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El zapador

La derechita pacifista

Algunos han pasado en tiempo récord de vestirse de héroes cruzados a convertirse en cómicos del «No a la guerra»

La derechita pacifista

El líder de Vox, Santiago Abascal. | Juan Barbosa (Europa Press)

A lo largo de la última década, una facción de la derecha conservadora se ha ido arrimando de forma progresiva a las narrativas de Vladímir Putin, especialmente por su defensa de los valores tradicionales. Sin embargo, esta adhesión —que también se manifiesta en la admiración inquebrantable hacia Donald Trump— choca frontalmente contra la realidad del propio Kremlin, un pozo negro de asesinatos políticos, corrupción endémica, terrorismo de Estado y guerra a la carta, pero claro, eso son detalles menores cuando lo importante es trolear a Bruselas y despotricar contra el globalismo europeo mientras algunos paniaguados cobran puntualmente la nómina y calientan los sillones del Parlamento Europeo que tanto detestan. Del mismo modo, su postura hacia Estados Unidos cambia drásticamente dependiendo del gobierno de turno: en su día atacaron con ferocidad los Estados Unidos de Obama o Biden (tildándolos de decadentes o intervencionistas), pero a la vez entronizan a los Estados Unidos de Donald Trump como modelo a seguir​.

Una de las razones que esgrimen estos sectores neotradicionalistas para apoyar a Putin es que se presenta como un defensor de la civilización cristiana y de un orden moral supuestamente amenazado por el progresismo occidental. Se le atribuye al nuevo zar de Moscú el haber protegido a la familia tradicional y el haber frenado la agenda woke, mostrándose como un baluarte contracultural frente a la hegemonía del orden liberal, y se le ensalza por ser un defensor de la familia, la fe cristiana y la identidad nacional. En contraposición a las sociedades occidentales —percibidas por estos grupos como entregadas al relativismo, la ideología de género o el secularismo— Rusia se pinta como una especie de «Tercera Roma» o de «reserva espiritual» que salvaguarda la civilización cristiana.

No obstante, la retórica que defiende valores cristianos contrasta con la realidad: Rusia arrastra graves problemas de corrupción sistémica, altísimas tasas de aborto, divorcio y suicidios o un profundo arraigo de fenómenos como el alcoholismo, el consumo de drogas, la trata de personas, la violencia juvenil y la delincuencia callejera. No es poca cosa. Además, el Gobierno ruso ha mantenido alianzas muy estrechas con regímenes islamistas como el de Irán, que cuelgan de grúas a los homosexuales mientras Putin sonríe beatíficamente. De hecho, en la práctica, la diplomacia rusa busca expandir su influencia geopolítica sin un criterio moral coherente: lo mismo financia campañas de desestabilización en Europa, te apoya el Black Lives Matters en Estados Unidos, que patrocina movimientos secesionistas, como el catalán, que atentan contra la unidad de España –y mientras en nuestra piel de toro algunos defensores de la integridad nacional se alinean estúpidamente con el líder ruso–.

En España, este segmento de la derecha encuentra eco en ciertos discursos incendiarios que se alejan de la tradicional defensa de la cortesía, la valentía, la lealtad y el honor, valores que antaño constituían la base moral del conservadurismo. Lejos de ello, se decantan por un tono agresivo, macarra y, en ocasiones, cercano a actitudes matoniles. Mantienen una devoción acrítica por líderes fuertes, como Trump o Putin, simplemente por el hecho de que se presentan como contrarios a la corriente progre y, en teoría, dispuestos a echarle pelotas y combatir todo lo que huela a corrección política.

A esta suerte de «derecha woke» ya no le importa la coherencia ideológica, sino unirse a la última consigna que suene provocadora o que sirva de arma arrojadiza contra la Unión Europea, el globalismo o los adversarios políticos internos. Esta contradicción se observa especialmente cuando reclaman, por un lado, una vuelta a la libertad de expresión y, por otro, alaban sin reparo las tácticas de manipulación, desinformación y difamación de la era soviética y su KGB.

Uno de los ejemplos más llamativos es la postura de determinados simpatizantes de formaciones políticas como Vox, que glorifican el pasado histórico español –los Tercios de Flandes, la Reconquista, Hernán Cortés, Blas de Lezo o El Cid– y al mismo tiempo justifican la invasión rusa de Ucrania, llegando incluso a reclamar la rendición de Kiev ante Putin. Ahora se han vuelto hippies pacifistas. Paradójicamente, quienes enarbolan la bandera de la soberanía nacional y rechazan de plano cualquier cesión de territorio o autonomía –por ejemplo, en Gibraltar– ahora parecen dispuestos a tolerar que una potencia extranjera anexe parte de un Estado soberano por la fuerza de las armas.

Patriotas de pulserita que creen ser expertos en geopolítica proliferan por doquier estos días en las redes sociales. ¿Incoherencia? No, estrategia avanzada del ajedrez 4D que solo ellos entienden. Patriotas de CCC los podríamos denominar. Así lo denunciaba en X Victor Damian Vasilescu, politólogo y consultor de reubicación e inmigración: «’Patriotas’ de hacendado que se llenan la boca de Covadongas, Cajamarcas y Cartagenas pero cuando llega el momento de armar a España para defender su futuro se descubren eurasianistas y camaradas de sociopopulistas».

Y es bien cierto, porque esta nueva derecha a la derecha de la derecha conservadora, siente devoción por Donald Trump y lo eleva a la categoría de genio por dar la espalda a Ucrania bajo el argumento de que «así Europa se verá obligada a rearmarse», sin embargo, ahora pivota y cambia de opinión al elogiar a Santiago Abascal por votar en contra del rearme europeo, con la justificación de fastidiar al demonio de Von der Leyen o a las instituciones comunitarias, en un ejercicio suicida de incoherencia manifiesta. Se repite el mismo patrón de aplauso ciego que algunos achacan a nuestras «charos» y «mariachis», cuando se trata de justificar cualquier medida de Pedro Sánchez. El argumento cambia de color político, pero la actitud mema, fanática e irreflexiva es la misma.

La Doctrina Social de la Iglesia, tal como ha sido recordado por el profesor Francisco José Contreras, subraya que no cabe una neutralidad cómoda en situaciones de agresión patente. Quienes, desde esta nueva derecha gritona, han pasado de predicar el heroísmo patriótico a defender el pacifismo cobardica y rendicionista con el propósito de no provocar más a Rusia, ignoran el principio de Guerra Justa, ciscándose en San Agustín, San Isidoro, Santo Tomás, Francisco de Vitoria o San Juan Pablo II.

Si existe una coherencia mínima, no puede aplaudirse que Moscú se apropie de territorios ajenos mientras se condenan otros conflictos territoriales en los que se defiende la integridad nacional (el caso de Malvinas para Argentina, Gibraltar para España, Esequibo para Venezuela, etc.). La hipocresía resulta evidente: no se puede avalar la ocupación de parte de Ucrania y, al mismo tiempo, exigir al unísono la devolución de cualquier otro enclave disputado. La nueva derecha ha dinamitado las bases éticas del conservadurismo clásico. El honor, la dignidad, la lealtad, la buena educación, la búsqueda del bien común y el respeto a la soberanía territorial se han reducido a meros adornillos retóricos. En otras palabras, la antaño honorable derecha conservadora, ya no es conservadora y se ha vuelto gilipollas.

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