The Objective
Hastío y estío

Cuando Lamine adaptó el mantra independentista

«Un leve cambio de palabras, pero con el mismo tufo a lloriqueo estratégico. ¿Casualidad? No lo creo»

Cuando Lamine adaptó el mantra independentista

Lamine Yamal muestra su descontento durante el encuentro entre FC Barcelona y Real Madrid CF celebrado el pasado domingo. | David Canales (Zuma Press)

Hay mantras que repiten los independentistas catalanes como si fueran un dogma de fe. Su preferido es «España nos roba». Un eslogan que huele a victimismo rancio, a excusa perpetua para no mirarse el ombligo y asumir responsabilidades propias. Y ahora el joven prodigio del fútbol, Lamine Yamal, ha decidido apropiárselo, adaptándolo a su negociado y convirtiéndolo en «El Madrid nos roba». Un leve cambio de palabras, pero con el mismo tufo a lloriqueo estratégico. ¿Casualidad? No lo creo, es un golpe maestro para matar dos pájaros de un tiro.

Primero, contentar a esos catalanes independentistas que ven en Lamine un símbolo ambiguo. El chaval, nacido en Esplugues de Llobregat y criado en Mataró, pero con raíces marroquíes, ha brillado con la camiseta de España en la Eurocopa, algo que no sienta bien en los círculos más radicales del independentismo. Esos que sueñan con una Cataluña libre de todo lo que huela a español, incluido el talento futbolístico cuando se pone la camiseta de la selección española. Al comprar el mantra nacionalista y adaptarlo a la eterna rivalidad Barça-Madrid, Lamine se gana adeptos en Barcelona y Cataluña. Esos que fruncen el ceño cada vez que lo ven celebrando goles con la selección, como si fuera una traición a la causa. «Mira, el chico es de los nuestros», pensarán, mientras aplauden su dardo contra el «enemigo» común: el Real Madrid, ese club que para ellos representa lo centralista, lo madrileño, lo español, lo opresor.

Pero el segundo pájaro es para los que solo son barcelonistas, esos culés de pura cepa que viven el fútbol como una religión y ven en el Madrid al demonio encarnado. Con un simple giro semántico, «España nos roba» se convierte en «El Madrid nos roba». Es el mismo lloriqueo, los mismos quejicas de siempre, pero ahora en versión deportiva. Porque, como bien saben tanto los independentistas como los hinchas blaugranas, el que no llora no mama. Y a ambos les ha ido de perlas jugando el papel de víctimas eternas.

Pensemos en Cataluña. Ese «España nos roba» ha sido el comodín perfecto para tapar las carencias de los partidos independentistas clásicos como Esquerra Republicana y Junts. Esos políticos demasiado acomodados en la poltrona del despacho propio y el escaño confortable han hecho del victimismo su modus operandi. Se quejan de Madrid, del expolio fiscal, de la represión, pero ¿qué han avanzado en lo que su electorado realmente quiere? La independencia sigue siendo un sueño húmedo, un horizonte lejano que se usa para justificar presupuestos, pactos y corruptelas varias. Convirtieron la Generalitat en un chiringuito donde el lamento fue el lubricante que mantuvo la maquinaria en marcha. Sin ese mantra, tendrían que rendir cuentas por su gestión: la educación ideologizada, la lengua como arma arrojadiza, la economía que depende de los fondos estatales para evitar la bancarrota, aunque no lo quieran admitir. Pero no, España nos roba, y punto.

Ahora traslademos eso a Lamine Yamal y el FC Barcelona. El chaval, con solo 18 años, es un talento descomunal, pero últimamente el Barça está en horas bajas. En el último mes de competición, el equipo ha encadenado tropiezos que duelen, derrotas humillantes, juego anodino, una crisis que de momento no ve su fin. Y Lamine, como estrella emergente, no escapa al escrutinio. Ahí está esa escapada en helicóptero con su pareja actual, la cantante argentina Nicki Nicole, un capricho que huele a estrella prematura. Pero más revuelo debería causar que ella se sentase en el banquillo del Barcelona minutos antes de empezar un partido. Cosa que ninguna otra pareja de cualquier otro jugador del Barça ha hecho nunca. Imaginemos por un momento si Vinicius sentara en los acolchados asientos del banquillo madridista en el Bernabéu a una garota brasileña. Sería lapidado instantáneamente. Las redes arderían, los moralistas de guardia lo acusarían de todo, machismo, privilegios, falta de respeto al club. Pero con Lamine, pasa casi desapercibido, cuando no es tapado.

No olvidemos su famoso cumpleaños, ese fiestón con enanos (acondroplásicos para que no se molesten los delicados woke) y mujeres «de imagen». Un escándalo que quedó como una chiquillada. En ambas frases, los llorones son los mismos, víctimas profesionales que saben que el lamento tiene recompensa. Pero la realidad es que ellos son los que roban la verdad, escondiéndola en un sitio donde no la vea nadie. Para poder seguir justificando algo que saben que no es así. Los independentistas conocen de sobra que Cataluña recibe más de lo que aporta en muchos aspectos, que el «expolio» es un mito inflado para movilizar a las masas. Lamine y los nacionalistas catalanes seguirán intentando manipularnos con narrativas donde se victimicen. Pero solo conseguirán hacerlo con los suyos, aficionados y votantes, fieles seguidores de unas organizaciones donde, como siempre, solo se benefician los superiores jerárquicos.

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