A pesar de las sucesivas derrotas contra las potencias occidentales y de que su propio país estuviese ocupado por ellas, Mustafá Kemal seguía siendo un admirador de Occidente. Quería que la Turquía del futuro se pareciese más a Francia que al ya moribundo sultanato. Eso le llevó de cabeza al meterse en política. En julio de 1919 publicó la circular de Amasia, en la que advertía a sus compañeros del Ejército que la independencia del país estaba en peligro. Un mes más tarde presentó su renuncia como oficial. El Gobierno ordenó su arresto, pero ninguno de sus colegas del Ejército quería llevarlo a cabo. Era un héroe de guerra amén de un tipo extraordinariamente carismático. Viajó al centro de Anatolia y allí, en la ciudad de Sivas, organizó un Congreso nacional que emitió una declaración que llevaba como encabezado un rotundo “Por un Pacto Nacional”.
Entró en el congreso de Sivas como el vencedor de Galípoli y salió convertido en un prometedor político. Pero no quiso regresar a Constantinopla. Escogió como cuartel general la ciudad de Ankara, ubicada en el corazón de Anatolia, y esperó allí acontecimientos al frente de una asociación que defendía los derechos de los turcos de Anatolia y Rumelia. En diciembre de 1919 se celebraron elecciones que ganaron sobradamente los candidatos de esta asociación. El nuevo parlamento hizo intención de reunirse en enero en Constantinopla, pero los británicos lo impidieron. Mustafá llamó entonces a unas nuevas elecciones que eligiesen un nuevo parlamento que habría de reunirse no en Constantinopla, sino en Ankara, en aquel entonces una pequeña ciudad de unos 25.000 habitantes. Así es como nació la gran Asamblea Nacional, que tuvo su sesión inaugural hace ahora cien años, el 23 de abril de 1920. El presidente de la asamblea en el propio Kemal, lo que creaba un problema a los británicos porque desde ese momento en la ocupada Turquía había dos poderes: el del sultán sometido a los propios británicos y el de la nueva asamblea de Ankara.
Pero no era posible deshacer el nudo. El Ejército de ocupación británico era pequeño y Turquía muy grande. No podían siquiera plantease acabar con una asamblea a la, en definitiva, consideraban un problema interno que los turcos habrían de resolver después de la firma del tratado de paz. Éste llegó en agosto de 1920 en Sèvres, una comuna al suroeste de París. El tratado de Sèvres desmembraba el imperio otomano. Lo reducía a Anatolia, y no toda, la costa del Egeo pasaría a Grecia junto con la Tracia oriental. Los italianos se reservaba la costa sur de la península y los franceses el protectorado de Siria, que incluía ciudades turcas como Alejandreta. También preveía la formación de un Estado armenio en el este, al sur del Cáucaso.
Kemal rechazó el tratado de Sèvres y pidió a la asamblea que reclutarse un Ejército con el que plantar cara al sultán y a las potencias extranjeras que tratasen de apoderarse de suelo turco. Al frente de ese ejército se pondría el propio Mustafá, que de hacer la guerra sabía bastante. Una vez reclutadas las tropas se partieron en dos cuerpos. Una parte se dirigió al este para combatir contra los armenios, otra la costa del Egeo para hacer lo propio contra los griegos. El Gobierno bolchevique de Rusia interesado en debilitar a las potencias occidentales suministró armas y apoyo logístico a los turcos rebeldes. Aquello era demasiado para británicos y franceses, que habían ocupado con éxito Siria, Palestina, Arabia y Mesopotamia porque contaban con el apoyo de los árabes, pero que no encontraban el modo de resolver el problema turco sin exponerse a una guerra a gran escala en un territorio tan vasto como Anatolia. Era algo para lo que no estaban preparados y que, además, no les interesaba lo más mínimo. Tanto Francia como el Reino Unido estaban exhaustas tras cinco años de guerra y tenían problemas internos. Simplemente no podían permitirse poner orden en Turquía y sostener al Gobierno del sultán
La ofensiva turca consiguió sus objetivos. Derrotó a los griegos y a los armenios en muy poco tiempo, lo que convirtió a Kemal en el líder indiscutible de la nueva Turquía que estaba naciendo. En septiembre de 1921 la asamblea le otorgó el rango de mariscal, lo que le situaba por encima de todos los demás generales. Ante las victorias en cadena del ejército de la Asamblea Nacional, los aliados empezaron a tomárselos en serio y acordaron abrir una ronda de negociaciones con ellos en Lausana. La Asamblea estaba dispuesta a negociar algunos de los puntos acordados en Sèvres con el Gobierno del sultán, pero todo lo relativo a la soberanía de los estrechos era intocable, tampoco aceptaban ningún tipo de ocupación o de tutela extranjera. Los británicos tenían que abandonar Turquía y no interferir en sus asuntos internos. A los aliados les pareció razonable y tras nueve meses de negociaciones se firmó el Tratado de Lausana.
El documento fijaba las actuales fronteras de Turquía y, sobre todo, tomaba al Gobierno de la Asamblea Nacional como el único reconocido por los aliados y, por lo tanto, por la comunidad internacional. Esto sucedió el 24 de julio de 1923. Tres meses más tarde, el 29 de octubre, fue proclamada la República de Turquía, cuyo primer presidente sería Mustafá Kemal. Había llegado a la cima ocupando el puesto del sultán, pero no como monarca, sino como presidente de una República étnicamente turca y mucho más pequeña que el antiguo imperio.
Ese nuevo Estado había que crearlo desde cero porque del sultanato otomano poco se podía copiar. Aunque el sultán había aceptado una Constitución y un parlamento en 1908, el Estado era esencialmente el heredado de otros tiempos, un imperio fundamentado en la figura de un sultán-califa con poderes absolutos que gobernaba sobre una sociedad muy atrasada y atada a costumbres ancestrales. Para modernizar Turquía no bastaba con tener un Parlamento, hacían falta reformas de mucho mayor calado y a eso mismo se afanó Kemal desde el primer día. En aquel momento tenía 42 años y un gran prestigio personal y militar. Sobre esos dos pilares tenía que convertir un viejo y depauperado imperio en un moderno Estado-nación a imagen y semejanza de los de Europa occidental
Todos los países de Occidente se habían modernizado a lo largo del siglo XIX. A algunos les había costado más que a otros, pero todos se habían tomado su tiempo, incluso los del sur de Europa como Italia o España disfrutaban de sistemas parlamentarios consolidados y se habían empezado a industrializar. La recién nacida Turquía tenía que hacer lo mismo, pero en mucho menos tiempo, concretamente en lo que a él le quedaba de vida. Era aún joven y podría contar con 25 ó 30 años, algo suficiente para que en 1950 ó 1960 el país ya se hubiese occidentalizado. Pero Mustafá Kemal no vivió hasta 1960, murió en 1938 con sólo 57 años. Para entonces todo lo que tenía pensado hacer ya lo había hecho. En sólo quince años Turquía acometió uno de los más ambiciosos programas de reforma política, económica, social y cultural de la historia.
La primera decisión que tomó fue trasladar la capital a Ankara, que se convirtió en el centro de la nueva Turquía, el lugar en el que se construiría el nuevo Estado, una ciudad pequeña e insignificante en la que todo estaba por hacer. Ankara sería la metáfora urbana de la nueva Turquía, una ciudad de nueva planta levantada sobre criterios racionales importados del Occidente europeo, pero añadiéndole una fuerte impronta nacionalista.
En 1924 se promulgó la Constitución, que establecía formalmente la democracia en Turquía, pero con un solo partido, el Partido del Pueblo presidido por Kemal desde su fundación en septiembre de 1923. Al año siguiente se rebautizó el partido como Partido Republicano del Pueblo que hoy sigue existiendo, hace las veces de partido socialdemócrata en la Turquía actual. El siguiente paso fue abolir el califato. El país era una república, pero el sultán seguía ahí en su condición de califa. El 3 de marzo de 1924 al califato quedó oficialmente abolido y el último califa Abdulmejid II partió hacia el exilio. No se fue a Arabia, sino a París. Abdulmejid era un califa muy occidentalizado, gran aficionado al arte, pintor ocasional y coleccionista de mariposas.
Tras acabar con el califato vino la abolición de la Sharia, la ley islámica que impregnaba toda la legislación otomana. En su lugar impulsó la creación de códigos legales inspirados en el italiano. Uno de los problemas con los que se encontró tras abolir el califato fue que todo el sistema educativo estaba inspirado en el Corán y las enseñanzas islámicas, así que emprendió una reforma integral del sistema educativo partiendo de un programa de estudios único que se tendría que impartirse en escuelas estatales. Las escuelas coránicas siguieron existiendo, pero perdían su autonomía. Turquía sería un estado secular y no habría relación entre la esfera religiosa y la estatal, así que creó una secretaría de asuntos religiosos y convirtió a todos los imanes en funcionarios del Estado
Pero, a pesar de todos sus esfuerzos, el hecho es que más allá de Constantinopla Turquía no parecía un país europeo, sino uno oriental. En 1925 promulgó la Ley de los Sombreros en la que se prohibía el uso del fez a los funcionarios, al tiempo que recomendaba a todos los turcos vestir a la manera occidental. Él mismo predicaba con el ejemplo y se dejaba ver siempre de traje y corbata con sombreros de ala corta de estilo italiano o con chistera en las grandes ocasiones. Para rematar la reforma religiosa ordenó la clausura de las órdenes sufíes y que las fraternidades de derviches se transformasen en museos. Esto ocasionó cierta oposición en el interior, pero el prestigio de Mustafá Kemal era muy grande. En 1926 se descubrió un complot dirigido a asesinarle. Se había originado en un grupo de activistas que se oponían a la abolición del califato, pretendían asesinarle durante una visita a Esmirna, pero el complot fue descubierto y sus instigadores condenados a la horca. Las reformas eran irrevocables y quién se opusiese a ellas ya sabía lo que le esperaba. En 1926 fue aprobado el nuevo Código Penal inspirado en el italiano, meses más tarde el nuevo Código Civil que igualaba hombres y mujeres y permitía a las mujeres salir a la calle sin velo.
Estos códigos estaban escritos en turco con alfabeto árabe, algo que a Kemal no le gustaba nada porque era un alfabeto complejo en el que se tardaba más en aprender a leer, así que aprovecho que el 90% de la población eran analfabeta y encargó a grupo de lingüistas que adaptarse el alfabeto latino a la lengua turca. Tan pronto como estuvo lista la adaptación promulgó una ley en 1928 que introducía oficialmente el nuevo alfabeto. Desde el 1 de enero de 1929 todas las comunicaciones públicas dentro de Turquía tenían que realizarse en alfabeto latino y quedaba prohibido terminantemente el uso del alfabeto arábigo. De nuevo para predicar con el ejemplo recorrió Turquía durante meses explicando el nuevo alfabeto en escuelas rurales.
Todas esas reformas en tan poco tiempo y de manera tan decidida le hicieron enormemente popular en Occidente. Pero Turquía no era una democracia. En el parlamento sólo había un partido, el de Kemal, por lo que su Gobierno presentaba ciertas semejanzas con la Italia de Mussolini. En 1930 decidió impulsar la creación de un nuevo partido pero que no pusiese en riesgo el programa de reformas. Así nació el Partido Liberal Republicano, pero no duró mucho, apenas unos meses. A finales de ese año hubo disturbios en la provincia de Esmirna originados por integristas islámicos que se oponían a las reformas. El fundador del nuevo partido, Fehti Okyar, decidió disolverlo porque muchos detractores de la reforma se habían infiltrado en él y quería evitarse problemas. Turquía siguió siendo un régimen de partido único hasta 1945, siete años después de la muerte de Mustafá Kemal, cuando se fundó el Partido Democrático.
Lo cierto es que a su líder el hecho de que Turquía fuese una democracia es algo que no le quitaba el sueño. Sabía que con el tiempo terminaría llegando a eso, pero antes había que cambiar la cultura del país y convertirlo en un Estado indistinguible de Francia o Alemania. Eso incluía la turquificación completa de la población. Todos los habitantes del nuevo Estado tenían que hablar turco como todos los habitantes de Francia hablaban francés o los de Alemania, alemán. Se turquificó a la fuerza a las comunidades griegas, kurdas y armenias que quedaban en Anatolia y, para evitar que quedasen resabios nacionales en los apellidos, promulgó en 1934 en la Ley de los Apellidos, que obligaba a todos los ciudadanos a adoptar un apellido turco. También se turquificaron los topónimos. Constantinopla pasó a llamarse Estambul, Esmirna, Izmir y Adrianópolis, Edirne. A partir de ese momento no se admitieron más topónimos que los turcos.
Fue en ese momento cuando la Asamblea Nacional le concedió el título de Atatürk, padre de los turcos, que llevó orgulloso hasta su muerte cuatro años después y con el que ha pasado a la historia. No sabemos hasta dónde hubiese llegado Atatürk de haber vivido 75 u 80 años, seguramente hubiera continuado con las reformas porque su vocación reformista iba más allá de una cuestión de mera oportunidad política para diferenciarse de sus adversarios. En vida hubo pocos que se opusieron a él, aunque no sabemos si de haber vivido hasta la década de los 60 se hubiese encontrado con oposición.
El hecho es que murió con 57 años de cirrosis. Su salud estaba muy deteriorada debido a que era un fumador compulsivo, bebía más de la cuenta y su agenda estaba siempre repleta. A los turcos les pilló de sorpresa porque no esperaban que el padre de la patria fuese a morir tan joven. Se organizó un fastuoso funeral en Estambul y fue enterrado en el Museo de Etnografía de la ciudad. El Gobierno de su sucesor Mustafá Ismet Inonu encargó que se levantase un gran mausoleo en Ankara donde fueron trasladados sus restos en 1953. Hoy ese mausoleo, llamado en turco Anitkabir, es uno de los monumentos más visitados del país y la tarjeta de presentación de Ankara, la pequeña ciudad de provincias que él convirtió en capital.