El nuevo e inestable equilibrio en Oriente Medio
Tras el cuestionado plan de paz de Donald Trump, el nuevo ‘status quo’ geopolítico toma forma poco a poco

Militares israelíes en la Franja de Gaza. | EP
El conflicto de Israel en Gaza constituye uno de los escenarios más complejo y decisivo en la política internacional contemporánea. Los acontecimientos posteriores al execrable ataque terrorista de Hamás en octubre de 2023, las operaciones militares israelíes, la recomposición de alianzas en Oriente Medio y las posibles transformaciones internas en Israel y la Autoridad Palestina, configuran un entorno altamente volátil. La soberanía de Israel y su vital derecho a existir como Estado del pueblo judío y a defender su seguridad y valores democráticos, continúa siendo un elemento central del sistema de seguridad regional en Oriente Medio. Sin embargo, este derecho convive con la aspiración de avanzar hacia una solución de dos Estados que está condicionada a largo plazo al desmantelamiento de estructuras terroristas, al fortalecimiento institucional palestino y a la mediación de actores internacionales, capaces de garantizar acuerdos verificables.
Un escenario fragmentado
La Franja de Gaza continúa en un estado de devastación social e institucional tras la guerra de 2023–2025. Israel mantiene aún operaciones focalizadas contra los terroristas remanentes de Hamás, menos intensos que en los meses inmediatamente posteriores a la ofensiva de 2023, pero que reflejan la persistencia de células terroristas.
Sin una autoridad palestina funcional en Gaza y con la infraestructura militar de Hamás parcialmente desarticulada pero no eliminada, el territorio vive una situación intermedia entre conflicto activo y postconflicto. Y la frágil situación de Gaza se complica por actores regionales y globales: el rearme de Irán, financiado con apoyo tecnológico de China y Rusia, aumenta la presión estratégica sobre Israel. Sin olvidar que el aumento de las violaciones del alto el fuego por parte de Hezbolá y la salida prevista de UNIFIL del Líbano en 2026 plantean escenarios de mayor inestabilidad.
La visión israelí
Ningún Estado democrático puede tolerar ataques terroristas que pongan en riesgo a su población civil, su integridad territorial y su soberanía. Israel concibe su existencia como el Estado nacional del pueblo judío, con instituciones democráticas y un modelo de convivencia que, si bien experimenta tensiones con sus minorías extremistas, se mantiene como un sistema consolidado y el único asimilable a una democracia occidental. Sin seguridad, ningún proceso de paz es viable.
En este marco, Israel siempre ha exigido que cualquier arreglo futuro contemple la desmilitarización total de Gaza, la eliminación o neutralización de organizaciones terroristas, la verificación de la paz a través de mecanismos de seguridad internacionales, el reconocimiento explícito del derecho de Israel a existir como Estado judío y las garantías de que un futuro Estado palestino no se convierta en plataforma para atacar a Israel.
La solución de dos Estados es teóricamente posible, pero solo a largo plazo y tras profundas reformas institucionales palestinas. La prioridad es la seguridad inmediata y la estabilidad regional, no la imposición de un calendario diplomático artificial.
La financiación a la Autoridad Palestina
Diversos países europeos (entre ellos España) son los donantes europeos más consistentes hacia la Autoridad Palestina (AP en adelante), suministrando fondos orientados a educación, buen gobierno y asistencia humanitaria. Sin embargo, diversos informes de prensa internacional, así como análisis realizados por institutos israelíes y europeos, cuestionan la transparencia y destino final de ciertos recursos.
La crítica central reside en la llamada «política de salarios». Son un conjunto de mecanismos aprobados por la AP mediante los cuales se otorgan pagos mensuales a familias de individuos condenados por terrorismo en Israel. Si bien la AP defiende esta política como un programa de asistencia social, en el contexto israelí se considera una forma de incentivo indirecto a la violencia.
La Autoridad Palestina (AP) había informado que dicho programa estaba finalmente desmantelado. Este es uno de los requerimientos del gobierno de EE. UU. para permitirles tener un «reconocimiento más oficial». Parecía un gesto de madurez política, una modernización esperada y el fin de una práctica que tensa la relación del gobierno palestino con sus donantes occidentales.
Pero en lo que va de 2025, más de 200 millones de dólares han sido entregados a prisioneros, «mártires» y sus familias. En 2024, la cantidad apenas sobrepasó los 144 millones. La «aparente» reforma tiene «una lógica peculiar»: programa «suspendido», pero el presupuesto crece casi la mitad.
Donantes como España, Alemania y la Unión Europea han expresado la condicionalidad de su ayuda, pero los mecanismos de supervisión siguen siendo insuficientes. En la práctica la trazabilidad de fondos destinados a la AP presenta una cierta opacidad estructural, que se agudiza ante su crisis institucional. La corrupción endémica, la falta de elecciones y la fragmentación entre Fatah y otras redes clientelares, dificultan garantizar el uso adecuado de los fondos.
Israel ha exigido repetidamente que la comunidad internacional revise sus mecanismos de financiación, no para eliminar la ayuda a la población palestina, sino para asegurar que esta no fortalezca estructuras que perpetúan el conflicto.
Los donantes europeos deberían condicionar toda ayuda a la AP a una auditoría independiente y una verificación estricta. Dichos fondos deberían servir para apoyar reformas institucionales palestinas, el fortalecimiento judicial y la lucha anticorrupción. Y con respecto a las instituciones y autoridades palestinas deberían abolir de inmediato los sistemas de «recompensa» a familias de terroristas, reformando estructuras sociales y de seguridad. Y en coordinación con instancias internacionales, sería deseable fomentar la educación cívica contra el odio, con programas contra la radicalización.
La oposición iraní
La oposición iraní, particularmente aquella articulada a través de la diáspora, han elaborado un discurso crítico respecto a la política regional del régimen de Irán. Desde esta perspectiva, el apoyo a grupos armados como Hamás, Hezbolá, las milicias chiíes iraquíes y los hutíes de Yemen no solo representa una estrategia de proyección de poder, sino también una desviación sistemática de recursos económicos, que podrían aliviar la grave crisis socioeconómica dentro de Irán.
El régimen iraní utiliza la retórica de resistencia para justificar su participación en conflictos extranjeros. Pero las protestas masivas de 2022 – 2023 revelaron que amplios sectores de la sociedad iraní consideran estas aventuras militares como un lastre, que intensifica la represión interna. El pueblo iraní no obtiene ningún beneficio tangible de la financiación de milicias extranjeras; al contrario, se enfrenta a la inflación, el desempleo y el deterioro de servicios públicos e infraestructuras.
Además, cabe la posibilidad de un nuevo conflicto directo entre Irán e Israel. El rearme iraní – posible gracias a su cooperación con China y Rusia – alimenta una dinámica armamentística. La política expansionista de Irán para competir con el mundo sunní y llegar a Jerusalén es incompatible con cualquier avance hacia la paz regional.
Y aún peor: la caída progresiva de legitimidad interna del régimen podría, paradójicamente, aumentar su agresividad exterior, al utilizar la política exterior como herramienta de cohesión interna.
El plan de paz de Trump
El Plan de Paz para Oriente Medio presentado por Trump en 2020 fue recibido en su día con un rechazo categórico por parte de la AP, mientras que Israel lo aceptó con ciertas reservas. Aunque el plan perdió protagonismo tras el cambio de administración en Washington, su arquitectura conceptual ha resurgido a raíz de los execrables hechos del 7 de octubre de 2023 y la guerra de 2023–2025.
El Plan de 20 puntos actual presentado por la administración Trump en 2025 se articula en tres pilares:
- Seguridad y desmilitarización: cese inmediato de hostilidades, liberación de rehenes en 72 horas, desmilitarización total y verificada de Gaza, amnistía condicionada y salida voluntaria de miembros de Hamas.
- Instituciones de gobierno y transición internacional: Gaza quedaría bajo una administración tecnocrática palestina supervisada por un Board of Peace (Consejo para la Paz) presidido por Trump, despliegue de una Fuerza Internacional de Estabilización (ISF) que entrenaría policías locales y cooperaría con Israel y Egipto.
- Reconstrucción y desarrollo económico: entrada inmediata de ayuda humanitaria, zona económica especial, incentivos para inversión y plan de reconstrucción integral y libertad para permanecer, salir y regresar, sin desplazamientos forzosos.
Para Israel va a suponer una reducción de amenazas si la desmilitarización es efectiva, una mejora de legitimidad internacional y una menor presión militar directa. Sin embargo, Hamás está rompiendo permanentemente el alto el fuego y en Israel se han producido tensiones internas por las grandes liberaciones de presos.
Para Gaza y sus futuras estructuras políticas puede traer mejoras materiales, reconstrucción y una administración tecnocrática. Pero Hamás no quiere ser excluida del proceso y puede haber una posible resistencia social «inducida» a una transición percibida como impuesta.
Estados Unidos refuerza su rol de liderazgo geopolítico, su alineación con Israel y la contención del eje iraní. Pero los costes políticos y su vulnerabilidad si el proceso falla, puede provocar un impacto negativo.
Para Irán es importante la pérdida de influencia si Hamas queda neutralizado, produciéndose el consecuente fortalecimiento de un eje EEUU-Israel-países árabes moderados. Quizás incrementará su apoyo a sus proxis (Hezbolá, milicias iraquíes, hutíes) o volverá a la manipulación de la narrativa antioccidental.
El plan no reconoce un Estado palestino inmediato. Presenta el reconocimiento de la aspiración palestina a la autodeterminación, pero solo como fase final de un proceso que requiere la desmilitarización completa de Gaza, un gobierno tecnocrático transitorio, unas reformas profundas de la AP y la verificación internacional de la estabilidad y seguridad lograda. Algo que es, a día de hoy, extraordinariamente difícil.
El futuro de Palestina como Estado es, por tanto, condicionado, gradual y no garantizado, dependiendo de hitos verificables y de la capacidad palestina para implementar reformas institucionales.
El Plan Trump 2025 plantea un escenario de transición caracterizado por una estabilidad relativa, con avances en comparación con la fase de conflicto abierto, pero sin llegar a constituir una paz consolidada. Sin el desarme de Hamás y otros grupos, este escenario futuro configuraría una paz incompleta, suficiente para frenar la violencia masiva y permitir mejoras materiales, pero insuficiente para resolver las causas estructurales del conflicto o establecer una estabilidad duradera en el corto y medio plazo.
La batalla de la desinformación
El conflicto israelí-palestino se ha convertido en uno de los campos más intensos de desinformación a nivel global. La simultaneidad entre redes sociales, incidentes armados y polarización política ha generado un entorno donde imágenes manipuladas, estadísticas no verificadas y narrativas fabricadas circulan sin filtros.
La desinformación se ha convertido en un arma estratégica condicionando negociaciones, limitando la cooperación internacional y dificultando el establecimiento de consensos.
Tres elementos destacan:
- La replicación automática de narrativas procedentes de Gaza, con circulación masiva de imágenes de conflictos en Siria, Irak o Yemen, presentadas como escenas de Gaza. Las cifras difundidas por el Ministerio de Salud controlado por Hamás se reproducen acríticamente en redes, a pesar de su falta de verificación independiente.
- La polarización académica y universitaria occidental, en numerosos campus en Europa y Norteamérica que se han convertido en espacios de activismo radical (debido a la financiación proveniente de determinados países árabes), donde la complejidad del conflicto se ha reducido a «colonialismo» y «resistencia», generando una narrativa simplificada que ignora la realidad de organizaciones terroristas, la violencia interna palestina y el pluralismo israelí.
- Las operaciones de información iraníes y de actores hostiles: determinadas plataformas digitales vinculadas a Irán y Rusia contribuyen a amplificar mensajes antiisraelíes, intensificando la radicalización de opiniones y erosionando un debate racional.
Futuro político y demográfico de Israel
Israel se encuentra en 2025 / 2026 ante diversos retos estructurales:
- una transformación demográfica, donde el país experimenta tasas de natalidad elevadas en sectores religiosos tradicionalistas, lo que puede modificar la composición interna, teniendo implicaciones en educación, identidad nacional, servicio militar y política exterior. Paralelamente, la inmigración judía desde Europa e Iberoamérica continúa aumentando, impulsada por el creciente aumento del número de incidentes de antisemitismo, agresiones, ataques, amenazas etc.…
- una reconfiguración política, mostrando un mosaico de partidos que reflejan la diversidad de la sociedad. Unido a esto, la sociedad israelí vive una reconfiguración política interna. Tras los efectos de la guerra, hay un movimiento dual hacia la moderación pragmática en cuestiones de seguridad y hacia un reforzamiento de posiciones nacionalistas y religiosas en temas de identidad y futuro territorial. Este tenso equilibrio explica la dificultad de generar consensos internos en el horizonte político del conflicto.
- y la confirmación de Israel como potencia regional debido a la creciente cooperación con Emiratos Árabes Unidos, Baréin y Marruecos, junto con vínculos estratégicos informales con Arabia Saudí. Este ascenso se combina con un entorno hostil en su periferia con Irán a la cabeza. Esta dinámica interna y externa convierte a Israel en un actor indispensable para cualquier arquitectura de seguridad futura en Oriente Medio.
Y también será importante el futuro de Netanyahu, con la posibilidad o no del indulto, así como posibles comisiones de investigación sobre lo que ocurrió antes, durante y después del 7 de octubre. Esta intensa fricción política, que podría debilitar las instituciones democráticas, hace que el aspecto de «moderación pragmática» parezca más una aspiración, que una parte sólida y consolidada del cambio social actual.
Quizás esto llegará a su punto álgido con las próximas elecciones: Netanyahu parece estar alineando a sus votantes y a su coalición, así como nombrando personas de su confianza en el Mossad y las FDI. La ley sobre el servicio militar obligatorio para los ultraortodoxos no va a arreglar nada y es otra forma de consolidar su coalición, a costa de causar un daño irreparable y división en la sociedad.
Implicaciones de una Base de EEUU en Israel
Para la implementación del plan de paz, EEUU ha establecido un Centro de Coordinación Cívico-Militar (CMCC), en el sur de Israel, que se ha convertido en el principal nodo operativo para la coordinación entre Estados Unidos, Israel y otros actores internacionales, en el marco del proceso de supervisión del alto el fuego en Gaza. Al personal norteamericano, especializado en logística, transporte, inteligencia y operaciones humanitarias, se suma un contingente internacional, que incluye personal militar, civil y humanitario procedente de un importante número de países.
La función del CMCC es coordinar la ayuda humanitaria, supervisar los mecanismos del alto el fuego, servir de enlace con ONGs y agencias multilaterales, y actuar como plataforma de planificación para la eventual Fuerza Internacional de Estabilización prevista en el plan de paz. Su establecimiento representa un desplazamiento parcial del centro de gravedad operacional desde estructuras exclusivamente israelíes, hacia un marco híbrido con liderazgo estadounidense.
También, tras los acontecimientos de 2023–2025, algunos círculos políticos y militares norteamericanos han pensado en la posibilidad de establecer una base militar estadounidense permanente o semipermanente en territorio israelí.
Esta idea responde a una lógica geoestratégica: reforzar la disuasión frente a Irán y sus proxis, consolidar alianzas árabes moderadas y garantizar estabilidad regional. Diversas fuentes señalan que el CMCC puede ser el núcleo de esa futura base de los EE. UU. en territorio israelí, próxima a la frontera con Gaza.
Supondría un cambio cualitativo para Israel, históricamente reacio a permitir presencia militar internacional significativa en áreas sensibles, pero estamos ante la determinación de EEUU de ejercer un papel directo en la gestión de la posguerra de Gaza, reforzando su capacidad de intervención directa y consolidando su rol de garante y coordinador de la Fuerza Internacional de Estabilización. A la vez incrementaría su presencia militar en un punto crítico del Mediterráneo oriental.
Para Israel, la principal ventaja sería la reducción de la carga operativa sobre las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), especialmente en tareas de control y verificación y el refuerzo de su legitimidad internacional. Desde la óptica política, una base estadounidense reforzaría la imagen de Israel como pilar de estabilidad regional, consolidaría alianzas con países árabes moderados, que confían en la presencia estadounidense como garantía de seguridad frente a Irán y enviaría un mensaje de irreversibilidad, respecto al eje occidental árabe-israelí surgido de los Acuerdos de Abraham. Además, reduciendo presiones internacionales que pretenden aislar a Israel.
No obstante, una base estadounidense podría percibirse también como un elemento de influencia externa sobre decisiones estratégicas israelíes, especialmente en periodos de conflicto donde EEUU podría buscar moderación. Además, en caso de escalada con Irán, sería un objetivo prioritario para sus misiles y drones. Por ahora el proyecto sigue en fase de diseño / negociación, sin confirmación oficial ni detalles concretos sobre su estructura, alcance o cronograma.
¿Normalización política entre EEUU e Israel?
Décadas de apoyo incondicional de EE. UU. a Israel parecen estar cambiando. Mientras Trump siga en la Casa Blanca y Netanyahu permanezca en el poder, es poco probable que EE. UU. adopte plenamente un nuevo enfoque más estructurado de las relaciones diplomáticas. Es la lucha entre dos importantes egos e intereses, a veces, divergentes. Es una diplomacia donde las relaciones van «dando bandazos», siendo esencial recalcular el rumbo. Si se pierde la oportunidad de restablecer y normalizar la relación entre ambos países, se perjudicará por igual a estadounidenses, israelíes y palestinos.
Se debería encontrar un mejor equilibrio entre la defensa de Israel y los riesgos que conlleva el hecho de actuaciones no consensuadas, para no socavar la cooperación en materia de inteligencia, sistemas de armamento o tecnología. Esto parece, desgraciadamente, no entenderse en Europa.
A modo de conclusión
Los salvajes ataques del 7 de octubre de 2023, la guerra, el plan Trump 2025 y el fortalecimiento de alianzas árabe-israelíes están reconfigurando el tablero de ajedrez estratégico en Oriente Medio. La ofensiva de Hamás fue un golpe mortal para la idea de un Estado palestino sin controles estrictos. Ahora se buscará la desmilitarización como condición «sine qua non» y la supervisión de seguridad bajo coordinación con Israel. La Autoridad Palestina ha sufrido una crisis de legitimidad, y Hamás no es aceptable para ningún actor internacional serio.
Esto ha abierto una puerta a una administración árabe temporal, un protectorado internacional con participación árabe o un modelo híbrido con supervisión estadounidense. De su éxito o fracaso dependerá que países del Golfo muestren su disposición a financiar proyectos de reconstrucción, si y sólo si, se garantiza que Irán no pueda influir en el futuro de Gaza. En 2025, con el apoyo tácito de Arabia Saudí a una arquitectura de seguridad regional, el principio de «paz a cambio de alianzas regionales» podría parecer más realista, que el paradigma de «paz a cambio de territorio».
Sin embargo, el alto nivel de violencia y los continuos problemas humanitarios en Gaza, debido a que ningún país árabe ha dado un paso al frente y a la actitud de Hamás, complican el hecho de que esta sea la vía más realista hacia la paz. Para muchos actores regionales e internacionales también la falta de una voz palestina fuerte y la escalada de violencia en Cisjordania (Judea y Samaria) hacen que un gran modelo de paz basado en una «alianza regional», parezca prematuro, sin una resolución fundamental de la propia cuestión palestina.
Si bien la corrupción de la (AP) Autoridad Palestina, su sistema de «pagos» y la necesidad de reformas para no desviar esos pagos a través de «otros canales», son cuestiones graves que socavan la confianza internacional, el obstáculo más profundo para el horizonte político, especialmente en Gaza, parece ser el poder activo aún de Hamás y la falta de un órgano de gobierno palestino funcional y unificado.
Israel se encuentra entre dos modelos estratégicos: el paradigma de una seguridad maximalista, donde Israel actúa de forma autónoma, manteniendo control sobre fronteras y con capacidad militar plena y el paradigma cooperativo regional, en el cual EE. UU. y sus socios árabes desempeñan un papel importante en la estabilidad. Ambos paradigmas no son excluyentes: las amenazas del eje iraní exigen cooperación, mientras que la naturaleza del conflicto palestino requiere autonomía operativa israelí.
Israel mantiene su derecho soberano a existir como Estado nacional del pueblo judío y a defender su libertad y valores democráticos. La solución de dos Estados sigue siendo un horizonte posible, pero exige reformas profundas en la Autoridad Palestina.
A día de hoy, los Acuerdos de Abraham han sobrevivido a las tensiones. Israel y Arabia Saudita pueden proyectarse como potencias estabilizadoras de Oriente Medio, con capacidad para influir tanto en escenarios regionales como globales: cooperación económica, diplomática y militar, ciberseguridad, energía y equilibrio frente a potencias revisionistas.
Arabia Saudita continúa evaluando un acercamiento a Israel condicionado a garantías de seguridad y al futuro de Gaza. Todo dependerá de la capacidad de construir una arquitectura de seguridad robusta, basada en cooperación, verificación y disuasión efectiva. E Israel, con su resiliencia histórica y su creciente centralidad regional, será un actor determinante en ese proceso.
Carlos de Antonio Alcázar es analista del Centro de Seguridad Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria.
