Consejos antiguos para ganar unas elecciones hoy
«La obrita, (Commentariolum petitionis) tiene más de dos mil años. Así que no olviden, cuando dentro de nada veamos a los candidatos besando niños, apretando manos, invitando a mítines con banquete incluido, prometiéndonos esto y aquello»
Divulgando que es historia
No sé si recordarán Vds. que hace algún tiempo, en este mismo foro, trajimos a la palestra a Cicerón, don Marco Tulio, para decir cómo debían ser los políticos. Y concluíamos que sus afirmaciones eran de aplicación, entonces y ahora.
Pues bien, ahora que parece que se comienza a hablar de la posibilidad de elecciones autonómicas, locales y, quién sabe si hasta generales, antes de que caiga la tormenta de los mensajes, programas electorales y propaganda por todos lados y medios, permítasenos volver la mirada, de nuevo, a la familia Cicerón. Y decimos familia porque en esta ocasión no es
Marco Tulio el que diserta, sino su hermano Quinto quien, a modo de carta, confecciona el primer opúsculo de marketing político-electoral, dando a su hermano Marco, candidato al consulado, una serie de consejos que, ya lo verán, gozan de la máxima actualidad.
Preciso es significar que hoy en día, en el que nos empeñamos en revisar todo, hay quien pone en duda la autoría de Quinto Tulio de estos consejos electorales, pero oficialmente a él están atribuidos y no somos quiénes para ponerlo en duda aquí y ahora.
La obrita lleva por título original Commentariolum petitionis (en román paladino y traducida no literalmente, «Notas sobre la campaña electoral»). Está traducida por varios autores y en varias editoriales, incluso en formato electrónico. Vamos con ella.
Interesante es ya la introducción en la que Quinto le dice a su hermano, el candidato, después de alabanzas protocolarias y protestas de amor fraternal que «me parece que aunque tengas una fuerte personalidad, te será posible aparentar durante unos meses otra forma de ser y comportarte». La cosa promete. En definitiva, que hemos de partir del hecho de que cuando vemos un candidato en acción, lo que vemos es una pose. Que el tipo en cuestión no es así, como se nos presenta, sino como quiere que le veamos. O sea, ¡primer aviso a navegantes! (esto es, a todos nosotros, electores).
Los consejos se siguen prodigando sistematizándolos por bloques; el candidato, los oponentes, la campaña electoral, los amigos, los otros votos, los enemigos y la popularidad. Una auténtica y completa visión electoral.
Encontraremos sobre los amigos auténticas perlas. Son recurrentes en todos los apartados, pero fundamentalmente en tres de ellos: el candidato, la campaña electoral y el propio dedicado a ellos. De este modo dice: «…que la gente sepa los muchos y buenos amigos que tienes» y continúa «aprovéchalos y no dejes que te abandonen… asegúrate que todos los que están en deuda contigo se enteren de que ahora es el momento de devolver tus favores y que los que quieran hacerte un servicio comprendan que no encontrarán mejor ocasión para ganar tu agradecimiento». Exquisito ejercicio de cinismo político: por un lado te recuerdo lo que me debes, por otro te hago entender que si me lo pagas… te lo agradeceré.
De la campaña electoral dice que «demanda dos tipos de actividades: hay que ganarse primero el apoyo de los amigos y luego, la buena voluntad del resto de la gente». Y además le dice por dónde empezar: «debes empezar con la gente más próxima a ti… porque los rumores que salen de tu casa son la base de cualquier reputación». Clarividente Quinto, sabe bien que el fuego más peligroso siempre ha sido el «fuego amigo».
Continúa avisándole de que tiene que saber distinguir entre los que «esperan sacar tajada» de «los que puedan colaborar» y de aquellos otros «inútiles y estúpidos que carecen de iniciativa (…) para que no dependas demasiado de quienes te van a ser de poca o nula utilidad». Vamos, que hay que saber separar el grano de la paja.
Al hablar de los enemigos comienza citando una máxima filosófica: «la esencia de la sabiduría es no confiar demasiado», y clasifica los enemigos en tres bloques: los «que te guardan rencor, la gente a la que no les simpatizas, y los amigos de tus oponentes». Respecto de los primeros, hay que exculparse de las ofensas pasadas acudiendo al argumento de que se hicieron «por tus deberes personales –en el ejercicio de su profesión de abogado– y a las exigencias del momento –en que se infringieron–». Respecto de los segundos y terceros, sin contemplaciones y al grano: «intenta ganártelos con favores y promesas». Sin medias tintas.
Y las mejores perlas, como el buen vino, para lo último y bajo la rúbrica de La popularidad. Vean, vean: «se precisa de buena memoria para los nombres (es fama que Cicerón en aquella campaña consular se dirigía a todos llamándoles por su nombre), de amabilidad, de presencia en la calle, de trato liberal, de publicidad correcta y de una buena imagen política». Esto lo dice una empresa de marketing político electoral actual y cobra una millonada. El bueno de Quinto lo dijo gratis y por amor fraterno.
Y dijo más: «el candidato ha de disimular tan bien lo que le disgusta que parezca que está siempre a sus anchas». Y no sólo eso, sino que al honrado pero estirado Marco Tulio, le pone deberes: «necesitas urgentemente aprender a halagar, algo que… resulta esencial para una
campaña electoral».
También habla de la liberalidad, en forma de convites, y así dice que hay que «organizar muchos banquetes abiertos a todos» (que los pagaba él, aún a costa de endeudarse hasta las cejas), y habla de que «los gestos y palabras de un candidato deben adaptarse siempre a lo que sus interlocutores quieren y desean oír». ¡Actual a más no poder! Muchas perlas más podríamos desgranar de este opúsculo increíble que, por falta de espacio y por no resultar pesado al lector, nos vemos obligados a omitir.
La obrita, les recuerdo, tiene más de dos mil años. Así que no olviden, cuando dentro de nada veamos a los candidatos besando niños, apretando manos, invitando a mítines con banquete incluido, prometiéndonos esto y aquello, etc., que no hacen mas que seguir los pasos que, 64 años antes de la llegada al mundo de Cristo, le indicara Quinto a su hermano, el gran Marco Tulio Cicerón. Por cierto, los debió cumplir a rajatabla, porque… ¡ganó las elecciones!