David Suárez, el humor negro llevado a juicio
Juzgado y absuelto por un chiste sobre tener sexo oral con una persona con síndrome de Down, David Suárez conversa con THE OBJECTIVE
No destaca precisamente por su politesse. David Suárez tiene el aspecto de un tipo que vive en el sótano de sus padres porque es incapaz de hacerse la colada. Todo en él rezuma humor. Nadie dirá que es feo. Lejos de eso, despacha cierto atractivo; un je ne sais quoi fimótico. Aunque, no nos llevemos a engaño, hay que disfrutar de quienes parecen tener untada la piel con pegamento de barra antes de un baño de aceite reutilizado para sentir una sincera excitación por él. Nada especialmente desagradable. Sólo que, con las aletas nasales súper dilatadas de un fetichista de las PCR, y esos ojos, amplios y envolventes, de un marrón liso con la tonalidad de la herrumbre, cuesta pensar en él prodigando sesiones de amor entre tus piernas. Pero qué se le va a hacer? Si se puede querer a Tilda Swinton, se puede querer a cualquiera.
Para su público, Suárez es un cómico soez que hace de la incomodidad de las situaciones extremas el motor de la comedia. Para sus detractores, un agente de la desigualdad salteado en la falta de educación y el descaro de la provocación barata. Sea como fuere, la incontestable verdad es que este gallego pisó juzgado por un chiste en Twitter. Suerte que la justicia, de tanto en tanto, se opera de la ceguera y hace su trabajo. A David, después de esta entrevista, lo han absuelto de los cargos.
Sin embargo, Suárez ya asumía su destino, antes de la absolución, como el Espartaco de Kubrick: «Los verdaderos problemas de la vida son cuando tienes que tomar una decisión. Para mí la suerte está echada. Ahora sólo estoy esperando un WhatsApp de mi abogada». Un WhatsApp, para tranquilidad del sentido común español, que trajo buenas nuevas por navidad. Pero ¿son buenas noticias? Tal vez David, ese chavalote lozano de Santiago de Compostela, no merezca hacer gárgaras con el sobrante de los presos en la cárcel de Carabanchel. Pero David Suárez, el malvado, el terrible, a lo mejor debería vestir rayas horizontales una temporadita. ¿Dónde acaba uno y empieza el siguiente?
«Las líneas son claras, yo en mi vida personal jamás sería así. Interpreto a un personaje despiadado. Para mí la clave está en hacer en el escenario y mis vídeos cosas que no son contemplables en el plano social normativo. Hay cómicos muy blancos que luego no tienen nada que ver con su personaje. A mí hacer de un hijo de puta me ayuda a ser mejor persona en mi cotidianidad. Es la válvula de escape del humor». Suárez hace como los boxeadores, libera la enajenación propia de todo ser humano en los agresivos ganchos de su comedia. Sólo que su público, como si fueran sacos masoquistas envueltos en cuero, ríen y disfrutan con su descompresión.
Ahora la cárcel está lejos, como sus pesadillas de terminar entre rejas con algún neonazi respirándole sobre la nuca. Pero el hecho, sea como fuere, es que la Audiencia Provincial de Madrid lo llamó a un vis a vis y, en este caso, la intención sigue siendo lo que cuenta. «Ellos han ido precisamente a que se trata de un comentario desafortunado y no de un chiste. Algo completamente injusto porque si quitas un chiste de su contexto pierde la esencia y el sentido, se convierte en otra cosa. El contexto de un chiste no es lo que a ti te salga de los cojones. Yo voy dando codazos y este cayó por ahí, pero siempre con una intención lúdica».
Juan Soto Ivars me confió, semanas antes de la entrevista, que, para él, David era un cuenta-chistes que estaba lejos de ilustrarse en las complejidades filosóficas de la comedia y la libertad de expresión. A raíz del asunto, sin embargo, Suárez se había convertido en un pensador agudo y atinado. «Me queda muy grande todo eso», afirma el cómico, «sólo que en un momento en el que nadie estaba defendiendo el puto sentido común: poder hacer cualquier chiste, llego yo y lo hago siendo algo de una persona con dos neuronas. Mira, a veces me veo muy explicativo. Yo tengo que hacer chistes, y esto de ir dando lecciones y discursos no es lo mío. Pero está claro que mucho de mi imaginario ha surgido con esto».
Resulta paradójico, aunque no descabellado, hablar con David y darse cuenta de que este cómico, con especial talento para el mal, resulta ser un encabritado encanto, lejos del maléfico truhan dañino que algunos medios afirman. Será porque Suárez no es un criminal, sino alguien que, en la ficción, lo representa. «La libertad de expresión es más discutible que la libertad en la ficción. Aunque yo soy de quienes afirman que la libertad de expresión ha de llevarse hasta el final. Sí creo que el autobús de HazteOír no debería retirarse, otra cosa es que la sociedad debería tener la suficiente autodeterminación como para rechazar eso con absoluta repugnancia, y promover otro autobús en el que estuviese escrito «los de HazteOír sois todos pederastas«. Considero que la izquierda comete el error de basarse en esa paradoja de Karl Popper sobre la intolerancia hacia el intolerante para justificar sus ambiciones moralistas, que no dejan de ser censoras. Obviamente, en la línea de la libertad de expresión, no se puede permitir que tú cojas el DNI de tu madre y vayas pegando fotocopias de él poniendo «vayan a violar a esta señora». Pero eso es en la libertad de expresión, en la libertad en la ficción sí que tengo claro que no pueden existir límites».
Me cuesta imaginar a James Gandolfini en un juzgado de Nueva York por haber interpretado a Tonny Soprano. Pero no me cuesta imaginar a legiones de necios, cretinos consumidos por la hiperrealidad, lapidando a insultos a Jack Gleeson por su interpretación de Joffrey Baratheon en Juego de Tronos como, efectivamente, ocurrió. La justicia debería estar por encima de los sentimentalismos baratos de las masas quienes, por desgracia, disfrutan mucho confundiendo la realidad con la ficción. Los villanos, no obstante, nos encantan, y David decidió hace tiempo interpretar a uno.
«Nos gustan los villanos porque modelos de conducta positivos los tenemos por doquier. Nos enfrentamos a una tele que te dice todos los días «compra esta pasta de dientes porque vas a follar más» o «hazte de este partido político y serás mejor persona». Así que la existencia de alguien que diga en alto que la vida lo ha atropellado y ahora va a cagarse en su puta madre, creo que nos gusta por su sinceridad e interés en ansiar quebrar el statu quo que ya todos estamos intentando controlar. El problema es que en España las cosas están más difusas, seguramente porque somos una democracia muy temprana, que hace nada salió de una dictadura. Somos un poco nuestras abuelas, aceptando que los gais puedan andar de la mano por ahí, pero refunfuñando porque se casen. Somos los paletos de Europa. Un poco, los gañanes».
Es hablar con uno de los pilares de la negritud humorística de este país y me pongo creativo. Emerge de mí, como un calamar hambriento, la necesidad de contarle uno de mis chistes más repulsivos, pero de cabecera. «¿Qué es lo mejor de follarse a un bebé?» le pregunto, «pues que le llegas al corazón…». David se ríe. Conozco a mi público. Era como llevar de invitado a José Luis Perales a un viaje del IMSERSO.
«El humor negro saca a la luz las alcantarillas de las personas. Hace emerger los tabús para que no se vuelvan insoportables. El humor negro es levantar la alfombra para demostrar que alguien ha estado metiendo la mierda debajo todo este tiempo. El problema es que hemos confundido la escala de valores, otorgándole en muchas ocasiones más poder a las palabras que a los actos. Y por eso nos obsesionamos con la reformulación, porque pensamos que eso va a tener peso en la vida real y que el mundo lo transforman las palabras. No digo que las palabras no condicionen, pero su levedad es mayor que la de los actos y, en ocasiones, culpamos a las palabras de provocar los actos cuando, precisamente, es hablar de ello lo que puede solucionarlos. Este hecho tan infantil de cambiar nombres y creer que las cosas se van a transformar completamente según cómo las llamemos, es aquello que el humor ataca, precisamente, llamando a las cosas por su nombre. Provoca la asunción. El humor negro es una forma muy violenta de llegar a la verdad. Pero es que, en ocasiones, la violencia es la única manera de acceder a ella. Mucha gente estaría dispuesta a tomarse una aspirina, entrar en coma y olvidarse completamente de lo que ocurre a su alrededor, y el humor negro está ahí para despertarlas».
Oigo esto de David y pienso en Henri Bergson, en su obra La risa, donde el premio nobel aseguraba que la crueldad es, se quiera o no, uno de los ingredientes de la comedia porque es uno de los ingredientes de la naturaleza humana reprimida. También, una fuente de angustia innegable. Pero, como dice el cómico: «El drama y la comedia están inequívocamente ligados. El humor es lo que nos ayuda a sobrevivir frente a la muerte y las desgracias. Nace en nosotros una risa nerviosa, de cara a la nada, que nos permite asumir nuestra existencia vacía».
David, quien más que cruel parece el primo majo que lleva a sus sobrinos segundos a cantar villancicos por navidad, sí ha vivido las crueles consecuencias de sus palabras. De un, como se dijo, «comentario desafortunado» que, bien visto, le digo, no tendría por qué serlo. Al fin y al cabo, excepto por la parte en la que se especifica «alguna ventaja», el resto podría narrar simplemente una interacción sexual con una persona con síndrome de Down. Algo, quiero creer, que hasta los fans de Campeones tienen que aceptar.
«Claro, es una locura el paternalismo que se está ejerciendo no dando por sentado que esta gente toma sus propias decisiones a la hora de follar. He escuchado a los padres de la asociación de hijos con síndrome de Down y todos hablan del mazazo que fue leer el tuit, de las malas sensaciones que les produjo, pero ninguno me ha dicho que su hija le vino llorando después de haberlo leído. Todo era la preocupación paterna, y a mí quien me preocupa de verdad, por empatía, es la persona a quien me dirijo».
Bien es cierto, le confío a David, que también existe otra comedia. Una que está poniéndose a la orden del día criticando el sentido del humor del pasado, la incorrección y que aspira a una verticalidad reivindicativa de abajo arriba. «Hay una visión oportunista actual de juzgar la comedia que se hizo justo en el posfranquismo, negando una verdad, que seguramente dentro de cuarenta años esa misma comedia va a ser igualmente puesta en tela de juicio. La comedia es una actividad extremadamente caduca. Por eso reclamo a esa nueva comedia pretenciosa que aspira a azuzar a los demás con una presuntuosidad moral, de ser elevado, que no sea estúpida dejando que haya registros de ella criticando cosas de las que, en unos años, ella también será objeto. No tengamos la superioridad de creernos que el tiempo sólo pasa para los demás». Por no hablar de cómo, le digo a Suárez, si sometemos cualquier creación a la pulcritud selectiva de los tiempos, estaremos ante la admisión del vituperio generalizado y, por tanto, reptando hacia la muerte del pensamiento. «Exacto. Yo echo de menos en la sociedad la sinceridad violenta. Estamos constantemente vigilando lo que decir, cómo decirlo, poniendo parches, intentando blanquearlo todo y, a mí, me parece que sana mucho el que alguien te dé una hostia. La comedia es como un tío pinchando globos».
Decapito la entrevista con el sentido del humor, tan necesario, y del que David hizo gala desde la llegada de la demanda mofándose de su drama para goce del público. Un sentido, una mundanidad satisfecha, gracias a la que esta entrevista, con sus caricaturas y escarnios, se torna posible. «Es difícil reírse de un mismo. Pero, una vez ejercitas el músculo, te vuelves de hierro. Lo contrario es no relativizar. Todo de lo que no te ríes son cosas que tragas, que te destruyen. Y, cuando logras ser invulnerable a eso, te vuelves indestructible. Hace poco tuvimos que hacerle un Roast a Ignatius, a quien le mando un abrazo porque está un poco chungo, y nos costó mucho porque ¿qué le vas a decir?, si es un tío que ya se lo ha dicho todo a sí mismo. Recuerdo pensar: ¡Qué hijo de puta! Lo ha logrado. Se ha convertido en un ser de hierro. Es muy sencillo reírse de los políticos y de quien se lo toma todo en serio porque no hay nada más risible que la confianza ciega en tener siempre la razón. En cambio, Ignatius es verdaderamente una persona inquebrantable. Ahí reside la verdadera fuerza, en que nadie sea capaz de dejarte en ridículo».