De los arrebatados amores adolescentes y la crisis de la mediana edad
‘Amar a Olga’ (Pretextos, 2021) es la tercera novela del escritor venezolano Gustavo Valle
El viaje y el movimiento es un tema central en la novelística de Gustavo Valle (Caracas, 1967). En su primera novela, Bajo tierra (2009), se produce un descenso al inframundo caraqueño; en la segunda, Happening (2014) la fuga lleva a la historia por diferentes lugares de Venezuela, tras un accidente de tráfico. En su tercera obra narrativa, Amar a Olga (2021) podemos afirmar que el viaje toma la forma de la huida del pasado (pero ella tras una ardua búsqueda de los recuerdos de éste) y, a la vez, es también una escapada (y una huida) del propio país, Venezuela.
«Desde que leí El sentido de un final de Julian Barnes, años atrás, supe que quería escribir una historia de búsqueda y obsesión por el pasado»
Gustavo Valle
Nos cuenta Gustavo Valle, via email, que el origen de su novela se halla en El sentido de un final (Anagrama, 2012), de Julian Barnes. Una novela que el autor admira profundamente y a la que, de alguna forma, quería homenajear. Nos dice: «Desde que la leí, años atrás, supe que quería escribir una historia de búsqueda y obsesión por el pasado». La escritura de Amar a Olga le llevó unos cuatro años y, entretanto, «en lo personal pasé por un proceso de separación, y esa experiencia terminó también alimentando la novela. Pero no de manera autobiográfica, lo que hice fue trasladar al texto las emociones, no los hechos». Y es importante mencionar esto, porque aquí lo personal viene imbricado con lo colectivo.
El autor hace ya 16 años que vive en Buenos Aires y, así, la eventual huida de su personaje narrador, desde Caracas y hasta la ciudad argentina, no procede de una situación personal. Sin embargo, matiza Gustavo Valle, «en algún momento pensé que el personaje debía venir a mí, como una especie de boomerang que uno arroja, gira en al aire, da mil vueltas y luego vuelve a nuestras manos. Creo que lo hice con la sospecha de que ese personaje podía posteriormente habitar ficciones en Buenos Aires, como darle la oportunidad en el sur».
Caracas es una saudade de sí misma
Así opina Gustavo Valle y lo dejó escrito en uno de sus versos, que «Caracas está en todas partes, ella es la saudade de sí misma». En esta novela, igual que en sus dos anteriores, la ciudad es (casi) un personaje más de la trama. «Para mí Caracas es una ciudad completamente novelesca -nos cuenta Gustavo Valle-. Hace muchos años que no vivo en ella y la siento como una geografía mítica y legendaria, un lugar donde la ficción surge de manera natural. Es mi ciudad idealizada por la infancia y la juventud y también consumida por la destrucción contemporánea. Tiene todos los elementos para novelarla». Sin embargo, en Amar a Olga, la ciudad aparece en segundo plano, pues el motor de la historia es la búsqueda (el intento de recuperación) de un amor de juventud por parte del narrador, al tiempo que se destruye la relación amorosa en la que se halla inmerso y, de fondo, tenemos la crisis de la mediana edad.
«Siento a Caracas como una geografía mítica y legendaria, un lugar donde la ficción surge de manera natural»
Gustavo Valle
De cualquier forma, es imposible escapar de la urbe y sus violencias, y así Valle nos dice que «no hace falta tener ni la intención ni la voluntad de realizar una crítica a la corrupción en Venezuela. Está tan a la vista y es tan omnipresente que sale sola. Ambientar hoy un relato allí y no mencionar eso es hacerse la vista gorda o hacerle el juego al poder». De aquí procede la mención realizada con anterioridad: y es que en esta novela, la vida (amorosa) privada acaba colisionando con la norma del poder corrupto. Al final de la novela, cuando el protagonista encuentre a la Olga ya en los cuarenta, su incipiente relación no le hará ninguna gracia al marido de ésta, militar, y hombre muy bien conectado con el poder, quien, tras una serie creciente de amenazas, obligará al narrador a huir hacia Buenos Aires para proteger su vida.
Todas las historias son historias de amor (y terror)
Nos explica Gustavo Valle que «la memoria es una operación de doble vía. Por un lado, intenta recuperar algo que ya no está, y ese intento termina por impactar nuestro presente. Es como una especie de inmigrante y emigrante de sí misma. Opera en dos direcciones, va y vuelve». De ahí esa doble vertiente de esta historia: la de ser una historia de amor y terror al mismo tiempo. Pues aquí los personajes no están satisfechos con su situación presente y «la memoria se convierte en una máquina capaz de darles ese bienestar perdido». Pero la cosa es impracticable, porque «el presente de ellos está roto, es deficiente y la recuperación del pasado les trae la ilusión de una reparación, y de alguna manera intentan vivir esa ilusión. Es una de las operaciones imaginarias más interesante que tenemos: la manipulación de los recuerdos, de las escenas del pasado para mejorar nuestro presente, para aliviarlo o posponer el impacto de sus golpes». En este sentido, afirma Gustavo Valle que esta es una novela menos de amor que sobre la memoria. O dicho de otro modo: se trata de un libro sobre el sueño y la ilusión.
«El amor adolescente es políticamente incorrecto. El adolescente ama como todos los manuales desaconsejan»
Gustavo Valle
La clave, así, nos la da Valle al decir que «es muy difícil abstraernos del amor, estamos demasiado inmersos en él para eso. Solo sentimos, nos ocurren cosas, es un puro acontecer, pero nos resulta muy difícil formularlo o construirlo. Y el pasado, por el contrario, es el territorio del relato, la posibilidad de ordenación del caos que es el amor». De ahí el carácter netamente fabulador de gran parte de esta novela, en la que la mayoría del tiempo el narrador deambula entre hipótesis, ilusiones, sueños y espejismos. El terror final para él (una persona vehemente y apasionada) es la aceptación de un amor calmo, no arrebatado: adulto, sereno (y algo nostálgico). Dice Valle: «La idea del amor no arrebatado no solo es una idea no romántica sino conservadora. El amor adolescente es políticamente incorrecto. El adolescente ama como todos los manuales desaconsejan». Y añade: «Al margen de eso, el amor es una construcción literaria».
El amor es una fotografía (y, por eso, sucede en el pasado)
Del amor solo quedan sus vestigios: «Una vieja carta, una postal, objetos que permanecen atados a la experiencia de una manera muy poderosa. Son fetiches explosivos», nos detalla el escritor venezolano. En Amar a Olga tiene una especial relevancia una cámara fotográfica, la Kodak Ektralite 500, de principios de los ochenta (que es cuando se produce la historia de amor adolescente). «Es un objeto que no es todavía una antigüedad. Está en una zona opaca del tiempo. Bueno, y esa Kodak es la generadora de los vestigios de ese amor, que son las fotos. Y esas fotos son desencadenantes en la novela», nos dice Valle.
En la novela se producen dos momentos separados por 30 años en los que el protagonista le toma una foto a Olga en el mismo lugar. Con ello se consigue que el amor entre en una dimensión ritual. «Y sabemos que todo rito busca revivir la experiencia», añade Gustavo Valle. Pero el problema es que en Amar a Olga, «al personaje principal no le basta con que ese rito sea simbólico. Y entonces intenta forzar la memoria y tratar de hacer con ella más de lo que ella le puede ofrecer». Y aquí es donde, de nuevo, aparece el terror (de la pérdida y la insatisfacción). Y el abandono. Y la autodestrucción.