La catedral de Burgos, Berenguela de Castilla, Beatriz de Suabia y el nacimiento de la nación española
En noviembre de 1219 llega a Burgos Beatriz de Suabia, procedente de la corte de su primo Federico II Hohenstaufen (1194-1250), rey de los romanos. Con ella viene no solamente la posibilidad castellana del Imperio, sino también el nuevo estilo arquitectónico conocido posteriormente como gótico.
Beatriz es la cuarta hija de Felipe de Suabia (1177-1208), hijo de Federico I Barbarroja (1122-1190) y hermano del también emperador, como sucesor de Barbarroja, Enrique VI (1165-1197). Además, la madre de Beatriz, Irene (1180-1208), es hermana del emperador de Bizancio Alejo IV (1185-1204), de tal modo que está emparentada con las dinastías que están a la cabeza de ambos imperios cristianos, el Oriental y el Occidental.
El caso es que Felipe de Suabia, padre de Beatriz, había muerto asesinado en Bamberg (Baviera), en 1208, cuando se postulaba como sucesor de su hermano Enrique, siendo Federico II todavía un niño (tutelado por su propio tío). Felipe se encontró con la oposición del papa, Inocencio III, que apoyó a su rival Otón de Brunswick, de la casa de los Welf, quien sucedió finalmente a Enrique como Otón IV (una vez ya desaparecido su rival, y con Federico en minoría de edad). Será tras la batalla de Bouvines, el 27 de julio de 1214, cuando Otón IV pierda la corona, y el Sacro Imperio Romano Germánico quede, por fin, en manos de Federico II, aunque no será coronado emperador hasta 1220 (ya con el papa Inocencio III, gran rival de los Hohenstaufen, fallecido en 1216).
Resuelta (temporalmente) la disputa con el triunfo de Federico, que se mantendrá a la cabeza del imperio hasta 1250, la presencia de Beatriz en Castilla va a hacer que este pujante reino meridional, en lucha secular con el islam peninsular, se termine metiendo de lleno en la laberíntica trama que enfrentaba a güelfos (casa de los Welf) y gibelinos (casa de Suabia, Staufen) por el control dinástico del Sacro Imperio. De hecho, tal parentesco convertirá al primogénito de Beatriz, Alfonso X, en serio aspirante al título imperial alemán (el «fecho del Imperio»), que finalmente, con grandes sin sabores, no obtendrá.
Sea como fuera, en 1219, una Staufen, de la casa de Suabia, hija del malogrado Felipe, llega a Burgos, tras dar el propio Federico II, su primo, su autorización. El motivo de su llegada es el enlace que unirá a Beatriz con el joven rey de Castilla, Fernando III, hijo de Alfonso IX, que reina todavía en León, y de Berenguela de Castilla, hija, a su vez, de Alfonso VIII, vencedor en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212. Berenguela había heredado el trono de Castilla, que cedió a su hijo, cuando su hermano, Enrique I, con trece años, falleció accidentalmente en Palencia.
Y fue también Berenguela la que había enviado una embajada, con el obispo de Burgos, Don Mauricio, a la cabeza, para negociar con Federico II el concierto matrimonial entre Beatriz y el joven rey castellano (tres años menor que la «hermosa y discreta» princesa alemana, dice el cronista, y arzobispo de Toledo, Jiménez de Rada), buscando Berenguela estrechar los lazos entre Castilla y los Staufen centroeuropeos (una decisión cuyas consecuencias tendrán un largo alcance, aunque Berenguela no lo sepa, al iniciar con esta acción un ciclo de influencia que llegará, por lo menos, hasta el tratado de Utrecht, en 1714).
De hecho, Berenguela, prototipo de «mujer fuerte» (incluso sobreprotectora) actuando a la sombra de un gran rey, fue la artífice de todo un complejo proceso que hizo que, finalmente (aún con la obstaculización del papado), su hijo Fernando terminase ocupando primero el trono de Castilla, el 2 de julio de 1217, con la oposición de su padre, Alfonso IX, rey de León (y esposo que había sido de Berenguela, antes de que el Papa, otra vez Inocencio III, anulase su matrimonio), y, trece años después, el 7 de octubre de 1230, también el trono de León, tras el fallecimiento de Alfonso IX. Ambas coronas se unían (ya definitivamente) en la cabeza de Fernando III, y lo hacía tras múltiples dificultades superadas gracias a la sagacidad, determinación y prudencia de Berenguela.
Con el enlace entre Beatriz y Fernando, Berenguela buscaba la unión dinástica entre los reyes de Castilla y los Hohenstaufen, frente a un papado que, en general, apoyaba la separación de los reinos peninsulares (lo había hecho con Portugal, y lo buscó también entre León y Castilla con la nulidad de su propio matrimonio con Alfonso IX). Con Portugal en el oeste, y Aragón en el este, Berenguela persigue alianzas en el exterior que «oxigenen» la presión peninsular de los reinos hispanos, y neutralice la influencia del papado en ellos, siempre interesado en mantener a raya a los poderes civiles, procurando su mengua por la clásica vía del divide et impera (la secular multiplicidad de pequeños estados en Italia y Alemania, que llega hasta el siglo XIX, se debe fundamentalmente a esta influencia).
La elección de Beatriz resulta, pues, toda una advertencia al nuevo Papa, Honorio III, y tendrá Berenguela cuidado de que la embajada enviada a la corte de Federico II llegue a buen puerto, poniendo mucho empeño en sus preparativos (aunque aún se desconoce en qué términos se llevaron a cabo las negociaciones). De hecho, con la embajada de vuelta que trae a Beatriz, tras el acuerdo exitoso con Federico II, Berenguela le sale al paso en Vitoria, para esperar allí a la infanta, y acompañarla a continuación hasta Burgos, en donde le estaría esperando su futuro esposo Fernando (recién armado caballero). La recepción se producirá con grandes honores y prolongados festejos (tres días de fiesta), hasta que el 30 de noviembre de 1219, el día de San Andrés, tuvieron lugar los esponsales en la (antigua, románica) catedral burgalesa, en una ceremonia nupcial oficiada por el mismo obispo don Mauricio.
La escena parece ser quedó esculpida en el claustro (alto) de la catedral de Burgos, en estatutaria hecha por maestros franceses (según Augusto L. Mayer), y en donde aún hoy se puede ver a don Fernando, ataviado con un amplio y voluminoso manto, entregando a doña Beatriz el anillo de bodas, mientras Beatriz, esbozando una complaciente sonrisa, y con un tocado característicamente castellano (capiello), se recoge delicadamente la capa del vestido, que parece un lujoso brial.
Fruto de este matrimonio, Beatriz dejaba ocho hijos, siendo el mayor el infante Alfonso, el primogénito (y futuro Alfonso X, el Sabio), y el menor Don Manuel (padre de Don Juan Manuel), cuando a la joven reina le sorprendió la muerte un 5 de noviembre de 1235, en Toro. Sus restos serán trasladados de nuevo a Burgos, al monasterio de las Huelgas, en donde recibirá sepultura junto a los restos de Enrique I de Castilla, hermano de la todopoderosa Berenguela. Más adelante, su hijo Alfonso, ya rey, trasladará de nuevo sus restos a Sevilla, en donde reposan actualmente, junto a los de su esposo Fernando.
El nacimiento del primogénito de la pareja real se produce en Toledo, el 23 de noviembre de 1221, por un motivo circunstancial, al encontrarse allí de paso la corte, cuando los reyes se dirigían hacia el señorío de Molina de Aragón para sofocar la sedición de Gonzalo Pérez de Lara. El infante recibe el nombre de pila de su bisabuelo por línea paterna, Alfonso VIII, padre de Berenguela, quien, por supuesto, también ha decidido el nombre del recién nacido.
Burgos, en todo caso, no perderá su protagonismo en este primer tercio del siglo, y su sede episcopal será otra vez testigo, aunque ya en la catedral nueva (gótica, la actual), de la ceremonia de reconocimiento, un 21 de marzo de 1522, del infante Alfonso como heredero al trono de Castilla, con apenas cinco meses de edad.
La nueva sede, cuya construcción se inicia por iniciativa del mismo don Mauricio, está inspirada en el nuevo estilo francés que el obispo, en sus viajes a centro Europa, tuvo ocasión de admirar tanto como para querer traerlo a España, siendo Burgos la pionera en estrenar el nuevo estilo. Fernando III protegerá y patrocinará la obra, cuya primera piedra será colocada un 20 de julio de 1221, bajo la supervisión de un maestro de obras cuyo nombre aún se desconoce, pero que, presumiblemente, se trató de un francés que don Mauricio se trajo en la misma embajada que vino con Beatriz de Suabia.
Tras la muerte de Beatriz, Fernando se casará en segundas nupcias con doña Juana, heredera del condado de Ponthieu y sobrina del rey de Francia, Luis IX (que como Fernando adquirirá la condición de santo), y la ceremonia tendrá lugar de nuevo en la catedral de Burgos un 20 de noviembre de 1237, en un matrimonio concertado, otra vez, por la omnipresente Berenguela.
Treinta años más tarde, el 30 de noviembre de 1269, será otra vez Burgos la sede en la que Alfonso X verá casarse a su primogénito, Fernando «de la Cerda», con la hija del rey de Francia, la infanta doña Blanca. Sabemos que asistieron a la boda los nobles más distinguidos de España y del resto de Europa, con el heredero de Francia, Felipe «el Hermoso», a la cabeza (hermano de la novia), Eduardo I de Inglaterra, que quince años antes se había casado con Leonor de Castilla (hermanastra de Alfonso), y por supuesto, Jaime I de Aragón, suegro de Alfonso X, y abuelo del novio.
Vemos, pues, cómo ambas figuras, la del rey Alfonso X y la de la catedral de Burgos, representativas del poder civil y eclesiástico respectivamente, nacen juntas, fruto de la unión en 1221 de Fernando y Beatriz, y se desarrollarán, las obras de la catedral de Burgos como la personalidad del infante, a lo largo del siglo XIII, según va también dilatándose el peso que Castilla va adquiriendo como poder hegemónico en la Península.
Cuando el 1 de junio de 1252, tras la muerte de su padre Fernando el día anterior, Alfonso termine convirtiéndose en rey de Castilla y León, haciendo valer sus derechos de primogenitura, a los treinta y un años de edad, la situación del reino es muy distinta a la situación en 1221. La ceremonia de coronación tendrá lugar ya lejos de Burgos, en la catedral de Sevilla (también en el nuevo estilo), ciudad que su padre conquistó un 23 de noviembre de 1248, el mismo día que Alfonso cumplía 27 años. Alfonso ya está casado, además, con Violante, hija del rey Jaime I de Aragón, estrechando los vínculos, a pesar de las diferencias que siguen existiendo, entre Aragón y Castilla.
Alfonso vivirá y experimentará el desarrollo de la expansión de las fronteras de los reinos hispanos hacia el sur, llevadas a cabo por su abuelo Alfonso IX de León, que conquistó Extremadura, por su padre, Fernando III, con la conquista de Andalucía occidental (Castilla Novíssima) y Murcia (en la que participará personalmente en primera línea), y por su suegro, Jaime I, con la incorporación de Valencia y Baleares. Entre 1221, año en que nace Alfonso, y 1252, año de su coronación, se conquista un área, por el lado castellanoleonés, que abarca unos 100.000 km2; en la vertiente aragonesa, la expansión se prolonga unos 25.000 km2. Áreas que además cierran, prácticamente, el programa de la Reconquista que se había iniciado con Pelayo (sólo queda Granada, pero ya nace como vasalla de Castilla).
Es aquí, en esta tierra de frontera, constantemente rebasada por el empuje cristiano, en donde se constituirá una norma política, con determinada forma de organización del Estado, cuya acción tendrá por resultado un canon o arquetipo nacional, la nación española (con una morfología administrativa, económica, cultural, lingüística característica), que aglutina, frente al islam, a una población variada procedente de otras partes de la Península. Gallegos, vascos, cántabros, castellanos, aragoneses, catalanes, etcétera se fundirán, por la doble vía del reparto territorial y del enlace genealógico, es decir, por la doble vía del patrimonio y del matrimonio, de la propiedad y del linaje, y adquirirán, así, todos ellos la condición de españoles, sobre todo vista desde el exterior, hasta el punto de que España empieza a transformarse, a partir del siglo XIII, en una magnitud histórica cuya influencia va a hacerse notar a una escala que ya desborda el ámbito peninsular, vía europea (con el “fecho del Imperio””), y vía africana (con el “fecho del Allende”).
Es el nacimiento de una nueva nación, la nación española, que se produce en este contexto bajomedieval. Ni antes (adversus goticistas), ni después (adversus modernistas).