en muchos aspectos. Pero si no, vamos a vivir en un mundo absolutamente fanático y pseudo inquisidor que se va a terminar volviendo en nuestra contra.
P.- Como escritora, como periodista, como persona que trabaja con las letras. ¿Le preocupa el retorcimiento del lenguaje por parte de la clase política? Ahora que se cumplían 80 años de la liberación de Auschwitz, se ha dado mucho uso por parte del gobierno el término de negacionista. Hace unos años, negacionista era aquel que negaba la existencia del Holocausto. Ahora negacionista por parte del Gobierno, que repite machaconamente esta idea, es básicamente votar que no a un decreto.
R.- La primera muerte ocurre en el lenguaje. Las palabras son el método más efectivo para llegar donde no llega ni un arma ni la violencia física. Una vez que la palabra la vacías de su sentido original y la rellenas de otro y conviertes eso en una herramienta. Yo puedo decir «Carlos, tú trabajas en un pseudo medio, este es un pseudo medio». Cómo me pueden decir a mí que en la cabecera en la que trabajo, en Abc, es una cabecera fascista, es ese uso alegre de las palabras.
«La corrección política es de un puritanismo tremendo»
Perdonen, la cabecera Abc nunca pudo haber sido fascista, porque es monárquico, empezando por ahí, a partir de ese hecho. Y THE OBJECTIVE no puede ser un pseudo medio, porque contrasta la información y porque tiene una plantilla de periodistas. El uso interesado de determinadas palabras que además terminan siendo repetidos por el propio agredido. Como cuando muchos periodistas decimos la fachosfera y nos burlamos un poco de ese lenguaje, pero ya está puesto en nuestra boca, ya está incorporado. Es una medida machacona de estigmatización, de discriminación y sobre todo, que terminas convirtiéndolo en parte del paisaje natural.
Y eso es un pésimo signo de salud democrática de la discusión pública, porque terminas luego asumiendo que el mundo se define por oposición, por opuestos. Entonces creo que eso está muy presente y se ha acentuado enormemente desde el procés para acá, del 2017 para acá. No sé si se debe a un cambio de ciclo político, a un proceso de deterioro del debate público, a una aparición de medios tipo Twitter, ese tipo de cosas dónde está produciendo una molienda permanente del lenguaje. Y yo creo que Soto Ivars lo trabajó de una manera brillante en Arden las redes, esta idea de utilizar el lenguaje y las expresiones como un mecanismo de ocupación, entran donde entran nada más.
P.- La prostitución de los términos, ese vaciamiento.
R.- El neolenguaje, ese lenguaje de madera, como de cartón.
P.- Y después están los que creen que con el lenguaje se mejoran las cosas.
R.- Es lo que pasa con el lenguaje inclusivo. Tú estás, sobre una situación de exclusión, por ejemplo, o de no igualdad entre mujeres y hombres, estás añadiendo sobre el tema semántico un velo sobre lo que realmente está bien. A mí en el lenguaje inclusivo ahora me parece, por ejemplo, que el tema de masculino-femenino en muchas cosas está de más, pero por ejemplo el género, el niñe, yo no sé qué hacer con eso. Me parece una cosa extraña, me parece una nube, una niebla sobre otros temas que podríamos discutir de una manera mucho más certera si habláramos concretamente del contenido de las cosas.
Es como cuando aparecen esos títulos: Plan de recuperación para resiliencia… Lo que está dándole una ampulosidad a algo que quizás es un programa de un folio y probablemente no está bien armado. Entonces estamos viviendo una época especialmente sensible, incluso lo estamos viendo por Trump. Mira cómo habla Trump, habla de una manera que es prácticamente como uno de esos personajes de un reality show. Entonces, claro está, la mezcla de puesta en escena, de vaciamiento del lenguaje, a mí hay cosas que me recuerdan en algunos aspectos al mundo de la década de los 30. Son décadas de transición. Nosotros no sabemos si somos los últimos de nuestro tiempo o los primitivos del tiempo que viene.
P.- ¿Tiene algún término que odie?
R.- Pero los odio porque son incorrectos. Accesar, aperturar, me molesta sobremanera cuando la gente me dice que yo soy muy positivista, ese tipo de cosas.

P.- Pero, por ejemplo, términos como resiliencia, son pesados con la palabra.
R.- Lo que pasa es que hay fatiga con la palabra, o sea, incluso transversal que antes la utilicé, y yo pensando que eso suena a programa de Podemos, no porque tenga nada de los chicos de Podemos, porque no creo en sus ideas, están bastante mal aplicadas y explicadas, pero bueno, sí, hay muchas palabras que se han manoseado muchísimo. Una de ellas es la palabra pueblo o patria, le tengo muchísimo miedo a esas palabras. Patria, pueblo, compatriota, tengo problemas con esas palabras. Porque piensa que todo ese lenguaje de pueblo, patria lo tengo muy carbonizado de la experiencia del chavismo. Que es una experiencia revolucionaria y es una experiencia trituradora cognitivamente hablando, te puede llegar a triturar en muchos aspectos.
P.- ¿Tú qué relación tienes con la muerte?
R.- Me llama profundamente la atención por muchas cosas. La he trabajado en mis novelas, especialmente en la segunda, además donde estuve trabajando con un enterrador de personas que no tenían quien las enterraran. Estuve en el proceso de la muerte como tal, de enterrar muertos. El proceso de la muerte violenta me interesa por todo lo que políticamente significa. La muerte natural es una cosa que me llama la atención porque está enterradora me dijo: «No todos nacemos, pero si todos nos vamos a morir» Y tiene toda la razón, entonces me interesa, sí, aunque no vivo con miedo, con curiosidad.
P.- Te lo decía porque viene de Venezuela. El español, por norma general, en la actualidad no tiene una relación con la violencia, afortunadamente, pero en cambio usted es de un país donde ha podido vivir esto de que una manifestación de repente sean asesinados dos, cuatro, cinco o veinte personas.
R.- Lo que pasa es que en España, afortunadamente, está en un proceso de estabilidad en ese sentido, pero hasta hace muy poco tiempo. Es decir, el terrorismo de ETA fue una cosa horrorosa, en el sentido de la percepción que desde fuera teníamos de ello. E incluso cuando empiezas a estudiar y a leer sobre el tema, te das cuenta que hay una violencia dogmática. C
uando hay alguien que impone una violencia por la forma en la que piensa, por la forma en la que te conduce, es un tipo de violencia muy distinta de esa violencia que proviene del desorden total, del caos, qué es lo que suele pasar en aquellas sociedades donde el Estado fallido no es capaz ni siquiera de controlar el monopolio de la violencia, que es el caso de la sociedad en la que yo crecí, añadiendo luego una violencia política. Entonces, claro, te lleva hasta cierto punto a normalizar cosas que no lo son.
Me imagino que mucha gente se acostumbraría en un momento dado, nunca se puede acostumbrar nadie al terror, pero llegas a convivir con eso y la convivencia con la violencia puede llegar a alterar muchas veces tu percepción de las cosas y no ver en realidad la explosión que supone en la vida de todos y en la vida cotidiana estar todo el tiempo mirando para un lado, revisando debajo un coche. Es esa sensación de «Me está mirando, me están viendo», es decir, estás amenazado. Las razones son distintas y obedecen a naturalezas distintas, pero lo que hacen con el individuo es lo mismo: anularlo, anular su capacidad de decisión ¿A dónde voy? ¿Qué hago, que no hago? Entonces yo creo que sí están bastante expuestos todos a la violencia en general, lo que pasa es que ahora ha cambiado, ahora tiene un punto más imprevisible.
P.- Una última pregunta, relacionada con la muerte y con el más allá. Si tuvieras que poner un epitafio, ¿cuál sería?
R.- ‘Hice lo que me dio la gana’.
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