¿Qué es el 'dumping' fiscal?
La benevolencia fiscal de Madrid frente a la voracidad impositiva de Cataluña explica su diferente crecimiento económico

Ilustración de Alejandra Svriz.
Antes de entrar en detalles, vaya esto por delante: a un político que me hablara de dumping fiscal, yo le diría, sin ambages: «Sinvergüenza, vete a robar a Sierra Morena… o al Montseny, que seguramente te cae más cerca». Veamos ahora por qué me pondría yo tan farruco, si no grosero, con sólo oír tal alambicada expresión.
La razón es larga de explicar. La expresión dumping fiscal, mixta de anglicismo y román paladino, tiene un origen enrevesado: toma una palabreja anglosajona, proveniente de la jerga del Comercio Internacional, y la inserta en una pretendida figura de Hacienda Pública. La resultante es esta expresión de significado vago, pero engañoso y pretencioso.
Dumping en inglés significa amontonar, arrojar, verter, desechar. Un dump es un basurero. En la jerga del Comercio Internacional se utiliza la palabra dumping para designar la exportación de excedentes o de productos a precios muy bajos, a menudo subvencionados, frecuentemente con la intención de expulsar a los competidores del mercado. Los países se acusan unos a otros de practicar dumping cuando quieren justificar la elevación de aranceles. En tiempos recientes, por ejemplo, China ha sido acusada de practicar el dumping en productos de industria ligera y, más recientemente, en automóviles eléctricos.
Trump, con su característica confusión mental, sobre todo en cuestiones de economía, parece haber acusado a casi el mundo entero de practicar el dumping «contra» Estados Unidos. Y pongo «contra» entre comillas porque en realidad los precios bajos más que una agresión son un regalo. Sólo gente muy rara (a mí Trump me lo parece) se quejaría de que le hicieran dumping en el supermercado. Yo, desde luego, estaría encantado. Por eso, en realidad, los que se quejarían lógicamente del dumping en el supermercado serían los otros supermercados, los competidores, que a menudo llaman al dumping «competencia desleal», empleando una expresión española, apropiada, aunque más larga.
En materia de Hacienda Pública, también hay algo equivalente al dumping, aunque el utilizar la palabra sea deformar un poco la realidad. En el terreno financiero internacional, se habla de «paraísos fiscales» para designar países que tienen impuestos relativamente bajos. Los países con impuestos altos se quejan de que los tales «paraísos» atraen a empresas y particulares adinerados, que fijan su domicilio en uno de estos «paraísos» para pagar menos impuestos.
«Las autonomías acusadas de ‘dumping’ fiscal acostumbran a atraer inversores, lo cual se refleja en un mayor crecimiento económico»
Los voraces Estados con impuestos altos (llamémosles «sanguijuelas») se sienten amenazados de perder su «clientela» contribuyente por la competencia de los países «paraíso», término que ellos utilizan con tono denigratorio. Con todo, esta nomenclatura me parece algo incómoda para los gobiernos que se quejan de los paraísos fiscales, porque si los países con impuestos bajos merecen tal nombre, los de impuestos altos (los «sanguijuelas») serán «infiernos fiscales»; y parece sorprendente que los Estados «sanguijuela» o infernales se extrañen de que las empresas y particulares que pueden se vayan al paraíso y abandonen el infierno.
Pues bien, seguramente para evitar la palabra «paraíso» entre autonomías españolas se habla de «dumping fiscal». Las autonomías «sanguijuela», las de los impuestos altos, se quejan de que otras autonomías sean menos voraces y las acusan de hacer dumping. Literalmente esto no tiene sentido: ¿qué mercancía artificialmente barata están descargando las autonomías «benévolas», es decir, de bajos impuestos? Ninguna. Lo que están haciendo, en realidad es dejar en evidencia a las «sanguijuelas» por lo llevadero de los impuestos de las primeras comparados con los de las segundas. Éstas a menudo alegan que sus impuestos son altos porque dan mejores servicios públicos, lo cual, sin embargo, raramente es cierto. La consecuencia de todo ello es que las autonomías benévolas (las acusadas de practicar el dumping fiscal) acostumbran a atraer inversores, lo cual pronto se refleja en un mayor crecimiento económico. Esto, por supuesto, indigna a las sanguijuelas, que no por ello dejan de chupar la sangre a sus ciudadanos.
Adivinen ustedes ahora cuál es la autonomía española económicamente benévola, a la que se acusa de practicar el dumping fiscal, y cuál es la economía española tipo sanguijuela que protesta a los cuatro vientos y acusa a la benévola de ser privilegiada. Sí, ustedes lo han adivinado: la benévola es Madrid y la sanguijuela es Cataluña. El presidente de Cataluña, a quien podríamos llamar Salvador Ínsula por lo sanchesco de su ejecutoria, que, sin embargo, no tiene nada de Barataria para sus contribuyentes, dedica gran parte de su tiempo a denunciar a la presidenta de Madrid, a quien podríamos llamar Isabel Caruso, por lo bello de su voz y lo claro de su elocución, acusándola de dumping fiscal.
A pesar de la relativa autonomía fiscal de las regiones españolas, Ínsula clama por que se obligue a Caruso a subir los impuestos en Madrid. ¿Qué le va ni le viene a Ínsula con los impuestos de Madrid? En realidad, nada, pero lo cierto es que la diferente presión fiscal deja a la política económica socionacionalista (por no llamarle nacionalsocialista) de don Salvador por los suelos. Ínsula argumenta que Madrid se beneficia de ser la capital de España, y por eso debe ser sometido a una presión fiscal agravada. Pero este razonamiento es espurio a todas luces.
«La renta por habitante madrileña ha crecido más rápidamente que la catalana y la supera desde hace aproximadamente un decenio»
Madrid viene siendo la capital de España desde Felipe II, hace cuatro siglos y medio. Ha llovido mucho desde entonces, y los datos son escasos hasta el siglo XIX, pero desde finales de esta centuria hasta el fin de la dictadura de Franco la renta por habitante de Cataluña estaba por encima de la de Madrid. Esto cambió paulatinamente con la democracia y la autonomía regional, cuando nacionalistas y separatistas (entre los que se incluye el partido de Ínsula) comenzaron a gobernar en Cataluña. En Madrid, en cambio, con Esperanza Aguirre, y después con Isabel Caruso, se ha practicado una política liberal con benevolencia (dumping según Ínsula) fiscal. En una economía socialdemócrata como la que tiene España desde la Transición, unas dosis adecuadas de liberalismo tienen efectos estimulantes sin afectar el equilibrio social.
En estas condiciones, las diferentes políticas de ambas regiones han causado un cruce de curvas: la renta por habitante madrileña ha crecido más rápidamente que la catalana y la supera desde hace aproximadamente un decenio. No es la capitalidad, que ha estado siempre ahí, la que explica el diferente crecimiento: la explicación radica en las diferentes políticas económicas, la benevolencia fiscal en Madrid frente a la voracidad de la sanguijuela impositiva en Cataluña, diferencia que aparece casi desde que existen las autonomías.
Por si esto fuera poco, Madrid, con menor presión fiscal, recauda más impuestos que Cataluña (en virtud de la llamada curva de Laffer) y es, con mucho, la región que más aporta al presupuesto español. Teniendo en cuenta que los servicios públicos de Madrid son mejores que los de Cataluña, uno se pregunta cómo es posible que, con una presión fiscal más alta, unos servicios públicos peores y una deuda pública desmesurada, la Cataluña insular se queje continuamente de estar infrafinanciada y reclame (y sanchescamente obtenga) cuantiosas quitas a su deuda a cargo del resto de los contribuyentes españoles.
¿A dónde va este río de dinero de impuestos y deuda que tan poco le luce a la economía catalana? Uno es mal pensado y se malicia que va a financiar políticas independentistas, nulamente productivas y muy contraproducentes, pero que incluyen pingües ingresos en las cuentas corrientes de los secuaces de Ínsula.
He aquí las razones que me sacan de quicio cuando oigo hablar de dumping fiscal.