Wole Soyinka, un Nobel rebelde y combativo
El escritor nigeriano, primer Premio Nobel africano de la historia, visita España para presentar ‘Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra’, su primera novela en cinco décadas
Casi cincuenta años han tenido que pasar para que Wole Soyinka vuelva a sorprendernos con una novela. La última vez que lo hizo, en 1973, fue con su celebrada La estación del caos, una historia crítica y analítica sobre una hipotética Nigeria, escenario de políticas étnicas y regionales, conflictos armados y conspiraciones militares. Premio Nobel de Literatura en 1986, en realidad el escritor nigeriano se ha movido siempre más entre la poesía, el ensayo y el teatro donde, sin esconder su voz crítica, ha vertido siempre sus preocupaciones sociales y políticas. Ahora, a sus 87 años, reconoce que la vida le ha llevado de vuelta a la novela en un momento especialmente oscuro y tumultuoso. «El deterioro de la humanidad ha adquirido tal dimensión —cuenta— que requería otro tipo de instrumento para narrarlo. Yo no soy novelista, siempre lo he dicho, pero necesitaba recurrir a este medio de expresión para trasmitir mis obsesiones».
Presente en España por su participación en el festival de literatura Cosmopoética —que se celebra en Córdoba hasta el 20 de noviembre—, en Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra (Alfaguara) Soyinka vuelve a desplegar su particular y ácida voz contra la corrupción y el abuso del poder en una sátira política que presenta en forma de novela de misterio. El poder, matiza, como «algo que se da a ciertos individuos en la sociedad, que es un fenómeno arbitrario, en el sentido de que es cruel, no fiable, antidemocrático y antihumano».
El mismo poder que, en parte, hizo que fuera encarcelado en 1967 por sus vehementes críticas al gobierno nigeriano. Aislado durante casi dos años, el escritor sobrevivió a base de escribir sus memorias y parte de su poesía en papel higiénico, envueltas en hojas de tabaco y de libros. Sin embargo, y a pesar de que aquella experiencia podría haberle convertido en alguien más comedido, aquello no lo silenció. Con un estilo extremadamente irónico, que ya el título de esta nueva obra deja entrever, a Soyinka no le preocupa dar su opinión. «Mi lenguaje no tiene la intención de transmitir un mensaje ambiguo. Yo mismo soy muy irónico», analiza.
Al contrario, «cuando soy más polémico en lo que escribo, cuando me dirijo a las personas que están en el poder, que no entienden esa ironía ni nada, trato de ser muy directo. Y con el poder no me refiero solo al Estado, sino al poder de esa especie de cuasiestados que son, por ejemplo, los extremistas teocráticos. Con esas personas hay que utilizar un lenguaje muy brutal, un tipo de lenguaje que casi no se puede publicar».
Un galardón de dos caras
Cuando en 1986 la Academia sueca le otorgó el Nobel de Literatura, Soyinka se convirtió en el primer africano en recibirlo. Desde entonces, solo otros seis escritores del continente han compartido este reconocimiento. El más reciente, este mismo año, Abdulrazak Gurnah. «Me sentí muy feliz de escuchar que el galardón había vuelto al continente africano y de hecho creo que África ha estado muy privada en todos estos años de la historia del Nobel —comenta al respecto el escritor—. Veo que se está empezando a educar a los lectores occidentales, se están empezando a dar cuenta de cuál es la gran riqueza artística que tenemos y no me refiero solamente a la literatura».
No obstante, enfatiza, «quiero ser muy claro con esto, no creo en un sistema de cuotas. Me parece una actitud muy condescendiente y me resultaría horrible pensar que la Academia del Nobel se sentaran a pensar: ‘Pues ya toca que gane un africano’. No querría eso nunca. De hecho, creo que la Academia tiene la obligación de ser una institución aventurera y tiene que seguir sorprendiendo al resto del mundo y descubriendo a la gente que existen estas maravillas en todas las partes del globo. Tiene que educarnos universalmente en ese sentido, esa es su misión».
«No creo en un sistema de cuotas. Me parece una actitud muy condescendiente y me resultaría horrible pensar que la Academia del Nobel se sentaran a pensar: ‘Pues ya toca que gane un africano’. No querría eso nunca»
Wole Soyinka
Con todo, recuerda que, en su caso particular, recibir el galardón fue finalmente un arma de doble filo que incluso llegó a hacer peligrar su vida. «Es un reconocimiento enorme, pero al mismo tiempo es una carga inmensa –comparte—. Un premio de esta naturaleza en un contexto complicado como el Tercer Mundo te da algo de protección, pero al mismo tiempo es visto con cierto recelo desde el poder porque es una manera de escaparte a su control y eso representa un riesgo a tu existencia diaria».
No perder la voz
Amigo del escritor Ken Saro-Wiwa, candidato al Nobel de Literatura y activista ecológico ahorcado por liderar una campaña no violenta contra la degradación de la tierra y las aguas de Ogoni, en Nigeria, y por sus críticas al gobierno de su país y a las compañías petroleras, Soyinka rememora aquel suceso. «Era un guerrero ecológico que fue ahorcado por un dictador nigeriano, Sani Abacha. He pensado mucho en ello y creo que aquella era la forma que este dictador tenía de desafiar la opinión internacional y occidental. Ese reconocimiento mundial que tenía, toda esa presión que venía por parte del mundo Occidental, incluso de dentro del continente africano, incluso por parte de Nelson Mandela, contribuyó a su asesinato. Era como una manera de lanzar barro sobre la figura de ese escritor y de todas las personas que lo apoyaban, como desafiar esa importancia internacional que había adquirido».
Es así, narra, como el propio Soyinka acabó fugándose de Nigeria. «Me fui sentado en la parte trasera de una moto un año después de que este dictador llegara al poder. Porque cada vez que escribía o hacía una declaración me iba dando cuenta de que mi buena suerte se iba desgastando. A él le hubiera encantado irse a la tumba sabiendo que contaba en su CV con el logro de haber podido ahorcar a un galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Así que en ese momento me fui», justifica.
Pero el escritor ha seguido implicándose en las injusticias y en su lucha contra la corrupción y el poder. «Ha sido mi responsabilidad como ciudadano, como alguien que cree en la libertad, sé que no debo perder esa voz. Es un equilibro al que hay que intentar llegar», comparte.
¿El fin de la era Trump?
Sin titubeos, así suena su voz cuando se le pregunta por Trump. Soyinka que actualmente vive de nuevo en Nigeria, afirma que su oposición al exdirigente estadounidense fue, de hecho, «una sensación física». «Llegué a un punto en el que necesité apartarme de esa sociedad porque Trump representaba un insulto a la existencia del ser humano —subraya—. Es un hombre estúpido, ya lo creo que lo es, pero al mismo tiempo tiene una inteligencia innata e intuitiva y es capaz de reconocer y alentar el instinto primitivo de la gente a través de ese conservadurismo extremo que implicaba la xenofobia, el racismo, el rechazo a la pluralidad… Muchos de mis conocidos no fueron capaces de reconocer el peligro que representaba simplemente veían en él a un payaso. Y sí, por supuesto que lo era, pero un payaso peligroso».
«Trump fue uno de los jefes de estado más peligrosos de toda la historia. Llegó a lo más hondo de la gente y conectó con esa psicología primitiva de muchos americanos»
Wole Soyinka
El Nobel que llegó incluso a destruir su tarjeta de residencia en Estados Unidos —la conocida como Green Card— en señal de protesta, sostiene que Trump fue «uno de los jefes de estado más peligrosos de toda la historia. Llegó a lo más hondo de la gente y conectó con esa psicología primitiva de muchos americanos». Como ejemplo, recuerda su lamentable gestión durante el Covid. «Es responsable de la mitad de las muertes en su país durante la pandemia y, en este sentido, debe considerársele un asesino de masas. Y además no podemos decir que está fuera, todavía tiene muchísimos seguidores. El peligro todavía existe», advierte.
No obstante, Soyinka no pierde la esperanza y en Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra insta a movilizarse contra el abuso del poder. «Hay que animar a las nuevas generaciones a que examinen ese poder que se ha adquirido —sostiene—, esa democratización de la información, de las conductas, de las ideas, y a que lleguen a alcanzar un equilibrio entre la cultura de internet y la literatura, los hallazgos que han salido del arte literario. Espero que se den cuenta de que no todo el mundo está basado en las redes sociales y que hay una alternativa ahí fuera que es esa cultura eterna que conforman las artes y la literatura».