Más allá de Cartagena: el desconocido episodio de la vida de Blas de Lezo que ilustra su carácter
Antes de la defensa de Cartagena de Indias, Blas de Lezo se había ganado una gran reputación, entre otras cosas por un suceso ocurrido en Génova
Antes de la defensa de Cartagena de Indias, Blas de Lezo se había ganado una gran reputación, entre otras cosas por un suceso ocurrido en Génova
Blas de Lezo y Olavarrieta es mundialmente conocido por haber dirigido la defensa de Cartagena de Indias junto a Sebastián de Eslava en 1741. El vasco que salvó al imperio español, como lo llamó José Manuel Rodríguez en su libro homónimo, se impuso a una flota de 186 navíos y casi 30.000 hombres con apenas seis barcos y menos de 3.000 soldados.
Pero el carácter de hierro que mostró Lezo en Cartagena se fue forjando en las décadas previas en una dilatada y prolífica carrera, que permitió al marino de Pasajes atesorar la experiencia y la firmeza de las que luego haría gala a la hora de defender la plaza del virreinato de Nueva Granada.
Sin duda, su enfrentamiento con el almirante Vernon es la cúspide de la carrera de Lezo y el episodio por el que se ha ganado un hueco en las páginas más gloriosas de la historia de España. Pero insistimos, hay vida más allá de Cartagena.
Para muestra, un botón. Uno de los sucesos que más claramente hablan del temperamento y el sentido del deber del marino vasco tuvo lugar en algún momento entre 1730 y 1731, diez años antes de la defensa de Cartagena. Ocupaba Lezo por aquel entonces el puesto de jefe de la Escuadra del Mediterráneo, con sede en Cádiz, cuando recibió la orden de dirigirse a Génova para requerir el cobro de dos millones de pesos que los bancos de la ciudad italiana debían a la Corona española.
A su llegada a puerto, lo recibió una delegación del Senado de la ciudad con toda su pompa y su boato. Pero Lezo no tenía tiempo de diplomacia ni medias tintas. Se le había encargado que cobrase y eso haría a la mayor brevedad. Así, el Medio Hombre volvió a embarcar y se dirigió al palo de mesana de su navío. Allí colgaba un reloj de arena que la tripulación usaba para medir los cambios de guardia. Lezo le dio la vuelta al reloj y con tranquila claridad les dijo a los genoveses que procedería a bombardear la ciudad si el dinero no estaba a bordo para el momento en que la arena terminase de caer.
Ni que decir tiene que Lezo cobró y le sobró tiempo. Cumplida la misión, ya nada le retenía en Génova, por lo que puso inmediatamente rumbo a España. Ya lo ven, diplomacia vasca.