La figura de Lorca, especialmente en las últimas dos décadas, ha experimentado dos caminos diferentes en su trayectoria: uno de ellos ha discurrido por el ámbito literario y otro por el político. El primero, lógico en una figura como la del poeta, ha quedado eclipsado por el segundo, común entre quienes pretenden hacer de él un mito político o partidista.
De esta forma han proliferado las personas que sabrían señalar a sus asesinos, al tiempo que han disminuido aquellos que son capaces de recitar un par de sus versos de memoria o el nombre de alguna de sus obras. La razón es elemental: nunca les interesó la figura del poeta sino la faceta política que pudieron exprimir de él.
Lo cierto es que en la España prebélica, a pesar del clima hostil en las calles, las tertulias políticas y literarias siempre hicieron confluir a personas de todo tipo de ideología. El ejemplo más reseñable, claro está, es el de La Ballena Alegre, pero existen otros muchos significativos. Fue este uno de los núcleos de la vida intelectual de la capital donde se forjaron algunas de las mejores mentes que alumbró el siglo XX español.
La pléyade intelectual del momento, entre la que se encontraba Federico, era tan plural que incluso José Antonio Primo de Rivera cruzó sus círculos con él. Así lo relató, entre otros, Gabriel Celaya a Ian Gibson: “A José Antonio me lo presentó Federico en Casablanca una noche de whiskies. Yo no había ido con Federico, había ido con un grupo de la Residencia […] y allí estaba ya Federico con José Antonio” y Celaya continúa afirmando que Federico se dirigió entonces a él: “Oye, ven aquí, te voy a presentar a José Antonio, vas a ver que es un tío muy simpático”. Celaya sitúa la acción en el año 34, lo cual es perfectamente lógico, además, si se tiene en cuenta que el hermano de Federico afirma en Federico y su mundo que José Antonio intervino políticamente para salvar la subvención teatral del poeta, que peligraba durante los meses de ese mismo año. No es de extrañar, tampoco, si se tiene en cuenta que entre los componentes de La Barraca había miembros de Falange como Eduardo Ródenas.
Esta serie de contactos, que podrían alargarse hasta lo indecible, no implican que Lorca no votara o no sintiera simpatías por algún partido político, pero sí desdibujan la caricatura de artista comprometido que han tratado de hacer de él. Especialmente, como digo, si se tiene en cuenta que estas relaciones sociales se dan el año que estalla la revolución de Asturias o solo un año antes del inicio de la Guerra Civil.
De hecho, esta ausencia de politización queda patente en una anécdota que recoge Jesús Cotta en Rosas de plomo, un libro que invito a leer. Según cuenta Pura Ucelay a Agustín Penón, un día se refirieron a Lorca para preguntarle de qué lado estaba (políticamente hablando) a lo que él respondió riendo: “Yo a unos los saludo así”, dijo levantando el brazo, “a otros así”, levantando el puño, y “a mis amigos los saludo así” abriendo los brazos en señal de abrazo.
Testigo de ese desinterés por la política fue Felipe Ximénez de Sandoval, que relata una conversación con Federico pocas semanas antes de su asesinato, la última vez que tuvo la oportunidad de hablar con él: “Mi destino es morir asesinado por unos o por otros; por unos, porque me consideran comunista, olvidando que cada palabra de mi arte es una palabra de amor, porque creen que me importa Rusia, cuando lo que me fascina es España, porque piensan que soy impío, sin acordarse de mi Oda al Espíritu Santo; o por los otros, porque no faltará quien, recordando precisamente todo esto, me tache de reaccionario, de clerical, de cavernícola, de fascista. Ya lo verás cómo me matan, antes que a ti y que a José Antonio”.
Esa carácter religioso que deja entrever en sus palabras, que la historiografía ha reforzado con posteriores investigaciones, también es un símbolo de su desapego político al Frente Popular. No quiero sentenciar con esto que no hubiera personas religiosas afines al bloque frentepopulista, por supuesto, pero sí cabe mencionar este aspecto en una época en la que un crucifijo en casa bien valía una bala. Tal suerte corrió el dramaturgo Pedro Muñoz Seca pocos meses después, acusado de ser monárquico y religioso.
Fue esta religiosidad sumada a su falta de compromiso político lo que provocó que la izquierda lo calumniase desde su periódicos, refiriéndose a él como un niño de mamá que no se implicaba en sus versos. Ejemplo de ello es el caso del periódico frentepopulista El Heraldo de Madrid, donde aparece caricaturizado un mes antes de su asesinato, vestido de primera comunión con una texto en el que se puede leer: “García Lorca, niño mono, orgullo de mamá”, “¡Es una monada!”.
Tras el asesinato de Calvo Sotelo, un mes antes que el del poeta, García Lorca se marcha aterrorizado a Granada huyendo de una guerra que cree inminente y cuyas consecuencias teme, como ya expuso a Ximénez de Sandoval, deriven en su asesinato “por unos o por otros”. Décadas después, el diario ABC recoge unas palabras de Lorca a Edgar Neville en las que expresa su preocupación: “Me voy porque aquí me están complicando con la política, de la que no entiendo nada ni quiero saber nada […]. Yo soy amigo de todos y lo único que deseo es que todo el mundo trabaje y coma”.
Tras retirarse a su Granada natal, Lorca decide acudir a casa de Luis Rosales, también poeta y granadino, además de camisa vieja del partido de José Antonio, pensando que allí encontraría refugio. Así fue durante un tiempo, pero el estallido de la guerra, que tuvo lugar con especial virulencia durante los primeros días, trastocó los planes de ambos e hizo inevitable la catástrofe, que se llevaría por delante a quienes unos años antes compartían versos y whisky en Casablanca.