Domingo Santos: una vida entregada a la ciencia ficción española
Un exhaustivo ensayo a cargo de Mariano Villarreal ahonda en la vida del autor pionero de ciencia ficción y nos muestra algunas de sus peripecias para publicar ese género durante la dictadura
Casi medio siglo antes de que Dune de Frank Herbert haya vuelto a ser un fenómeno mediático por la adaptación cinematográfica a cargo de Denis Villeneuve, hubo un hombre que se esforzó en traer ese y otros títulos fundamentales de la ciencia ficción a nuestro idioma. Ese fue Domingo Santos, pseudónimo de Pedro Domingo Mutiñó, que como autor publicó 40 novelas y un centenar de cuentos pero cuya obra traducida es mucho más ingente, casi un millar totalmente ligadas a la expansión del género en España.
Domingo Santos: Una vida de ciencia ficción (Ediciones El Transbordador, 2021) es el ensayo de Mariano Villarreal (Baracaldo, 1967) que cumple con la deuda histórica de recordar uno de los grandes pilares de la ciencia ficción española en un momento en el que el panorama cuenta con una serie de festivales, eventos y asociaciones que hubieran sido impensables en los inicios durante la dictadura franquista. Es también un cariñoso homenaje que incluye algún texto del propio Domingo Santos, un repaso a toda su bibliografía y las notas de despedida de autores y autoras muy ligados a su trayectoria, especialmente de la llamada generación HispaCon.
Mariano Villarreal es el autor de este minucioso ensayo y trabaja como responsable informático del departamento de Economía y Hacienda del Gobierno Vasco. Desde 2004 es administrador del portal web Literatura Fantástica y su labor como reseñista de obras de género durante todas esta décadas solo se me ocurre calificarla como ciclópea.
«No es sencillo elaborar un libro como este, pero es la única manera de ordenar y poner en valor nuestro pasado»
Mariano Villareal, autor de ‘Domingo Santos: Una vida de ciencia ficción’
Preguntado sobre las condiciones materiales para realizar un estudio así responde lo siguiente: «El libro me ocupó año y medio de investigación, documentación, coordinación y escritura. Para ello hube de desplazarme a la Biblioteca Nacional en Madrid para cotejar diversos datos, entrevistar a personajes históricos como Luis Vigil en Barcelona, adquirir libros y revistas antiguas en portales de venta especializados y bucear en un sinnúmero de bibliotecas virtuales que son un recurso invaluable para el investigador. Afortunadamente, también soy coleccionista y disponía de la mayor parte del material en mi propia casa, aunque también hube de solicitar colaboración a otros aficionados que me facilitaron aquello que me faltaba. No es sencillo elaborar un libro como este hoy día, hace falta tener acceso a todo este material, disponer de muchos contactos y realizar una ingente e ingrata labor de ratón de biblioteca, pero es la única manera de ordenar y poner en valor nuestro pasado».
Señor Ciencia Ficción
La biografía de Domingo Santos (Barcelona, 1941 – Zaragoza, 2018) resulta de interés para todos los juntaletras en lengua castellana al margen del interés por el género fantástico o la ciencia ficción porque permite establecer comparaciones entre distintas escuelas con todos aquellos personajes célebres que habían empezado humildemente escribiendo bolsilibros, como lo fueron también Francisco González Ledesma, Terenci Moix o Ramón y Cajal.
También resultarán de valor para el historiador las peripecias editoriales frente a los censores franquistas más allá de las revistas eróticas italianas que cruzaban por la frontera. Algunos ejemplos es que la saga de espada y brujería Nomanor (1971) escrita con su amigo y editor Luis Vigil se vio censurada y tuvo que esperar varios años para reaparecer así como el cuento Gu ta guturrak de viajes en el tiempo con vascos implicados.
«El legado de Domingo Santos opera de una manera inconsciente»
Juan Manuel Santiago, autor de ‘Moriremos por fuego amigo’
Mariano no es el único especialista que coincide en la importancia de Domingo Santos. Juan Manuel Santiago, autor del ensayo que repasa la historia del género Moriremos por fuego amigo (Cazador de ratas, 2019), nos explica también lo siguiente sobre su legado: «Tengo la impresión de que el legado de Domingo Santos opera de una manera inconsciente, al menos en las nuevas generaciones de aficionados. Muchos de los logros atribuibles a Domingo Santos de manera directa o indirecta no llevan su nombre, pero es indudable que, sin haber sido el único artífice de estos, sí tuvo mucho que ver con ellos. La articulación de un fandom de literatura fantástica, la celebración de las convenciones españolas o hispacones, la génesis de las revistas y colecciones especializadas y, sobre todo, la normalización de la publicación de autores españoles en las colecciones de la época en pie de igualdad con las primeras firmas mundiales habrían sido muy diferentes de no haber sido por la figura dinamizadora de Domingo Santos. En resumen, fue el máximo responsable de proporcionarle al género en España el empujón necesario para adquirir conciencia de sí mismo».
Una prolífica carrera marcada por la precariedad
El recientemente premiado César Aira decía que «el origen de una literatura nacional es el origen de una sensibilidad para medir en el tiempo los pasos de los connacionales que quisieron ser escritores» y ese sin duda es el impacto del legado de Santos. Sin embargo, el final de su vida estuvo marcado por importantes dificultades económicas.
Quien ha narrado dichas penurias es Mariano Villarreal a quien de nuevo preguntamos para saber qué medidas políticas podrían evitar dichas tesituras: «España necesita una regulación especial para artistas y otros profesionales ligados al mundo de la cultura, que les evite sufrir apuros en el ocaso de una vida consagrada al disfrute de los demás. En este sentido, avances recientes como que los autores jubilados ya no tengan que renunciar a la pensión a la que tienen derecho para poder cobrar los beneficios de su obra permiten avanzar en la buena dirección».
Añade sobre el caso concreto de Santos: «El caso de Domingo Santos es paradigmático. Tras una dilatada carrera como director o asesor en numerosas editoriales, de encadenar cientos de acuerdos individuales de traducción (realizados en muchas ocasiones bajo cuerda), durante buena parte de su vida laboral careció de un contrato estable que cotizara a la Tesorería General de la Seguridad Social; esto era práctica común en el sistema editorial español de antes de la implantación de los derechos de autor y era materialmente imposible lidiar contra ello. Por este motivo alternó periodos de bonanza junto a otros en los que arrastró serias dificultades económicas, especialmente en sus últimos años. Afortunadamente, la Ley de Propiedad Intelectual del año 1987, y las que la siguieron, vino a regular un sector donde menudeaban las prácticas fraudulentas».
También le preguntamos a Juan Manuel Santiago sobre el asunto, y esto nos responde: «En primer lugar, una legislación sobre propiedad intelectual que no permita que traductores literarios como Domingo Santos o Matilde Horne, con centenares de traducciones de títulos muy vendidos a sus espaldas, pasaran verdaderas estrecheces económicas en sus últimos años […] Los casos ya citados de Santos y de Horne son particularmente sangrantes, porque de hecho se trataba de lo que hoy conocemos como falsos autónomos. Prolongaron su actividad profesional hasta que literalmente no podían más. En su trabajo como director de colección, Domingo Santos, además, asumió funciones de lo que hoy serían las empresas de servicios editoriales, esos colaboradores externos que le entregan el producto prácticamente editado al editor de mesa, quien se limita a coordinar el proceso, dar el visto bueno y ordenar pagos. De ese modo se abarataron costes, en particular en los títulos de la editorial Ultramar, de modo que pudieran editarse a precios realmente competitivos, casi de colección de quiosco. Los lectores y la editorial salieron ganando, pero esa práctica no benefició en absoluto a Domingo Santos, ya que, volvemos a lo mismo, no cotizó ni un solo día, debido a que era un colaborador externo que ofrecía un servicio por un precio cerrado».
Como las comparaciones con el panorama actual son inevitables, Santiago agrega: «Otra línea de actuación, refrendada por la Unión Europea, debería consistir en limitar las atribuciones de la Comisión Nacional de la Competencia, para que no se repitan situaciones como la multa que le impuso a la Unión de Correctores por recomendar tarifas mínimas para el sector. No es de recibo que la Administración castigue los intentos de evitar la competencia desleal y las tarifas abusivas por parte de malos profesionales. En ese sentido, aún queda mucho trabajo pendiente, y el triste caso de Domingo Santos es un recordatorio permanente de que no estamos mucho mejor que hace veinte años». Habrá que procurar que no suceda lo mismo con los futuros paladines de la literatura de género.