Álvaro Urquijo: «Cuando mi hermano hizo sus mejores canciones estaba más limpio que este mantel»
El músico acaba de publicar ‘Siempre hay un precio’, el libro en el que narra la historia de Los Secretos, sus claros y sus sombras
Álvaro Urquijo ha escrito un libro honesto y valiente. No ha esquivado ningún charco: habla sin tapujos de las malas relaciones con alguno de los músicos ocasionales que tocó en la banda, de la falta de escrúpulos del productor que se aprovechó de su inocencia o de cómo las drogas les llevaron, a sus hermanos y a él, de viaje al centro del abismo. No me imagino haciendo esta entrevista por teléfono, así que nos citamos en un céntrico restaurante de Madrid para comentar têtê à têtê los velos que destapa en Siempre hay un precio (Espasa, 2021).
«Yo lo que quería era tener en algún tipo de formato los recuerdos para que no se fueran olvidando», me cuenta Álvaro cuando le pregunto por la génesis de estas páginas. Dice que la cuestión era hacer una especie de «recuento de todas las memorias», para luego ya decidir qué hacer con eso: quizá un musical (como le llegan a proponer), quizá un biopic… Finalmente, este libro, cuya intención también ha sido aclarar algo de suma importancia sobre la figura de su hermano Enrique: «Él era una persona que estaba más en la parte brillante de la vida que en la oscura. Lo que pasa es que esos momentos de oscuridad le sumían en tal depresión que parecía lo peor de lo peor, pero nadie que está todo el rato en lo peor es capaz de hacer esas maravillas de canciones (de las cuales cuatro o cinco son verdaderos himnos). Y, aunque él se emperrara en justificar que de ese lado oscuro es de donde le nacía la inspiración para componer, yo te digo positivamente que cuando hizo las mejores canciones estaba más limpio que este mantel», afirma Álvaro señalando la tela inmaculada bajo nuestras manos.
Precisamente, el fallecimiento de Enrique en «el último noviembre de los años noventa», como canta Quique González (que compuso para él la famosa Aunque tú no lo sepas), es uno de los puntos que Álvaro aborda en el libro: «La cantidad de droga que consumió aquella noche en absoluto era alarmante. Ni mucho menos fue una sobredosis intencionada». De hecho, la forense que analizó el cuerpo de su hermano fue clara al respecto: Enrique no había tomado heroína esa noche. Fumó coca base y tomó varios Tranxiliums provocándose, por tanto, una sobredosis involuntaria de calmantes, que tomaba para combatir el subidón ocasionado por la coca. «Quería aclararlo, porque la gente da por hecho cosas, y entiendo que los periodistas también. En los últimos años de la vida de mi hermano, los dos últimos años, estaba mejor que nadie. Fue una tristeza enorme para toda la familia. Está claro que si no hubiera tomado nada no hubiera pasado, pero su muerte fue accidental», me cuenta Álvaro mirándome con humildad a los ojos.
Siempre hay un precio: la pieza para encajar el puzle de Los Secretos
Le comento otra cosa: el libro es, además, la pieza que permite encajar el puzle de Los Secretos, empezando por su mismo nombre, que en parte proviene de lo muy en secreto que tenían que ensayar para que no se armara la marimorena. Siempre lo hacían a espaldas de su padre, auspiciados por su madre y su abuela, que fueron una especie de hadas madrinas musicales. Y sus primeros conciertos los pudieron dar urdiendo planes muy esmerados, como decir que iban a casa de un compañero que tenía un profesor particular y que iba a enseñarles integrales.
«Todo era totalmente secreto. Salíamos de casa a distintas horas, comprábamos equipo -de cuarta mano- porque nos avalaba el padre de Canito (su primer batería), que a él no le importaba mientras sacara buenas notas en el colegio… Pero en la cabeza de mi padre, a pesar de que le apasionaba la música y la cultura y de que nos daba dinero para comprar discos y libros, no entró nunca que nos dedicáramos a la música como una profesión. No lo veía seguro, pensaba que en cualquier momento nos podíamos quedar sin trabajo, y en cuanto a las malas influencias tenía algo de razón… Era un mundo que él no quería para sus hijos». Incluso, cuenta Álvaro que, cuando tenía 51 años, su padre, sabedor de lo apasionado que es de la ciencia, aún le insistía medio en broma medio en serio con la idea de que estudiara: «¡Hazte ingeniero, estudia Ciencias!, me decía. A Almódovar su madre le decía que volviera a Telefónica después de haber ganado un Óscar… Es muy de padres eso», cuenta riendo. Después, me explica por qué el cielo adquiere distintas tonalidades hasta conformar ese celaje tan propio del atardecer. Me habla también del misterioso rayo verde: el máximo de distancia que recorre la luz del sol a través de la atmósfera. Y del mar que -yo no lo sabía-, pero es transparente, porque el agua lo es, y es solo el reflejo de la luz lo que le confiere su característico tono azul o verde. Sí que le gusta la ciencia, sí. Y, sin ser fácil, es didáctico explicándola.
«Nos daba igual que nos echaran de la discográfica porque hiciéramos country»
Aquellos comienzos de los que hablamos fueron escarpados. Sufrieron dos duras pérdidas: la desgraciada muerte de sus dos primeros baterías, José Enrique Cano (Canito) y Pedro Antonio Díaz, a causa de dos desgraciados accidentes de tráfico. Su Amiga Mala Suerte les golpeó duro siendo muy jóvenes. No tenían formación ni dinero, eran por completo autodidactas y, cual investigadores en pos del acorde perdido, pasaban horas y horas a la guitarra, ensayando en un local gélido de una fábrica de caramelos. De hecho, chupaban tanto frío allí que tosían sin parar, por lo que en sus albores se llamaron Tos. Pero su amor por las canciones pudo siempre más: «Ese arte de descubrir, de tirar del hilo, nos enamoró. La música siempre fue antes del negocio, porque encima hicimos fatal los negocios. Siempre íbamos componiendo canciones que nos parecían bonitas, y nos daba igual que nos echaran de la discográfica porque hiciéramos country. Y pagas un precio por eso, como dice el título de la canción de mi hermano y del libro», relata Álvaro, hoy orgulloso de haber permanecido fiel a esa esencia y a ese sonido, a su manera de estar en el arte. Al fin y al cabo, ellos iban a la contra en la época de la Movida, en todos los sentidos. En el libro cuenta la anécdota de cuando fueron invitados al programa estrella del momento, el Un, Dos, Tres e, instantes antes de salir, Chicho Ibáñez Serrador preguntó que por qué no estaban listos Los Secretos con su vestuario. «En realidad, sí estábamos listos, pero íbamos vestidos como personas normales, sin hombreras, sin pelos pincho y sin maquillajes estridentes».
«Nos dimos cuenta de que la droga era una mierda, y Enrique el primero, incluso antes que yo»
Tampoco su inocencia les ayudó en aquellos primeros años. Siempre hay un precio desarrolla cómo los tres hermanos (en un primer momento formaron el grupo Javier, Enrique y Álvaro junto a Canito y, posteriormente, con su sustituto Pedro Antonio Díaz), influidos por el contexto y por ciertas compañías peligrosas, cayeron en el pozo de la droga. Álvaro vuelve a ser muy claro en este punto: «Estaba a la orden del día que todo el mundo se metía en el baño a meterse rayas, y a nosotros nos pilló muy tiernitos, muy recién salidos del horno de un colegio y de nuestro ambiente familiar… Y yo me enfadé mucho, porque nos dimos cuenta de que era una mierda, y Enrique el primero, incluso antes que yo. Todos pensamos ‘pero esto cómo no se avisa’: yo estaba indignado, tenía una dependencia que me hacía sentir ridículo, avergonzado…». Fruto de ese sentimiento, consiguió desengancharse y se consagró a cuidar de su hermano, que pasó toda su vida luchando también contra esa poderosa sombra: «Cada vez que tenía una recaída (de ánimo), tenía el recuerdo de esa información de que las drogas te quitan todas las penas en ese momento, y a él le costó más salir, porque iba cayendo, cayendo, cayendo, como si fuera un tobogán… Salía, estaba mucho tiempo bien, y luego otra caída, y luego subía…».
Hay un momento en el libro que me estremece, le digo a Álvaro durante nuestra charla. Es ese en el que cuenta cómo, durante el último bis de un concierto en Zaragoza, se queda por completo sin voz y siente un mal presentimiento que le atraviesa. Al regresar al camerino, tiene varias llamadas de su mujer: «Ha pasado», le dice. Ya he comprobado, sigo diciéndole, que crees mucho en la Ciencia, pero… ¿Pudo haber algo, en aquel momento en el que Enrique perdía la vida, de esa telepatía que algunos hermanos dicen tener? «El mundo de la energía cerebral, las ondas cerebrales está muy poco estudiado… Yo ahí me quedé un poco sorprendido… No soy espiritista ni ultradevoto, pero sí es verdad que tenía un mal presentimiento y no sé por qué me vino esa angustia. De hecho, mi madre dijo que María (la hija de Enrique) a la misma hora pegó un grito, o sea que fue como una despedida transdimensional, ¿no?».
Sobre todo, fue una despedida que no acaba, porque en cada canción que la formación actual de Los Secretos (compuesta por Álvaro Urquijo, Ramón Arroyo, Jesús Redondo, Juanjo Ramos, Santiago Fernández y Txetxu Altube) sube a un escenario se hace presente Enrique, y su recuerdo sigue más vivo que nunca: durante el confinamiento, Pero a tu lado se convirtió en un verdadero himno de fortaleza y superación. ¿Todo esto le hubiera hecho feliz a Enrique? «Todo esto fue por Enrique. Por esa rabia que yo sentía ante esa injusticia que no tenía que haber ocurrido… Y sí, le hubiera encantado el reconocimiento que ha tenido posterior a su muerte, le hubiera encantado poder tocar con la Orquesta Sinfónica, como hemos tocado nosotros, haber hecho un disco acústico… Me da muchísima pena pero bueno, por otro lado, yo genero derechos para mi sobrina, algo de lo que me siento orgullosísimo. Desde el disco homenaje (A tu lado – Un homenaje a Enrique Urquijo, 2000), creo que Enrique hubiera estado muy orgulloso de mí, y estoy convencido de que si a mí me hubiera pasado algo parecido él también se hubiera encargado de mi hija. Se ha hecho un poco de justicia, pero también el tiempo ha puesto las cosas en su sitio, no hemos sido solo nosotros».
Una justicia que se traduce en un lleno continuo en sus conciertos por toda España. 42 años después, Los Secretos no transitan La calle del olvido y recomponen El Bulévar de los Sueños Rotos con el hilo de sus ojos, sin dejar de echar de menos hoy, exactamente igual que ayer, a aquel que calentó para siempre el corazón de todos aquellos que, entre flores y sueños, seguimos buscando.