El castellano se convirtió, a partir del rey Sabio, en un aglutinante nacional que mezcló totalmente a los diferentes grupos de población peninsulares
El 23 de noviembre de 1221 nace Alfonso, hijo del rey Fernando III de Castilla y León y de Beatriz de Suabia. Su nacimiento se produce en Toledo por un motivo circunstancial, al encontrarse allí de paso la corte, cuando los reyes se dirigían hacia el señorío de Molina de Aragón, para sofocar la sedición de Gonzalo Pérez de Lara.
El infante recibirá el nombre de pila de su bisabuelo, por línea paterna, Alfonso VIII, el monarca vencedor en las Navas de Tolosa (ocurrida apenas diez años antes, en 1212, del nacimiento del futuro rey Sabio) y padre de su abuela, Berenguela, verdadera figura dominadora de la política castellana tras la muerte de Alfonso VIII. También lleva el nombre de su abuelo paterno, Alfonso IX de León, esposo de Berenguela (aunque el matrimonio será anulado) y padre de Fernando III, y cuya muerte (1230) hará que los dos reinos, el de Castilla y el de León, se vuelvan a reunir ya de un modo definitivo. El 1 de junio de 1252, tras la muerte de su padre Fernando el día anterior, Alfonso X terminará convirtiéndose en rey de Castilla y León a los treinta y un años de edad.
Por parte de su madre, Beatriz de Suabia, es nieto de Felipe, duque de Suabia y emperador electo de Alemania, y, por tanto, bisnieto del emperador Federico I Barbarroja Hohenstaufen, e Irene, hermana del emperador bizantino, Alejo IV. Tal parentesco lo convierte en un serio aspirante al título imperial alemán (el “fecho” del Imperio) que, finalmente, y con grandes sinsabores, no obtendrá.
La imagen de serenidad que muestran algunas miniaturas medievales sobre la sabia persona de Alfonso X contrasta con la realidad convulsa de su reinado, sobre todo hacia el final, debido al conflicto sucesorio que se produce tras la muerte prematura de su primogénito Fernando de la Cerda, en 1275. Los hijos de este aspirarán a la sucesión rivalizando con el segundogénito del rey, Sancho, que se rebelará, arrastrando a buena parte de la nobleza y las ciudades castellanas, hasta desposeer a su padre de sus poderes (aunque no del título de rey). Alfonso recuperará posiciones buscando la alianza de los benimerines, manteniéndose sólo fieles a él las ciudades de Sevilla (con su lema NO∞DO, en referencia a su lealtad al rey), Murcia y Badajoz. Acabará muriendo en Sevilla en 1284 dejando a su sucesor, Sancho IV, un reino agitado por fuertes rivalidades internas.
Con todo, el reinado de Alfonso X ocupa la primera parte de la segunda mitad del siglo XIII, y, a pesar de atravesar grandes problemas políticos, será decisivo por razones, sobre todo, administrativas, económicas y culturales para la consolidación de España como realidad nacional, fijando como hitos fundamentales de inicio de este proceso, en el mismo año 1221, el nacimiento del rey y el inicio de la construcción de la catedral de Burgos. Reinado y catedral son dos auténticos monumentos que hablan, a partir de ese momento, de una sólida cohesión nacional de España, y ello frente a aquellas posiciones que, sin más, niegan su existencia medieval.
Un siglo XIII que, desde un punto de vista geopolítico, se inicia con la derrota musulmana de los almohades en las Navas (1212), y que culmina con la presencia aragonesa en Italia, durante el acontecimiento conocido como Vísperas Sicilianas (1282), lo que significa, por un lado, el golpe de gracia contra el islam peninsular, y, por el otro, el punto de arranque del expansionismo mediterráneo de Aragón.
En el medio de estos hitos se encuentra la consolidación de la población de la llamada Castilla novísima (Andalucía occidental) y de Murcia, en la que Alfonso X pondrá todo su empeño, con el objetivo último de neutralizar la posible embestida de cualquier otra oleada de conquista musulmana procedente del norte de África. Es más, la geopolítica del rey Sabio, cuya orientación estratégica se la dejó trazada su padre, Fernando III en su testamento, va a tratar de dar el golpe de gracia al islam norteafricano con el intento de conquista, en realidad “recuperación”, de la Mauritania Tingitana: es lo que se dio en llamar el “fecho del Allende” (es decir, el asunto del más allá del estrecho de Gibraltar).
Por ello ordena el establecimiento de los arsenales en Sevilla, nombra y crea el Almirantazgo para Castilla e inicia relaciones amistosas con las pujantes repúblicas mediterráneas italianas. De una de ellas, de Pisa, le llegará a Alfonso, la propuesta de convertirse en emperador de Alemania (del Sacro Imperio, el “fecho del Imperio”). El “fecho del Allende” -esto es, África-, y el “fecho del Imperio” -Europa-, marcará la línea de acción de Alfonso durante su reinado, pero también de España en los próximos siglos, hasta la actualidad.
Además, durante el reinado de Alfonso X tendrá lugar la fundación del Real Concejo de la Mesta, en 1273, que va a determinar la estructura económica de Castilla y León (fijando una jerarquía urbana que convertirá a Burgos en ciudad hegemónica), por lo menos, hasta 1492. Asimismo, se fundará, en cédula del 9 de noviembre de 1252, la Universidad de Salamanca (con ese nombre), utilizando la idea de “Universidad”, por primera vez en Europa, para referirse a los estudios superiores generales.
Pero, sin duda, el factor decisivo y determinante para la cohesión de la nación española en el siglo XIII es la labor de promoción cultural e intelectual llevada a cabo por Alfonso X. El llamado “concepto cultural alfonsí”, con la escuela de Traductores de Toledo como punta de lanza, va a convertir a la lengua castellana en el elemento de unión y comunicación más importante, frente a cualquier otro, para la consolidación de la vida social española en tanto vida nacional. La lengua castellana, como verdadera koiné, se va a extender durante este siglo por toda la península, y su uso cancilleresco (áulico) y literario, por parte de la corte alfonsina, va a ser definitivo en su constitución como lengua de cultura.
La sustitución del latín por el castellano a través de esta labor de Alfonso X (en el ámbito jurídico, por supuesto; en el de las ciencias triviales y cuadriviales, particularmente en la astronomía, pero también en el de la historiografía, y otras disciplinas), será el logro más destacado de su legado; tanto, que el criterio más sólido para afirmar una continuidad nacional española desde la época de Alfonso X hasta la actualidad es, creo, justamente el lingüístico. Hablar de una España nacional con anterioridad al reinado del rey Sabio va a ser muy problemático, precisamente por la dispersión idiomática, pero a partir de Alfonso X hay un bloque de continuidad muy firme de comunicación con aquel siglo que es el hilo de acero que representa la propia lengua castellana.
Así lo reconoció, nada menos, que Nebrija, cuando se puso manos a la obra con la elaboración de la primera gramática de esa lengua castellana, dos siglos después de la muerte del rey Alfonso: “[La lengua castellana] comenzó a mostrar sus fuerzas en tiempo del muy esclarecido y digno de toda la eternidad el Rei don Alonso el Sabio, por cuyo mandado se escribieron las Siete Partidas, la General Historia, y fueron trasladados muchos libros del latín y arábigo en nuestra lengua castellana; la cual se extendió después hasta Aragón y Navarra, y de allí a Italia, siguiendo la compañía de los infantes que enviamos a imperar en aquellos reinos” (Nebrija, ‘Gramática de la lengua castellana’, Editora Nacional, p. 100).
La lengua castellana se convirtió, pues, a partir del rey Sabio, en un verdadero aglutinante nacional, que puso en comunicación, como «compañera del imperio», a los diferentes grupos de población peninsulares hasta mezclarlos totalmente. Gallegos, cántabros, vascos, catalanes, aragoneses, etc. se constituyen, así, en españoles.