El Duque de Lerma o el primer especulador inmobiliario de la historia de España
El valido del rey Felipe III, aprovechando su influencia sobre el monarca, se hizo millonario a través de una pícara jugada política
En las últimas décadas, España ha sido tierra fértil para el ladrillo. El desarrollo del turismo y la burbuja inmobiliaria hicieron que este mercado creciera exponencialmente durante años, al menos hasta que llegó la crisis de 2008.
Pero el crecimiento de este sector no solo trajo una mayor disponibilidad de vivienda en España, sino también la aparición de numerosos casos de especulación inmobiliaria, muchas veces asociados con corrupción política. Basta mentar ‘Gürtel‘ y ‘Púnica‘ o con recordar la Marbella de Jesús Gil y Julián Muñoz; la Cataluña del 3% patrocinada por la antigua Convergència; o el caso Palau, también vinculado al actual PDeCat.
Pese a su maestría, sin embargo, estos personajes no fueron pioneros en el arte de la corruptela patria. Tampoco fueron de tan alta cuna. Y es que quien marcó el camino de todos los chorizos que vendrían después no fue otro que Francisco de Sandoval-Rojas y Borja, más conocido como el Duque de Lerma.
El rey en la sombra
El Duque de Lerma fue sin duda uno de los hombres más poderosos del siglo XVII español. Entre sus numerosos títulos y honores, como el de marqués de Denia y de Cea, conde de Ampudia, Sumiller de Corps y Caballerizo mayor de Palacio o incluso cardenal de la Iglesia Católica, destaca el de haber sido el valido del rey Felipe III.
Los monarcas anteriores —Isabel y Fernando, Carlos I y Felipe II— habían empuñado el cetro hispánico con firmeza, pero Felipe III optó por entregarse a su afición al arte y a la caza para inaugurar esa cadena de reyes que la historiografía habría de llamar los Austrias menores. Delegó, por tanto, las tareas de gobierno en el Duque de Lerma, su hombre de mayor confianza.
Un año después de acceder al trono, el veinteañero rey concedió a Francisco de Sandoval el ducado de Lerma y con él la grandeza de España. Pero por encima de todo le cedió la dirección de su reino, un escenario donde el Duque sabría moverse como pez en el agua, muchas veces en beneficio propio.
El gran ‘pelotazo’ del siglo XVII
Durante la mayor parte del reinado de Felipe II, la capital de España había estado en Madrid. Sin embargo, en 1601, el Duque de Lerma convenció a Felipe III de la conveniencia de trasladar la Corte a Valladolid. Los historiadores apuntan como un posible motivo del cambio la intención del valido de alejar al monarca de la influencia de su tía, la emperatriz María de Austria.
Sin embargo, sin descartar esto, el cuidado con el que el Duque preparó la mudanza a Valladolid parece sugerir otros motivos más espurios.
Y es que el valido real había adquirido previamente numerosas tierras en la ciudad del Pisuerga, cuyo valor, al hacer presencia el boato de la Corte, se disparó. El Duque vendió entonces las posesiones que había comprado a los numerosos nobles que precisaban de instalarse en Valladolid y se hizo de oro con la diferencia de precios.
Pero el XVII español no pasaría a la historia con el nombre de Siglo de Oro solo por las letras de Cervantes, Lope y Quevedo y los lienzos de Velázquez, Murillo, Ribera y Zurbarán. El epíteto bien podría aplicarse a la cara dura, dura como el oro, del Duque de Lerma, que ni corto ni perezoso repitió la misma operación cinco años después, esta vez a la inversa.
El valido de Felipe III, cuando la Corte aún permanecía en Valladolid, compró tierras en Madrid y ejecutó la segunda parte de su plan. Volvió a persuadir al rey para volver a la Villa y abandonar la ciudad castellana. Dicho y hecho. Los cortesanos, claro, necesitaban volver a Madrid y volvieron a acudir al Duque para recuperar mayorazgos y palacetes, haciendo de Francisco de Sandoval el hombre más rico de su tiempo.
Limpieza en Palacio
Con todo, al Duque le acabó llegando su caída en desgracia. Esta fue alentada por la reina Margarita, esposa de Felipe III, que encabezó una federación de nobles perjudicados por el valido para abrir una investigación sobre sus turbios negocios.
Aunque el Duque no corrió la desgraciada suerte de su hombre de confianza, Rodrigo Calderón de Aranda, que llegó a ser decapitado en la Plaza Mayor en 1621, sí que perdió su poder. Consiguió de Roma que le premiaran con el capelo cardenalicio, con el que ganó inmunidad, pero a instancias del rey tuvo que retirarse de la vida pública. Eso sí, Margarita, que, haciendo una analogía moderna, fue lo que la jueza Alaya supuso al caso de los ERE en Andalucía, no vivió para ver la caída del Duque.