Tragedia y recuerdos del Holocausto 76 años después
Cada 27 de enero se celebra el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto
27 de enero de 1945. Auschwitz. Las tropas soviéticas liberaron el campo de concentración nazi más conocido de la historia. Situado a menos de 50 km de Cracovia, Auschwitz estuvo en funcionamiento desde 1940 y en él murieron cerca de 1.1 millones de personas, siendo de los seis campos de concentración que poseían la categoría de ‘campo de exterminio masivo’ el que más muertes causó.
Acusaciones de ladrones, diferencias religiosas y exclusiones sociales. Desde mediados del siglo XIX, por toda Europa se extendió un nuevo odio contra el pueblo judío. Adolf Hitler lo vinculó con la crisis económica que estaba pasando Alemania tras el Crack del 29. Los judíos se convirtieron en el enemigo al que odiar y culpar de todo.
Tras su ascenso al poder, Hitler eliminó cualquier garantía democrática y forjó un estricto régimen en torno a sus ideales. Personas discapacitadas, homosexuales, disidentes políticos, negros, gitanos, judíos o religiosos fueron denominados ‘enemigos de la nación’ y se convirtieron en objetivos para las purgas que aún estaban por venir.
Los derechos de todos aquellos que el Gobierno nazi consideraba parias o “personas antisociales” se vieron drásticamente diezmados, se impuso un sistema de identificación con parches de colores según su condición y se les empezó a reunir en pequeños guetos bajo una severa vigilancia.
La noche de los cristales rotos
La tarde del 8 de noviembre de 1938, en París un joven de 17 años fue a la embajada alemana, pidió hablar con algún funcionario y cuando fue llevado ante uno, sacó un arma y disparó. Después de ser arrestado explicó que quería vengar la desgracia de 17 mil judíos polacos que ese mes habían sido deportados de Alemania hacia Polonia. Casi toda su familia se encontraba allí.
El ataque fue aprovechado por el Gobierno alemán para incitar a la población, la cual atacó brutalmente cualquier negocio judío, sinagoga o casa de judíos que encontraron durante la noche del 9 de noviembre de 1938. Las consecuencias fueron absolutamente devastadoras y pasaron a la historia como uno de los días más negros y salvajes de la persecución en masa contra el pueblo judío. La conocida como ‘Noche de los cristales rotos’ dejó 91 muertos y se considera el punto de inicio del Holocausto nazi.
La ‘Solución Final’
La cúpula del partido nazi dedicó grandes esfuerzos a encontrar la mejor forma de exterminar a todos aquellos colectivos de la sociedad que consideraban problemáticos. Aunque en un primer momento se pensó en fusilamientos y posterior entierro en fosas comunes, esta opción fue descartada por el tiempo y el espacio que necesitaría. También se pensó en un autobús sin ventanas cuyo tubo de escape tenía salida dentro del mismo e intoxicaba a los pasajeros hasta la muerte, pero tampoco salió adelante. El ingenio de la mente humana se puso al servicio de la peor de las motivaciones y fueron muchos los proyectos que se plantearon hasta llegar a la conocida como ‘Solución Final’.
Trenes hacia el infierno
El Gobierno nazi diseñó un potente sistema de transporte ferroviario para poder llevar a cabo su plan genocida y así para trasladar a los prisioneros a los campos de concentración. Entraban por la noche en las casas de las víctimas, les daban cinco o diez minutos para recoger algunos objetos personales y los introducían en trenes donde eran llevados hasta el campo de concentración asignado. Las condiciones durante el viaje eran completamente insalubres y apenas se les daba comida o agua.
Marcados, rapados y hambrientos
Según llegaban a los campos de concentración los prisioneros eran identificados dependiendo de su “condición” y se les separaba entre aquellos que podían trabajar y aquellos que serían asesinados directamente. A aquellos que sí podía trabajan les rapaban el pelo, les daban un pijama de rayas con un parche identificativo y se les tatuaba un número en el antebrazo. Los utilizaban como mano de obra y eran explotados hasta que físicamente no podían más, momento en que eran dirigidos hacia las cámaras de gas y los hornos.
Además de las durísimas jornadas de trabajos forzosos a las que eran sometidos, los prisioneros de los campos de concentración tenían que soportar los abusos de sus captores, quienes podían decidir asesinarles en cualquier momento. El hambre era una agonía diaria y los barrancones donde dormían estaban saturados. Las condiciones en las que vivían hicieron que una parte considerable de los fallecidos en los campos fuera debido a infecciones o enfermedades. Otros utilizaron las vallas electrificadas que los retenían como método para suicidarse.
La obsesión del régimen nazi por la raza aria y el “superhombre” hicieron que numerosos científicos alemanes realizaran experimentos extremos inconcebibles. Entre ellos destaca el médico de Auschwitz-Birkenau, Josef Mengele, o también conocido como ‘Ángel de la muerte’. Desde 1943, utilizó a los prisioneros como conejillos de indias para investigar sus macabras teorías sobre genética y eugenesia.
Los prisioneros que utilizaban los miembros de la SS como ayudantes eran conocidos entre el resto de presos como “kapos”. Solían recibir un trato de favor a cambio de sus servicios y en muchas ocasiones acababan corrompidos por la situación de poder y se convertían en tiranos tan crueles como sus superiores alemanes. Su colaboración no les salvó, ya que eran ejecutados periódicamente.
El Zyklon B
El Führer y sus socios defendían la pureza de la sangre aria y ni siquiera concedían el estatus de ser humano a judíos, negros, gitanos u homosexuales. Prueba de ello es la elección del veneno empleado en las cámaras de gas: el Zyklon B. Se trata de un pesticida a base de cianuro que se empleaba en los campos para acabar con insectos o roedores y que provocaba una agónica muerte que podía alargarse por unos 25 minutos. Los prisioneros eran introducidos en las cámaras selladas pensando que iban a ducharse, se les encerraba y se introducía el pesticida por una abertura del techo. Después los cuerpos eran transportados a los hornos.
Juicios de Núremberg
La situación real y el daño provocado durante el Holocausto no fueron conocidos por completo hasta que Alemania fue derrotada y el conflicto cercano a su fin. Muchos de los líderes del régimen nazi habían muerto pero a los que pudieron ser detenidos se les sometió a un proceso judicial: los Juicios de Núremberg, con el que la comunidad internacional quería de alguna manera hacer justicia por las vidas quitadas. No todos pudieron ser juzgados porque durante los últimos meses previos a la derrota alemana, muchos oficiales y altos cargos del Tercer Reich lograron huir de Europa e irse a países como Estados Unidos, Argentina, Chile o Brasil. Este fenómeno daría lugar a una cacería encabezada por agencias de inteligencia como el Mossad o por agrupaciones de victimas y familiares.
Cinco años de barbarie dieron como resultado unos 15 millones de muertos entre fusilados, desaparecidos, víctimas de las cámaras de gas y quién sabe que otros horrores. De esta cifra total, 6 millones eran personas judías. Las víctimas del Holocausto se sumaron a los combatientes y civiles muertos durante el conflicto y llevaron la cifra total de bajas a cifras que varían entre los 60 y los 100 millones.
Cada 27 de enero, la Unesco rinde tributo a la memoria de las víctimas del Holocausto y ratifica su compromiso de luchar contra el antisemitismo, el racismo y toda otra forma de intolerancia que pueda conducir a actos violentos contra determinados grupos humanos. Por lo tanto, este miércoles es un día para recordar, para no olvidar las fechorías que trajo el ser humano durante la Segunda Guerra Mundial, porque como bien dice la frase: “Todo pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla”.