La historia del tatuaje: del ritual al glamour
CaixaForum Madrid recorre en ‘Tattoo. Arte bajo la piel’ la historia de este arte milenario convertido hoy en símbolo de modernidad
Llegar a Buscalan, un pueblo en las montañas de Filipinas, no es sencillo. Hay que recorrer las 15 horas que separan esta localidad de Manila, la capital del país. Pero no solo eso, sino que, además, es necesario atravesar durante más de un kilómetro y medio unos bosques y campos de arroz. Tras la travesía el visitante llega a su destino. Pero, ¿qué le espera allí? Nada menos que Whang-od Oggay, la tatuadora más longeva del mundo (104 años) y a la que acuden cientos de turistas al año en busca de uno de sus diseños realizados con la técnica milenaria batok. Para la tinta usa carbón y agua y como aguja, una espina de un árbol que ata a una rama de bambú. La artista se ha convertido en una de las tatuadoras más populares y es una de las firmas que componen Tattoo. Arte bajo la piel, exposición que se puede ver en CaixaForum Madrid hasta el próximo 17 de abril.
La muestra, producida y organizada por el Musée du Quai Branly – Jaques Chirac de París y la Fundación la Caixa, reúne 240 piezas entre pinturas, dibujos, fotografías, libros, objetos como herramientas, máscaras o sellos y audiovisuales. En ella descubrimos «la historia, la simbología, la ritualidad y el presente del tatuaje», detalla Elisa Durán, directora adjunta de la fundación. También explora «las raíces históricas y antropológicas de esta expresión artística y recoge la diversidad de la simbología que representa en diferentes culturas y épocas», añade.
Desde hace no mucho tiempo el tatuaje se ha convertido en una herramienta de comunicación y un modo de expresión, también en símbolo de modernidad y glamour. De hecho, un estudio reciente asegura que el 12% de la población europea tiene al menos un tatuaje y uno de cada dos jóvenes de la generación millenial han usado ya su cuerpo como lienzo. El crecimiento es exponencial y al calor de esta popularidad surgen artistas que llevan a la piel diferentes diseños, técnicas y tipologías (old school, fine line).
Sin embargo, el tatuaje no siempre ha tenido la misma aceptación ni el mismo significado. Y esto es precisamente en lo que se centra esta muestra: en profundizar, desde un enfoque antropológico, los distintos usos del tatuaje a lo largo de la historia y el papel social que ha desempeñado en las culturas del mundo, desde la represión a la reivindicación. Este fenómeno global que ha vivido un boom quizá inesperado «se remonta a hace más de 5.000 años», recuerda Durán. De modo que el visitante, a través de las 240 piezas y prototipos de silicona tatuados por los mejores artistas del mundo, viaja por lugares como Polinesia, Indonesia, Filipinas, Tailandia o Taiwán.
El tatuaje como algo marginal
La exposición, comisariada por Anne Richard, fundadora de la revista HEY! Modern Art & Pop Culture, se divide en cinco secciones a través de las que vemos cómo el tatuaje ha servido como símbolo de «identidad colectiva, como ocurría en Polinesia o en la época Edo en Japón, a unos usos modernos en el ejército colonial del siglo XIX o las prisiones rusas», apunta Durán. El recorrido arranca con una visión global para comprender el vínculo del tatuaje con lo marginal, la delincuencia y su espectacularización.
Si bien durante mucho tiempo el tatuaje tuvo la función de discriminar, de marcar, y fue considerado un signo de deshonra, a partir del siglo XIX empieza a transmitir mensajes sociales. De hecho, en 1840 la Chicago World’s Fair incorpora cuerpos tatuados en sus espectáculos otorgándoles el mismo nivel que a las mujeres barbudas, los domadores o los tragasables.
La segunda sección nos permite entender que desde Marco Polo (siglo XIII) las expediciones han sido la vía de transmisión de los tatuajes. A mediados del siglo XIX tatuadores de diferentes geografías empezaron a compartir sus notas y su instrumental, incluso empezaron a viajar para conocer a artistas de territorios remotos. Cuando en 1891 Samuel O’Reilly inventó la máquina de tatuar eléctrica marcó un hito que estableció un nuevo rumbo: la difusión de este arte.
El tatuaje como ritual
La muestra nos va adentrando en territorios como Japón, donde inicialmente el tatuaje servía como instrumento punitivo y fue adquiriendo diferentes usos hasta que en 1872 fue prohibido e incluso se convirtió en un tema tabú porque se asociaba a la yakuza, la mafia local. Llega después el turno de América, territorio en el que observamos que los inuits y los amerindios practicaban esta expresión artística aunque no ha trascendido como las prácticas de otras latitudes.
En Europa la primera evidencia la encontramos en el cuerpo de la momia Ötzi, una persona que vivió hace 4.500 años y en Nueva Zelanda el ta moko marcaba a jefes y guerreros con el objetivo de asustar al enemigo. Entendido como una manera de identificación, los tatuajes maoríes cuentan la historia de cada individuo y tradicionalmente los hombres se decoraban el rostro y las nalgas y las mujeres los labios y la barbilla. En Samoa formaban parte de ritos de iniciación y tatuadores samoanos como Loli Tikeli trabajan aún con técnicas manuales asegurando así la pervivencia de los tatuajes étnicos. El viaje continúa por Polinesia, Indonesia, Filipinas, donde el tatuaje de los kalingas ha cobrado una nueva dimensión con la popularidad de Whang-od Oggay, y Tailandia, donde los yantras son considerados talismanes y no deben tatuarse de cintura para abajo. Esta manera de entender este arte se volvió popularizar cuando la actriz Angelina Jolie los mostró en su piel.
Por supuesto la exposición no se olvida de latitudes como China o Taiwán y el tatuaje latino y chicano que tiene como abanderados a Charlie Cartwirght, Jack Rudy y Freddy Negrete, precursores del fine line. Su técnica procede de «entornos carcelarios que por motivos prácticos se empezó a realizar con una sola aguja, con colores que van del negro al gris más claro», aprecia Anne Richard. La muestra acaba mostrando la actualidad de este medio en el que artistas de diferentes puntos del mundo actualizan algunas técnicas tradicionales mientras que otros exploran nuevas vías de expresión.
Además, a lo largo de la exposición se pueden ver 22 prototipos de silicona que simbolizan partes del cuerpo humano y han sido tatuados, a petición del museo parisino, por artistas como Kari Barba, Tin-Tin, Horiyoshi III, Mark Kopua, Jack Rudy, Colin Dale o Chimé. Para la muestra en Madrid la fundación ha pedido a Jee Sayalero y a Laura Juan, que reflexiona sobre el dolor que ha causado la pandemia, sus propios trabajos en esta piel sintética.
En definitiva, Tattoo. Arte bajo la piel rinde homenaje a los artistas que han hecho evolucionar este arte y a los tatuados, que han sido y son los encargados de mostrarlos y difundirlos.