Pablo Iglesias, un Robin Hood a la inversa
«Su capricho de montar un bar más grande le ha llevado a aprovecharse del dinero de la clase trabajadora más precaria»

Pablo Iglesias e Irene Montero durante un acto de Podemos. | Archivo
No hay mejor súbdito que el que desea ser humillado por su amo. Convertir esa humillación en devoción. Creer en un Dios demasiado humano y por tanto imperfecto. Hacer más grande su figura a costa de empequeñecer la propia a niveles microscópicos. Perder el amor propio y saber que lo encontrarás en el ego megalómano de tu amado líder. Ser feliz siendo cada día más pobre si ello conlleva que tu guía espiritual o estafa piramidal (según se mire, o la inteligencia que se posea) se enriquece de manera desproporcionada e injusta.
Hacer del autoengaño religión o acto político. Pertenecer a una secta que lo promete todo, pero que nunca te da nada. Ser tú el necesitado y tener que dar lo poco que tienes con la esperanza de que te vuelva. Convertir ese acto de generosidad en algo sucio. Ladrones de guantes blancos y almas negras. Creer en algo que te desprecia.
Pablo Iglesias ha escrito otro libro para su secta. En él explica a sus abducidos seguidores lo que es el bien y el mal, y quienes lo reencarnan en esta España que no está preparada para su ansiado paraíso que estaría formado por casoplones particulares para su uso y disfrute. Por poner sólo un ejemplo, tacha de fascistas a Soto Ivars o Víctor Lenore, haciendo de ellos automáticamente el reino de los cielos. Una piel de toro propiedad privada de los Iglesias-Montero. Convertirse en nuestros rentistas a base de hacer lo que han criticado a los demás. Les molestaba mucho a esta gente quienes pagaban la entrada de un piso y luego lo ponían en alquiler para que fueran sus inquilinos los que lo acabarían pagando. O quienes heredaban un piso y también lo ponían en alquiler con la esperanza de tener pronto una segunda vivienda en propiedad con esos ingresos. Según estos demagogos, la vivienda no es una cosa con la que hacer negocio, sino una necesidad básica.
Poner un negocio debería estar visto con la misma nula frivolidad. Buscar el local acorde a sus circunstancias y que se adapte a tu economía. Tener una empresa para poder vivir de ella. Trabajar en ella todo lo necesario para tener una vida digna y no tener que pedirle nada a nadie. Esforzarse para que las inversiones iniciales llevadas a cabo con los ahorros conseguidos de trabajos anteriores sean recuperadas lo antes posible y dicha empresa de beneficios. Arriesgarlo todo sin ayuda de nadie. Esa es la vida de un pequeño empresario.
Pero entonces llega el comunista de Pablo Iglesias y tiene el capricho de montar un bar. Los malvados empresarios dejan de serlo o por lo menos él, que siempre lo hace todo por un bien superior, celestial. Un establecimiento feo donde los haya. Sin alma. Un bar para la clase obrera, pero con cervezas a cuatro euros. Cuyos trabajadores se quejan de sus condiciones laborales, y que seguro que tienen razón si nos atenemos a las palabras del protagonista de este artículo. Este ser superior que siempre ha dado validez a las palabras del trabajador o de la mujer cuando estos acusaban de ser explotados o agredidos sexualmente por la empresa o un hombre.
Pero el bar se le queda pequeño. Un bar donde no va nadie. Si no, no me explico que haya abierto un crowfunding para que la gente haga donaciones para poder abrir en otro sitio, uno más grande. Si el negocio hubiera ido bien y fuera rentable podría alquilar con facilidad otro de mayor envergadura. Pedir dinero a los que tienen menos que tú. Luchar contra el fascismo y el capitalismo llenando tu cuenta bancaria con el dinero de otros. Un republicano disparando con pólvora del Rey. Todo del pueblo, pero sin el pueblo. Querer que paguen sus caprichos y pajas mentales la parte de la sociedad que según él, más oprimida está. La que él defiende, por supuesto. La que no puede pagar la entrada de una vivienda ni tampoco un alquiler, mientras tú tienes un chalet de lujo a las afueras de Madrid. La que cobra el salario mínimo. Mileuristas más cerca de pertenecer a las tres cifras que a poner un 2 delante de los tres ceros. Esa es la gente a la que le pide ayuda para poner una especie de «Museo del Jamón» donde no cuelguen patas ibéricas de cerdos, sino las indignidades de quienes ayuden a que ese proyecto salga adelante, y que por desgracia lo acabará haciendo. Beneficiarse y enriquecerse a costa del sudor y el esfuerzo de la clase trabajadora más precaria. Jurarles que sí siguen su discurso alcanzarán la tierra prometida. Que pase el tiempo y se encuentren siempre con un terreno árido y sin ningún tipo de vegetación. Adeptos y adictos a las mentiras del «colectas». Recaudador de todo tipo de «crecepelos» que tapen esas cabezas a medio hacer. Un Robin Hood a la inversa, que se queda con lo de los pobres para ser cada vez más rico.