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Cómo el Gran Capitán cambió el arte de la guerra en Europa

La mano derecha militar de los Reyes Católicos dio paso a la guerra moderna, que dominó en los campos de batalla durante 400 años

Cómo el Gran Capitán cambió el arte de la guerra en Europa

La mano derecha militar de los Reyes Católicos dio paso a la guerra moderna, que dominó en los campos de batalla durante 400 años

La historia de España está plagada de innovaciones militares, desde el primer hospital de campaña hasta el primer desembarco combinado, pasando por el submarino de Isaac Peral. Pero tal vez una aportación menos reconocida, por ser más conceptual que las anteriormente citadas, es la revolución que el Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, llevó a los campos de batalla europeos.

Mucho se ha hablado, y con razón, de que el gran general de los Reyes Católicos fue el precursor de los tercios, que dominaron Europa durante 150 años. Pero su aportación va más allá de la historia militar española y, grosso modo, puede decirse que el modo de hacer la guerra que concibió el Gran Capitán estuvo vigente hasta la Primera Guerra Mundial.

Infantes y caballeros

Y es que a Gonzalo Fernández de Córdoba puede calificársele de un general renacentista, en el sentido de que recuperó la preeminencia de la infantería, a la manera del modelo griego y romano. Bajo su mando, los hombres a pie volvieron a constituir el corazón de un ejército en batalla tras la hegemonía de la caballería durante la Edad Media.

En efecto, durante los siglos anteriores, las grandes contiendas se resolvían habitualmente con una carga. La infantería, incluso contando con piqueros, poco podía hacer en la mayoría de ocasiones cuando el campo de batalla comenzaba a retumbar con el galope de la caballería enemiga.

Especial fama tenía en estas lides la temible caballería pesada francesa. Aunque cabe decir que los arqueros del rey inglés Enrique V ya habían demostrado en Agincourt (1415) que los jinetes francos no eran invencibles.

De la Alhambra a Nápoles

Pero volviendo al Gran Capitán, su filosofía de combate con la infantería como principal protagonista se fraguó principalmente en Granada e Italia. Para empezar, Fernández de Córdoba había aprendido en la reconquista del reino nazarí a moverse con eficacia por el accidentado relieve granadino.

Aquella guerra no fue de batallas campales, sino más bien de escaramuzas, sitios y un inteligente uso de la artillería, que empezaba a abrirse paso en Europa. Una experiencia que le sería de gran utilidad durante sus célebres campañas italianas.

El Gran Capitán en el asalto a Montefrío (Granada), de José de Madrazo.

En 1495, Fernando el Católico envía al Gran Capitán a Sicilia para asegurar las posesiones aragonesas en la península Itálica frente a las ambiciones del rey francés Carlos VIII. Fernández de Córdoba comienza entonces a hacer gala de lo aprendido en Granada, a base de ataques fulgurantes y veloces marchas. Es así como toma varias plazas, incluida Seminara, en la región de Calabria.

Allí el Gran Capitán pretendía hacerse fuerte para resguardarse del potente ejército francés, que lo superaba claramente en número. Sin embargo, Fernando II, rey de Nápoles, obligó al comandante español a presentar batalla. En campo abierto, los franceses se impusieron con facilidad gracias a su famosa caballería, pero el Gran Capitán se llevó la lección aprendida.

Escultura que representa a Isabel la Católica junto al Gran Capitán, en el madrileño Paseo de la Castellana.

El día en que nacieron los tercios

Las guerras de Nápoles continuaron todavía durante varios años, pero uno de los momentos que acabó por decantarlas a favor de los españoles tuvo lugar en la batalla de Ceriñola (1503). Aquel día, Gonzalo Fernández de Córdoba inventó el modo de combatir de los futuros tercios.

Numéricamente ambos ejércitos estaban parejos, aunque estaban compensados de forma distinta. Los franceses, liderados por Luis de Armagnac, habían hecho su clásica apuesta por la caballería, con 2.000 jinetes pesados y 1.500 ligeros, y sumaban el doble de cañones. En cambio, el Gran Capitán contaba con menos caballeros, pero pudo reunir a dos mil ballesteros y mil arcabuceros. En el caso de estos últimos, destaca la confianza de Fernández de Córdoba en el arcabuz, ya que era un arma que todavía se desdeñaba bastante en Europa (y que años después sería básica para los tercios).

El combate comenzó con una carga total de la caballería francesa, la vieja táctica medieval que tantas batallas había ganado para los galos. No obstante, los arcabuceros, que no se habían concentrado en un único sector sino que estaban repartidos por toda la línea española, diezmaron a los jinetes. Armagnac mandó entonces a sus piqueros suizos, que corrieron la misma suerte.

La balanza empezaba a decantarse a favor de los españoles y el Gran Capitán olió sangre. Ordenó entonces a toda su infantería que avanzara. Huida la caballería ligera francesa, su homóloga española pudo concentrarse en cargar contra el centro galo y rematar la batalla. El combate duró apenas una hora y los franceses contaron 4.000 bajas: una victoria total.

Ceriñola supuso el abandono definitivo de la caballería en los campos de batalla europeos, pasando a ser un recurso para «liquidar» combates más que para ganarlos desde el inicio. Todos los generales posteriores —de Juan de Austria a Napoleón— se guiaron en este sentido por la concepción de la guerra del Gran Capitán.

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