¿Cómo eran los rostros de Beethoven y Mozart? Un museo de Viena tiene la respuesta
El Museo de Pompas Fúnebres realiza una muestra retrospectiva y bastante particular de varios genios de la música
Los rostros detrás de las mejores sinfonías de la historia se pueden contemplar en el Museo de Pompas Fúnebres de Viena. Allí se exponen máscaras mortuorias de Ludwig van Beethoven, Joseph Haydn, Wolfgang Amadeus Mozart y Franz Schubert.
Por el 250 aniversario del nacimiento de Beethoven, el museo dedica –hasta finales de año– una exposición a la vida y muerte del compositor en la que destaca la colección de esculturas que reflejan el rostro real de estos genios de la música.
Máscaras funerarias
Aunque estas máscaras se vienen empleando desde el antiguo Egipto, tuvieron su gran momento a finales del XVIII y, sobre todo en el XIX, cuando era frecuente sacar un molde del rostro de personalidades conocidas cuando morían. Del molde en cera o en otro material de la cara del moribundo o del fallecido salía esa máscara funeraria que pasaba a engrosar las reliquias legadas y suponía su «último retrato».
Incluso se hacían varias máscaras, como en el caso de Beethoven, una en vida y otra al poco de morir. En el caso del compositor se puede observar la diferencia entre su orondo rostro vivo y su demacrado aspecto tras morir, debido a la agonía y la enfermedad.
«Tenemos la máscara en vida de Beethoven, de tres o cuatro años antes de morir. Y la máscara fúnebre de horas después de morir. Si miras esta última se puede observar el efecto del sufrimiento por su enfermedad», explica a Efe Sarah Hierhacker, responsable de comunicación del museo.
La técnica entre una máscara realizada en vida y otra tras fallecer es también distinta. Tras la muerte, la tanatopraxia (el maquillaje) trata de aminorar el rigor mortis y devolver al rostro un aspecto sereno y plácido que borre cualquier agonía. La de Mozart tiene la particularidad de que no se sabe con certeza si el molde se extrajo cuando el músico estaba vivo o muerto, ya que aunque la cara parece la de alguien vivo, también muestra signos de enfermedad, según Hierhacker.
Schubert, por su parte, solo se dejó hacer una máscara en vida. En la época muchos rechazaron que se les hicieran máscaras funerarias por la superstición de que al captar el rostro al poco de morir se podía atrapar el alma.
La exposición está organizada alrededor de Beethoven, que aunque nacido en Bonn vivió la mayor parte de su vida en Viena, donde murió en 1827 a los 56 años, y repasa la vida de algunos de los músicos que le influyeron, que admiraba o que conoció. Entre los objetos hay algunos fascinantes, como una invitación al funeral de Beethoven. Además se relata la historia del robo del cráneo de Haydn tras su muerte en 1809, su exhibición durante años en el Musikverein –donde se celebra el Concierto de Año Nuevo– y su reposo definitivo en 1954 en la ciudad austríaca de Eisenstadt.
¿Y cómo murió el creador de uno de los compases más tarareados de la historia de la música clásica: el ta-ta-ta-taaaa de la Quinta sinfonía? Beethoven padeció una temprana sordera que le desesperaba y siempre tuvo problemas de salud, agravados en sus últimos años por el alcohol. Al parecer, la muerte se debió a un fallo hepático en el que el plomo presente en los preparados para tratar una neumonía agravó una cirrosis que su médico desconocía que tuviera. En una época en la que todavía no se conocían los antibióticos, se utilizaba ese metal pesado muy tóxico para tratar algunas dolencias.
Cementerio central
Beethoven y Schubert tienen sepulcros vecinos en el inmenso Cementerio Central de Viena -donde se encuentra el museo-, el segundo mayor camposanto de Europa y el lugar más popular para ser enterrado en la capital austríaca. Tras morir en 1827, Beethoven fue enterrado en el cementerio vienes de Währing, en esa época un pequeño pueblo y ahora un barrio de la capital, pero las autoridades municipales lo exhumaron y lo volvieron a sepultar en 1888 en el Cementerio Central, que había sido inaugurado catorce años antes.
En su apertura, el 1 de noviembre de 1874, la necrópolis desató enormes protestas tanto por la gran distancia que había que recorrer entonces para llegar como porque se determinó que iba a albergar enterramientos de las más diversas confesiones.
Con una superficie de 2,5 kilómetros cuadrados y más de tres millones de muertos -en una ciudad con sólo 1,7 millones de vivos-, el cementerio cuenta con enterramientos católicos y también espacios para el culto evangélico, ortodoxo, musulmán, judío, budista y para ateos o agnósticos. Frente a ese malestar, las autoridades tuvieron la idea de hacer más atractivo el gran parque, trasladando aquí los restos de celebridades veneradas por los vieneses, entre los que los grandes compositores eran los más populares en la «capital de la música», según Hierhacker.
De Mozart no pudieron llevar sus restos mortales porque murió a los 35 años en la miseria y fue enterrado en 1791 en una sepultura sin marcar que casi un siglo después resultaba imposible de identificar. Pero como era inconcebible que el autor de la La Flauta Mágica faltase en el Zentralfriedhof, se optó por situar un monumento al compositor en el centro del grupo de sepulturas dedicada a los músicos. Ese conjunto de tumbas, con sus musas y partituras de piedra algo kitsch, se ha convertido en un obligatorio lugar de peregrinaje para melómanos de todo el mundo.
El museo situado en el cementerio pertenece a la Funeraria pública de Viena y busca dar a conocer la particular relación de los vieneses con la muerte, una histórica mezcla de pompa, canto a la vida y cierto humor negro. En la tienda del museo se pueden comprar artículos originales como miel de las flores del cementerio, pasta italiana con la forma de calaveras o camisetas con lemas como «We put fun in funeral» (ponemos la diversión en el funeral).