The Objective
Contrapuntos

Arcadi Espada: «Tengo una cierta capacidad de darme cuenta cuando tratan de engañarme»

El periodista habla de la investigación realizada tras el libro ‘En nombre de Franco’

Arcadi Espada visita Contrapuntos para hablar sobre la reedición de En nombre de Franco, en cuya investigación ayudó también Sergio Campos. El libro no solamente es el relato de los héroes de la embajada de España en Budapest, liderados por Ángel Sanz Briz, y su papel en la salvación de miles de judíos húngaros en el invierno de 1944, sino el desmontaje de las mentiras e imposturas alrededor de aquellos hechos. La conversación demuestra la fuerza dialéctica del periodista y su capacidad para transformar una pregunta quebradiza en una respuesta robusta.

Pregunta.- Me da muchísimo gusto recibir hoy en Contrapuntos a Arcadi Espada. Arcadi, muchas gracias por aceptar la invitación. 

Respuesta.- Ricardo, encantado, ya sabes. 

P.- Es con motivo de la republicación de En nombre de Franco, dentro de la reedición de tus obras en una suerte de biblioteca Arcadi Espada en Península. ¿Por qué no nos cuentas de qué se trata este proyecto? 

R.- Fue una idea de mi editor, Oriol Alcorta, de Península. Tengo la suerte de tener un editor que lee mis libros, que eso, como bien sabes, no es una característica, digamos, generalizada. Los había leído antes de ser mi editor, lo que añade una ventaja suplementaria, porque no tiene que estar impulsado por el interés o por alguna cosa, sino por el puro gusto. Él empezó a darse cuenta de que prácticamente todos mis libros están bien agotados o descatalogados. Y entonces me propuso hacer esto. De hecho, empezamos en Ariel, con Contra Cataluña, que no forma parte efectivamente de este mismo formato, porque esto ha sido a partir de Península, y ya hemos sacado dos: La verdad y En nombre de Franco

P.- ¿Y en la misma colección vas publicando los títulos nuevos, como Vida de Arcadio

R.- Exactamente. 

P.- Y eso va a acabar constituyendo, pues, el conjunto de tus obras publicadas hasta el presente. 

R.- Sí, de alguna manera. 

P.- ¿Y por qué empezar con En nombre de Franco?

R.- Con este libro pasaban dos cosas. Primero, que había ocasionado una relativa polémica a muchos niveles. Y esto, evidentemente, siempre le gusta al comercio. Y en segundo lugar, había novedades en el tiempo que había pasado entre la publicación y hoy. Había novedades importantes. Había confirmaciones de muchas cosas que estaban sólo esbozadas, había la aparición de nuevos personajes, etcétera. 

P.- De eso, por supuesto, vamos a hablar a lo largo de la conversación. Primero, quizás, situar al público de ‘Contrapuntos’ en la naturaleza de En nombre de Franco, libro con tres postulados intelectuales. Por una parte, demostrar que el Justo entre las Naciones Ángel Sanz Briz no actuó solo, como dice su leyenda, en el rescate de los judíos húngaros en el terrible Budapest de 1944. Segundo, desenmascarar a un personaje, por una parte, atractivo, pero por la otra, un impostor que se atribuyó para sí el mérito de un grupo de personas, incluido el de Ángel Sanz Briz, que sería Giorgio Perlasca. Y, por último, dar a conocer a tres personas que deberían ser Justos entre las Naciones, por su fervor en la ayuda y en el rescate de los judíos húngaros perseguidos por la vesania nazi, de los que haces un retrato y un rescate humano de sus personajes. Me refiero, por supuesto, a Madame Tourné, a Zoltan Farkas y a László Szamosi. Y quizás podríamos empezar por Ángel Sanz Briz. La tesis central del libro es que no actuó solo, sino, como buen diplomático, bajo las órdenes de su Gobierno. ¿Cómo fue este proceso de investigación y qué le quita o no a la figura de Ángel Sanz Briz esto? 

R.- Como he dicho alguna vez, en el origen de este libro hay una propuesta que me hace mi editora entonces, Pilar Cortés, hace más de 15 años: si me interesaría hacer un libro sobre los diplomáticos españoles que salvaron judíos. Había una exposición en aquel momento en Madrid, y me empecé a interesar por el asunto. Rápidamente me di cuenta de que el máximo interés de la investigación estaba en Ángel Sanz Briz, que era, curiosamente, sobre el que se había escrito más. Pero todo eran mentiras, o novelas, o hechos inverosímiles o no comprobables. Evidentemente, entre la principal de estas mentiras estaba el hecho de que el diplomático de una dictadura pudiera haber actuado contradiciendo las órdenes de su Gobierno o ignorándolas. Nada más rascar en los documentos, e incluso en la memoria todavía de algunas personas, eso, rápidamente, se demostró falso. Ángel Sanz Briz tuvo una actitud dignísima, heroica, arriesgó sin ninguna duda su vida. Hizo incluso más de lo que el Gobierno le autorizó a hacer. Por ejemplo, en algún momento en la Embajada, en la Legación, para ser precisos, acogió en el propio local de la Legación, a perseguidos, cosa que evidentemente el Gobierno no había autorizado ni supo nunca. Y evidentemente hizo todas esas cosas. Pero hay miles de indicios y decenas de documentos que indican que eso fue hecho con el conocimiento, es más, no solo con el conocimiento, sino con la instrucción, del Gobierno de Franco. 

P.- Hay un elemento intuitivo en la sociedad española de decir «Franco no pudo hacer nada bueno», porque había instaurado un régimen fascista, había sido no beligerante, es decir, ni siquiera neutral, al principio de la guerra, y había sido cómplice pasivo de las actitudes del Eje. Y quizá eso es el mito central que este libro desmiente, es decir, la transformación de Franco, que es oportunista, pero real. 

R.- Oportunista, claro. Pero «oportunista», para los miles que salvaron la vida, sería un adjetivo, digamos, que ellos llevarían mal. «El oportunismo fue el que le salvó la vida». Sí, pero qué con eso. En todo caso, como explico en el libro ampliamente, hay vinculación de ese salvamento con una operación de realpolitik, o sea, con el hecho de que evidentemente el gobierno franquista podía ser un gobierno cruel, pero no era un gobierno completamente idiota. Y se daba cuenta de que la suerte de los nazis en el Budapest del 44 estaba completamente decidida. Naturalmente, tenía miedo de que la victoria de los aliados generara la caída del régimen. Y entonces busca alianzas, busca vías diplomáticas, busca apoyos aquí y allá, etcétera. Y un apoyo, evidentemente, es el lobby judío, que era, y es, pero en aquel tiempo era especialmente poderoso en EEUU. Y busca a través del salvamento, y de la publicidad a ese salvamento, que EEUU no sea beligerante a la hora de hacer caer el régimen. Este es el objetivo a largo plazo. Y entonces, se da la circunstancia de que en Budapest, en el año 44, se produce la peor matanza, en relación al tiempo y a la cantidad de personas que murieron. Cuando el nazismo ya estaba acabado, estaba destruido, prácticamente no tenía una posibilidad, pero mueren casi 700.000 personas en muy pocos meses. Y buena parte del epicentro de las matanzas está en Budapest. En Budapest queda todavía una Legación española, sin rango de Embajada. Porque había buenas relaciones, lógicamente, entre España y el Gobierno húngaro de aquel momento. Y evidentemente, ahí quedan el contingente de judíos y la posibilidad de salvarlos. Y las órdenes, las instrucciones que Sanz Briz recibe de Lequerica, el ministro de Asuntos Exteriores, en un famosísimo telegrama, son «que salve al máximo número posible de judíos, primero a los sefardíes», porque hay toda una historia con los sefardíes, pero luego sin importar que no lo sean.

P.- Este cambio de actitud queda connotado en el gobierno de Franco cuando Serrano Súñer deja la cartera de Exteriores y lo sustituye Jordana. Y después, a la muerte de Jordana, como cuentas en el libro, por el antiguo embajador en Francia, José Félix de Lequerica.

R.- Así es. Embajador que no tuvo, durante toda su vida y durante toda su mandato diplomático, la misma actitud, porque la actitud que tuvo, por ejemplo, en París, fue muy distinta de la que tuvo luego con los sucesos de Budapest. Es decir, que evidentemente hay intereses cruzados en toda esa actividad. 

P.- En el París de Vichy se dedicó a cazar a republicanos y también participó en la entrega de judíos. Cometió muchos excesos. 

R.- No todos probados, pero sobre ellos hay, evidentemente, bastantes pruebas y muchísimos indicios. Este era Lequerica. Pero este hombre es el mismo que ordena a Sanz Briz que salve a la mayoría de los judíos. Cuando uno hace un acto de esta naturaleza, para el que lo observa, es muy difícil decir: «Sí, pero usted fue un inmoral». Bueno, sí, pero los salvó. ¿No  tenía derecho a ser moral en aquel momento? ¿Ese acto no es un acto de justicia? ¿No es un acto de bondad? ¿No es un acto de piedad humana? ¿O sólo es un acto de realpolitik?» Me da lo mismo. Al salvado le da igual. Aunque yo, evidentemente, establezco cuál es el contexto en el que ese salvamento se produce. 

P.- En el libro haces dos salvedades, que son importantes. Una, que no hay historias edificantes en la Shoah, en el Holocausto, salvo muy puntuales, porque la mayoría de los judíos fueron asesinados. Y que este libro hay que leerlo como un pequeño paréntesis, una burbuja en mitad de ese universo atroz, mucho más amplio. 

R.- Cuando uno escribe sobre la destrucción de los judíos europeos, para coger el sintagma que me gusta de Hilberg, debe ser consciente de que si escribe una historia de salvación, eso es sólo una gota en el océano. Es decir, la mayoría murieron. Y esa es la noticia, lógicamente. Evidentemente, los muertos no hablan ni explican su historia y, por lo tanto, cuando uno quiere explicar alguna historia de lo que pasó, tiene que interrogar a los vivos. Pero sin olvidar dos cosas. Primero eso, que fue una minoría. Y luego acabar con ese mito que me resulta muy desagradable, y que Primo Levi contribuyó a poner en circulación, de la culpabilidad del vivo, del superviviente. Son esas mitologías que se incrustan en el discurso, del tipo de la «banalidad del mal», que a veces ni siquiera tienen relación con la intención o con la literalidad con las que las pronunció o escribió la primera persona que habló de ellas, pero que al cabo del tiempo se convierten en una especie de maceración bastante repulsiva. 

P.- Otra prevención que tomas, y que me parece muy necesaria, es entender justamente ese Budapest del 44, con la abdicación del almirante Horthy, que era un aliado de los nazis, pero no lo suficientemente fanático como para perseguir abiertamente a sus ciudadanos judíos. Y con las tropas soviéticas merodeando en el horizonte y a punto de liberar, pero también conquistar, Budapest. Y ahí se desató la furia, la locura colectiva de las cruces gamadas, que llevó a la peor de las matanzas.

R.- La explicación de esa especie de matanza es realmente muy dificultosa. Entre la globalidad de la matanza nazi y de las dificultades obvias que hay siempre para analizar y que han producido toneladas y toneladas de análisis, efectivamente, sobre los últimos días en Budapest, es realmente muy difícil de explicar semejante crueldad. Además, en un país curiosamente que había tenido con los judíos una actitud bastante integradora, sobre todo al principio. Y luego, claro, ese paisaje (lo digo para unirlo otra vez con el momento de Sanz Briz) hay que enlazarlo con algo que va a suceder, y es que los comunistas van a tomar Budapest. Y Ángel Sanz Briz está en la bisagra, claro. Los comunistas, desde luego, no eran precisamente aliados de Franco, ni, de hecho, Sanz Briz podía estar muy tranquilo con su llegada. Hay una anécdota terrible que es la muerte de Zoltan Farkas, uno de los grandes héroes, el asesor jurídico de la Legación. 

P.- Farkas y Astorga, su segundo apellido, por cierto. 

R.- Farkas y Astorga, sí. Al parecer, en una de las hipótesis que se barajan parece que cae por un tejado de la Legación cuando no se sabe a dónde va. Y hay quien sostiene que murió de miedo, porque Farkas había vivido la dictadura de Béla Kun en Hungría y tenía auténtico terror a los rojos, por así decirlo. Y parece ser que, desesperadamente, ante la inminencia de la entrada de los soviéticos, o ya habían entrado efectivamente en Budapest, intenta huir y cayó. Esto es la metáfora cruel  de lo que le pasaría por la cabeza muchas veces a Sanz Briz. 

P.- Sanz Briz es el héroe obediente, por decirlo de alguna forma, la «banalidad del bien», el que va siguiendo las consignas, pero las excede, afortunadamente. Hay un anverso que es Giorgio Perlasca, al que le dedicas la mitad del libro, toda la segunda parte, y al que retas, en una fórmula literaria muy atractiva, que es la segunda persona del singular, hablándole de tú, para desmentir su impostura. ¿Por qué no compartes con el público de Contrapuntos en qué consiste esa impostura? 

R.- Giorgio Perlasca es un aventurero que cae en la Budapest de ese año y que, por razones que no hemos acabado de aclarar totalmente, ni Sergio Campos ni yo, pero al parecer vinculadas con la posibilidad de que se moviera bien en el mercado negro y trajera víveres u otro tipo de bienes a los miembros de la Legación, Perlasca era un hombre que se movía bien. Y lo cierto es que Sanz Briz y Perlasca traban una relativa amistad. En aquel momento, Perlasca va y viene por la «embajada», colabora en labores de avituallamiento y estoy seguro que es un Justo entre las Naciones, pero naturalmente, cuando parte Sanz Briz, él queda en la Embajada, no como encargado, sino como refugiado, entre otras cosas porque no tenía demasiados lugares a donde ir. Y a partir de la entrada de los soviéticos construye una leyenda que solamente hacía falta decapar. Construye su leyenda desde el primer minuto en que concede, y esta es una de las novedades de la segunda edición, algunas entrevistas a periódicos de Hungría. Y desde aquel momento se convierte en el héroe por antonomasia del salvamento. Llega a decir que tomó las riendas de la «embajada», cosa de la que evidentemente no hay ninguna prueba. A lo largo de los años, fue escribiendo y contando esa historia, adornándola, haciéndola cada día más hiperbólica. Y entonces, claro, en la segunda mitad del libro, yo, que me he leído todo lo que escribió Perlasca, y todo lo que se ha escrito sobre él, lo único que hago es desmontar sus mentiras, en la medida en que  puedo desmontarlas. Hay algunas mentiras que a veces rozan lo cómico. Cuando lees cómo Perlasca, que no sabía una palabra de húngaro y apenas conocía un par de palabras de alemán, presume de frenar a los Nyilas y a los cruces flechadas y a toda esa gente sanguinaria que en aquel momento está en Budapest, Perlasca los cuadra y les dice: «Voy a salvar a los a los judíos que tenéis entre manos, haced el favor». Claro, este tipo de cosas son inverosímiles. 

P.- Lo que haces es también un poco documentar la forma en que construye su leyenda; es decir, siendo testigo de actos heroicos de otras personas y adjudicárselos. 

R.- Sí. Por ejemplo, con László Szamosi, otra de las personas que allí tuvieron una gran importancia. 

P.- Otra novedad de esta segunda edición. 

R.- Yo diría que es la gran novedad: la incorporación de László Szamosi al elenco heroico. Claro, lo que pasaría allí cuando Sanz Briz se va, con Madame Tourné, que era la secretaria; con Farkas, que era el asesor; con Perlasca, que iba y venía; con dos divisionarios azules (de ellos, además, hemos encontrado su nombre). Allí habría, evidentemente, confusión, desorden, todo lo que tú puedes imaginarte en una situación así. Porque, claro, esto lo analizamos ahora con gran calma desde nuestros gabinetes y tal. Pero tú imagínate lo que sería el 44 en Budapest.

P.- Creo que a la leyenda de Perlasca le «ayuda», quizás sea cruel decirlo así, la temprana muerte de Zoltan Farkas, porque buena parte de sus actos es muy probable que hayan sido de este asesor jurídico de la Legación.  

R.- Una de las cosas que yo no le perdono demasiado es que Perlasca va borrando de la foto a los verdaderos protagonistas, como Farkas o como Szamosi, que era el húngaro y el único que podría haber hecho las cosas que Perlasca se atribuye. Hay escenas en las que eso se ve claramente. Cuando yo escribí la primera edición de este libro, al cabo de unos meses, recibí una carta muy emocionante de la hija de Lazslo Szamosi, en la que me decía que, por fin, alguien, decía quién era Perlasca. Y entonces me contaba la historia de Szamosi. La mujer estaba completamente sorprendida y se preguntaba cómo era posible que su padre no saliera en toda la historia canónica de aquel Budapest, y que Perlasca se adjudicara los méritos que ella creía que le correspondían a su padre, y en parte así era.

P.- El epígrafe del libro está dedicado a la película ¿Quién mató a Liberty Valance? y la célebre frase de que cuando la leyenda se convierte en realidad, se debe imprimir la leyenda, pero lo incluyes justamente para desmentirlo. Tu libro no es sobre la leyenda, sino sobre la verdad de los hechos. 

R.- Sí, pero lo hacemos, de alguna manera, a la manera vibrante en que la leyenda lo hace. Porque uno de los problemas cuando uno escribe sobre hechos rigurosamente reales, es decir, sobre hechos y no sobre des(h)echos, es que tiene que evitar una ventaja que se cobra siempre la ficción, que es la facultad de escribir bien, por decirlo de una manera rápida. Parece que cuando uno escribe no ficción tiene que escribir de una manera anodina, de una manera grisácea. No. Escribir libros de no ficción es una aventura estilística muy interesante. Y para mí lo es, entre otras cosas, por una razón: porque cada libro de no ficción que yo he escrito, que son todos, tiene una estructura particular. Este, por ejemplo, tiene una estructura que alterna los hechos que narra del pasado con los viajes que hice en el presente para documentarlos. Lo que quiero con esto es refutar la idea de que los libros de no ficción tienen que tener una escritura plana. No. Los libros de no ficción deben tener la misma escritura vibrante, enérgica. Otra cosa es que sea acertada o no, buena o mala, etcétera, no me meto con esto. Y, sobre todo, deben tener, a mi juicio, una estructura particular. 

P.- Es una doble voluntad artística, por decirlo de alguna forma, una en el estilo y otra en la organización de los materiales, lo que llamas la estructura, y que ambos te permiten una sensación de plenitud literaria, más allá del horror de la historia que estás documentando. 

R.- Sí, y sobre todo cumplir un mandato estético, porque las historias han de estar bien contadas. Si las historias no están bien contadas pierden eficacia. Lo que pasa es que contar bien una historia no significa ni mentir, ni inventar, ni imaginar. Puede significar todo eso, y la ficción, de hecho, lo hace. Pero naturalmente, también puede hacerse lo mismo desde el paradigma, digamos, de los hechos veraces. 

P.- Hablemos un poco de los tres héroes anónimos hasta la publicación de tu libro. Primero, la secretaria de la Legación, Elisabeth Tourné, que me parece fascinante. Cuéntanos un poco de ella, haznos un boceto de su personalidad. 

R.- Desgraciadamente sabemos muy poco de ella. Y a partir de la liberación de Budapest, menos. Pero sabemos algo muy importante, por ejemplo, y es que en el año 39, si no me equivoco, hay un documento, en el Ministerio de Asuntos Exteriores español, en el que un anónimo, del cual yo tengo unas fundadas sospechas de quién es, pero no la prueba, dice de ella que es una judía que está  intentando salvar a los judíos húngaros, ya en el año 39. El antisemita anónimo denuncia a la judía. 

P.- Un periodista español, aparentemente. 

R.- Un periodista español aparentemente, sí. Y eso es lo que sabemos, digamos, de manera más antigua, el primer rastro en que aparece Madame Tourné. Luego sabemos más cosas de ella por Perlasca. También por alguna correspondencia de Sanz Briz, que la nombra. Y evidentemente sabemos deducir lo lógico: que esta mujer, que estuvo hasta el final, tuvo un papel logístico importantísimo en la salvación de los judíos húngaros.

P.- Además, era un puñado de gente en mitad de un volcán en ebullición. 

R.- Cuatro o cinco personas, no más. 

P.- Lo mismo pasa con Zoltan Farkas, del que se conocía aún menos todavía. 

R.- Así es. De Farkas, que era el asesor jurídico de la Legación, se cuenta una historia que cito en el libro, pero como leyenda. Y es que en un momento determinado, en una de las colas que se organizaban en la Legación para acoger a los judíos, alguno de ellos blasfemó contra Franco. Y entonces Farkas le dio un puñetazo, diciéndole algo así como que Franco era el que iba a salvarlo. Farkas evidentemente no era un antifranquista. Madame Tourné tampoco consta que lo fuera. Perlasca fue voluntario italiano en la Guerra Civil [del lado nacional], Sanz Briz fue quintacolumnista en el bando republicano, y había hecho algo parecido, que era salvar a falangistas en aquel momento en la Estación de Mediodía. Cuando yo digo «en nombre de Franco», no estoy hablando solamente de Sanz Briz, es que estoy hablando de todos los que en aquel momento estaban en la Legación. 

P.- Pero son personajes fascinantes, porque además son ciudadanos húngaros, judíos, franquistas, y trabajan en la Legación española. 

R.- ¿Y eso de ser franquistas les iba a impedir ser moralmente razonables? ¿Ser personas que de alguna manera trataran de ayudar a los desposeídos? Por supuesto que no.  

P.- Un tema con el libro es cómo se construye la memoria. Sanz Briz tardó mucho en ser reconocido por su labor, que tiene que ver con las vicisitudes de la dictadura franquista tras la Segunda Guerra Mundial. Y Perlasca también, aunque cuando vio la oportunidad rápidamente se montó en la leyenda inicial que se había construido. ¿Cómo te planteas ir desgranando los ecos de la memoria, los efectos de la memoria?

R.- En el caso de la comparación entre Perlasca y Sanz Briz hay una cuestión realmente chusca, puramente grotesca: Sanz Briz no tiene ninguna condecoración importante del Gobierno español por su actividad. Perlasca, sí. Perlasca fue condecorado por el Gobierno español. Sanz Briz, en absoluto. Es más, debo recordar que, y esto lo digo en el prólogo de la nueva edición, que en la pasada legislatura, un diputado de Vox, Contreras, si no me equivoco, planteó la necesidad de un reconocimiento público a Sanz Briz en el Congreso de los Diputados o en una comisión. Como lo planteaba Vox, lo echaron para atrás. 

P.- Cuando debió haber sido unánime su apoyo. 

R.- Vamos a ver. Esto es exactamente lo que hace la gente de malvivir con los demás, que es repudiarlos, no por lo que dicen o hacen, sino por lo que son. Es decir, fíjate el interés de esta cuestión. Resulta que un diputado de Vox sale a defender la memoria de un funcionario del gobierno de Franco que salva judíos. Es decir, que salva a gente perseguida por lo que era, no por lo que hacía. Pues bien, este diputado no obtiene el objetivo político que busca, que es el reconocimiento de Sanz Briz, porque la izquierda lo juzga por lo que es y no por lo que propone. Es que es tan maravilloso. 

P.- Una metáfora de nuestros tiempos. 

R.- De nuestros tiempos y de todos los tiempos. Y de la relación que hay entre la verdad y las convicciones. 

Arcadi Espada. | FOTO: Kevin Borja

P.- En el libro también cuentas, creo que en las notas, que Spielberg estuvo barajando la posibilidad, antes de decidirse a contar la historia de Schindler, de hacerlo con Perlasca. Hasta ese grado había llegado su leyenda.

R.- Perlasca es un mito en Italia. Cuando salió la traducción italiana del libro, un periodista estupendo, Andrea Nicastro, sacó una página sobre el libro en el Corriere della Sera. Y se organizó la de Dios, porque de alguna manera nadie había oído en Italia hablar de Perlasca en los términos en los que yo lo hacía.

P.- Incluso dices que está bien que sea un Justo entre las Naciones.

R.- Está bien que lo sea, por supuesto. Pero eso no quiere decir, no le autoriza a que yo me tenga que tragar todas las mentiras sobre el papel que él hizo. 

P.- Le pasa a algunas figuras, en Francia y en Italia, porque sirven para lavar la culpa colectiva de haber tenido al Gobierno de Vichy o a Mussolini en el poder, aliado irrestricto de Hitler. Entonces, cuando hay un héroe del otro bando, lo es entre comillas.

R.- No, Ricardo. Lo más paradójico es que no era del otro bando. En Italia es un poco más confuso lo que hizo Perlasca, pero en España está clarísimo que vino a luchar contra los republicanos. Él, además, lo tenía a gala, como es lógico. 

P.- Era lo que justificaba su acercamiento a la Legación española. Si no, no hubiera tenido acceso.  

R.- Y luego hemos de tener en cuenta una cosa: Perlasca monta toda su primera historia en unos tiempos de penuria. No tiene para comer, a ver si nos entendemos. Y Perlasca lo que busca es un reconocimiento que le permita, qué sé yo, entrar a trabajar en la Embajada de España en Italia, ser reconocido por el gobierno italiano…

P.- Curiosamente lo contrario que Sanz Briz, que siguió con una brillantísima carrera diplomática. 

R.- Sanz Briz era diplomático. Perlasca no era nada. 

P.- Quiero decir, que Sanz Briz tenía menos necesidad de reconocimiento, entre otras cosas, porque tenía una carrera asegurada y había sido muy brillante en su carrera en otras instancias. 

R.- Yo creo que Sanz Briz nunca llegó a saber lo que Perlasca había hecho con su leyenda, con las de Sanz Briz y la del propio Perlasca. Yo creo que él,  que llegó a ser un diplomático importante, primer embajador español en China, etcétera, nunca llegó a saberlo. 

P.- Si a mí me preguntas cuál es el documento irrefutable de la impostura de Perlasca, te diría que es lo que descubrieron en esta segunda edición, seguramente de la mano de Sergio Campos, que no hemos mencionado lo que se merece, porque está detrás de la investigación…

R.- Detrás y delante.

P.- Es que en cuanto Perlasca se hace entrevistar en los diarios húngaros para buscar colar su historia y sobrevivir con ese salvoconducto, hay una carta de respuesta de lectores indignados que explican quién era Perlasca. Y esa carta está escrita al momento, antes de la leyenda.

R.- Es un contrafactual brutal, porque demuestra que ya era polémico a los cinco minutos. «¿Usted qué hacía?», le dicen. «Mire, usted no hacía nada. Usted es un impostor. Y los héroes son los otros. O al menos también fueron los otros». Tampoco tenemos que pensar que no hubiera intereses que pretendían que Perlasca no hubiera hecho nada. Lo más razonable, sin haber estado en aquel Budapest —y, por lo tanto, tejiendo hipótesis— es que él hiciera algo, hiciera cosas, se moviera. Y salvara vidas, directa o indirectamente…

P.- Pero nunca con la responsabilidad que se atribuye, ni muchísimo menos…

R.- Ordenando a los siniestros y criminales Cruces Flechadas: «Apártense, que viene Georgio Perlasca»… Eso, querido Ricardo, no. 

P.- El cine es la mayor forma de vulgarización de la historia y de construcción de grandes mitos y de falsas verdades. Hay, sin embargo, una película que sí se adapta, en términos espirituales, a lo que pudo haber sido ese Budapest y que tiene un eco histórico directo, y es Saló o los 120 días de Sodoma, de Pasolini, ¿no crees?

R.- ¡Uf! Sobre todo Saló por la inexplicabilidad. 

P.- Hay dos temas que atraviesan tu obra y que están reflejados en el libro. La crónica de viajes… 

R.- Habría sido para mí, además, una felicidad el poder haberme ganado la vida así, ¿sabes? Yendo de aquí para allá y enviando telegramas. 

P.- Pero aquí, claro, son viajes complicados, porque es ver el uso turístico de Auschwitz o la trivialización de espacios que deberían ser sagrados, etcétera, pero, al mismo tiempo, el trivial día a día de viajes por Hungría, por Austria, por Alemania, por Francia. 

R.- Hay una cosa en la escritura: primero, que a mí me gusta dar cuenta del making of, de cómo se hacen mis libros en el mismo libro, porque me parece que esto supone una manera no naif, o no ingenua, de escribir las cosas. 

«Un escritor de mi género, más que de mi temperamento, no puede prescindir de las grandes cosas que han pasado mientras él ha estado en el mundo, aunque no hayan coincidido con su estancia física»

P.- Y de jugar con las cartas abiertas…

R.- Exactamente. Es decir: «Pues mire, así vamos, estamos haciendo esto». Pero luego hay otra cuestión. Cuando tú te ocupas de una historia así, todo es el anti-Valéry, en el sentido siguiente: la famosa frase de «yo no escribo novelas porque soy incapaz de escribir que la marquesa salió a las cinco en punto de la tarde». Es decir, la cosa banal, las transiciones, los nexos, esas cosas que hay en las novelas, los rellanos que permiten acomodar la realidad, que permiten, sobre todo, respirar al lector también. Cuando tú estás escribiendo una historia de estas, estás sometido, ceñido a una pasión; en cada párrafo están pasando cosas, porque uno muere, el otro vive, el otro se pelea, la otra ama. Todo es como un highlight. Todo son titulares. Entonces, yo tengo a veces la necesidad de decir que, mientras estaba pasando todo esto, en ese Budapest infernal, también había rincones, momentos de vida anodina, cotidiana, entretejida con la historia. A mí me gusta que el lector tenga esa idea de que ahí también había esa vida ordinaria, y que también la tengo yo.

P.- Ese es el espacio de la crónica de viaje. 

R.- Exactamente. Me gusta que esa cosa antiheroica de la vida diaria se incruste en los relatos épicos.

P.- Y que transmite además otra idea que atraviesa todo el libro y es la soledad del hombre ante la historia. Pero te decía, hay dos cosas recurrentes en tu obra, el viaje como incitación intelectual y la otra, la búsqueda de la verdad. Y mi pregunta es, ¿cuándo detectas que en Perlasca hay un impostor? 

R.- Tengo ese don, y puedo decirlo porque no es ningún mérito personal, que por otra parte no existen.

P.- ¿Pero no tienes el recuerdo de cuando dices «aquí Perlasca está mintiendo»? 

R.- No tengo el recuerdo, pero con esta historia me pasó, además, enseguida. Sergio lo contaba el otro día. Cuando yo le dije si quería hacer este libro conmigo, cuando era un libro sobre los diplomáticos, él me dijo que sí, pero que nos teníamos que olvidar de Sanz Briz porque está ya todo escrito sobre él. Y entonces, cuenta Sergio, que al cabo de 24 horas le llamé para decir que íbamos a hacer un libro justamente sobre Sanz Briz porque todo era mentira. No sé muy bien por qué, pero me pasa con las personas también, y no solamente con las personas literarias. Yo creo que tengo una cierta capacidad de darme cuenta cuando tratan de engañarme.

P.- Vamos a terminar con una última pregunta sobre el libro y luego una pregunta que le hago a todos los invitados de Contrapuntos. El interés de tratar la Shoah en realidad había estado presente en un libro anterior, que fue buscar qué había pasado con Aly Herscovitz, la novia judía berlinesa de Josep Pla. ¿Hay una vinculación o simplemente es una coincidencia? 

R.- Hay una vinculación, efectivamente. Cinco personas, Sergio Campos, Xavier Pericay, Marcel Gascón, Eugenia Codina y yo, hicimos un libro digital sobre la búsqueda de Aly Herscovitz. Y que luego ha dado origen al libro estupendo, de hace un par de años, en Atenaica, de Xaver Pericay, titulado Aly Herscovitz: Cenizas en la vida europea de Josep Pla. Yo creo que un escritor de mi género, más que de mi temperamento, no puede prescindir de las grandes cosas que han pasado mientras él ha estado en el mundo, aunque no hayan coincidido con su estancia física. La Guerra Civil, la Shoah. En fin, no sé, cómo no vas a escribir sobre estas cosas. Pero, claro, escribir sobre estas cosas requiere desde tu modestia epistemológica una cierta deliberación. Y al punto de vista periodístico, que es el que yo manejo, lógicamente, sean los reportajes sobre el presente; los reportajes sobre la historia, le convienen esas figuras marginales, pequeñas, que permiten, estirando, adquirir la auténtica dimensión de las tragedias. Así empezamos, buscando a Aly Herscovitz y así continué con este asunto. Y ahora, por ejemplo, que estoy escribiendo un libro donde aparece la Guerra Civil, también hay un pequeño hilo, que en este caso es mi padre. Yo creo que esa es la manera, digamos, o la manera que yo tengo, no quiero hacer doxa sobre esto, de enfrentarme a estos grandes asuntos. 

P.- Pues quien haya leído el libro En nombre de Franco debe volver a él, porque hay novedades importantes. Y quien no lo haya leído, o no haya leído a Arcadi Espada, creo que es la mejor puerta de entrada a una obra empeñada en buscar la verdad y en hacer periodismo de alta calidad literaria. Así que, Arcadi, muchísimas gracias por esta oportunidad. Terminamos con la pregunta que hago a todos los invitados y es que recomienden un libro que no pueden pasar por la vida sin haber leído. ¿Cuál sería el tuyo?

R.- Es difícil eso. Uno siempre tiene dos o tres, pero está muy bien que solamente se cite uno. Y yo creo que para el tono de esta conversación y para lo que somos tú y yo, que somos amigos desde hace tantos años, y además compartimos un oficio, creo que es imprescindible que yo cite Verdad y mentiras en la literatura, de Stephen Vizinczey, que por cierto aparece en En nombre de Franco.

P.- Es lo que te iba a decir. Está citado porque él fue un niño húngaro que le tocó de muy pequeño ver, primero, la vesania de la dictadura brutal, la persecución a los judíos, luego la liberación-caída por los rusos y luego el exilio, porque él fue parte de la revolución del 56 y acabó exiliado. 

R.- Como él decía en el 56, «yo luché». 

P.- ¿Tuviste una relación con él? 

R.- Sí, tuve una relación con Vizinczey, con los problemas de los idiomas, de mis problemas con los idiomas. Pero, sí, tuvimos relación, nos escribimos. Pero la relación real que yo he tenido con Vizinczey es ese libro, que para mí es el libro más importante de crítica literaria aunque decir que es eso es rebajarlo. Es el mejor libro que he leído sobre la lectura. 

P.- Y dicen los que lo han leído en inglés que está a la altura de otros que se apropiaron de la lengua inglesa, como Nabokov o Conrad, porque él escribía en inglés sus libros desde el exilio, primero en Canadá y luego en Estados Unidos.

R.- Efectivamente. Él escribió En brazos de la mujer madura, Un millonario inocente, novelas que han tenido un enorme éxito. Pero para mí, la depuración, la perspicacia, la sutileza, el coraje y la verdad con las que Vizinczey escribe este libro son imbatibles. Es un libro que se inaugura con el decálogo para ser un escritor; decálogo de un compromiso y de un poder de convicción realmente extraordinarias.

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